Por Pascual Uceda Piqueras.- Mientras el ganado pace descuidado al albur de sus cuitas, el ganadero despliega a sus perros en rededor del rebaño y, apenas asoma el lobo por entre las jaras de la dehesa, en manada corren despavoridos hacia el aprisco donde les espera la celada.
Este podría ser el relato de una típica escena costumbrista salida de la pluma del gran Delibes –discúlpese la suplantación—, escritor que supo ver el engaño de la ciudad, como pérdida de los valores humanos, frente a la pureza de la aldea.
Homo homini lupus “el hombre es un lobo para el hombre”, dejó escrito el filósofo inglés Thomas Hobbes en su obra El Leviatán (1651). En resumen, la cita viene a decir que “el hombre es malo por naturaleza” y por ello necesita ser sometido de continuo. Poco ha cambiado hoy este planteamiento en el decurso de estos tres últimos siglos (incluso milenios, pues la cita es atribuida al comediógrafo latino Plauto, en su obra dramática Asinaria, en el s. III-II a. C.). Y es que a poco que uno decida quitarse la venda de los ojos, de manera valiente y consecuente consigo mismo, comprobará tres cosas: la primera, que la maldad o la bondad del hombre es una cuestión de elección y no de naturaleza; la segunda, que en nuestra época el lobo nunca se muestra tal cual, sino disfrazado con la piel del cordero; y la tercera, que huir hacia los “corrales” consiste en renunciar a la libertad y, finalmente, a la vida.
La “ciudad de 15 minutos” es un concepto urbano que fue popularizado por la alcaldesa de París, Anne Hidalgo, con motivo de la plandemia del coronavirus. Consiste el plan urbano en una especie de reorganización de las grandes ciudades a modo de cuarteles autosuficientes, limitados en su perímetro a la distancia que se pueda recorrer andando en esos 15 minutos y contando con todos los servicios esenciales para la vida social: vivir, trabajar, abastecerse, cuidarse, educarse y descansar.
En realidad, estas ideas sobre la reorganización de la ciudad provienen del planificador estadounidense Clarence Perry (década de 1900), desarrolladas más tarde por el profesor de urbanismo de la Sorbona de París, Carlos Moreno, y que, por motivo de los confinamientos adoptados ante la crisis de la plandemia de COVID-19, han venido a dar un nuevo impulso al concepto.
La justificación de esta suerte de implantación de “quartiers parisiens” en el corazón de todas las ciudades del globo obedece –como siempre que nos quieren vender la moto— a una marcada intencionalidad filantrópica: terminar con la marginalización de los barrios, descentralizar el foco de actividad socioprofesional de los cascos urbanos hacia la periferia, frenar la desigualdad social, fomentar la cohesión social de las ciudades, hacer los barrios más habitables, con parques, etcétera.
Pero no debemos caer, una vez más, en el engaño. Estos nuevos y confortables corrales, que nuestras protectoras élites se encargan de proporcionarnos como la exquisita delicatesen con la que ya piensan abastecer nuestros comederos (nos referimos a los insectos gourmet), no son más que una engañifa de aprendiz de timador, donde al más descarado estilo tocomochero pretenden darnos “duros a cuatro pesetas” –se me disculpará la obsolescencia—; es decir, pegarnos el cambiazo del modelo tradicional de ciudad por el de jaula, dada su limitada extensión y la pérdida de libertad que comporta la imposibilidad de salir del área restringida.
¡Cómo no recordar aquí a esos guetos del holocausto nazi! Ya solo nos faltaba que a la entrada de esos barrios, a mayor gloria del progreso de la civilización, nos colocaran el tristemente famoso: “arbeit macht frei”.
Pero, a diferencia de la gente de bien, que al menos al séptimo día descansa y celebra lo poco que les van dejando celebrar, el mal no ceja en su empeño de medrar de continuo en cuantos asuntos le puedan reportar el más mínimo “maleficio”.
Y, hete aquí que, una nueva piel de cordero se ha cortado, a la medida de esa nueva-vieja encarnación de licántropo progre, para vestir de cambio climático lo que en realidad no es otra cosa que el eterno discurrir de la Tierra, el Sol y el resto de objetos siderales, actuando sobre nuestro planeta, en la conformación de esos ciclos inmutables desde hace, al menos, 4.540 millones de años.
El nuevo lobo con piel de cordero atiende al nombre de Grupo de Liderazgo Climático C40. Entre sus objetivos se encuentra la tarea de conducir al ganado humano a sus rediles urbanos en nombre del cambio climático. La “ciudad 15 minutos” parece ser la solución griálica que ha de salvarnos de nosotros mismos; esto es, de los gases de efecto invernadero que todos –culpables irredentos— nos encargamos de expulsar a nuestra atmósfera. ¡Qué despropósito! ¿Cómo nuestros gobernantes pueden llegar a ser tan cínicos?
Noventa y una ciudades en todo el mundo (Madrid y Barcelona incluidas) han suscrito su adhesión a estos programas de encarcelamiento climático. Parece que lo tienen todo muy bien preparado a la espera del momento de activar estos programas.
El rebaño, asustado ante la figura lobuna que se levanta entre los riscos, corre, sin apenas necesidad de ser conducido por los perros guardianes, a ponerse a salvo al amparo de la cerca.
¿No perciben ustedes que hoy hace más calor que ayer y mucho menos que mañana?
Los corrales humanos del Nuevo Orden Mundial: “la ciudad de los 15 minutos”