Las dinámicas que se viven durante la infancia al interior de la familia marcan de muchas maneras la vida de una persona. En este sentido, una de las cosas que hasta cierto punto determinan nuestras aptitudes y relaciones con el mundo es el sitio que ocupamos dentro de la familia nuclear.
Aunque por mucho tiempo esto ha generado controversia, estudios recientes han comprobado que existen importantes diferencias entre ser el primogénito o nacer con hermanos mayores.
Por ejemplo, un estudio de investigadores suecos y estadounidenses adscritos al Instituto de Evaluación de la Política Educativa y del Mercado de Trabajo, encontró que un hombre primogénito tiene hasta 30% más probabilidades de convertirse en el CEO de una empresa o devenir político profesional.
Esto no tiene que ver simplemente con que reciben mayores oportunidades laborales y educativas. En el mismo estudio se halló que los primogénitos demuestran tener mayor inteligencia (medida por la prueba IQ). Por otro lado, la investigación mostró que los hijos mayores ganan más dinero, pasan más tiempo estudiando y ven menos televisión.
Desde la década 1920, Alfred Adler, uno de los alumnos más notables de Sigmund Freud, teorizó que los primogénitos tienen «sed de poder» y tienden a dominar a sus hermanos menores, en una especie de dinámica monárquica. Adler creía que los hijos más pequeños eran mimados y tendían a desarrollar un fuerte sentido de dependencia hacia otros, mientras que los hijos de en medio eran competitivos por naturaleza y muy conscientes del estatus (en sentido amplio).
Aunque estas ideas de Adler fueron desestimadas durante muchos años por considerarse poco científicas, en las últimas décadas su intuición general ha sido comprobada en repetidas ocasiones. Según reporta este artículo de The Atlantic, en un estudio realizado por profesores de la Universidad de Duke y la Universidad de Washington en St. Louis se observó que los resultados que se obtienen en la escuela van disminuyendo conforme al orden de nacimiento.
Lo interesante es entender por qué sucede esto. La principal razón parece ser que los padres invierten más tiempo y expectativas en sus primogénitos. En la formación suele haber más reglas y un marcado sentido del rigor, además de que se espera que el esfuerzo inicial de los padres sea continuado hacia los hijos siguientes, pero con la ayuda del mismo primogénito, a quien muchas veces se le impone tácita o explícitamente la «misión» de hacer valer las reglas de conducta emanadas de los padres.
De esta manera, los hijos más grandes reciben más atención y además participan de la autoridad familiar, lo cual puede considerarse uno de los factores que les ayudan a desarrollar inteligencia, disciplina y habilidades de mando. Los primogénitos reciben más atención pero también más exigencia, lo cual en líneas generales contribuye a un mejor desempeño. Se necesita cierta presión, cierto estrés positivo para crecer.
Los investigadores suecos descartan la posibilidad de que los mejores resultados de los hijos más grandes se deben a algún factor genético. Así que es casi seguro que se trate de la inversión de atención que los padres hacen en ellos; la atención es es el capital fundamental, pues se traduce en confianza y motivación de parte de los niños. Sin embargo, no todo es malo para los hijos menores. Estudios muestran que los benjamines suelen destacarse en ocupaciones más creativas o artísticas, como la arquitectura, la música o la escritura. Esto podría ser fruto de la creatividad que desarrollan para ganar atención dentro del núcleo familiar.
Por supuesto, los hijos primogénitos no siempre reciben más atención e incluso, cuando sí, no siempre resultan ser mejores líderes o más inteligentes. Evidentemente, existen otros factores que pueden inclinar la balanza hacia uno u otro lado. Los estudios presentados sólo marcan una generalidad: en la mayor parte de los casos, son los hijos más grandes a los que se les da más atención y esto suele ayudarlos en su desarrollo.
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