La oscuridad y las dificultades son maestros disfrazados, enviados por la Vida para enseñarnos el arte de transformar el dolor en conocimiento, la oscuridad en iluminación.
Los ritos de iniciación de todo el mundo confirman esta relación sagrada entre la oscuridad y la sabiduría, o lo que los nativos americanos llamaban «segunda visión».
Como dijo el poeta Theodore Roethke: «En una época oscura, el ojo comienza a ver». Solo exponiéndonos a la verdad en toda su inquietante incertidumbre y cambiando nuestra perspectiva para trascender las predicciones negativas, podemos obtener el tipo de conocimiento a través de la desgracia que no podríamos haber alcanzado de otra manera.
Esto es importante de entender. Las lecciones más duraderas y transformadoras de la vida llegan la mayoría de las veces en paquetes no deseados, a través de la pérdida, la inseguridad, el sufrimiento, el dolor y la desilusión.
No podemos madurar como seres humanos sin antes haber aprendido a negociar con la oscuridad y lo desconocido.
Esto No quiere decir que haya que propiciar o buscar el dolor, sino que podemos cambiar siempre la perspectiva de las situaciones dolorosas para un enriquecimiento o resiliencia.
Aceptar que la adversidad es combustible para el crecimiento y esencial para la realización personal nos vacuna contra la desesperación al recordarnos que la vida nunca tuvo fama de ser fácil.
Cuando Marco Aurelio nos aconsejaba. “Cuando te despiertes por la mañana, dite a ti mismo: Tal vez las personas con las que trato hoy sean entrometidas, ingratas, arrogantes, deshonestas, celosas y hoscas.” …nos daba a entender que cuando dejamos de esperar que los humanos no sean humanos, y que la existencia no sea dura, nos liberamos de la decepción. Evitamos la expectativa de que la vida será diferente de lo que ES. Entonces, cuando sucede algo grato, lo tomamos como algo a disfrutar a fondo.
Enfrentar la vida tal cual ES, se torna un antídoto contra la autocompasión, que es una trampa tendida por la ignorancia que presupone que debemos ser especiales, no vulnerables al dolor como todos los demás.
La gratitud cambia todo esto. Estar dispuesto a estar agradecidos por la vida con todas sus infinitas imperfecciones ennoblece la mente y abre el corazón a la compasión, permitiendo la comprensión y una conexión más profunda.
El dolor nos iguala. Todos somos hilos de una trama que es sacudida fuertemente por las fluctuaciones de la dualidad.
La resistencia y la no aceptación, entonces, son el corazón de nuestro dolor: la fantasía de que esto no debería estar sucediendo, sea lo que sea, que las cosas deberían ser diferentes de lo que son.
Debería nunca es el camino a la verdad. Sólo a través de la aceptación llega la sabiduría. Esto no es lo mismo que la resignación. Significa que lo que es ES y desde allí podemos accionar si así lo sentimos.
El ego escucha esto como una bofetada, pero estos principios son indiscutiblemente ciertos cuando se ven desde una perspectiva espiritual como una la gracia.
Lo que sea necesario para despertarnos es una forma de gracia. Cualquier cosa que se requiera para sacudirnos de nuestra complacencia o vacilación es una forma de gracia.
A medida que envejecemos, aprendemos a dar la bienvenida a la gracia en su «disfraz angustioso», como la Madre Teresa describió su trabajo con el sufrimiento humano mientras veía el cuerpo de Jesús en todos.
No estoy hablando en absoluto religiosamente. Estoy definiendo la gracia como la alquimia entre la pérdida y la revelación, la oscuridad y la luz, cuyos efectos hacen que sea improbable no estar agradecidos aun por las cosas que consideramos personalmente terribles, cuando sirven para encender un fuego en nosotros.
Los tiempos de incertidumbre suelen ser los más maduros para la transformación, lo sabemos por la ciencia inclusive.
Por ejemplo, el crecimiento postraumático es el resultado de reordenar nuestras historias sobre la pérdida y el dolor, y sobre quiénes creemos que se supone que debemos ser. Significa sacarnos del asiento de la víctima y responder a las dificultades de manera más creativa y eficaz.
Llamémoslo intencionalidad o profecía auto cumplida, se reduce a lo mismo: podemos usar el dolor para despertarnos o como excusa para seguir durmiendo.
Cuando nos aferramos a nuestras historias egoicas y nos resistimos a movernos a través de nuestro dolor, interferimos con el flujo de la Vida que siempre está cambiando, descubriendo nuevas salidas y soluciones, cambiando de forma, sorprendiéndonos.
De hecho, es más fácil rendirse a las cosas tal como son que luchar contra la realidad.
Eso no significa resignarnos a circunstancias que podríamos mejorar. Tampoco significa volvernos milagrosamente agradecidos por la angustia, el trauma y la pérdida.
Más bien, recuperamos la energía necesaria para hacer frente a la realidad.
Usamos la llama oculta en la oscuridad para iluminar nuestro propio camino.
El Buda nos enseñó a ser lámparas para nosotros mismos: Contenemos el poder del despertar dentro de nosotros.
Para revelarlo, necesitamos la voluntad de enfrentar las cosas exactamente como son.
Plantarnos firmemente en la oscuridad y contemplar las estrellas luminosas que surgen, y que si no fuera al oscuro…no veríamos♥
Gracias. Gracias. Gracias
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