Así es como te manipula la sociedad actual: encuentra la felicidad cultivando tu cuerpo

Vivimos en la era en la que no existen realmente ni héroes ni dioses, al menos no para la sociedad que instituye su visión sobre el individuo. Tenemos, eso sí, celebridades, caricaturas de héroes y mensajes de autoayuda. La gran narrativa de la vida pública, ya sea de las celebridades como de los héroes animados, es la transformación personal hacia el éxito y la felicidad a través de la transformación del cuerpo. A falta de un sentido trascendente auténtico, la única forma de visibilizar la transformación de un personaje es a través de una radical modificación de la apariencia. Esto generalmente se consuma a través de la transformación de un cuerpo ordinario en un cuerpo fit, que significa finalmente algo así como el cuerpo que encaja con el ideal de la sociedad y es apto, es decir, capaz de satisfacer la demanda o aun exigencia de rendimiento y productividad.

El filósofo coreano-alemán Byung-Chul Han observa que nuestra época postula, a diferencia de un cuerpo disciplinado, como había entendido Foucault, un cuerpo hedonista «que se gusta y se disfruta a sí mismo sin orientarse de ninguna manera a un fin superior, desarrolla una postura de rechazo hacia el dolor. Le parece que el dolor carece por completo de sentido y de utilidad». Hay mucho que desglosar en estas dos oraciones.

A diferencia de un orden en el que somos disciplinados a través de la fuerza y la coerción, actualmente es el propio individuo el que quien se obliga y se castiga a sí mismo. Ha interiorizado el mandato de tener que ser feliz y de evitar a toda costa el sufrimientoEl dolor ya no tiene ningún sentido metafísico, ninguna razón de ser cuando no existe ninguna orientación trascendente.

Lo esencial en nuestra época es la positividad, encarar la vida con un rostro positivo e intentar mejorarnos. Por ello también una las principales características de nuestra época es el llamado «body positive», concepto que podría traducirse como «aceptación del cuerpo», y cuyo movimiento alienta a tener una perspectiva «positiva» ante el cuerpo. Esto es tanto una perspectiva positiva ante lo que el cuerpo es en general y lo que puede lograr (nuestra felicidad, pues ella depende de la salud y el placer) y ante nuestro propio cuerpo en particular.

Sin embargo, aun cuando en principio esta noción parece aceptable, aquí surge una contradicción en tanto que la sociedad nos señala que la felicidad depende de las bondades del cuerpo y que, específicamente, ciertos cuerpos (los cuales nos muestra como objetivos: body-goals), son los que acceden a la promesa de felicidad (paraísos inmanentes más o menos sexualizados). Pero al mismo tiempo la corrección política obliga a publicitar el mensaje de que todos los cuerpos son igualmente valiosos o todos son capaces de lo mismo y que debemos aceptarlos sin reparos. Por una parte se nos dice que podemos ser lo que queramos y por otra se nos dice que debemos aceptarnos tal como somos y que esto es nuestro poder (el empoderamiento se convierte en la palabra clave y el cuerpo en el locus del poder).

Han agrega:

La nueva fórmula de dominación es «sé feliz». La positividad de la felicidad desbanca a la negatividad del dolor. Como capital emocional positivo, la felicidad debe proporcionar una ininterrumpida capacidad de rendimiento. La automotivación y la autooptimización hacen que el dispositivo neoliberal de felicidad sea muy eficaz, pues el poder se las arregla entonces muy bien sin necesidad de hacer demasiado. El sometido ni siquiera es consciente de su sometimiento. Se figura que es muy libre. Sin necesidad de que lo obliguen desde afuera, se explota voluntariamente a sí mismo creyendo que se está realizando. La libertad no se reprime, sino que se explota. El imperativo de ser feliz genera una presión que es más devastadora que el imperativo de ser obediente.

La sociedad moderna, convenientemente para el capitalismo liberal, asocia la felicidad con el rendimiento y con una especie de ejercicio indiscriminado del libre albedrío, del apetito de mi subjetividad. Soy feliz en la medida en la que tengo poder y puedo proporcionarme todo tipo de «wellness». El individuo que entra en esta carrera de superación y empoderamiento no suele notar que lo hace por una presión que le viene de afuera, que opera sobre sus quereres, pues no se trata de una subjetividad cuyos elementos de composición se han hecho conscientes. Parece que todos queremos ser felices y que esa felicidad se parece: todos queremos más o menos lo mismo, pues es  una expresión de la naturaleza humana. No notamos que eso que queremos tan «auténticamente» es lo que la sociedad ha colocado en la vitrina como el objeto brillante de deseo, con el que se maquilla la ausencia de sentido y trascendencia.

La sociedad del rendimiento nos convierte en emprendedores de nosotros mismos, en nuestros propios explotadores. Bajo la consigna de transformarnos, de no gastar el tiempo, hacia esa meta de la felicidad.  Esto nos coloca en un estado de competencia o hipervigilancia que impide los estados de asombro y atención profunda. Las cosas se hacen no por sí mismas, no por juego y ni siquiera por auténtico erotismo, sino como medios para lograr el trofeo de la felicidad con sus objetos correspondientes que la sociedad misma sanciona como los elementos que comprueban el éxito.

Ocurre una especie de mecanización del ser humano: la vida se concibe como un programa, como un algoritmo. El lugar donde todo sucede y del que todo depende es nuestro cuerpo, pues la sociedad teconocientífca nos ha aclarado que la conciencia es un mero subproducto o accidente de la realidad material, que determina todo lo que experimentamos.  A fin de cuentas, para rendir y obtener el objetivo, sólo debemos actualizar nuestro cuerpo con un algoritmo adecuado: dieta, ejercicio, suplementos, terapia, etc.

Por supuesto, el problema de esta positividad y este enfoque monolítico en la felicidad es que la vida es esencialmente sufrimiento. Y en todo caso, el placer viene acompañado del dolor y un estado de felicidad relativamente duradero o trascendente siempre depende de un entendimiento de la naturaleza del sufrimiento y su interdependencia con la felicidad. La vida sólo se puede vivir plenamente con conciencia de la muerte. Como Nietzsche remarca en numerosos sitios, una «gran felicidad» o una gran salud, siempre dependen de haber atravesado abismos y de haber experimentado grandes dolores. El sufrimiento es el enemigo que es en realidad el mejor amigo porque puede otorgar profundidad y amplitud a la existencia.

Es necesario mencionar que Nietzsche es uno de los padres del movimiento de afirmación de la corporalidad, pero el filósofo alemán es también aquel que entendió que en el nihilismo que venía se «inventaría la felicidad«. Le faltó, sin embargo, pronosticar que esta invención de la felicidad –ese perpetuo paliativo del nihilismo– vendría de la mano de una positividad del cuerpo que niega el dolor o que lo tolera solamente en la medida que se está transformando en un órgano de placer supremo, como ocurre con la transformación de los hombres y las mujeres que pasan lo mejor de sus vidas en el gimnasio o, en casos extremos, en la sala de operaciones del cirujano plástico, los templos donde adoran al dios del rendimiento.

La sociedad del rendimiento, pese a toda su aspiración a la objetividad y a la cuantificación de todo, incluyendo por supuesto al cuerpo (que es medido en todos sus ámbitos). no deja de estar hechizada por las apariencias y el simulacro, por las burbujas de las redes sociales que producen constantes espejismos del rendimiento. De esta forma se produce una ubicua competencia espectral: cuerpos que compiten con otros cuerpos, que son solamente imágenes sin un fundamento real, pero que son eficaces en tanto a que producen una urgencia, una presión ininterrumpida para transformarse. Los cuerpos de las celebridades y de los influencers que realmente no existen como se presentan son capaces de modificar los cuerpos del público, a través del deseo mimético y aspiracional y del acicate de la comparación. La sociedad del rendimiento vive del combustible de estarse comparando, midiendo, vigilando y proyectando con y contra el otro, esos son los verbos que la sostienen.

El resultado final es siempre la ansiedad y la depresión, las dos enfermedades mentales que se han exponenciado en nuestra era como en ningún otro momento de la historia. Y esto pese a que se dice que el ejercicio es capaz de combatir la depresión y la ansiedad. Pero el ejercicio, ligado a la urgencia de producir y a la maximización del rendimiento, no se traduce en creatividad ni en serenidad.

La actividad constante sólo oculta el estado de depresión profundo, latente, que no se resuelve con visitas al gimnasio o a la farmacia.

https://pijamasurf.com/2022/10/culto_al_cuerpo_sociedad_moderna_sujeto_rendimiento_byung_chul_han_filosofia_gimnasio_body_positive/

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