Hay quien señala que estamos pasando por una época en la que la ética y la moral están en un punto de inflexión. Tal vez, el hecho de transitar en un momento dominado por tantos cambios, crisis y desafíos, hace que muchas de nuestras piedras angulares se estén tambaleando. Porque si hay algo evidente es que, cuando las cosas van mal, no siempre somos capaces de unirnos por un bien común.
En una sociedad cada vez más polarizada cuesta mucho llegar acuerdos. En un mundo cada vez más acelerado, cuesta lo indecible detenernos para reflexionar un instante y decidir hacia dónde queremos llegar. Ahora bien, también son muchos los que nos advierten que esto no es nuevo, y que la humanidad siempre se ha comportado de igual modo en circunstancias semejantes.
El psicólogo Lawrence Kohlberg (1927-1987), especializado en el razonamiento moral, ya nos advirtió de un dato ilustrativo. Según sus propios estudios, solo un pequeño porcentaje de adultos hace lo correcto porque la moralidad y la ética así lo dictan. El resto, por así decirlo, hace lo que es adecuado solo si se ve observado o presionado por terceras personas. En su intimidad, hará lo que más le beneficie.
Este hecho resulta un tanto desolador, porque si hay algo que nos gustaría es que todos tuviéramos impresos en nuestro interior las reglas básicas de civismo, de la ética, la justicia y el sentido moral. Pero al parecer, estas son dimensiones que no todos desarrollamos. Para valorar si las personas alcanzamos ese punto álgido de desarrollo moral, Kohlberg planteó el famoso dilema moral de Heinz.
Todos podríamos mejorar nuestro sentido moral si potenciáramos mucho más nuestra empatía.
El dilema de Heinz y los estados morales: ¿y tú dónde te sitúas?
Si hay una cuestión que ha interesado desde siempre a la psicología y la filosofía, es cómo desarrollan las personas el sentido de su ética y moralidad. ¿Parte siempre de las influencias educativas o familiares? ¿O tiene quizá la propia sociedad un papel decisivo en la comprensión sobre lo que está bien y lo que está mal? El desafío comprensivo es elevado.
Jean Piaget fue una de las primeras figuras en abordar el desarrollo moral. Lo hizo desde una perspectiva cognitiva. Más tarde, cogió el testigo un joven psicólogo doctorado en filosofía de la Universidad de Harvard, Lawrence Kohlberg. Podríamos decir que dedicó toda su carrera a dicho objetivo, hasta que, tristemente, se quitó la vida a causa de la profunda depresión que padecía.
Su legado, contenido en obras como Mi búsqueda personal de la moralidad universal o Ensayos sobre el desarrollo moral (1981), sigue estudiándose y revisionándose. El propósito de Kohlberg no era otro que crear una sociedad más justa a través de la educación. Para ello propuso un enfoque didáctico basado en la moral “socrática”.
La dialéctica y el cuestionamiento eran, para él, los pilares básicos para fomentar en los niños una visión más crítica, reflexiva y abierta sobre la vida. Para ello, además, debían utilizarse propuestas como el dilema de Heinz; pequeñas historias que fomentaban el análisis, el cuestionamiento y la obligación de posicionarnos en una perspectiva ética y moral. Lo analizamos.
¿Obró bien el señor Heinz?
“La mujer del señor Heinz está gravemente enferma: tiene un cáncer muy agresivo. Su vida pende de un hilo y solo hay un medicamento que podría salvarle la vida.
En un momento dado, y en medio de la desesperación, el señor Heinz toma una decisión. El fármaco tiene un coste de 2000 dólares, así que su única opción es pedir prestado el dinero a sus familiares y conocidos. Lo intenta, pero solo consigue la mitad, 1000 dólares.
Abatido, se acerca hasta el laboratorio farmacéutico que ha diseñado esa medicina que podría salvar a su amada esposa. Les explica su situación y les pide por favor que, por humanidad, se la vendan más barata o bien le permitan pagar la parte faltante más adelante cuando consiga reunir el dinero. Se niegan.
El farmacéutico le increpa que ellos descubrieron dicha fórmula y que ahora su objetivo es enriquecerse con ella. Así que el señor Heinz se va sin decir nada, pero con un claro plan en mente. Volverá esa misma madrugada y asaltará el laboratorio para robar el fármaco que puede salvar a su mujer”.
A tu parecer, ¿ha obrado bien el personaje de esta historia? ¿Por qué razón? Procura desarrollar bien la respuesta.
Respuestas y valoración al dilema
Lawrence Kohlberg opinaba que el desarrollo moral del ser humano partía de su evolución cognitiva y de las experiencias sociales por las que se haya pasado. Como es evidente, los niños tendrán un avance más lento partiendo de su desarrollo psicobiológico y las situaciones a las que se vaya exponiendo. Sin embargo, ¿qué ocurre con los adultos?
Kohlberg opinaba que poco más del 15 % de la población alcanza el último nivel del desarrollo moral, ese que él definió como etapa postconvencional. Si bien es cierto que más adelante su teoría suscitó varias críticas, no deja de ser interesante el hecho de que, según él, para alcanzar ese estado más elevado, necesitamos desde un buen razonamiento abstracto hasta unos valores sólidos.
¿Cómo valoró, entonces, el famoso dilema de Heinz? Lo analizamos.
Nivel preconvencional
Esta primera fase del desarrollo moral está basada en dos etapas: en la primera hay una obediencia ciega a las reglas y en el miedo al castigo. En la segunda etapa, el niño pone ya el foco en satisfacer sus necesidades individuales. En este caso, las respuestas que encajan en el dilema de Heinz en la fase preconvencional siguen un modelo claramente infantil:
- No debería robar el fármaco porque ese acto está mal e irá a la cárcel por transgredir las normas.
- Debe robar el fármaco porque si su mujer fallece, se quedará solo.
- No debería robarlo porque la cárcel es un lugar desagradable y sufrirá.
Nivel convencional
Este es el nivel que, según Kohlberg, nos encontramos la mayoría de nosotros. En esta etapa del desarrollo moral aceptamos las reglas sociales en función de si nos parecen éticas, lógicas y justas.
Sin embargo, y aquí llega el matiz, en la fase convencional valoramos las normas en función de cómo nos han educado y lo que nos transmite la propia sociedad. Nos falta, por así decirlo, cierta visión crítica e independiente.
Las respuestas dadas serían las siguientes:
- Lo hecho es comprensible y respetable. Su esposa se salvará, pero él tendrá que ir a la cárcel porque ha cometido un delito. Al fin y al cabo, quienes trasgreden la ley deben recibir un castigo, de lo contrario esto sería la ley de la selva.
- Lo hecho es comprensible, ama a su esposa y haría lo que fuera por ella. Es lícito.
El nivel postconvencional
Alcanzar este punto álgido del desarrollo moral requiere un enfoque más abstracto, crítico y aferrado a unos valores propios, sin convencionalismos externos o culturales. En este punto, una persona entiende que una sociedad deba tener leyes, pero cree que dichas leyes deben ajustarse a las necesidades reales de las personas.
Esto implica que, en muchos casos, los valores que defiende una persona no siempre encajan con la justicia y principios morales instaurados en ese entorno social en el que habita. De este modo, las respuestas que suelen darse al dilema de Heinz son las siguientes:
- No tiene sentido priorizar el respeto de la propiedad por encima del respeto a la vida misma. Todos deberíamos ser capaces de luchar por defender un valor superior no egoísta.
- Todos tenemos derecho a defender la vida más allá de esas leyes que priorizan el derecho al beneficio económico como el de las farmacéuticas.
Para concluir, no podemos negar que el dilema de Heinz es un ejercicio interesante que plantearles a los niños a lo largo de sus vidas. Hacerles pensar y proyectarse en situaciones ajenas, les obliga no solo a realizar juicios éticos y morales. También puede impulsarles a desarrollar la empatía y el pensamiento crítico. Vale la pena tenerlo presente.
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