Uno de los postulados básicos del malthusianismo siembre ha sido que la población mundial crece exponencialmente, mientras que los recursos para alimentarla no siguen ese ritmo. Por eso la superficie mundial dedicada a la agricultura también estaba aumentando exponencialmente, lo que supone una “explotación de la naturaleza” y una destrucción de los ecosistemas según los seudoecologistas.
Así ha sido durante cierto tiempo, aunque no por los motivos que dicen los partidarios de la doctrina del “planeta finito”, sino porque los colonialistas expulsaron de las mejores tierras a los nativos, que se vieron obligados desbrozar los bosques para roturar nuevos terrenos cultivables.
Desde los años sesenta la superficie mundial dedicada al cultivo de alimentos disminuye entre 11 y 12 millones de hectáreas anuales. México es un ejemplo reciente. En 2015 comenzó a reducirse la superficie cultivada, que el año anterior había alcanzado a la cifra máxima de 22.2 millones de hectáreas. En 2020 fueron 4 millones menos (1).
Este cambio “marca un momento histórico en la relación de la humanidad con el planeta”, dice Our World In Data (2): el desarrollo de las fuerzas productivas ha logrado alimentar a una población creciente sembrando menos cultivos. En 1961 eran necesarias 0,45 hectáreas de tierra cultivada para alimentar a una persona. En 2011 esa superficie se ha reducido a 0,20 hectáreas.
Una agricultura intensiva empieza a sustituir a otra extensiva. En lugar de cultivar tierras vírgenes en todo el mundo, se han invertido cantidades masivas de capital en una explotación cada vez más intensiva de las tierras agrícolas existentes.
El planeta no es finito por la geografía, porque tenga una superficie limitada, sino por la economía. Hay tierras que no son rentables para las empresas capitalistas en un momento del desarrollo de las fuerzas productivas y, a lo máximo, se destinan a cultivos de supervivencia y autoabastecimiento de la poblacion local.
Ahora bien, unas tierras que ahora no son rentables, pueden serlo en el futuro y las que son rentables pueden serlo aún más. La producción agraria puede aumentar con menos tierras, alimentando a una población creciente.
Tras la Segunda Guerra Mundial, las grandes potencias capitalistas empezaron a subvencionar a la agricultura para reducir los salarios de los trabajadores de la ciudad. El dinero público permitió alimentar a los trabajadores urbanos por muy poco dinero. Al reducirse la parte de salario dedicado a la subsistencia más básica, permitió otro tipo de gastos, creado así la leyenda del “estado de bienestar”.
Los agricultores cobraban más subvenciones cuanto más producían, lo que provocó un efecto típico de superproducción, el intento de buscar salidas al exceso en el mercado mundial y, en consecuencia, la caída de los precios que perjudicó, principalmente, a los países periféricos, que luego han seguido el mismo camino que el centro.
La superproducción agraria es el desmentido más contundente a las falacias del malthusianismo. Demostraba que el hambre en el mundo no era cosecuencia de una producción agraria insuficiente para alimentar a la población mundial. Es al revés: el hambre aumenta a medida que aumenta la producción mundial de alimentos.
La agricultura se ha vuelto cada vez más dependiente de las subvenciones públicas y de la industria de los fertilizantes y pesticidas. Ya es una rama de la industria química y, finalmente, con los transgénicos, de la bioquímica. Si la superficie cultivada de forma tradicional se reduce, la de transgénicos aumenta.
(1) https://www.jornada.com.mx/notas/2022/10/05/politica/sin-superarse-reduccion-de-superficie-cultivada-en-el-pais-advierten-cna-y-sader/
(2) https://ourworldindata.org/peak-agriculture-land
Disminuye la superficie mundial dedicada a la producción de alimentos