Immanuel Kant es particularmente conocido por desplegar un sistema filosófico que revolucionó la teoría del conocimiento y la metafísica modernas, dando paso a una nueva forma de entender el mundo. Pero las inquietudes morales y políticas también estuvieron presentes en su pensamiento, siendo centrales en obras como la Crítica de la razón práctica, publicada en 1788, o La fundamentación de la metafísica de las costumbres, de 1785.
Por Irene Gómez-Olano
En la Crítica de la razón práctica, Kant despliega lo que fue el núcleo de su pensamiento moral: el imperativo categórico. Un argumento de gran importancia que vertebra toda la ética del autor y que Kant expresó en la siguiente formulación: «Obra de tal modo que la máxima de tu voluntad pueda valer siempre al mismo tiempo como principio de una legislación universal».
Como veremos, el imperativo categórico de Kant se basa en unos rasgos concretos que debe tener todo buen sistema ético: debe ser autónomo, deontológico, a priori y universal.
Éticas heterónomas y autónomas
En su reflexión moral, Kant distingue dos tipos posibles de éticas: las éticas heterónomas y las autónomas. Heterónoma sería aquella ética que basa sus principios en criterios externos, conforme a la opinión ajena. Por ejemplo, llevar una vida basada en la imposición de alguien que ejerce una autoridad sobre uno. O una en la que el sujeto se deje llevar por la corriente, sin pensar de forma crítica en sus deberes morales.
Imperativo Categórico de Kant se basa en unos rasgos concretos que debe tener todo buen sistema ético: debe ser autónomo, deontológico, a priori y universal
Por lo que el filósofo apuesta es por desarrollar una moral autónoma y valiente, donde sea uno mismo el que se dé el fundamento moral de la propia acción. De esta manera, el ser humano sale de lo que Kant llama en su texto ¿Qué es la ilustración?, de 1784, «la autoculpable minoría de edad» en la que se halla sumergido.
Cuando obramos de una determinada manera solamente porque tememos un castigo y no por el propio convencimiento, actuamos conforme a lo que Kant denomina imperativo hipotético. Es decir, un imperativo según el cual calculamos hipotéticamente el coste material de nuestras acciones y no actuamos de forma consecuente y buscando el bien, sino el propio beneficio.
Éticas teleológicas y deontológicas
La segunda distinción relevante para entender el imperativo categórico kantiano es la que hace a la dimensión teleológica o deontológica de un sistema moral.
Para el filósofo, las éticas teleológicas son aquellas que basan el curso de acción en las consecuencias de este. De esta manera, consideramos que un acto es bueno o malo según si sus consecuencias son positivas o negativas. Un ejemplo de ética deontológica es la utilitarista.
Para el utilitarismo, una acción buena es aquella que genera felicidad, y será mejor todavía si genera mucha felicidad y a muchos sujetos. Sin embargo, si un acto genera infelicidad, podemos considerarlo inmoral.
Las éticas deontológicas son aquellas que valoran el deber por encima de las consecuencias. Es este tipo de ética la que defiende Immanuel Kant y en la que se basa su imperativo categórico.
Para Kant, en realidad no podemos prever las consecuencias últimas de nuestras acciones. Podemos estar actuando con toda nuestra buena voluntad, pensando que nuestras acciones generarán un gran bien, y aun así equivocarnos.
Además, para Kant, el bien ha de ser perseguido, incluso aunque no obtengamos ningún premio a cambio. Buscar la utilidad o la felicidad no puede considerarse un deber; más bien es un rasgo que nos caracteriza como humanos. Esto convierte a la ética kantiana en una ética incondicional.
Las éticas deontológicas son aquellas que valoran el deber por encima de las consecuencias. Es este tipo de ética la que defiende Immanuel Kant y en la que se basa su Imperativo Categórico
Por una ética a priori
Para Kant, el objetivo es fundamentar una ética a priori, es decir, que no dependa de la experiencia concreta. Esto es así porque, para el autor, solo los juicios a priori pueden ser constitutivos de la ciencia. De otra manera, estaríamos solamente dando opiniones subjetivas.
En relación con esto, para Kant la ética debe ser universal, y la única forma de que así sea es que sea a priori. Su objetivo es generar un marco bajo el cual puedan juzgarse todas las acciones humanas. Por eso, el autor no da claves concretas de cómo debe comportarse el ser humano en circunstancias concretas, sino directrices que sirvan para orientarnos en cualquier tiempo y situación posibles.
Primera formulación del imperativo categórico
Como se dijo al inicio, el Imperativo Categórico es formulado por Kant con la siguiente declaración: «Obra de tal modo que la máxima de tu voluntad pueda valer siempre al mismo tiempo como principio de una legislación universal».
Esto tiene que ver con la necesidad de universalidad a la que aspira la ética kantiana. Lo que propone Kant es una ética donde cada acción concreta es definida como buena si se puede extender a todo tiempo y lugar posible. De esta forma, no cabría, por ejemplo, la posibilidad de considerar buena una mentira piadosa, porque nos parece negativa en general la mentira.
El concepto de mentira piadosa se basa en la concepción de que, aunque mentir sea negativo en general, hay momentos concretos en los que tiene consecuencias positivas. Sin embargo, como para Kant no podemos saber con certeza las consecuencias de nuestra acción (podrían, por ejemplo, pillarnos mintiendo), la acción sería mala moralmente.
Segunda formulación del imperativo categórico
Sin embargo, el imperativo categórico contaba con una segunda formulación, que abre la puerta a considerar la ética kantiana en términos de una cierta antropología. Escribe Kant: «Pues bien, ahora se desprende que, en el orden de los fines, el hombre (y con él todo ente racional) es fin en sí, es decir, jamás puede ser usado por nadie (ni siquiera por Dios) como medio sin ser al mismo tiempo fin, y, por consiguiente, que la humanidad en nuestra persona debe ser sagrada para nosotros mismos».
Es decir, Kant propone que los seres humanos somos todos igual de libres y dignos. Y, por tanto, no es correcto utilizar a los demás para conseguir los propios fines. Si una acción considera a otro como mero medio para conseguir los propios fines es, además, teleológica y no deontológica; es decir, no se estaría actuando por hacer el bien.
Además, para Kant, como vemos en esta segunda formulación, el fundamento de aplicación del imperativo categórico es la razón. Esto es así porque nuestra capacidad racional y nuestra libertad nos hacen seres responsables de nuestras decisiones.