Los seres humanos tenemos un don preciado que tiene además que pagar un precio elevado: podemos pensarnos a nosotros mismos. ¿Cuál es el costo a pagar? Que el razonamiento va acompañado de la conciencia de la muerte.
Una vez que tomamos consciencia de nuestra propia finitud, ya no hay vuelta atrás. Desde entonces, la amenaza de la desaparición se mantiene latente. No es sencillo vivir cada instante con la absoluta conciencia de nuestro destino: vamos a morir. Es como intentar mirar de frente al sol, solo se puede tolerar un rato.
El temor a la muerte
El miedo a la muerte es una reacción emocional natural y razonable. Choca frontalmente con nuestro instinto de supervivencia, a la par que lo nutre. Este temor va adoptando nuevas formas de manifestarse conforme vamos creciendo. Además, vamos encontrando maneras diferentes para mitigar la sensación incómoda que nos produce la muerte.
En la infancia
La caída de las hojas de los árboles y las estaciones que empiezan y terminan son los primeros contactos que las personas tenemos con el concepto de final. Entre los tres y cinco años, los niños entienden parcialmente la muerte humana: la conciben como reversible, creyendo que la persona fallecida está durmiendo o que se ha ido de viaje y en algún momento volverá.
Hasta los nueve años, la muerte se personifica bajo el nombre de algún personaje o espíritu y aparecen con frecuencia los típicos temores a fantasmas y monstruos. Generalmente, entre los nueve y los doce, los niños son capaces de comprenderla como un estado irreversible, permanente e inevitable.
Ya sea por la muerte de un abuelo, una mascota o por un comentario aislado de un compañero de escuela, a todos los padres les llega el momento de hablar con sus hijos sobre la muerte. Para esto, es imprescindible definirla como un proceso natural y utilizar un lenguaje comprensible acorde a su madurez cognitiva y emocional.
En la adolescencia
En la adolescencia, la ansiedad ante la muerte estalla con toda su furia; la pérdida adquiere plenamente la naturaleza de irreversible. A muchos les seduce la idea de espiarla: hacen visitas nocturnas a los cementerios, miran películas de terror, participan de juegos digitales violentos y se exponen a situaciones de riesgo. Los adolescentes desafían a la muerte poniéndose en peligro.
En la edad adulta
En el mejor de los casos, la ansiedad ante la muerte entra en un período de calma durante los primeros años de la adultez. Cuando estamos ocupados trabajando, estudiando o formando una familia, es común no sentir este temor tan presente.
A medida que nos vamos acercando a la cima de la vida, la preocupación sobre la muerte se torna reiterativa y verdaderamente incómoda.
Más que miedo
La tanatofobia es el tipo de fobia basado en un terror excesivo a la posibilidad de morir. Corresponde a un trastorno de ansiedad que su intensidad llega a ser tan extrema que impacta drásticamente en la vida diaria de la persona, a tal punto de hacer que evite situaciones sociales, o el contacto con cualquier objeto que se perciba como un potencial peligro.
Es a través de un abordaje psicoterapéutico que la tanatofobia debe tratarse haciendo foco en los pensamientos que mantienen los síntomas de la ansiedad.
Mirar de frente al final de nuestra existencia
En la novela La muerte Iván Ilich de Lev Tolstoi, el protagonista agonizando de dolor descubre que está muriendo muy mal porque vivió muy mal. Entiende que al protegerse de la muerte también se protegió de la vida. Emprende entonces una corta, pero profunda transformación: comienza a disfrutar del tiempo que le queda.
No basta con cerrar los ojos, apretar los dientes, los puños y desear con toda tu fuerza gozar de la vida para hacerlo efectivamente. En este sentido, el conocimiento vigente sobre la finitud cumple un rol imprescindible.
“No basta con pensar en la muerte, sino que se debe tenerla siempre delante. Entonces la vida se hace más solemne, más importante, más fecunda y más alegre”.
-Stefan Zweig-
Infinidad de escritores, dramaturgos, músicos y cineastas han dedicado gran parte de su vida en producir obras vinculadas a la muerte. Es que de algún modo hay que elaborarla. Y debemos admitir que la expresión artística se lleva todos los aplausos cuando se trata de representar el vacío y la angustia que nos genera la muerte.
Por otro lado, algunas de las personas que padecen enfermedades terminales, más que entregarse a la desesperación, se transforman positivamente casi como un acto reflejo. Agradecen lo que la vida les brinda, priorizan lo importante y desestiman lo trivial. Celebran cada momento y se acercan a sus seres queridos de una forma inédita y profunda. A veces, la única forma de empezar a disfrutar de la vida, es enfrentándose cara a cara con la muerte.
“Aunque el hecho físico de la muerte nos destruye, la idea de la muerte nos salva”.
-Irvin Yalom-
Afortunadamente, existen otros acontecimientos menos extremos que pueden funcionar como sacudones de realidad y ayudarnos a despertar: el fin de una relación, cuando los hijos se marchan del hogar (nido vacío), la jubilación o un cumpleaños importante (los treinta, los cuarenta y por qué no los noventa), etc.
Son todas situaciones que pueden ser útiles para tomar conciencia de nuestro propio ser, hacernos preguntas existenciales y tomar decisiones acorde a nuestro bienestar, enriqueciendo enormemente nuestra existencia. Tener presente la muerte es una ventaja.
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