Junto con celebraciones como Navidad, el Día de las Madres e incluso Halloween (originalmente «Hallow’s Eve»), el Día de San Valentín no es la única festividad que, aun con tener orígenes rituales o religiosos, ha sufrido cambios a lo largo de la modernidad, especialmente en función de intereses económicos y específicamente con el propósito de incentivar el consumo, a veces hasta niveles absurdos.
Con todo, llama la atención la diferencia diametral entre los orígenes de las celebraciones del 14 de febrero y su devenir contemporáneo, pues pasó de ser una orgiástica fiesta revestida de rituales sangrientos a, como sabemos, una melosa celebración colmada de gestos que oscilan extrañamente entre la ternura subjetiva (quizá auténtica) y el consumismo colectivo, además de una multitud de clichés entre los que se cuentan las rosas rojas, los chocolates, los corazones, animales de felpa y cartas de amor (que, como dijera Fernando Pessoa, son todas ridículas, pues «No serían cartas de amor si no fuesen ridículas»).
A pesar de que los historiadores no tienen muy en claro cuál es el origen de esta celebración, parece que la antigua Roma podría ser un buen punto de comienzo para entender los orígenes de San Valentín. Entre el 3 y el 15 de febrero los romanos celebraban la fiesta de Lupercalia. Los hombres sacrificaban a una cabra y un perro y, luego de desollarlos, procedían a dar de latigazos a mujeres de la comunidad, usando para ello las pieles de los animales recién sacrificados. Tanto hombres como mujeres pasaban estas fiestas desnudos, pero únicamente las mujeres eran quienes se formaban en filas para recibir los latigazos por parte de los hombres.
Los romanos creían que este ritual estimularía la fertilidad, tanto de las mujeres como de la tierra, pues en este punto cabe aclarar que las Lupercales eran una de las festividades propiciatorias del inicio del calendario agrícola, con la cual se buscaban buenos augurios para las siembras del nuevo año. Posteriormente se llevaba a cabo una rifa en la que cada hombre sacaba el nombre de una mujer y las parejas estaban destinadas a copular mientras durara la celebración.
De acuerdo con los historiadores, incluso el nombre de nuestra celebración actual, San Valentín, pudiese tener su origen en la antigua Roma. Se cuenta que el emperador Claudio II, quien reinó en el siglo III D.C. ejecutó a dos hombres, ambos llamados Valentín, el 14 de febrero, aunque en años distintos. Y la Iglesia Católica decidió reconocer a estos mártires con la celebración del día de San Valentín.
¿Pero cómo se transformó todo esto –la Lupercalia y sus orgías, o el martirio de los Valentín– en lo que hoy conocemos como el «Día del amor y la amistad»?
Al paso de años, la celebración se fue suavizando en Europa, junto con otras costumbres, claro, en un movimiento general de represión de ciertas conductas más «licenciosas» de épocas pasadas, por así decirlo.
Curiosamente, en este fenómeno cultural la poesía y los poetas tuvieron una participación protagónica. Al menos en Inglaterra, las influyentes obras de William Shakespeare y Geoffrey Chaucer contribuyeron a «romantizar» la fecha y darle el tono o el ánimo que tiene incluso ahora.
El mito moderno de Romeo y Julieta, por ejemplo, los amores trágicos de Marco Antonio y Cleopatra, o de Otelo y Desdémona representaron, de forma directa o indirecta, una nueva manera de entender el amor y especialmente las relaciones entre dos personas.
Fotograma de la cinta «Romeo + Juliet», adaptación de la obra homónima de Shakespeare dirigida por Baz Luhrmann (1996)
Chaucer, por su parte, escribió uno de los poemas de amor mejor recibidos en su época, Parlement of Foules (El parlamento de las aves), que los especialistas toman como la primera gran obra, de buena recepción popular, en la que se asoció al amor con el Día de San Valentín y, en particular, consolidó la idea de que el 14 de febrero es un día «especial» para las parejas.
Eventualmente la tradición fue exportada de Europa a América y, entre los siglos XVIII y XIX, los modernos medios de producción masificaron los productos asociados con la demostración del amor en el marco de las prácticas culturales fomentadas por el sistema capitalista. Las tarjetas o postales con mensajes amorosos, por ejemplo, las cenas en restaurantes lujosos, las fruslerías con cierta carga emocional implícita, entre varios otros. Hoy, esta fiesta dedicada supuestamente al «amor» parece representar por encima de todo una enorme oportunidad de comercialización.
En síntesis, pareciera que el Día de San Valentín se convirtió hace tiempo en una fiesta en torno al consumismo con ocasionales manifestaciones libres del amor, que aparecen de vez en cuando entre los ramos de flores y los globos con mensajes amorosos, pero sólo de manera accesoria o secundaria.
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