Así como la trama de una película nunca altera la pantalla, el hecho de ser consciente o la conciencia misma nunca se ve perturbado por el contenido de la experiencia.
Podemos tener pensamientos agitados y sentimientos de angustia, el cuerpo puede sentir dolor y el mundo puede estar lleno de problemas, pero el puro conocer, ser consciente o la conciencia misma, jamás se ve alterado por nada de lo que ocurra en la experiencia. Así pues, su naturaleza es la paz misma.
Pero no se trata de una paz frágil que dependa de la calma relativa de la mente, el cuerpo o el mundo, sino de una paz inherente que siempre se encuentra disponible en el trasfondo de la experiencia, que es anterior a e independiente de la actividad o inactividad de la mente. Como tal, es la paz que «sobrepasa todo entendimiento». Nada de lo que tiene lugar en la experiencia realza o disminuye la experiencia de ser consciente o la consciencia misma, del mismo modo que nada de lo que sucede en una película le añade ni le quita nada a la pantalla.
El hecho de ser consciente nunca se ve fortalecido o devaluado por la adquisición de ningún conocimiento particular ni por lo que ocurra en ninguna experiencia concreta. Ni necesita ni teme nada de la experiencia. Ninguna experiencia particular hace que gane o que pierda nada.
La conciencia es inherentemente plena y total en sí misma, y por este motivo su naturaleza es la felicidad misma (no una felicidad que depende de la condición en la que se encuentren la mente, el cuerpo o el mundo, sino una felicidad o una alegría sin causa que es anterior a e independiente de todo estado, circunstancia o condición).
Por eso cuando le preguntaron a J. Krishnamurti cuál era el mensaje principal que quería transmitirle a sus discípulos, este respondió: «No me importa lo que pase».
Así como la pantalla no comparte ni las cualidades ni las limitaciones de ninguno de los objetos o los personajes de una película, a pesar de constituir su única realidad, también el conocer con el que todo conocimiento y experiencia es conocido no comparte ni las cualidades ni las limitaciones de aquello, sea lo que sea, que es conocido o experimentado y, en ese sentido, es ilimitado o infinito.
Al igual que la pantalla no está condicionada por nada de lo que tiene lugar en la película, tampoco el conocer, ser consciente o la conciencia misma se ve condicionado nunca por nada de lo que tenga lugar en la experiencia. El conocer, ser consciente o la conciencia misma es la esencia básica, fundamental e irreducible de la mente antes de verse condicionada por la experiencia objetiva; y, como tal, es incondicionada.