¿Cuándo fue la última vez que dijiste que algo te parecía “muy profundo”? A veces, un razonamiento, un poema, una historia e incluso un escenario concreto nos suscita esta emoción; la de que algo nos trasciende, que es valioso y esconde significados interesantes. Es una experiencia singular, difícil de traducir en palabras, pero que todos podemos comprender.
Podríamos decir, incluso, que vivenciar la sensación de profundidad nos resta capas de egoísmo y costras a la inflexibilidad psicológica. Porque nos invita a abrirnos a una realidad interesante que nos enriquece, que nos emociona y, a su vez, nos ilustra de algún modo. Sería maravilloso dedicar una vida entera a buscar elementos que nos provocaran esta sensación.
Quien exploró este concepto fue el mundo oriental, y en concreto los japoneses. La cultura nipona adoptó un término de origen chino, yūgen, para describir el misterio que suscitaban todos esos fenómenos que generan sensación de profundidad al ser humano. Tal relevancia se le dio que formó parte de uno de los siete fundamentos básicos de la filosofía zen.
Lo misterioso de nuestro mundo, aquello que es profundo y no se puede explicar en palabras, es una idea muy arraigada en toda forma de arte. ¿Y si indagamos más en este interesante concepto?
Yūgen es una sutil combinación entre lo que nos genera inspiración e introspección a la vez. Lo que nos conecta con la belleza y también con nosotros mismos para invitarnos a la reflexión.
Yūgen, la belleza de lo que nos es misterioso y no podemos explicar
La primera vez que escuchamos en occidente el término yūgen fue gracias al filósofo DT Suzuki(1870-1966), uno de los mayores promotores del zen en todo el mundo. Lo describió como un sentimiento por el que la mente humana se identifica con la totalidad de un fenómeno concreto y, de pronto, algo que es finito parece volverse infinito ante nuestra percepción.
Parece que, al intentar definir la sensación de profundidad, le restamos magia. Quizá, por ello, en oriente asimilaron el concepto de yūgen para trasladarlo al arte; medio más que idóneo para despertar esta experiencia. Esto hizo que, ya en el siglo XII, figuras como el monje-poeta Saigyo, amante de la belleza de la naturaleza, intentara trasladar en sus poemas sentimientos de dolor, melancolía y simbólica trascendencia para capturar esa esencia del zen:
“Delicadas gotas de rocío
Sobre una telaraña son las perlas
Enhebradas en collares
Usados en el mundo que el hombre hace girar:
Un mundo que se esfuma rápido”.-Saigyo-
El arte de saber observar y sentir
Alan Watts, el conocido filósofo británico, también fue un gran apasionado de la filosofía zen y el concepto de yūgen. Él lo veía a diario en esos cielos en los que los gansos salvajes desaparecían a veces entre la densidad de las nubes. También, caminando por esas zonas más alejadas de la civilización, ahí donde la naturaleza triunfa frente a los avances del hombre.
Una vía férrea abandonada, un lago al amanecer, un castillo en ruinas tras una tarde de tormenta… El yūgen es una experiencia embriagadora que solo surge en quienes sepan observar con calma y se permitan sentir lo extraño de la naturaleza, del ser humano y el arte.
Según Watts, la mayoría vivimos en modo supervivencia y nos obsesionamos por comprender cualquier realidad. Sin embargo, para ser invadidos por el yūgen, necesitamos escapar de nuestros marcos mentales ordinarios y, simplemente, limitarnos a sentir. Nada más. Porque no todo tiene explicación en esta vida; abrazarnos al misterio también nos hace sabios y apacigua nuestra ansiedad por darle un significado a cada aspecto que nos envuelve.
“Debes dejar tu preocupación subjetiva por ti mismo. De lo contrario, te impones al objeto y no aprendes. Tu poesía surge por sí sola cuando tú y el objeto se han convertido en uno, cuando te has sumergido lo suficiente en lo profundo del objeto para ver. Por muy bien expresada que esté tu poesía, si tu sentimiento no es natural, si el objeto y tú mismo están separados, entonces tu poesía no es verdadera poesía, sino simplemente tu falsificación subjetiva”.
-Matsuo Basho (1644-1694)-
La esencia de yūgen está en cualquier parte
Yūgen no tiene que ver con imaginar otro mundo que nos permita escapar de este. Yūgen es una invitación para que apreciemos el misterio del mundo en el que vivimos. En cualquier lugar hay un escenario que despierta esa sensación de profundidad y desconcierto que tanto nos inspira.
En cualquier parte, hay un libro o una persona cuya conversación nos hace sentir esa experiencia. La de que lo leído y escuchado es trascendente, válido, sabio y enriquecedor. Todas esas percepciones son un combustible para el cerebro, a menudo tan oxidado por nuestras rutinas, prisas y tecnologías.
Alan Watts señalaba que siempre es útil situar la atención en los umbrales. Las puertas, las ventanas, los huecos de árboles, las colinas, las nubes, los charcos… El conjunto da forma a dimensiones que evocan lagos donde sumergir nuestras mentes. Después, cuando volvamos a casa, no hay nada mejor que coger papel y lápiz y describir lo que hemos sentido. Hay rincones misteriosos en la cotidianidad donde se esconde la esencia del yūgen.
La sensación de profundidad reside a veces en las realidades tristes
La Universidad de Ginebra realizó un estudio en el 2017 en el que nos reveló algo interesante. Las personas solemos reflexionar sobre la profundidad de la vida leyendo libros que nos hablan de historias tristes. Sucede lo mismo con cualquier relato o anécdota que nos cuenten que despierte nuestras emociones.
De algún modo, el yūgen también está en nuestra capacidad empática y en la conexión emocional con la realidad de otras personas. Hay hechos que nos conmueven y que nos hacen descubrir la belleza y significancia que hay también en cualquiera de nosotros. Como bien hemos señalado, este concepto de la filosofía zen está en cualquier lugar. También en nuestros corazones.
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