Ser un espíritu libre es todo un desafío en medio de una sociedad que busca diluirnos en unos mismos patrones y convencionalismos. Hay algo de heroico, y hasta de excéntrico en estas personalidades. Existe también un matiz de despreocupación intencionada, de vivir con unos propósitos claros, pero sin tomarse muy en serio los problemas y las obligaciones.
Por otro lado, es cierto que al hablar de este perfil de comportamiento y de actitud es común imaginarnos a alguien poco apegado a las relaciones. Los visualizamos de inmediato viviendo en la clásica autocaravana, viajando de aquí allá y vistiendo al estilo boho. Sin embargo, hay muchas almas libres que no son nómadas y que tienen cerca a sus amigos de siempre.
Porque este tipo de personas, en realidad, lo que hacen es vivir de acuerdo a sus ideales y corazón. Tienen su propia zona de confort y no desean acomodarse a otros patrones, escenarios o dinámicas que no sean las suyas. Sus ideales son su hogar y esa es su característica más definitoria.
Ser dueños y señores de nuestros actos, decidir por nosotros mismos y no dejarse condicionar por la sociedad, puede ser muy difícil en ocasiones. Solo las almas libres son capaces de bordear esa línea.
Las características de un espíritu libre
Si hay una figura que asentó las bases sobre lo que supone ser un librepensador y no dejarse condicionar por la sociedad fue Friedrich Nietzsche. En su libro Más allá del bien y del mal explica que el espíritu libre es aquella persona que mantiene su criterio por encima del juego de demandas y reforzadores sociales. Piensa y asume la responsabilidad de sus decisiones, de manera que sintiéndose bien y otros viéndolo, pueda servir de ejemplo para estos últimos.
El hecho de salvaguardar nuestro criterio de los pensamientos imperantes es lo que nos concede la auténtica libertad; porque sin una libertad de pensamiento es muy complicado que exista una libertad de proceder. También de un gran bienestar psicológico.
Pensemos, por ejemplo, en cuánta ansiedad nos quitaríamos de encima si dejáramos caer todas las presiones que nos llegan desde el exterior. Imaginemos lo que supondría, no obsesionarnos con lo que otros esperan u opinan de nosotros.
Ser un espíritu libre es un acto de rebelión en un mundo que busca retenernos y condicionarnos. Es cierto que realidades tan cotidianas como pagar hipotecas, tener una compañía de móvil, luz, gas, tener que cumplir plazos, seguir modas y referentes son amarres necesarios para vivir en sociedad. Pero también grandes estresores.
Las personas con este perfil buscan eludir este y otros tipos de dinámicas tradicionales. Van a contracorriente, pero su enfoque es reflexivo, profundo y con sentido. Analicemos ahora en las características definidas por un espíritu libre.
La soledad, un espacio seguro y placentero
Así es. Para quien prioriza la libertad, la soledad es su segundo hogar y ese espacio seguro donde recargar energías y escucharse a uno mismo. El mundo es un lugar muy ruidoso, contradictorio y hasta caótico. Los espíritus libres necesitan de esa soledad elegida para hallar sentido a sus vidas, también para practicar la distancia psicológica.
Ese refugio de calma es el espacio cotidiano esencial para reflexionar, para conectarse con sus auténticas esencias.
La búsqueda constante del sentido y la profundidad en cada situación
Si hay algo que detestan estas personalidades son los comportamientos superficiales. Si tienen una conversación con alguien, tocarán temas filosóficos, existenciales y de gran profundidad psicológica y emocional. Detestan las charlas triviales y también a las personas vacías, que imitan a los demás, que no piensan por ellos mismos.
Lo más decisivo es hallar sentido y trascendencia cada momento vivido.
Dinamismo y múltiples pasiones (mente abierta)
A menudo solemos experimentar cierto rechazo ante quien, de un día para otro, cambia de opinión. Lo cierto es que si hay un aspecto que define a los espíritus libres es su capacidad para replantearse sus pensamientos y cambiar de ideas. Algo que, sin duda, es más beneficioso de lo que creemos.
Porque nada es tan necesario como aprender, desaprender, replantearnos ideas y esquemas de pensamiento para sustituirlos por otros más actualizados. Esa flexibilidad cognitiva está muy presente en este perfil. Les define una mente abierta a nuevas perspectivas, llena de curiosidad y apasionada por todo lo que la vida pueda enseñarle.
El verdadero espíritu libre se replantea todo lo que ve y le rodea. Esto puede suscitar algún antagonismo. Poco a poco se dan cuenta de que les cuesta encajar en una sociedad que prefiere personas iguales, que piensan de la misma manera.
Son conscientes de que no encajan en la sociedad actual
Los espíritus libres existen gracias a su capacidad de no ajustarse a las estructuras sociales ordinarias -tienen esa posibilidad y eligen entre hacerlo o no-. Les cuesta mantener un mismo trabajo, no comulgan con buena parte de los idearios políticos, no entienden el mundo moderno, tan dominado por las redes sociales y la inmediatez.
Son conscientes de que no encajan en la sociedad actual y de que “ser uno mismo”, seguir sus propios ideales, le trae a veces más problemas que beneficios. A pesar de ello, no renuncian a ser quienes desean ser. Sus ideales son su hogar, y la libertad, su combustible cotidiano.
La profesora de filosofía Christa Davis Acampora del Hunter College ya destacó esto mismo en un estudio. El concepto de espíritu libre encierra aspectos positivos, pero también otros más complejos que revelan la singularidad de esta personalidad.
Practican el desapego material
Muchos lo hacemos. Nos aferramos a una casa, a un espacio físico, a un lugar, e incluso a un conjunto de objetos. Y a menudo, esta necesidad tan prioritaria es origen también el origen de buena parte de nuestro sufrimiento. Porque nunca tenemos suficiente, porque pagarlos nos cuesta la vida. También porque lo material no es tan importante como aquello que no se ve (emociones, afectos, relaciones…).
Los espíritus libres no conceden valor a lo material porque detestan lo desechable, prefieren la solidez de sus ideales, de sus sueños y valores. La independencia requiere del coraje de arrancar raíces y abrazarse al movimiento, a la fuerza del cambio, a ese desapego saludable que no se aferra demasiado a ciertas realidades.
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