Así la llamó Albert Camus. Simone Weil nació en el París de 1909. Falleció exiliada, en Inglaterra, en 1943. Pese a su temprana muerte, con solo 34 años, consiguió dejar una producción filosófica que nos sigue fascinando. Compasiva, crítica, atenta y luchadora, Weil es una pensadora a la que hay que conocer.
Por Mercedes López Mateo
De Simone Weil nos han llegado multitud de historias: que ya con cinco años dejó de comer azúcar en solidaridad con los soldados de las trincheras de la Gran Guerra, que quiso tirarse en paracaídas sobre la Francia ocupada, que sus lágrimas conmovieron a Simone de Beauvoir en una ocasión entre los muros de la Sorbona… Pero ¿qué sabemos sobre su filosofía? Repasamos el pensamiento, repleto de mística y compromiso político, de quien Albert Camus consideró «el único gran espíritu de nuestro tiempo».
1 Malheur. El malheur es la desgracia. Va más allá del dolor físico o el malestar pasajero. Se trata de un nivel de sufrimiento extremo y profundo que está presente en la vida de todo ser humano, sin excepción, y que supone un enigma para la humanidad. Es la pregunta sin respuesta de Cristo en la cruz: «Padre, Padre, ¿por qué me has abandonado?». Simone Weil no busca dar una solución al problema que supone la existencia de desgracia en el mundo, sino apreciarla como un medio para abrirse a él.
«La extrema grandeza del cristianismo procede del hecho de que no busca un remedio sobrenatural contra el sufrimiento, sino un uso sobrenatural del sufrimiento». Debido al malheur, nuestra alma queda vaciada y, de esta manera, dispuesta a acoger el sufrimiento del prójimo. Para Weil, esta función tiene un carácter político, pues todo ser sumido en la desgracia se encuentra invisibilizado, silenciado en nuestra sociedad. Este malheur está ligado a otro concepto central en la filosofía de Simone Weil: la fuerza, pues es la que, al desplegarse, provoca la desdicha.
2 La fuerza. A este concepto le dedicará un espacio central en La Ilíada o el poema de la fuerza, ya que, para Weil, esta es la verdadera protagonista del poema épico de Homero. El texto en castellano se recoge en La fuente griega, donde explica que existen dos tipos de fuerza, aunque normalmente acostumbramos a identificar una, la más tosca: aquella que mata sin pudor y destruye al hombre.
El malheur es un nivel de sufrimiento extremo y profundo que está presente en la vida de todo ser humano sin excepción
Sin embargo, «la otra fuerza» es mucho más sutil, pues es «la que no mata todavía. Matará seguramente, o matará quizá, o bien está suspendida sobre el ser al que en cualquier momento puede matar». En otras palabras, esta fuerza se corresponde con la potencia del mundo para reducir al hombre a una mera cosa, de convertirlo en piedra. La fuerza es capaz de que un ser con alma quede muerto en vida. Cuando la fuerza se despliega hasta el extremo y provoca la desgracia, el ser humano se encuentra completamente desarraigado del mundo.
3 El desarraigo. Weil explica que todo ser humano, del mismo modo que tiene necesidades físicas como comer o dormir, también tiene necesidades del alma. De todas ellas, la más importante —y olvidada en nuestros días— es la necesidad de arraigo. A ello dedica su última gran obra, de 1943, poco antes de fallecer, Echar raíces. Estas raíces pueden tomar diferentes formas: una comunidad en la que arraigar puede construirse en base a elementos como un pasado común, una tierra compartida, una lengua o una religión, por ejemplo.
Por otro lado, en su análisis identifica varias fuentes de desarraigo en nuestra sociedad, como son el colonialismo, el fascismo de su época o la condición obrera en el sistema capitalista de producción (por ejemplo, el paro o la alienación). El desarraigo, además, se reproduce con velocidad, porque todo aquel que está desarraigado, desarraiga a los demás.
4 Lo sagrado del ser humano. La persona no es sagrada, no hay nada de sagrado en ella. «Lo que es sagrado, lejos de ser la persona, es lo que en un ser humano es impersonal». Weil pone de ejemplos de lo impersonal a la verdad y a la belleza, que son perfectas. Al igual que en la ciencia hay una parte de sagrado, gracias a su verdad, y en el arte, gracias a su belleza, nosotros también podemos llegar a nuestra parte sagrada, transitando a lo impersonal.
De todas las necesidades del alma, la más importante —y olvidada en nuestros días— es la necesidad de arraigo
Pese a esta necesidad de arraigo y comunidad de la que hablamos, para poder acceder a lo impersonal necesitamos alejarnos de todo y realizar ese proceso en una «soledad moral». Esta distancia es importante para no confundir la idolatría de la comunidad con lo sagrado de lo impersonal. Cegarnos en el «yo» desde nuestra alma nos impide transitar a lo sagrado, «pero la parte del alma que dice ‘nosotros’ es todavía infinitamente más peligrosa».
5 Metaxu. Weil recupera este concepto de la tradición griega de la que tanto bebe. Lo presenta en su obra La gravedad y la gracia y literalmente significa «entre medio». La imagen más clara para entender la función del metaxu es la de un puente o un muro: «Dos encarcelados en celdas vecinas que se comunican dando golpes en la pared. La pared es lo que los separa, pero también lo que les permite comunicarse. […] Toda separación es un vínculo».
Simone Weil entiende el mundo como un metaxu entre el ser humano y Dios, es decir, aquello que los separa, pero que al mismo tiempo los conecta y posibilita su relación. Todo metaxu debe comprenderse como un medio y jamás como un fin, de lo contrario, correremos el riesgo de instalarnos en ellos. Un metaxu es un peldaño que nos acerca a lo trascendente, no un ídolo o una meta en la que detenernos.
6 Amor fati. Simone Weil toma el amor fati del estoicismo, aunque esta idea también está presente en otras tradiciones como la cristiana (paralelismo al que dedica obras como Intuiciones precristianas o La fuente griega, en las que revela una gran similitud entre ambas). El amor fati hace referencia a la aceptación del orden del mundo y de los designios divinos, como lo fue el «sí sin condiciones» de María en la Anunciación. La elección del ejemplo es muy importante, porque el amor fati se diferencia en un detalle imprescindible de lo que entendemos por resignación: la valentía de un «sí» activo.
Frente al despliegue de la fuerza que consume a toda persona sin excepción, propone respetarla y aceptarla. No obstante, esto no la convierte en una conformista. Como veíamos con el metaxu, toda realidad que nos obstaculiza puede servir también para avanzar. Por esa razón, Weil tuvo durante toda su vida un horizonte utópico en la mirada. El amor fati implica aceptar lo que es y luchar siempre por lo que debería ser.
El amor fati se diferencia en un detalle imprescindible de lo que entendemos por resignación: la valentía de un «sí» activo
7 Anathema sit. Un ejemplo de este inconformismo lo encontramos en relación al principio de anathema sit. A pesar de su origen judío, Simone Weil tuvo tres experiencias religiosas que la acercan al catolicismo, en Asís (Italia), Portugal y Solesmes (Francia). Aun así, decidió vivir su espiritualidad a su manera, siendo crítica con los dogmas, y no llegó nunca a bautizarse. Las 35 razones por las que se mantuvo en el umbral de la Iglesia las presenta en Carta a un religioso, su correspondencia al padre dominico Jean Couturier en 1942.
Uno de estos motivos es el anathema sit, el castigo que condena a la excomunión a todo aquel que cometa una herejía al no cumplir con los preceptos de la Iglesia. Weil identifica esto como un signo de totalitarismo inaceptable para la esencia del cristianismo. Tanto en su filosofía como en su vida espiritual y personal, la parisiense siempre estaba del lado de los marginados como también lo estuvo Cristo.
8 Anarquismo. Desde bien temprano Simone Weil fue conocida como «la virgen roja», apodo puesto —algunos opinan que despectivamente— por su gran maestro del liceo Alain debido a su pensamiento político «radical». Ya en 1932, con solo 23 años, se unió a grupos anarcosindicalistas, participando además en huelgas contra la precariedad proletaria. Así, en 1940 escribió Nota sobre la supresión general de los partidos políticos, donde dice que «todo partido es totalitario en germen y en aspiración».
Por si fuera poco, formó parte de la columna Durruti, el grupo de milicianos anarquistas que batalló en la Guerra Civil Española para hacer frente a la sublevación militar ilegítima del general Franco. Su diario de aquellos meses está recogido en sus Escritos históricos y políticos, una obra tan crítica como revolucionaria, pues a pesar de sus desacuerdos con algunos métodos antifascistas españoles, anima a tomar las armas y combatir a su lado.
En 1940 escribió Nota sobre la supresión general de los partidos políticos, donde dice que «todo partido es totalitario en germen y en aspiración»
9 Crítica al marxismo. A pesar de su presencia en huelgas, sindicatos y batallas, la posición de Simone Weil dentro del marxismo era del todo heterodoxa. En especial, marcaba distancias con las decisiones tomadas por Stalin y con la URSS en general. Su crítica más contundente, demoledora y realista a la filosofía marxista de la historia viene en sus Reflexiones sobre las causas de la libertad y de la opresión social.
Allí explica que, aunque consiguiéramos acabar con el capitalismo, la opresión que recae sobre los trabajadores seguiría existiendo, ya que lo que debe cambiar es el modelo de producción, no solo la propiedad privada de sus medios. Además, el socialismo científico y el capitalismo no distan tanto en otro elemento: la fe ciega en el progreso infinito gracias a la ciencia y la técnica.
10 Fábrica Renault y Alsthom. Pero su crítica no acaba ahí. En La condición obrera recoge una carta donde dice que «los grandes jefes bolcheviques pretendían crear una clase obrera libre y ninguno de ellos […] había puesto sin duda los pies en una fábrica». Por esta razón, Simone Weil decide en 1934 y 1935 trabajar como operaria en las fábricas de Renault y Alsthom, donde experimenta la desgracia, el hastío y el agotamiento físico y mental que todos los obreros sienten a diario. En este diario de fábrica, Weil propone como alternativa para dejar de ser «carne de trabajo» reorganizar el sistema de producción, es decir, hacer que deje de ser tan servil que nos arranque de la dignidad humana.