«Solo estaremos llenos de las formas verdaderas
cuando estemos vacíos de sueños».
Marsilio Ficino¿Dónde se encuentra el hombre cuando está inatento? ¿Dónde habita cuando avanza distraído, perdido en sus pensamientos? En ese preciso instante, ¿dónde mora exactamente su ser?
En la medida en que no hay atención, el hombre se va sumergiendo en el estado de olvido de sí mismo, lo cual es como hundirse en un terreno enfangado y repleto de arenas movedizas.
La disipación de su mente en asuntos banales rebaja sus facultades y debilita la débil conexión que tenía consigo mismo.
El hombre necesita sostenerse a sí mismo y elevarse —sujetar su presencia consciente— potenciando la no identificación con la fisonomía cambiante de la realidad externa. Que su mente y sus sentidos reposen en el asiento de la atención despierta y pueda emanciparse del ensueño de sus ilusiones fingidas.
Solo así podrá evitar el tedio de los pensamientos, uno detrás de otro, encadenados por el grillete de un falso yo.
«Salir nunca fue demasiado bueno,
permanecer dentro fue mucho mejor».
Theologia Germanica, IXUn hombre sin conocimiento tratará de incrementar su bienestar en virtud del acopio de experiencias placenteras. Su mente ha sido condicionada por la idea de que hallará felicidad si expande indefinidamente el umbral de satisfacción.
Sin embargo, la felicidad verdadera es calma pura y no proviene de atestar la mente, sino más bien de vaciarla. Experimentar el fondo de la Consciencia es plenitud real e incondicionada.
«Que el hombre exterior y el interior
estén en concordancia».
Platón (Fedro, 279C)Cuando habitamos en el mundo, a menudo nos movemos distraídamente por largo tiempo y nos separamos de nuestro centro, que yace marchito y olvidado. Agotados, nos exiliamos de la existencia verdadera.
Para compensar este desarraigo, en cada impulso de ida que iniciemos siempre se esconderá, subrepticiamente, un anhelo de regreso. En nuestro psiquismo subyace una profunda orfandad no reconocida.
Todo aquello que hacemos, en pro de la consecución de algo, todo emprendimiento —a donde acudimos para aplacar nuestra sed—, reemplaza el encuentro con lo real. Por ignorancia se efectúa un aplazamiento, tal vez una sustitución: la del deseo, que es una forma de nostalgia disfrazada.
Esta nostalgia obedece a que todo ser sensible lleva en sí, por naturaleza, el impulso hacia el retorno, la recomposición de la unidad perdida, la beatitud que ya gozábamos en la presencia divina.
El destino final de cada ser será, pues, evolucionar hacia esa condición iluminada —el estado perfecto y completo— que está impregnado de verdad.
«Oh tú, que buscas el camino que conduce al secreto,
retorna sobre tus pasos porque es en ti mismo donde se
halla todo el secreto».
Ibn ArabíUn hombre ha de velar por su estado de Consciencia. Al habitar en ella necesariamente, debe custodiar su integridad, porque ella es la raíz y el principio de todo. Su preciado sostén, morada última y primera.
El hombre no puede conocer el mundo —y a sí mismo, por extensión— si no es a través de la Consciencia, que, como una llamarada de conocimiento, le guía a través de la oscuridad.
Aquello que el hombre fermenta en las profundidades de su ser, eso es lo que proyecta inadvertidamente sobre las cosas. Cuando la mente se obscurece, el hombre se hunde en su abismo particular, pero cuando la mente se ilumina, un hombre despierto se eleva hasta la cima de sí mismo.
«Si posees el verdadero conocimiento, oh alma,
comprenderás que eres semejante a tu creador».
HermesEl hombre es un ser en transición, no un ente definido y acabado. Es una fuerza emergente del Universo, dinámica y creativa, que busca manifestarse, un impulso que anhela vivificar la materia, moldearse en el estanque del tiempo.
El hombre, habitado por la Consciencia, imprime su huella y expande la condición orgánica del Universo. Imbuido de la substancia-energía de Dios, es copartícipe en la creación de su destino.
Porque sin Dios, la Consciencia no podría vibrar, y sin la Consciencia en sí, el hombre no podría ser.
Dios, sin su Ley, no podría crear.
«Pero, cuando llegue lo perfecto, desaparecerá lo parcial».
1 Corintios, 13Cada hombre es lo que es y lo que puede llegar a ser: su estado actualizado, pero también su ser latente y potencialmente despierto. En cada ser humano existen muchas dimensiones escondidas, múltiples perfiles adormecidos, expresiones de la luz que aún no han emergido; muchas de ellas, tan débiles como pequeños ríos transparentes, jamás se desperezarán del sueño y morirán en estado de semilla. Pero, tal vez, en un hombre, o diez, o cientos, algún día se descifre todo aquello para lo que fueron nacidos. Eso para lo que fueron creados. Todo hombre es potencialmente un buda, un ser despierto que ha comprendido las leyes divinas y que vive —y muere— en aquiescencia de Dios.