El niño interior que habita en ti: ¿Cómo saber si está herido?

el niño interior

Todos llevamos un niño pequeño dentro. Ese niño es una fuente de alegría, creatividad y autenticidad, pero también de temores, angustias y desconcierto. Con su fardo de luces y sombras, ese niño interior termina influenciado en nuestras decisiones y bienestar emocional, por lo que es importante que lo conozcamos, abracemos y sanemos sus heridas. De hecho, hacer las paces con nuestro niño interior no solo será extremadamente liberador sino que también acelerará nuestro camino de crecimiento personal.

¿Qué es el niño interior exactamente?

La idea del niño interior se atribuye a Carl Gustav Jung ya que este psicoanalista creó el concepto en su arquetipo de niño divino. Sin embargo, la Gestalt, una escuela psicológica para la que los primeros años de la vida son esenciales para dar forma a la estructura psicológica más vulnerable y sensible de nuestro «yo», retomó y difundió el concepto del niño interior.

Según la Gestalt, la estructura psicológica a la que podemos denominar “niño interior” se forma a partir de las experiencias positivas y negativas que tenemos en nuestra niñez. No obstante, a medida que vamos creciendo ese niño interior se va escondiendo en lo más profundo del subconsciente.

Esta configuración psicológica se mantiene latente, como una realidad metafórica y figurativa, pero bastante poderosa que sale a la luz en diferentes circunstancias, como cuando necesitamos recurrir a la imaginación y la creatividad, cuando revivimos un miedo antiguo o si nos invade la angustia.

En el marco de la teoría de los «yos» , ese niño es una de las diferentes facetas de nuestra identidad, que no sería monolítica y unificada como solemos pensar sino más bien un mosaico compuesto por una multiplicidad de yos que toman el mando según sea necesario

En cambio, para Roberto Assagioli ese niño interior en realidad sería una psicosíntesis de todas las edades representando la transición de una a otra. En la práctica, no sería únicamente una formación donde se acumulan nuestras vivencias infantiles, sino que aúna otras etapas del desarrollo, como la adolescencia y la juventud.

Desde esta perspectiva, el niño interior impide que una etapa se quede atrás sepultada en el olvido y, de cierta forma, contribuya a que todas formen parte de lo que somos en la actualidad. Assagioli sostiene que la psicosíntesis de las épocas puede ser beneficiosa cuando somos capaces de mantener vivo lo mejor de cada una pero se convierte en un lastre cuando arrastramos traumas y conflictos no resueltos.

De hecho, un estudio realizado en la Universidad Tecnológica de Luleå concluyó tras analizar el nivel de bienestar psicológico de las personas mayores que “ la presencia del niño interior puede ser una fuente de desarrollo a lo largo de la vida o podría interferir con la evolución de la persona ” cuando no se sanan sus heridas o no se les presta atención a esos contenidos.

Las 5 señales que revelan un niño interior herido

Dado que generalmente estamos desconectados de nuestro niño interior, no solo prestamos atención a sus llamadas de ayuda. Sin embargo, existen algunos signos que revelan un niño interior herido que necesita ser sanado:

1. Miedo al abandono

Muchas heridas del niño interior se deben a la negligencia emocional sufrida en la infancia. Si nos hemos abandonados, quizás porque nuestros padres u adultos no estaban disponibles emocionalmente, es probable que no hayamos sentido desarrollar un apego seguro, de manera que arrastramos ese miedo al abandono a la vida adulta.

Cuando nuestro niño interior teme ser abandonado puede tomar dos caminos: empujarnos a la dependencia emocional ya que nos sentimos indignos de ser amados, lo cual suele crear relaciones de sumisión, o condenarnos a la soledad alejando a las personas para no “encariñarnos” y que luego nos decepcionen.

En definitiva, un niño interior que teme ser abandonado es incapaz de establecer relaciones maduras y saludables. Por tanto, esos adultos no son capaces de entregarse sin reservas y disfrutar de manera plena y confiada de los vínculos emocionales porque estos siempre se encuentran empañados por la sombra del miedo al abandono.

2. Sensación de culpa exagerada

Cuando las cosas se escapan de nuestro control, solemos buscar chivos expiatorios . Como resultado, cuando la vida se tuerce o se vuelve cuesta arriba muchos adultos terminan culpando de manera consciente o inconsciente a sus hijos. Los niños lo perciben y terminan cargando con culpas que no les corresponden.

Por esa razón, el sentimiento de culpa es una señal habitual de un niño interior herido. Si no somos capaces de desprendernos de esa sensación de responsabilidad por todo lo que sucede, es probable que nos disculpemos constantemente, incluso por cosas que no dependen de nosotros y de las que no somos responsables.

Ese niño interior hiperresponsabilizado genera una sensación permanente de culpabilidad, de manera que tendremos la tendencia a ofrecernos como chivos expiatorios. Como tampoco somos capaces de poner límites, esas situaciones pueden conducirnos a relaciones tóxicas en las que los demás se aprovechen de ese malestar manipulándonos emocionalmente.

3. Falta de confianza

Si cuando éramos pequeñas las personas que pudieran ser nuestra fuente de confianza y seguridad nos hacían sentir todo lo contrario, no es extraño que el niño interior siga siendo nuestro inseguro. La falta de aprobación en los primeros años de vida, las críticas desmedidas, la ausencia de elogios, las presiones por el desempeño y las comparaciones constantes con coetáneos más “capaces” suelen generar una personalidad vulnerable.

Un niño interior que no confía en capacidades sus terminará reflejándose en comportamientos como la reticencia a asumir riesgos, una angustia enorme ante los cambios y dificultades para emprender nuevos proyectos. Esa falta de autoconfianza a menudo está relacionada con una baja autoestima.

Ese niño interior herido no solo nos hace dudar de nuestras potencialidades, sino que además nos “protege” para que ni siquiera lo intentemos. Nos hace pensar que vamos a fracasar antes de dar el primer paso ya menudo pasa por alto nuestros éxitos o potencialidades para enfocarse únicamente en los errores, fracasos y debilidades.

4. Enojarse por todo

La ira es una emoción universal. Todos la experimentamos en algún momento. Sin embargo, la manera en que expresamos esa ira cambia. Si nos enfadamos continuamente y perdemos los papeles por cosas relativamente intrascendentes con cierta frecuencia, es posible que en el fondo se deba a un niño interior herido.

Si en la infancia muchas de nuestras necesidades emocionales no fueron satisfechas, es probable que nuestro niño interior haya acumulado mucho resentimiento. Puede sentirse enfadado con el mundo o creer que este “le debe algo”.

Como resultado, no reaccionamos de manera adulta ante los contratiempos, conflictos o simples diferencias de opinión, sino que afrontamos esas situaciones de manera regresiva, a través de explosiones de ira o rabietas, como si fuéramos niños pequeños incapaces de gestionar esa frustración.

5. Ego excesivo

Parte del proceso de crecimiento consiste en comprender que no estamos solos en el mundo. Poco a poco, los niños van abandonando su postura egocéntrica y desarrollando la empatía. Eso nos permite mantener unas relaciones interpersonales más provechosas y maduras.

Si el niño interior no ha crecido, intentará imponer su visión egocéntrica de la vida. En ese caso, se trata de adultos con un ego desmedido que se cree el centro del universo. Estas personas pretenden que los demás orbiten a su alrededor y les rindan pleitesía.

Sin embargo, en el fondo ese nivel de narcisismo esconde un “yo” frágil, un niño que no ha llegado a crecer y se esconde detrás de esa máscara prepotente para no mostrar sus inseguridades. Obviamente, al no reconocer sus problemas, se condena a un bucle en el que terminará alejando a los demás y cometiendo una y otra vez los mismos errores.

El costo de ignorar a nuestro niño interior

La mayoría de las personas que se autoproclaman adultos, no lo son en absoluto. Todos envejecemos, pero envejecer no es sinónimo de madurar. El simple paso de los años no basta para convertirnos en adultos maduros. La verdadera madurez consiste en reconocer, aceptar y hacerse responsable de amar y sanar al niño interior. Por desgracia, la mayoría de los adultos nunca lo hacen.

En cambio, suelen ignorar, olvidar, menospreciar, abandonar o incluso rechazar a su niño interior. Ni siquiera es culpa suya. La sociedad nos dice que “crezcamos” y olvidemos las cosas infantiles. En teoría, para entrar en el mundo adulto debemos perder muchas de las características infantiles, como la sensibilidad, la espontaneidad, la inocencia, la alegría por las pequeñas cosas e incluso la imaginación. Ser adultos a veces incluso implica callar lo que nos molesta o relegarnos a un segundo plano.

Para ser adultos también debemos controlar nuestras emociones, aunque a menudo eso no significa ser capaz de gestionarlas asertivamente sino tan solo esconderlas o reprimirlas. Por tanto, muchos adultos no se sienten libres para expresar sus miedos, enojos o sufrimiento. Así, la mayoría de la gente se convence de que ha crecido porque ha desechado las actitudes infantiles. Sin embargo, si no abrazamos a nuestro niño interior para curar sus heridas, seguirá influyendo negativamente en nuestra vida.

Un niño herido interior puede autosabotearnos de muchas formas: haciendo que despleguemos comportamientos autodestructivos, asumamos actitudes egocéntricas que se acercan a nuestras relaciones o nos volvamos dependientes emocionalmente por el miedo al abandono. Quienes se han desconectado de su niño interior a menudo también se definen en personas extremadamente rígidas, incapaces de adaptarse a los cambios del mundo. En esos casos, no es un “yo adulto” el que dirige nuestra vida, sino un niño interior herido y probablemente enfadado, frustrado o asustado.

Muchas veces ese niño interior se activa y nos empuja a actuar de manera impulsiva e infantiloide, teniendo auténticas rabietas con ataques de rabia o frustración. Otras veces nos hace sentir angustiados y excededos ante el menor obstáculo, como si fuéramos niños indefensos sin las herramientas psicológicas necesarias para afrontar la vida.

Cuando tenemos un niño interior herido o nos hemos desconectado demasiado de esa parte de nosotros, podemos sentir como si estuviéramos caminando con una tonelada de ladrillos en la espalda. Si el niño interior se siente tambaleante, de adultos nos sentiremos inseguros, desorientados y desubicados en la vida.

En cambio, cuando ese niño se siente estable, actúa como un ancla profundamente arraigada en nuestro interior y nos sentimos más seguros, confiados y cómodos. Eso nos permitirá crecer como personas. Por esa razón, abrazar a nuestro niño interior no es una opción, sino una prioridad.

Para sanar a ese niño interior, es importante conectar con sus necesidades, respetar a nuestro “yo” del pasado y tratarnos con amabilidad. Escribir nuestros sentimientos y hacer las paces con lo que nos sucedió nos ayudará a liberarnos de esos miedos, inseguridades o rabia para poder aprovechar el potencial transformador de nuestro niño interior.

fuentes:

Sjöblom, M. et. Alabama. (2016) Salud a lo largo de la vida: el fenómeno del niño interior reflejado en los acontecimientos de la infancia vividos por las personas mayores. Int J Qual Stud Salud Bienestar ; 11: 10.3402.

Assagioli, R. (2003) El conflicto entre las generaciones y la psicosíntesis de las edades humanas. Ciencias Políticas .

El niño interior que habita en ti: ¿Cómo saber si está herido?

Deja un comentario

Este sitio usa Akismet para reducir el spam. Aprende cómo se procesan los datos de tus comentarios.