“Crista” (o «Christa» en la grafía de su idioma original) es una escultura en bronce de una versión femenina de Jesús de Nazaret crucificado, realizada por la artista británica Edwina Sandys, agnóstica y, anecdóticamente, nieta del ex primer ministro inglés Winston Churchill. La pieza fue instalada por primera vez en 1984, luego retirada y nuevamente colocada en el altar de la capilla del Santo Salvador, parte de la Catedral de San Juan el Divino, ubicada en la ciudad de Manhattan, Nueva York, a cargo de la Iglesia Episcopal de los Estados Unidos, una provincia sinodal de la Comunión Anglicana.
«Crista» en la Catedral de San Juan el Divino en Manhattan (Hiroko Masuike/The New York Times)
Como es posible suponer, la imagen de Crista ha generado álgidas reacciones de rechazo. Por ello, pienso preciso aclarar cuál sería el significado más confiable de la escultura.
La motivación esencial de Sandys fue incluir a su sexo en el sufrimiento de la figura y símbolo de Jesús de Nazaret, además de proyectar en esta obra las condiciones dolorosas de vida de las diversas mujeres oprimidas en el mundo. Temática abordada, según aclaró, desde una postura de admiración hacia el misterio religioso, aun asumiéndose no creyente en el ámbito personal. En otras palabras, nos anima a creer en el poder del arte.
Precisamente, la condición de no cristiana de la artista se ha convertido en una objeción más hacia la escultura. No obstante, las grandes Iglesias ya han recurrido en el pasado a personas de otras confesiones o no creyentes para proyectos artísticos, científicos y humanitarios. Basta mencionar que gran parte de la producción pictórica y escultórica de la Santa Sede es obra no exclusiva de católicos romanos, sino también de cristianos protestantes, por ejemplo, por lo que no daría mayor relieve a una objeción tan débil.
Es un error asumir que la escultura sugiere que el Jesús histórico fue una mujer biológica, transexual o una persona hermafrodita. Tampoco busca conferir un sexo a Dios, femenino en este caso. Lo que podría representar la imagen implica probablemente lo que enseñó Jesús de Nazaret sobre sí mismo en el evangelio de Mateo (capítulo 25, versículos del 37 al 40):
Señor, ¿cuándo te vimos hambriento, y te dimos de comer, o sediento, y te dimos de beber? ¿Cuándo te vimos forastero, y te acogimos, o desnudo, y te vestimos? ¿Cuándo te vimos enfermo o en la cárcel, y fuimos a verte? Y el Rey les dirá: En verdad os digo que cuanto hicisteis a unos de estos hermanos míos más pequeños, a mí me lo hicisteis.
Es decir, la escultura de Sandys trata sobre la universalidad del Maestro y Santo del cristianismo, que abarca a la mujer cristiana y o perseguida.
Esa catolicidad también es definida de forma clara por Pablo de Tarso, en su Carta a los Gálatas (capítulo 3, versículo 28): «Ya no hay judío ni griego, ni esclavo ni libre, ni hombre ni mujer, ya que todos son uno en Cristo». El Jesús histórico no fue una mujer, pero tampoco negro africano, blanco europeo o amarillo asiático. Hablamos de un judío semita del siglo I. Darle otra identidad humana ha sido para la Iglesia la intención de que su figura acoja a una humanidad heterogénea, las particularidades de los pueblos y los tiempos históricos. ¿Por qué sería distinto darle identidad simbólica femenina, sobre todo en favor de tantas mujeres tratadas con violencia, subestimación o marginalizadas?
Edwina Sandys junto a su escultura «Crista» (2016; Hiroko Masuike/The New York Times)
El mismo apóstol en su epistolario auténtico envió sus saludos a compañeras cristianas predicadoras, profetizas y auxiliadoras identificadas como diaconisas, término controvertido que sugiere una labor ministerial, la cual, según se mire, puede o no identificarse como parte del sacerdocio. Las diaconisas subsistieron en el cristianismo oriental por varios siglos, y aún hoy son aceptadas por la Iglesia Apostólica Armenia.
Si bien no puedo negar que la escultura de Crista pertenece a un ámbito propio del arte sacro contemporáneo y a una teología liberal, tampoco debería desconocerse que la tradición católica, sea ortodoxa, romana o reformada, nunca ha excluido representaciones femeninas de la revelación de Dios. Desde la Antigüedad y la Edad Media, en consonancia con su hermenéutica bíblica y patrística, la Iglesia ya contemplaba como doctrinalmente válida cierta iconología mediada por la mujer como símbolo, abierta a la experiencia del numen divino. No hay que pasar por alto que el término hebreo para el Espíritu de Dios o YHWH es “Ruah”, un sujeto femenino. El misterio puede ser cordero, zarza, castillo, un beso y sus ecos. De acuerdo con Guillermo de Ockham, la voluntad de Dios es tan soberana, tan libre, tan él mismo o ella misma, que pudo haber elegido encarnarse en un asno.
Icono de Sofía, la Sabiduría Divina, representada en la Iglesia de San Jorge en Vologda, Rusia (ca. siglo XVI)
El ejemplo más claro en la tradición cristiana sería una versión del Logos, la segunda persona de la Trinidad que nació hombre, Jesús de Nazaret: como la Divina Sabiduría, Άγια Σοφία, Hagia Sophia, cuyo icono es una mujer coronada y de piel ardiente, adorada por los ángeles y los santos. Encuentra su concepto originario en el Libro de la Sabiduría, vetero y deutero testamentario. Le fue dedicada la basílica homónima en Constantinopla, hoy Estambul, antigua sede del Patriarcado Ecuménico Ortodoxo, convertida en mezquita tras la invasión del Imperio otomano, y luego en museo por Kemal Atatürk. Es conclusivo que el Cristo cósmico cuenta con una representación femenina desde tiempos muy remotos.
Icono de Sofía, la Sabiduría Divina, representada en la Iglesia de San Jorge en Vologda, Rusia (ca. siglo XVI; detalle)
Pienso no sobra que mencione, que la Iglesia Episcopal de los Estados Unidos ya ha tenido por primado a una mujer: la obispa y teóloga Katharine Jefferts Schori. Al igual que otras confesiones cristianas, en general luteranas, en zonas distintas de este planeta madre.
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