El cociente intelectual es una referencia, un sinónimo de éxito o la condición necesaria para el éxito para muchos. Sin embargo, muchas de las grandes obras y descubrimientos han sido fruto de personas que en principio no destacaban por tener lo que, de manera clásica, se ha considerado inteligencia.
Cuando se habla de flexibilidad cognitiva, se está haciendo referencia a rasgos como la imaginación, la creatividad, la empatía y la curiosidad. Todo ello supone la capacidad de aprender a aprender y de adaptarse a dinámicas cambiantes. Estas virtudes, unidas a la perseverancia, están en el eje de muchos avances humanos.
Actualmente, la Universidad de Cambridge y la Universidad Tecnológica de Nanyang adelantan un estudio sobre la flexibilidad cognitiva. No dudan de que esta cualidad es más determinante que el cociente intelectual y por eso se han empeñado en encontrar los medios que ayuden a desarrollarla. Veamos de qué se trata todo esto.
“La flexibilidad cognitiva es esencial para que la sociedad prospere. Puede ayudar a maximizar el potencial de las personas para crear ideas innovadoras e invenciones creativas. En última instancia, son esas cualidades las que necesitamos para resolver los grandes desafíos de hoy”.
-Beth Daley-
La flexibilidad cognitiva
La flexibilidad cognitiva se puede definir como una habilidad que favorece el cambio del punto de vista y la adaptación del comportamiento para hacer frente a un entorno nuevo. Lo habitual es que las personas busquen aplicar los esquemas o conceptos aprendidos a las nuevas realidades, aunque esto no sea realmente provechoso.
Por ejemplo, muchas personas tienen que resolver verdaderos conflictos internos para poder hacer cambios que les permitan adaptarse a las nuevas circunstancias -lo mismo pasa con empresas, instituciones y organismos-. Más que trabajar por adaptarse a una nueva realidad, buena parte de la población se quedó parada, añorando “volver” al estado previo. Si esto no sucedía, muchos sentían que no serían capaces de resistir.
Un ejemplo no tan extremo es el de una persona que toma siempre la misma ruta para ir a su trabajo. Si un día encuentra que en su ruta habitual se están haciendo algunas obras, tiene dos caminos. Uno, tomar la misma ruta y llegar tarde. Otro, buscar un trayecto alternativo. Aquí es precisamente donde entra en juego la flexibilidad cognitiva.
Racionalidad y creatividad
Los investigadores han indicado que la flexibilidad cognitiva se asocia con regiones cerebrales frontales y “estriatales”. Las primeras tienen que ver con los procesos cognitivos superiores y las segundas con la recompensa y la motivación. Se ha comprobado que si dos personas tienen el mismo cociente intelectual, tendrá mejor desempeño quien además posea este tipo de flexibilidad.
Al parecer, esta habilidad da como resultado algo que se conoce como “cognición fría”. Esta vendría a ser una forma de racionalidad pragmática, en la que hay poco influjo de las emociones. Corresponde a un procesamiento directo de los datos, sin mediación de miedo o enfado, por ejemplo. Este sería el caso de alguien que ve un fuego en la cocina y lanza un trapo mojado para apagarlo. Una “cognición caliente” invita a llamar a los bomberos.
Total, la flexibilidad cognitiva hace que se ponga más énfasis en el procesamiento de la información que en otros factores. El resultado es una respuesta más racional frente situaciones nuevas. Así mismo, en tanto el proceso y no el aprendizaje previo es lo que prima, se llega con más facilidad a soluciones creativas e innovadoras.
Empatía y resiliencia
En general, el cociente intelectual está más asociado a lo que se conoce como “inteligencia cristalizada”. En ella se destaca la capacidad para comprender nuevos contenidos, asimilarlos y aplicarlos. Así mismo, para juzgar una situación y extraer conclusiones de ella.
Por contrapartida, la inteligencia fluida, que corresponde a la flexibilidad cognitiva, implica sobre todo la capacidad para razonar y contrastar datos. Esto, a su vez, tiene repercusiones no solo en la cognición como tal, sino también en las habilidades emocionales y sociales. Esa capacidad básica de adaptación tiene como efecto una mayor resiliencia, es decir, mayor destreza para asumir y superar situaciones difíciles.
Por otro lado, la flexibilidad cognitiva también hace que las personas desarrollen más la empatía. Genera una mente mucho más abierta para juzgar a los demás, lo que aleja a los prejuicios. Tanto la empatía como la resiliencia hacen que una persona tenga mayor bienestar emocional.
El estudio de Cambridge y Nanyang ha evidenciado que el entrenamiento de la flexibilidad cognitiva genera importantes progresos en los niños con autismo y en los adultos mayores. En general, cualquier persona sale beneficiada cuando fortalece y desarrolla la habilidad para adaptarse y encontrar nuevos caminos de salida ante una dificultad.
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