Si bien los investigadores admiten que es «tremendamente teórico» proponer colocar una bolsa de red gigante alrededor de un asteroide para construir ciudades espaciales, argumentan que es técnicamente factible —y hasta necesario si vamos a convertirnos en una civilización interplanetaria—.
Crédito: Michael Osadciw/Universidad de Rochester.
Siguiendo el ejemplo de la era dorada de la ciencia ficción y la ambiciosa planificación de proyectos de la NASA en la década de 1970, un equipo de ingenieros y astrofísicos de la Universidad de Rochester sostiene que su concepto, aunque ambicioso, es solo extravagante para los estándares actuales.
La noción de ciudades flotantes u orbitales halla su génesis en 1972, cuando la agencia espacial estadounidense le encargó al físico Gerard O’Neill el diseño de un hábitat espacial. En ese momento, se le ocurrió el ingenioso concepto que se conoció como «cilindros de O’Neill», que eran ciudades que presentaban dos cilindros giratorios que iban en direcciones opuestas para simular la gravedad similar a la de la Tierra.
Un par de cilindros de O’Neill.
«Los cilindros rotarían lo suficientemente rápido como para proporcionar gravedad artificial en su superficie interna», se lee en un comunicado de la Universidad. «Pero lo suficientemente lento como para que las personas que viven en ellos no experimenten mareos».
Tomados como referencias por personajes poderosos como Elon Musk y Jeff Bezos, los cilindros de O’Neill han sido un elemento básico de la ciencia ficción durante 50 años, pero el concepto propuesto en la actualidad por este equipo de ingenieros mecánicos, físicos y astrónomos dan una idea de cómo podrían ser algún día este tipo de futuras ciudades espaciales.
Hábitat Bennu
Debido a que sería prohibitivamente costoso llevar todos los materiales para un cilindro O’Neill clásico al espacio, los investigadores idearon un enfoque alternativo: usar «todas esas montañas voladoras que giran alrededor del Sol» —es decir, asteroides— que podrían «proporcionar un camino más rápido, más barato y más efectivo hacia las ciudades espaciales», dijo el profesor de física de la Universidad de Rochester, Adam Frank, coautor de un artículo recientemente publicado en la revista Frontiers.
Este mosaico de Bennu se creó utilizando observaciones realizadas por la nave espacial OSIRIS-REx. Crédito: NASA / Goddard / University of Arizona.
Llaman a su proyecto «Hábitat Bennu», que toma prestado su nombre de un asteroide posiblemente hueco que se descubrió por primera vez en 1999 y recientemente fue visitado por la nave espacial OSIRIS-REx de Japón.
El principal inconveniente de usar un asteroide para este propósito es que a menudo son más una colección de escombros que la superficie sólida de nuestra Tierra.
Entra la bolsa de red
Pero al cubrir un asteroide en una bolsa gigante hecha de tubos de nanofibra de carbono de solo unos pocos átomos de espesor, dicha bolsa podría «envolver y soportar toda la masa giratoria de los escombros del asteroide y el hábitat que contiene, al mismo tiempo que soporta su propio peso a medida que gira», señalan los autores en el artículo.
Luego, un mecanismo podría hacer girar el asteroide dentro de la bolsa, haciendo que pedazos de escombros golpeen la red de nanofibras, que luego se «tensaría» y produciría una capa que protegería a los residentes de la ciudad del asteroide de la radiación.
Mientras tanto, el giro del propio cilindro proporcionaría gravedad artificial a la superficie interior.
«Según nuestros cálculos, un asteroide de 300 metros de diámetro, con solo unos pocos campos de fútbol de extensión, podría expandirse a un hábitat espacial cilíndrico con aproximadamente 22 millas cuadradas de área habitable», precisó Frank. «Eso es aproximadamente del tamaño de Manhattan».
Si bien este concepto «tremendamente teórico» es, ciertamente, materia de ciencia ficción por ahora, no tiene por qué permanecer así para siempre.
«La idea de las ciudades en asteroides puede parecer demasiado lejana hasta que te das cuenta de que en 1900 nadie había volado nunca en un avión. No obstante, en este momento miles de personas están sentadas cómodamente en sus butacas mientras recorren los cielos a cientos de millas por hora», concluyó Frank.
Fuente: Rochester. Edición: MP.