Por qué Jung no quiso conocer en su viaje a la India a Sri Ramana Maharshi, el santo que había alcanzado la iluminación

Carl Jung es considerado uno de los grandes psicólogos del siglo XX. Jung es alabado por su lúcida exploración de los secretos de la mente inconsciente y por tener una perspectiva espiritual sobre la naturaleza de la psique y la realidad. Sin embargo, para algunos, hay un evento que marca una importante inconsistencia en la búsqueda de Jung con respecto a la profundidad de la mente y el espíritu empírico de descubrir la verdad, independientemente de que esta se ajuste o no a sus conceptos.

Entre 1937 y 1938, Jung viajó a la India y visitó numerosas ciudades. La India era un lugar importante para Jung, pues había escrito ya sobre la psicología del yoga e incorporaría después a su estudio y su práctica numerosos aspectos de la espiritualidad india, como el mandala. Además, Jung era un lector ávido de textos clásicos de la India, como las Upanishad, y de estudios sobre la filosofía india, especialmente aquellos de su amigo cercano, el indólogo Heinrich Zimmer.

De hecho, fue Zimmer quien le recomendó a Jung aprovechar su viaje a la India para visitar Sri Ramana Maharishi, un hombre famoso por estar en un estado de identidad divina continua, habiendo reconocido la naturaleza del sí mismo o Atman (otra noción que sería importante en la psicología de arquetipos de Jung). Más aún, Jung escribe que ya en la India, todo el mundo le recomendaba visitar a Ramana Maharshi, un santo viviente, según se le llamaba, un hombre que había logrado ese eterno estado descrito inicialmente por las Upanishad, que marca la realización más alta.

Pese a que todo indicaba que se trataba de un auténtico santo y a todas las importantes convergencias entre su trabajo y este fenómeno, Jung prefirió no visitar su ashram (en la tradición, un lugar de meditación y enseñanza) en Tiruvannamalai, en Tamil Nadu. La razón de esto fue relatada por Jung, aunque para muchos su respuesta no es satisfactoria.

Jung escribió: «dudo que fuera un caso único, es un tipo que siempre ha sido y será. Por ello no era necesario buscarlo, lo vi en todas partes en la India». Carl Jung creía entender que Ramana sólo era una manifestación más del espíritu de la India que funde la individualidad en el mar de la conciencia universal. Ramana era un santo genuino, pero solamente en este sentido y con esta limitante. Para Jung no era alguien que hubiera realizado el proceso psicológico de individuación, habiendo hecho la síntesis de los aspectos inconscientes de la psique, reuniendo su propia sombra y sus contradicciones.

Sobre su estancia en la India, Jung dijo que escuchó por todas partes la melodía de la unidad, del ser universal, de la abolición del sí mismo:

me pareció entonces con absoluta seguridad que nadie podría ir más allá, menos todavía el mismo santo indio y si Sri Ramana fuera a decir algo que no se ajustara a esta melodía, o proclamara algo que la trascendiera, su iluminación sería considerada falsa.

Jung al parecer creía que la iluminación, o la identidad entre el sí mismo y la realidad universal, era un fenómeno condicionado socialmente y por ello mismo limitado, no el estado superior que él había descubierto investigando la psique y del cual parece que se sentía un ejemplo vivo (al menos si estudiamos el llamado Libro rojo, publicado póstumamente, en el que Jung parece identificarse con un ser divino que ha logrado la alquimia psicológica de unir el inconsciente con el consciente).

Con esa apreciación, Jung parece descartar de un brochazo milenios de espiritualidad india, acaso con una especie de soberbia hegeliana, que se ve a sí misma como el punto más alto de la historia del pensamiento.

Para muchas personas más bien ancladas en la tradición india, la visión de Jung parece ser un caso más de arrogancia occidental. Asimismo, implica una contradicción, porque Jung siempre se asumió como un investigador de los fenómenos psíquicos que trascendían lo establecido por la visión dominante de la ciencia y de la sociedad. De hecho, parte de su ruptura con Freud obedeció justamente a que el psicólogo suizo consideraba que Freud era dogmático y tenía una mente cerrada a los fenómenos parapsicológicos. ¿Por qué no simplemente ir a conocer a Ramana como un observador, como el «científico del alma» que Jung decía ser? El mismo Ramana era lo más cercano posible al supremo arquetipo de la filosofía de Jung, que tanto buscaba en los alquimistas y en la religión cristiana al hombre total que había alcanzado el conocimiento de sí mismo en su dimensión última.

Algunos sospechan que esta es la razón por la que Jung no quiso conocerlo, porque Ramana era un ejemplo viviente de lo que él solamente teorizaba. O incluso porque conocerlo, su presencia misma, podría haberlo obligado a asumir una actitud de devoción, de reconocer a alguien superior, a un maestro. Y parte fundamental de la vida de Jung había sido una rebeldía ante la tradición y una necesidad interna de seguir su propio camino. Ramana podría confirmar que la verdad en su condición eterna ya había sido encontrada y era simplemente lo que se repetía constantemente en los libros y era actualizado por incontables santos. Pero Jung buscaba, acaso inconscientemente siguiendo el mito occidental del progreso, innovar con la psicología y ofrecer un conocimiento único.

Todo esto es hasta cierto punto mera especulación, pero es cierto que las respuestas de Jung no satisfacen fácilmente a un lector inquisitivo. Es indudable que Jung fue un hombre brillante y carismático, pero quizá en este punto mostró ciertos aspectos de una psicología carente de la humildad necesaria para la gran obra alquímica que pregonaba. Quizá más tarde se arrepintió de esta omisión y aprendió más cosas. Es cierto que las obras más importantes de Jung, al menos las más maduras y aquellas que dejan ver su pensamiento filosófico y espiritual con mayor claridad, estaban todavía por escribirse. Así que quizá no debemos juzgar demasiado a Jung, pero no hay duda de que ese encuentro fallido queda como un punto oscuro en su vida.

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