Conciencia no dual

Por María Martínez María Martínez
Como los siguientes relatos tienen que ver bastante con la relación de pareja,
aquí está una foto de ambos, hecha por mi hijo Pablo

INTRODUCCIÓN: El fracaso del yo

Este verano asistí junto con mi pareja a un retiro de silencio de nueve días de duración con Consuelo Martín, filósofa experta en filosofía oriental y en vedanta-advaita (no dualidad) en un monasterio de la provincia de Burgos. Llevaba dos años acudiendo a estos retiros, y eso había supuesto un cambio esencial en mi vida. Desde la adolescencia era una buscadora de lo que podríamos llamar la “verdad”, y había estado en varios caminos espirituales, así como en múltiples cursos, talleres y retiros. Había practicado meditación durante años, y también había leído mucho, pero no me identificaba con ningún camino ni con ninguna creencia, y desconfiaba de los que se hacían llamar “maestros”, pues había salido «trasquilada» en varias ocasiones. Había pasado también por la difícil experiencia de una separación de mi primer marido y de mis dos hijos, así como una fuerte crisis profesional como médico, en la que todo lo que creía que era cierto en medicina se había venido abajo. Estudié medicinas complementarias y psicoterapia sistémica, creyendo que así podría ayudar mejor a los demás y a mí misma, pero tampoco encontré la paz que buscaba. Mi actual pareja era una persona con la que me parecía que compartía absolutamente todo, y a cuyo lado vivía momentos de intensa felicidad, pero eso tampoco hacía que desapareciera esa profunda sensación de vacío que parecía acompañarme siempre.

Finalmente, encontré en las enseñanzas de no dualidad una resonancia profunda con ese anhelo que siempre había bullido en mi interior. Aparecieron primero los libros de Eckhart Tollea y Tony Parsons, cuyas palabras, más que leídas, eran «reconocidas» desde dentro (hasta entonces, esto sólo me había pasado con Krishnamurti). Un día, alguien me regaló un libro de Consuelo Martín: La revolución del silencio, y me pareció un milagro que hubiese alguien vivo, de mi propio país, que hablase mi propio idioma, y que escribiese sobre lo que yo estaba descubriendo ¡y además era una mujer!.

Monasterio

Aunque, como he dicho, llevaba dos años acudiendo a retiros con Consuelo Martín, éstos no me resultaban fáciles, debido entre otras cosas a que provocaban crisis en mi relación de pareja. Yo era una persona muy afectiva, con gran necesidad de expresar y recibir ternura, y cuando acudíamos al monasterio mi compañero parecía convertirse en un auténtico «monje», lo que disparaba en mi persona un viejo programa de miedos y angustia que no era capaz de superar.

En este retiro volvió a ocurrir lo mismo, a pesar de todos “mis” esfuerzos para evitarlo. Luché con todas “mis” fuerzas intentando respetar la intimidad de mi pareja, y aprovechar la oportunidad para contemplar las necesidades y dependencias, tratando de superarlas, pero no lo logré. Durante los primeros días sólo podía contemplar la mezcla de enfado, miedo y culpa que me inundaba. Esas emociones eran fruto del apego que nace de la identificación con el cuerpo y con el pensamiento, convirtiendo las relaciones en un “negocio” donde damos a cambio de recibir, y eso que llamaba amor de pareja nada tenía que ver con el verdadero Amor.

Hacia la mitad de la semana coincidió “oportunamente” la fecha de nuestro noveno aniversario y recogí nueve piñones del jardín para celebrarlo. Se los di a mi compañero como regalo, dejándolos sobre su mesa de lectura, pero él no hizo caso. Esa noche, no podía dormir. Había una intensa tormenta, pero la tormenta interior más fuerte aún que la exterior. A las 3 de la madrugada le desperté, llorando, y le dije lo que me pasaba. El me respondió que lo contemplase. ¡No hacía otra cosa que contemplarlo! Me abrazó y me dijo que se me pasaría, que eso no era “real”, que no éramos este cuerpo ni esta mente. Ya lo sabía, pero aún así la angustia no se iba. Me sentía infinitamente culpable y avergonzada por mi debilidad, por mis necesidades, por haber fracasado en el intento de respetar la intimidad qué él tanto parecía necesitar, y sólo quería que aquello se pasase de una vez para dejarle dormir. Me veía a mí misma como un bebé inmaduro y perverso, que nunca podría llegar a avanzar espiritualmente. ¡Tantos años asistiendo a cursos, estudiando, meditando, intentando practicar el “amor incondicional”…y siempre acababa igual! No tenía remedio, nunca cambiaría, no había nada que hacer. Me sentí completamente fracasada. Sólo podía contemplar todos estos pensamientos y emociones, y ver que mi verdadera identidad no era eso. “Yo soy la conciencia que se da cuenta de ello” ―me decía―. Contemplé, y contemplé, y al final la angustia se fue calmando, abrazada por la comprensión amorosa de algo más profundo que iba surgiendo en el silencio. Volví a mi cama, y aunque tardé varias horas en dormirme, estaba en paz.

Los nueve días que vinieron después son los que describo en este relato. Corresponden a los cinco últimos del retiro y los cuatro que pasé en las montañas del sur de la Rioja, antes de volver a casa.

Dos días después de la crisis que acabo de relatar, aconteció lo que podría llamarse un “despertar”, una profunda compresión de nuestra verdadera identidad, de la Unidad, de lo Real, de lo que Es. Ocurrió sin ser buscado, cuando el “yo” se había rendido, y a pesar de ser absolutamente simple, supuso un cambio en la visión de un modo tan radical y profundo que no me es posible describirlo.

En los días que siguieron al retiro, las sincronicidades continuaron. La Vida parecía haberse desplegado en una enseñanza de extraordinaria riqueza. Los procesos interiores se reflejaban en las cosas que ocurrían en la vida exterior, y cada instante parecía una metáfora elaborada minuciosamente por el mejor de los guionistas ―que no es otro que la Conciencia, es decir, nuestro verdadero Ser real―. Esto ocurre continuamente en la vida de todas las personas, y he comprobado que siempre es así, en todos los casos y sin excepción, pero habitualmente no lo vemos, porque vivimos con los ojos cerrados. El estado de conciencia “un poco más despierta” que se había producido gracias al retiro favoreció esta capacidad de ver.

La tarde del cuarto día de vacaciones en la Rioja dije a mi compañero: “Si un día me rompo un tobillo, o tengo una enfermedad que me obligue a quedarme en casa sin trabajar, o si tú te mueres, a lo mejor escribo todo esto”. “¡Aunque parezca increíble, tienes las fotos para demostrar que es cierto!” ―me respondió riendo―. Yo había hablado en broma, pero esa misma noche, inesperadamente y sin haber hecho nada, comencé con un intenso dolor en el hombro, y al día siguiente la articulación estaba congelada. Esto nos obligó a adelantar la vuelta de vacaciones y me impidió incorporarme en unos días al trabajo. ¿Será que tengo que escribirlo “ya”? ―me dije―. Me resistía, porque me parecía imposible explicar lo vivido, pero un impulso me hizo sentarme ante el ordenador, y empecé a teclear torpemente. Después, todo fluyó sin obstáculos. No podía hacer otra cosa que escribir. Así que, a pesar de los argumentos del pensamiento, lo vivido en estos días ha quedado puesto en palabras.

Estos relatos muestran que vivir lo que realmente somos es posible, y que está al alcance de todos. Que no hay que ser perfecto, que no hace falta ninguna práctica espiritual especial, que no necesitamos sanarnos de nuestros defectos ni resolver nuestros problemas. Lo que Somos lo somos aquí y ahora, siempre. Nunca hemos sido otra cosa: Una pura Conciencia, infinita y eterna.

He hecho referencia en el texto a muchas enseñanzas de Consuelo Martín, pero he utilizado únicamente las notas de mi cuaderno, y advierto que por tanto pueden contener errores. El motivo de esto es que no he tratado de transmitir su enseñanza, ―para lo cual hay numerosos libros y grabaciones―, sino solamente relatar lo que fue comprendido a un nivel vivencial.

He de decir, por último, que tratar de poner por escrito estas vivencias supone emplear continuamente la palabra “yo”, cuando no hay ningún “yo”. Supone hacer referencias personales, cuando no hay ninguna persona a la que referirse. Supone, en fin, una contradicción permanente. Esta contradicción no tiene solución, porque el lenguaje es dualista. Tratar de explicar la no dualidad con un instrumento dual es y será siempre una contradicción. Lo bueno de esto es que el pensamiento queda acorralado, porque sabe que haga lo que haga no podrá hacer nada, y desaparece todo objetivo personal.

No hay ningún sujeto, ningún experimentador que exista como entidad separada y que pueda atribuirse la autoría de lo que acontece. Podríamos decir, entonces, que estos relatos hablan sólo de la Conciencia siendo consciente de sí misma.

Así pues, dejemos que sea la Vida la que se cante a sí misma, simplemente, aquí y ahora, con las palabras que surgen del silencio.

1.- SEMILLAS DE TRIGO: El “Ahora”

Semillas de trigo

Salí a caminar por los alrededores del monasterio. La noche anterior apenas había dormido y tenía la cabeza muy pesada, por lo que necesitaba despejarme. El cielo estaba cubierto y acababa de llover suavemente. El olor de la tierra mojada era tan bello y tan intenso que parecía que el pecho era demasiado pequeño para contenerlo.

Tras varios días de retiro, me seguía costando hacer silencio. Aunque estaba callada por fuera, los pensamientos no cesaban y atrapaban casi toda la atención.

¿Por qué no puedo hacer silencio?

Escuché en mi interior las palabras de Consuelo, que se habían quedado vibrando en el corazón como una melodía dulce y cálida:

“Reflexión es utilizar el intelecto pero con una intención honesta y sincera de respondernos a una pregunta, y hay que tener momentos de silencio. Dejo la interrogación ahí, suspendida, hago silencio, y en un momento dado surge la respuesta por intuición. Reflexiono por amor a la Verdad, no para deslumbrar a otros. La intuición es entonces la luz que irrumpe y habita entre nosotros”.

Había muchas preguntas bullendo en mi interior:

“Por qué vivo “dormida”? ¿Por qué no me despierto?”

Atravesé los campos segados siendo muy consciente de cada paso, del respirar, de los sonidos, de las sensaciones corporales… A lo lejos se veían los cuerpos de las personas caminando despacio por los senderos, todos en silencio…

“¿Por qué mi cabeza está llena de pensamientos?”

Había estado observando durante los días anteriores estos pensamientos y me había sorprendido lo absurdo de su contenido: melodías de viejas canciones reverberando una y otra vez, situaciones vividas con mi pareja, justificaciones, recuerdos de imágenes que nada aportaban y que nada tenían que ver con el presente. Me había dado cuenta que determinados pensamientos traían como consecuencia las emociones correspondientes: miedo, enfado, rencor, tristeza, culpa, impaciencia… Esas emociones a su vez alimentaban los pensamientos, y así caía en un círculo sin salida. Esto era lo que me había llevado a la crisis de la pasada noche.

“¿Por qué doy tanta realidad a lo que pienso y a lo que veo?”

Nada es lo que parece. Castaneda describía el mundo como una red de luz, y los científicos dicen lo mismo. Platón hablaba de las sombras vistas desde la caverna. Y yo sigo viviendo dando realidad a las sombras, en lugar de a la luz, creyéndome un cuerpo y una mente separados, creyendo que el tiempo y el espacio son reales, creyendo que lo externo es independiente de lo interno, creyendo que hay “alguien” ajeno a la conciencia que mueve este mundo.

Sin embargo, cuando hago silencio y me pregunto: ¿Quién es el que está pensando? ¿Quién mira el pensamiento? y ¿Quién mira al que lo mira? llego a ese lugar profundo donde el “yo” habitual desaparece y sólo está ese Testigo sin nombre, ese “puro centro de percepción consciente, desimplicado de todo el mundo percibido”, como lo describe José Díez Faixat en su libro Siendo nada soy todo. Ese testigo está todavía separado, sigue siendo “un centro experimentador diferenciado de la realidad experimentada”, como él dice, pero está “en el mismo umbral de la realidad no dual”. Y de hecho, en ocasiones en que uno está situado en este sujeto último (tanto meditando o contemplando sentados, como en plena acción) ocurre que el sujeto desaparece y queda una única Conciencia. Esto no es una consideración teórica, sino una vivencia al alcance de cualquiera que se detenga por un instante a contemplar. En esos momentos uno “sabe” sin lugar a dudas que hay algo que está más allá de los sentidos, más allá del pensamiento, más allá de lo que creemos que somos, y que ese algo es nuestra verdadera esencia. Cuando esto acontece, uno sale del tiempo y se encuentra con la eternidad.

Había estado practicando ese “estar en el Testigo” en todas las situaciones en que me acordaba de hacerlo durante estos dos últimos años: mientras esperaba el autobús, mientras caminaba, entre un paciente y el siguiente en la consulta, y sobre todo cuando estaba tomada por las emociones negativas… como la noche pasada, pero apenas podía mantenerme unos segundos, o unos minutos. De todos modos, siempre me ayudaba, y creo que fue predisponiendo algo en una determinada dirección, porque cada vez parecía algo más fácil permanecer ahí.

Seguí caminando entre las espigas cortadas. Las encinas y los robles en las colinas se movían con el viento, y sus recias hojas danzaban sin oponer resistencia, dejando que el aire las hiciese rugir. Hoy cantaban una canción nueva, que nunca antes ni nunca después sería cantada. Las nubes, de color gris oscuro, brillaban con una luz extraordinaria, que tampoco nunca antes existió, ni nunca después existiría.

Mientras observaba mis pasos y escuchaba el crujido de mis sandalias, iba mirando los granos de trigo esparcidos en la tierra. Después de la siega, muchas semillas quedaron sin recoger, seguramente arrastradas por el viento. Ahora estaban ahí, y al pisarlas me dolía la vida perdida que significaban.

Cada semilla me hablaba del “ahora” perdido, de ese instante luminoso y eterno que está fuera del tiempo, y que se me escapa cuando estoy enfrascada en mis pensamientos.

Traté de describirlo es este poema:

EL AHORA

EspigasEn los campos segados
de trigo, el viento,
mil semillas dejó
cubriendo el suelo.

Voy pisando los granos
con mis sandalias,
y esa vida perdida
me hiere el alma.

Me preguntas por qué
vivo durmiendo:
El tiempo y el espacio
me sedujeron.

Me preguntas por qué
no me despierto:
Porque perdí la llave
de mi Silencio.

Me preguntas por qué
hay pensamientos:
La casa del presente
vendí a mi sueño.

Semillas del ahora,
Vida sin tiempo,
granos de Luz y Fuerza,
¡os voy perdiendo!

Continuará en Parte 2
https://www.nodualidad.info/colaboraciones/conciencia-no-dual-1.html

Deja un comentario

Este sitio usa Akismet para reducir el spam. Aprende cómo se procesan los datos de tus comentarios.