Para mí la vida es como una navegación -le decía la amiga.
No en vano se utiliza la metáfora del río.
Navegas este río y a la vez eres el río mismo.
Naces en las fuentes, como una explosión de vida, un big bang de agua,
y comienzas a transcurrir entre piedras, peces y plantas desconocidas.
Todo es nuevo y excitante.
Y el ritmo vertiginoso.
Así es la infancia.
Y así sigue siendo la mayor parte de la juventud.
A veces recorres llanos apacibles de sonido sereno,
a veces, caídas inesperadas,
lluvias y tormentas eléctricas.
Atravesando paisajes diferentes, siempre nuevos.
Aunque a veces te parece que los reconoces,
que ya sabes cómo son los elementos del cauce por donde pasas,
no es verdad.
Son otras piedras y tierra
y peces, aves y plantas.
En la madurez parece que el ritmo se aplaca.
Y más adelante aún más.
En la placidez, en algún momento puedes llegar a creer
que ya conoces todos los paisajes.
El movimiento se hace más lento y sereno
en extensos valles y llanuras.
Se diría que tienes más tiempo para observar, para contemplar,
para comprender los avatares pasados
y los presentes.
Y desde esa comprensión, el silencio,
la contemplación.
Tan vacía a veces, con una apertura tal,
que todo aparece fresco y nuevo,
tal como es,
sin interpretaciones conceptuales
ni reconocimiento previo.
Nada que comprender,
como si nada de lo aprendido
nunca sirviera
para nada,
ante las situaciones nuevas.
Simplemente, la contemplación.
Hasta llegar al mar,
cuando te disuelves
y desapareces
como agua vertida en agua.
Y, una vez océano,
¿queda algo del río de antaño?
http://reflexionesdeunaestudiantebudista.blogspot.com/2022/07/la-vida-como-un-rio.html