Introducción
La “no-meditación” se llama así porque es aquella forma de meditación que no se puede construir. Es natural y espontánea. Y mientras que la “meditación” se rige por una serie de instrucciones impuestas por una mente racional, por una “voluntad”, y luego se practica como una disciplina con un objetivo específico en mente; la “no-meditación” es la eflorescencia natural de la mente cuando el intelecto descansa. La meditación tiene un punto de partida y un final en el tiempo, implica la duración de una concentración enfocada y además un producto; la no-meditación, por otro lado, no tiene ni principio ni fin. Podemos concebirla como una realidad atemporal inmanente. Las prácticas de meditación pueden desarrollarse dentro de una jerarquía de logros; pero la no-meditación es una constante intrínseca que el intelecto no puede activar, ni evaluar.
En el Dzogchen solo se prescribe una forma crucial de “meditación”: la no-meditación. Y la no-meditación es simplemente el modo en que experimentamos aquello que llamamos la experiencia iniciática. Para aquellos que, al conocer esa experiencia no la pierden nunca, la no-meditación se convierte en el aliento de sus vidas. Pero otros se alejan de la no-meditación y vuelven a la camisa de fuerza de la consciencia dualista, pero aún así saben que, a pesar del hábito de perdernos en la ignorancia, la “iluminación” permanece siempre a la vuelta de la esquina. Hay que decir que la experiencia iniciática del Dzogchen viene siempre con la comprensión de que no podemos forzar nuestro camino hacia la no-meditación, de que no podemos retornar voluntariosamente a la naturaleza de la mente, a través del pensamiento o de la meditación, o mediante ninguna técnica astuta que genere el intelecto: la no-meditación se logra solo bajo la condición de “no hacer nada en absoluto”. La verdadera realización surge, precisamente, en la ausencia de lucha y esfuerzo; nunca surge a través del dominio de ningún método o técnica de meditación: el camino de vuelta es un “no-camino”, porque ninguna causa, ninguna condición, puede producirlo.
Una vez albergamos dicha comprensión, la no-meditación surge naturalmente sin que le dediquemos ningún tiempo o lugar, postura o metodología. Lo anterior acontece, debido a que la no-meditación coincide exactamente con la condición natural de la mente, una condición que le subyace a cada experiencia, a lo largo de las veinticuatro horas del día. Esta nos acompaña siempre, no importa lo que hagamos. Nos acompaña al comer, al sentarnos, al movernos, al trabajar, al dormir o al soñar, entre muchas otras.
Pero también hemos de incluir cualquier meditación artificiosa, que suceda en el contexto de nuestra experiencia diaria, en el ámbito de la no-meditación, toda vez que esta sea algo que hagamos habitualmente. Cuando practiquemos la meditación estructurada, sea esta shiné o mahayoga, la no-meditación será siempre la claridad de la consciencia que le subyace. Así, la definición de la no-meditación nos regala una clara comprensión de la ilimitada e impresionante inclusividad de su alcance. La no-meditación del simplemente sentarse, implica la ausencia de cualquier punto de referencia en la consciencia. Es un estado de permisividad o aceptación en la consciencia básica de todo lo que resplandezca la experiencia física, energética o mental. “Hospitalidad” es otra palabra que puede describir la no-meditación: una hospitalidad, sin discriminación, de todo lo que pueda surgir. Y bien puede ser que tal señalamiento sea suficiente, al menos para el yogui superior, que sólo tiene que escuchar la instrucción de la no-meditación, para que, de ahí en adelante, la luz de la mente infunda cada momento de su experiencia. Una persona así, siempre mora en la no-meditación, ¡incluso cuando medita! Para ella el imperativo natural no-dual domina siempre.
Pero la eventualidad más común, después de la experiencia iniciática, es que aprendamos la lección básica de la consciencia pura, pero que solo podamos retornar a ella ocasionalmente, ya que no podemos sostenerla en medio de las sobrecargas sensoriales, los traumas emocionales o el análisis intelectual dualista. ¿Qué podemos decir al respecto?
No se puede hacer nada para inducir la experiencia no-dual, porque la “no-dualidad” es la naturaleza misma del pensamiento consciente que pretende su propia trascendencia. Lo que si podemos hacer es permitir, o acomodar, la receptividad de tal forma que habilite el surgimiento de la consciencia de la naturaleza de la mente. Para decirlo de otra manera, la experiencia no-dual, que es el conocimiento de la naturaleza de la mente, solo puede surgir cuando tiene el espacio para hacerlo. Nadie puede recibir una copa de vino cuando no dispone primero de una copa. Cuando tenemos una copa ―¡bien sea por la gracia de Dios, bien sea mediante el auxilio de un amable ayudante!― entonces, y solo entonces, podemos llenarla.
O tal vez deberíamos decirlo de otra manera: la copa de vino siempre está llena, pero, ¿podemos verla? El “señalamiento” es lo que la tradición nos ofrece como medio hábil en forma de instrucción. El señalamiento puede inducir la experiencia iniciática, que es el reconocimiento de la experiencia unitaria de la copa y el vino. El señalamiento puede ser la expresión vocal de alguien que sabe; puede ser una formulación poética o literaria; o puede derivarse de una sustancia samaya que abra las puertas de la percepción.
En la no-meditación el intelecto es irrelevante. Naturalmente astuto, estratégico, educado para una sofisticada discriminación, el intelecto es absolutamente inoperante en la capacidad de la no-meditación para alcanzar la claridad y el discernimiento definitivos: identificarse con rigpa. Hasta el intelecto mas obtuso puede llenarse con la luz de la mente. Y en tanto que el logro de la no-meditación no es la consumación de ningún objetivo, el intelecto, siempre dirigido hacia un objetivo, es infructuoso. Lo cierto es que el análisis intelectual y los parámetros de comparación tienen un estatus bastante degradado para una mente que es dirigida por el imperativo universal. Nuestra meta, la del Dzogchen, no es sólo inefable, ¡sino que también es inimaginable! Por otra parte, el estatus moral tampoco incide en la no-meditación. El karma bueno y el malo producen diferentes efectos, pero la consciencia que inspira nuestra no-meditación los ilumina por igual. La no-meditación trasciende causa y efecto. O, mejor aún, la causa y el efecto son idénticos para el ojo de la mente que es informado por la consciencia primordial. Cualquier esfuerzo hacia el bien o cualquier rechazo del mal, pertenecen a la conciencia condicionada, social o kármicamente.
Así, en la no-meditación hay una aceptación igualitaria, una absoluta hospita-lidad, hacia lo que sea que surja en la mente: no hay ni discriminación moral, ni preferencia por cualquier cualidad por encima de cualquier otra; y aún así, el regio voto del bodhisattva es el que rige espontáneamente toda actividad. La resolución se realiza en la percepción directa, y solamente en el justo momento, en el filo del ahora, desvestido de las expectativas de futuro.
Podemos tener la impresión de que el término “no-meditación” sugiere la ausencia de cualquier postura o comportamiento meditativo positivos, pero producir un molde negativo no es el punto. Si aplicamos el tetralema cuádruple a la condición existencial de la no-meditación, negando simultáneamente que existe, que no existe, que existe y no existe a la vez, y que tampoco ni existe ni no inexiste simultáneamente, solo nos queda una condición que trasciende toda lógica y cada mente racional: la condición que podemos llamar consciencia primordial. Esa condición no llega a existir, ni deja de existir, y no tiene ninguna discriminación; carece de todos los grados de cognición; no puede calcularse, ni describirse; no tiene sustancia, ni esencia; carece de cualquier característica o signo específico y, por lo tanto, de todo potencial de ilustración; y no puede evaluarse de ninguna manera. Por todas estas razones la llamamos no-meditación.
Si no se puede hacer nada, si sentarse en meditación o no sentarse es lo mismo, desde el punto de vista de la no-meditación, entonces: ¿qué ganamos al sentarnos? En primer lugar, si la práctica de sentarnos es parte de nuestro estilo de vida, parte de nuestra rutina diaria como caminar, bañarnos, trabajar o comer y beber, no hay necesidad de cambiar el hábito. El simple hecho de estar sentados es tan válido ―o tan apto para concedernos su perfección inherente― como cualquier otra acción. Cada acción del día tiene su propio mudra y, en tanto que todos los mudras son iguales en la no-meditación, ninguno debe preferirse por encima de ningún otro. De hecho, ninguna acción es más idónea para conferir un mayor sentido de perfección que ninguna otra, y ninguna acción es más capaz de proporcionar ese sentido de perfección que ninguna otra. Pero, si la práctica del sentarse, por otro lado, no es parte de nuestro estilo de vida: ¿hay, entonces, alguna razón para desarrollarla? Aquí la respuesta depende de la fuerza de la experiencia iniciática. Si la comprensión de la naturaleza de la mente es plena y completa y no ocurre ninguna regresión hacia el estado de no-reconocimiento del pensamiento dualista, entonces el desarrollo del hábito de simplemente sentarse, no le agregará nada al propósito de la no-meditación. Por otra parte, si la experiencia iniciática es sólo parcial y el reconocimiento de la naturaleza de la mente es transitorio, y va y viene, entonces el simple hecho de sentarse y permitir que surja lo que sea, sin reacción, ni preferencia, habilita la posibilidad de revivir esa experiencia iniciática, confiriéndole de nuevo su dominio.
Esta forma de no-meditación que acabamos de describir es un punto intermedio entre las prácticas de la no-meditación pura y la no-meditación formal (trekchö). Dichas prácticas se describirán a continuación. Véase también La Joya del Corazón de Dudjom Rimpoché (pág. 63).
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En este documento se presentan cuatro aspectos de la no-meditación, a lo largo de cuatro secciones, a decir: la no-meditación natural, la no-meditación formal, la no-meditación dirigida y la no-meditación integrada. Ya abordamos en extenso la no-meditación natural. A continuación, abordaremos la no-meditación formal, la no-meditación dirigida y la no-meditación integrada. He introducido esta nomenclatura para que podamos salirnos de las cajas tradicionales y relajarnos en la naturaleza de la mente.