Las narrativas mentales son las historias que nos contamos a nosotros mismos sobre lo que nos pasa. Es el yo escribiéndose a sí mismo e intentando dar sentido a cada experiencia. Es la mente dotando de una estructura lógica y coherente a cada suceso para que todo detalle tenga su trascendencia en el arcón de la memoria.
Fue el psicólogo Jerome Bruner el primero en hablarnos del poder cognitivo de la autonarración. Según él, las personas vamos dando sentido, significado y dirección a cada hecho y vivencia como el escritor que construye una historia. De algún modo, lo que hacemos es ordenar el caos, lo sorpresivo y hasta lo incierto. Dar sentido a cada vivencia es una necesidad natural del cerebro.
Asimismo, recurrir a la elaboración de dichas narrativas también facilita el recuerdo. Toda escena, sensación y experiencia que se organiza en nuestra mente siguiendo un hilo conector acabará formando parte de nuestra memoria autobiográfica.
Cada uno de nosotros somos el resultado de una historia, es cierto, pero esas historias son, por encima de todo, procesos mentales, internos y subjetivos. Profundicemos un poco más en este tema.
Las narrativas mentales, un elemento clave del cerebro
El interés de la neurociencia por las narrativas mentales es muy reciente. A medida que hemos avanzado en la comprensión de la memoria, se hacía sin duda necesario integrar esta perspectiva. Esa en la que la persona une unas experiencias con otras para interpretarlas y, entonces, darles un significado. Porque es así como podremos asentarlas en el recuerdo.
Brendan Cohn-Sheehy, investigador de la Universidad de California y su equipo, publicaron hace un año un estudio sobre este tema. Según él mismo explicó en una rueda de prensa, necesitamos construir narrativas coherentes para poder recordar los detalles de cada evento. Todo aquello que no se integra en una historia mental queda relegado al olvido…
Esto mismo ya lo indicó el propio Jerome Bruner en su libro Realidad mental y mundos posibles. Su legado supuso toda una revolución en la psicología cognitiva, porque, por primera vez, alguien nos trajo otra faceta de la mente. Nuestro universo mental no se limita solo a comprobar hipótesis, analizar o contrastar. Somos también constructores de narrativas intentando dar un sentido a lo que nos sucede.
“En nuestras mentes narrativas incluimos, también, percepciones sobre lo que pensamos que los demás opinan sobre nosotros”.
El hipocampo, la región que da coherencia a la vida
Si usamos la metáfora del cerebro como símil de un ordenador, podríamos decir que el hipocampo es el disco duro. Es esa área en la que se consolidan los recuerdos y los procesos de aprendizaje. También se ocupa de la regulación de estados emocionales y es clave en la memoria espacial.
Ahora bien, la investigación realizada por el doctor Cohn-Sheehy y su equipo destacan una característica más. El hipocampo es la región que facilita que nuestras narrativas mentales sean coherentes. Es decir, favorece y organiza la unión de todas las piezas de una historia. Porque cuanto más cohesiva sea una narración, mejor se integrará en nuestra memoria.
Asimismo, no podemos dejar de lado un detalle. Necesitamos recordar nuestro pasado para organizar el presente. Para que nuestra historia de vida se integre de manera lógica y con sentido, debemos echar mano del ayer para que toda narrativa sea coherente. Coherente con nuestra identidad, nuestra trayectoria, nuestras vivencias y nuestra personalidad.
El cerebro es selectivo y también engañoso
El yo, explica Jerome Bruner, es producto de un proceso narrativo en el que las personas combinamos lo que nos pasa, con aquello que nos decimos a nosotros mismos. Pero cuidado, porque también incluimos lo que -a nuestro parecer- piensan los demás de nuestra persona. En este punto, obviamente, no siempre acertamos.
Es más, el doctor John. Drummond (2004) explica en su Cognitive Impenetrability and the Complex Intentionality of the Emotions algo importante. Las narrativas mentales son selecciones de nuestra existencia que nosotros captamos a posteriori para darles un sentido. Es decir, la historia de nuestra vida no siempre es un reflejo milimétrico de lo que nos ha pasado, sino de cómo lo hayamos interpretado.
A veces, damos un sentido claramente negativo a determinados hechos. Basta con estar dominados por emociones de valencia negativa para filtrar y distorsionar la realidad. El cerebro no solo es selectivo, sino que a veces tiende a deformar lo que ve según su estado de ánimo y tipo de personalidad.
Las narrativas mentales y el diálogo interno
Las narrativas mentales son como las películas que cada uno guionizamos sobre todo aquello que nos sucede. Somos tanto los actores, como los guionistas y el propio director. Y eso no siempre es bueno.
Michael White y David Epson, creadores de la terapia narrativa, nos indica que en ocasiones las personas estamos limitadas por un relato dominante claramente dañino.
El origen de ese malestar o infelicidad estaría, casi siempre, en nuestros “archivos” familiares. En esas experiencias tempranas y en un entorno que propició en nosotros la creación de una historia dolorosa. Desde entonces, no hemos podido avanzar y estamos atascados en ese capítulo que nunca termina.
En este caso, el trabajo terapéutico busca que la persona conecte con otras experiencias que, tal vez, había pasado por alto a la hora de construir su relato. Siempre es posible abrir otras puertas para crear nuevas vivencias y dotarlas de un significado más positivo y enriquecedor. Sin embargo, ahí es clave la voz de nuestro yo.
El diálogo interno es el escultor de nuestros relatos y quien debe dar forma a unas narrativas mentales más saludables y luminosas. Porque más allá de lo que nos pasa, está cómo lo interpretemos. Hacerlo de manera resiliente y esperanzadora siempre nos beneficiará.
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