El gran Albert Einstein (1879-1955), el teórico de la relatividad en la ciencia de la física —y no en las ideas morales o las opiniones como pretenden algunos—, suele ser utilizado por los que afirman que existen los dioses para refrendar su propia creencia en ellos; unos u otros según la cultura en la que han nacido por puro azar. Si este genio dedicado a labores científicas pensaba que hay un ser divino, debe de ser cierto; una falacia obvia de autoridad para sentirse respaldados en su empeño de tragarse, por ejemplo, que la lucha entre Dios y Satanás no es una filfa.
Pero, por una parte, dijo que siempre había expresado sin ambigüedad alguna que no creía en ningún dios personal y que, si algo podía “llamarse religioso” en él, “es la ilimitada admiración por la estructura del mundo, hasta donde nuestra ciencia puede revelarla”; y por otra, le escribió lo siguiente al filósofo Eric Gutkind (1877-1965) en una misiva de enero de 1954: “La palabra Dios para mí no es más que la expresión y el producto de la debilidad humana; la Biblia es una colección honorable, pero primitiva, de leyendas no obstante bastante infantiles”.
Sin embargo, lo de Albert Einstein era la física, no el análisis teológico. Pero eso no quiere decir que estuviese necesariamente equivocado. Uno puede conocer la falta de bases arqueológicas del relato judeocristiano en el estudio de La Biblia desenterrada (Israel Finkelstein y Neil Asher Silberman, 2001). O las 463 contradicciones de “la palabra de Dios” en BibViz, y sus errores anticientíficos e históricos y la gran cantidad de violencia inhumana que contiene. La cual nos lleva a la cuestión desconcertante de quién ha matado a más personas, Dios o Satanás.
Millones de asesinados en la Biblia por la voluntad de Dios
Para abordarla, tal vez no haya nada mejor que acudir a la obra de Steve Wells, que ha publicado los libros Drunk with Blood: God’s Killings in the Bible (2010), The Skeptic’s Annotated Bible (2013) y Strange Flesh: The Bible and Homosexuality (2014), sobre los que algunos nos preguntamos por qué no cuentan con una edición en nuestro idioma todavía. El primero de estos ensayos se propone detallar las muertes que constan en la Biblia y de las que Dios es el responsable directo, es decir, los asesinatos de a quien los creyentes consideran su padre amoroso.
Según los rigurosos cálculos de Steve Wells, sin tener en cuenta las masacres del diluvio universal, de Sodoma y Gomorra y de los primogénitos egipcios, otras plagas, hambrunas y demás, sino solamente aquellas cuyos números concretos están en la Biblia, Dios se ha cargado a 2.476.633 personas en 135 episodios violentos distintos, que suben a 2.821.364 en 158 ocasiones con los textos deuterocanónicos, o sea, los pasajes del Antiguo Testamento aceptados por la Iglesia Católica y la de los cristianos ortodoxos pero no por los creyentes de las ramas protestantes ni por los judíos.
Dichos episodios incluyen los 3.000 israelitas, familiares y amigos, que se mataron entre ellos por orden del dios judeocristiano tras adorar al becerro de oro en pelota picada (Ex 32: 26-28), los 12.000 habitantes de Ai a los que liquidó Josué con el mandato específico de colgar el cuerpo sin vida de su rey en un árbol (Jos 8: 1-25), los cuarenta y dos niños a los que se comieron dos osos por llamar calvo al profeta Eliseo (Re 2: 23-24), etcétera. Pero, con las estimaciones oportunas, el total asciende a veinticinco millones de seres humanos apiolados por la gracia de Dios.
¿Es Satanás el verdadero gran villano de la Biblia?
Este montonazo de gente asesinada colocaría de por sí a Jahvé en un buen puesto entre los autores de los mayores genocidios de la historia, dándose la mano con Adolf Hitler, Josef Stalin, Mao Zedong o Leopoldo II de Bélgica. No así a Satanás, a quien únicamente se le atribuyen diez muertos: los hijos de Job, siete varones y tres hembras, a los que sacude con un viento letal; y por una apuesta con Dios para ver si seguía adorándole si se lo quitaban todo al sentirse muy desgraciado (Job 1: 1-19), de manera que la responsabilidad es compartida.
No ya con una diferencia semejante en el currículum de homicidios de Dios y el diablo, sino solo por el del primero, tal vez habría que plantearse si no se trata del gran villano por esa impresionante muestra de totalitarismo criminal. “Las contradicciones y las falsas profecías muestran que la Biblia no es infalible; las crueldades, injusticias e insultos a las mujeres, que no es [un libro] ni bueno ni justo”, asegura Steve Wells. Quien podría rematar como Albert Einstein lo suyo: “Ninguna interpretación, por sutil que sea, puede (para mí) cambiar algo sobre esto”.
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