Dejar de luchar contra el mundo, la clave para tener serenidad de espíritu

Tener serenidad

Las grandes tormentas pueden arrancar los árboles más grandes y resistentes de raíz. Sin embargo, los juncos y los arbustos capean bastante bien el vendaval. El secreto radica en la flexibilidad. Mientras que los árboles más grandes plantan una férrea resistencia, los arbustos más pequeños se pliegan en dirección del viento.

En la vida, muchas veces nos comportamos como esos árboles resistentes. Nos volvemos demasiado rígidos. Luchamos contra el curso de los acontecimientos. Negamos la realidad. Como resultado, no es difícil que terminemos siendo arrastrados por la fuerza del mundo.

La futilidad de ir contra el curso de los acontecimientos

Todos tenemos moldes mentales. Nos hemos formado una idea sobre cómo es el mundo y la vida. Sin embargo, la realidad desafía constantemente esos patrones. Si no somos capaces de incorporar esos cambios en nuestros moldes mentales, nos vamos volviendo cada vez más rígidos. Desarrollamos una resistencia psicológica y comenzamos a luchar contra el mundo.

Si pensamos que la vida es justa y nos ocurre una desgracia que creemos no merecer, es probable que nos sintamos devastados y nos quedemos durante más tiempo del recomendado lamentándonos por lo ocurrido, asumiendo el papel de víctimas. No solo lloramos sobre la leche derramada, sino que incluso podemos sumirnos en un paralizante estado de negación, rechazando lo ocurrido.

En esos casos, ir contra el curso de la vida nos genera un sufrimiento adicional. Nos impide pasar página ya que nos mantiene atados a una situación que no llegamos comprender ni logramos integrar en nuestra historia vital.

La mayoría de las veces, esa resistencia psicológica nos lleva a luchar contra molinos de vientos. En esa batalla no solo perdemos una gran cantidad de energía, sino que a menudo también se nos escapa la paz interior. Cuando pensamos que la realidad debería discurrir por otros senderos y nos amurallamos detrás de la negación, emociones como la frustración, la desesperanza, la rabia o el resentimiento no tardan en aparecer.

Cuando creemos que las personas deben comportarse según nuestras expectativas, la decepción y los conflictos nos aguardan a la vuelta de la esquina. Cuando creemos que nuestra carrera profesional debe ir en un sentido y va en dirección opuesta, nos venimos abajo. Cuando pensamos que la sociedad debe abrazar determinados valores y no lo hace, nos sentimos frustrados.

Todo eso nos aleja de la serenidad. No podemos estar en paz con nosotros mismos cuando siempre tenemos una batalla por luchar, un error que señalar, un comportamiento que criticar…

La serenidad, en cambio, es una fuente de calma ante la complejidad y la incertidumbre de la vida. Nos permite ver las cosas desde una isla en equilibrio y paz, para decidir mejor y actuar de manera más acertada.

¿Cómo reconocer una resistencia psicológica?

Generalmente las resistencias psicológicas se manifiestan a través de los “debe” y “debería”. Esas palabras suelen expresar nuestras creencias, valores y expectativas. Cuando decimos que “las personas deben ser honestas” o que “nuestra pareja debe ser atenta” estamos expresando una expectativa. Intentamos que el futuro encaje con nuestros moldes mentales.

Sin embargo, las expectativas son tan solo probabilidades. Y como las probabilidades no siempre se materializan, no podemos aferrarnos a ellas, enfadarnos o frustrarnos cuando van en sentido contrario. No podemos pretender que todos compartan nuestros valores y se rijan por nuestras creencias.

Esos “debe” y “debería” son los ladrillos con los cuales construimos nuestros moldes mentales y si no estamos dispuestos a actualizarlos, pagaremos las consecuencias. Nos convertiremos en personas más rígidas a las que les cuesta aceptar el cambio y la diversidad.

Sin embargo, cuando nos alistamos en esa guerra contra el mundo, con la intención de cambiar la realidad y a quienes nos rodean para adaptarlos a nuestros moldes, el principal perjudicado seremos nosotros mismos. Como apuntara Alan Watts, “uno no puede separarse del presente ni definirlo. Puede negarse a admitirlo, pero solo al coste del esfuerzo inmenso y fútil de pasarse toda la vida resistiendo lo inevitable”.

La aceptación como vía para tener serenidad de espíritu

Para afrontar la vida con la mentalidad adecuada – esa que conduce a la serenidad y nos permite crecer – necesitamos aplicar la aceptación radical. Recurrir a la resistencia como mecanismo de defensa para evitar aceptar la realidad no hace sino empeorar el dolor.

No necesitamos negar o luchar contra la realidad, sino aprender a incorporarla a uno mismo. Eso no significa asumir un papel pasivo, instalarse en la indefensión o sufrir estoicamente. Significa hacer las cuentas con la situación real, no con la deseada.

Watts explicaba que “a veces, cuando cesa la resistencia, el dolor se limita a desaparecer o disminuye hasta quedar reducido a una molestia tolerable. En otras ocasiones permanece, pero la ausencia de cualquier resistencia hace que el dolor ya no sea problemático. Lo siento, pero ya no experimento el impulso imperioso de librarme de él”.

Significa que habrá cosas con las que no comulguemos, creencias que no compartamos y comportamientos que no replicaremos. Sin embargo, desarrollamos el grado de madurez necesario para comprender que el mundo no se adapta a nuestros moldes, sino que somos nosotros quienes tenemos que actualizar nuestro “yo” constantemente.

Cuando aceptamos que las personas son libres para decidir y que la vida no es justa ni injusta, sino que simplemente es, alcanzamos una serenidad interior que nos permitirá lidiar con todos los problemas con una perspectiva equilibrada. A la larga, viviremos infinitamente mejor. Nos sentiremos infinitamente mejor. Y probablemente todos a nuestro alrededor también estarán mejor.

En palabras de Watts, podemos “resistirnos a la corriente presa de un pánico estéril o tener los ojos abiertos a un nuevo mundo, transformado y siempre con curiosidad renovada”.

Fuente:

Watts, A. (1994) La sabiduría de la inseguridad. Barcelona: Kairós.

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