Decirlo es una perogrullada: el poder y el dinero van de la mano. Primero los holandeses, luego los británicos y últimamente los estadounidenses, construyeron instituciones financieras que favorecían su poder sobre el mundo. En las últimas décadas, el sistema bancario occidental, el uso generalizado del dólar estadounidense como forma de intercambio internacional y las actividades de las instituciones financieras dominadas por Occidente, como el Fondo Monetario Internacional (FMI), han dado a Estados Unidos y a sus aliados una enorme ventaja sobre cualquier competidor potencial.
Este sistema financiero ha proporcionado a Occidente enormes beneficios, tanto directos como indirectos. Al facilitar los intercambios y proporcionar una base estable para el comercio, el sistema financiero internacional permitió la apertura del mercado mundial, de la que se han beneficiado las potencias occidentales.
Es normal que ahora se opongan a la aparición de estructuras económicas alternativas fuera de su control. Sin embargo, para obtener beneficios políticos a corto plazo, las potencias occidentales hacen justo lo contrario.
Hace unos años, por ejemplo, las grandes potencias occidentales querían que el FMI prestara dinero a Ucrania para evitar la quiebra. El problema era que Ucrania había dejado de pagar un préstamo de 3.000 millones de dólares de Rusia y, según las normas del FMI, no podía prestar dinero a un Estado que estuviera atrasado en sus pagos a otro. El FMI (dominado por los países occidentales) encontró una forma de evitar este problema. Cambió sus normas para permitir los préstamos a los países en mora. Así que se concedió el préstamo a Ucrania.
Las potencias occidentales utilizan su dominio del sistema financiero para perseguir objetivos estratégicos en aparente contradicción con las reglas del juego que dicen defender. Un mercado en el que pueden cambiar las reglas sobre la marcha no es fiable.
Cuando en 2019 Guaidó se declaró “presidente interino”, Estados Unidos y Reino Unido lo reconocieron como tal y luego transfirieron los activos venezolanos que tenían en su poder bajo el control del “nuevo presidente”. Quitaron miles de millones de dólares a Venezuela. No hay nada que les impida hacer lo mismo con cualquier otro país.
En febrero de este año Biden liberó 7.000 millones de dólares de fondos del gobierno afgano congelados en bancos estadounidenses, pero ordenó que la mitad de esa suma debía pagarse a las víctimas de los ataques terroristas del 11 de septiembre de 2001. Estados Unidos volvía a robar el dinero a manos llenas. Saqueaba el dinero de otro país soberano para entregárselo a sus propios ciudadanos.
Las grandes potencias roban de forma imperial y todos los países del mundo han tomado nota de que su dinero no está seguro en manos occidentales. Buscan alternativas. Hace años que el gobierno ruso estaba retirando sus activos de los bancos occidentales y sustituye el dólar por otras monedas. No lo hizo con la suficiente rapidez y, en febrero, cuando comenzó la Guerra de Ucrania, todavía tenía cientos de miles de millones de dólares en instituciones financieras occidentales. Los fondos fueron congelados.
La Unión Europea amenaza con confiscar los activos rusos congelados para entregarlos a Ucrania y los rusos acusan a Occidente de robo porque nunca se lo van a devolver. Uno de los partidarios del robo es el belga Charles Michel, Presidente del Consejo Europeo. “Tenemos que examinar los activos congelados y su posible uso para la reconstrucción de Ucrania”, ha dicho.
Es posible que alguno crea que eso es correcto. De acuerdo. En tal caso muchos países deberían exigir lo mismo que Ucrania: que Estados Unidos, Reino Unido, Francia y otras potencias occidentales les indemnicen por sus guerras, crímenes y daños cometidos. En caso contrario se vuelven a romper las reglas del juego. El sistema financiero internacional no está sometido a unas reglas diferentes de las que marcan los intereses políticos de las grandes potencias occidentales en cada caso.
En efecto, es de perogrullo. Lo nuevo es que, hasta ahora, no ha habido alternativa al sistema financiero internacional. Pero la situación está cambiando. Cuanto más abusan las grandes potencias del sistema financiero en provecho propio, más animan a otros a desprenderse de él y a establecer sus propios sistemas paralelos, escapando así del control y socavando el mercado mundial que hasta ahora había permanecido abierto.
El sistema financiero mundial va a dispararse en el pie. Por un beneficio a corto plazo, Occidente está saboteando sus propios intereses a largo plazo. Se trata de un proceso muy lento que lleva tiempo en marcha. Pero la la Guerra de Ucrania está, sin duda, acelerando los movimientos en esa dirección, en detrimento de Occidente.