En 1975 el psicólogo húngaro Mihaly Csikszentmihalyi habló por primera vez del flujo psicológico. Lo calificó como un estado en el que nos encontramos tan inmersos en la actividad que estamos realizando que simplemente perdemos la conciencia de nosotros mismos y nos dejamos llevar, en perfecta sintonía con el ambiente.
Por supuesto, el concepto de flujo no es nuevo. Corrientes filosóficas tan antiguas como el budismo y el taoísmo ya hablaron de la existencia de una especie de energía en la que podemos sumergirnos para lograr una completa comunión entre mente y cuerpo que nos ayuda a alcanzar nuestros objetivos con un esfuerzo mínimo. Se trata del wu-wei .
Sin embargo, fluir no es sencillamente dejarse llevar por la corriente, como piensan muchos. En realidad, dejarse llevar por las circunstancias puede alejarnos de nuestros objetivos, hacer que perdamos completamente el norte, arrebatarnos nuestra capacidad para decidir y sumirnos en un estado de insatisfacción.
Los peligros de dejarse llevar por la corriente
Es más cómodo dejar que la vida actúe sobre nosotros. Echar la culpa a los demás. Escapar de nuestras responsabilidades. Dejar que otros decidan en nuestro lugar. Escudarse tras de la excusa de que las circunstancias no son propicias. Ir, en definitiva, donde sople el viento.
A primera vista, las personas que siguen estos derroteros incluso parecen más flexibles, relajadas y felices.
Sin embargo, esta “filosofía de vida” encierra un peligro que no se puede subestimar: no tomar decisiones.
A la larga, dejarse llevar por la corriente implica convertirse en hojas movidas por el viento. Generalmente se trata de personas que nunca llegan a tomar las riendas de su vida porque no actúan, simplemente se limitan a responder.
Aunque esa actitud puede parecer liberadora, en realidad los convierte en esclavos de sus circunstancias. Las personas sin objetivos concretos ni planes para alcanzarlos corren el riesgo de quedarse atrapados en las redes de los eventos.
A menudo se trata de personas indecisas, que no tienen claro lo que quieren, no tienen el coraje suficiente para perseguir sus sueños o no están dispuestos a comprometerse. Como resultado, no es extraño que den un gran peso a las circunstancias y minimicen su poder.
En esos casos, dejarse llevar se convierte simplemente en un mecanismo de defensa para no hacer nada. Esas personas no fluyen, simplemente tienen un locus de control externo. Por tanto, corren el riesgo de pasar gran parte de su vida supeditada a las circunstancias, esperando vientos propicios que probablemente nunca lleguen.
El resultado suele ser la frustración y la insatisfacción vital.
¿Qué significa realmente fluir?
Fluir no significa mantener inactivos. No es sinónimo de pasividad. De hecho, uno de los principios más importantes del wu-wei es: “no dejar nada por hacer”. Fluir significa aprender a confiar en los acontecimientos y aprovechar las circunstancias, pero no implica dejarse llevar por la corriente en todo momento ni ceder nuestra capacidad para decidir.
Fluir es hacer las cosas de forma espontánea y natural, sin agobiarnos con necesidades innecesarias o añadiendo tensiones por la elección de momentos inadecuados. Abrazar el flujo no significa que no debamos tener metas, sino que debemos mantenernos atentos para aprovechar las circunstancias propicias que nos permitirán lograr nuestros objetivos sin añadir una presión mental necesaria.
Como un buen marinero, debemos esperar que sople el viento propicio para desplegar las velas. No podemos dejarlas desplegadas siempre quedándonos a merced de los cambios de viento que nos alejan de nuestro destino. Y debemos tener un plan B para los días en los que la mar no sea propicia.
De hecho, para aprender a fluir debemos de estar más pendientes de nuestra realidad que nunca, de nosotros mismos y de nuestro mundo para se capaces de detectar esas ventanas de oportunidad que nos ayuden a alcanzar nuestros objetivos.
Fluir también implica conocer nuestras limitaciones personales y situacionales. Así podremos contraponerlas o, si es necesario, plantearnos objetivos más realistas. Fluir no es lanzarse a navegar con los ojos cerrados, sino planificar, preparar y, una vez en la mar, ir tomando decisiones según las circunstancias que nos vayan acercando a nuestro destino.
Si lo logramos, si aprendemos a fluir, nuestra vida será más fácil. Si nos limitamos a dejarnos llevar por la corriente, podemos terminar encallando en una isla inhóspita.