«Somos como islas en el mar, separadas en la superficie
pero conectadas en lo profundo.»
William James
Parece que nos separan cosas, tiempos, espacios, y que más allá de ello no hay un hogar común. Parece que para sentirnos tenemos que ponernos de frente y hablarnos, tocarnos e incluso estimularnos. ¿Y si no hay espacio ni tiempo ni nada que pueda separarnos? ¿Y si por debajo de todas esas capas que hemos construido somos tan cercanos que somos el mismo? Igual en todo, sintiendo y riendo a carcajadas mientras este show de barreras sigue en pie.
¿Y por qué no? Probemos a no darle prioridad al escenario y miremos con los ojos bien abiertos para ver detrás de él. Apuntemos a la diana que nunca falla: el corazón. Quizás de esta manera comprenderemos mejor las cosas y viviremos cada día sintiendo que lo sentimos todo, justo ahora, justo aquí, justo en ti y en mí.
Quizás piensas aún que nos separan estos muros, pero yo estoy segura de que en esta propuesta, aunque sea en un destello fugaz, me has sentido tan cerca que has suspirado, y ese brillo te ha llevado a ese hogar común. De intimidad pura.
¿Y sabes qué es lo mejor de todo? Que siempre puedes volver ahí, porque ahí es desde donde naces siempre. Unidos. Juntos. Eternos.
He introducido este apartado con una de las entradas de mi blog. Sentí algo hermoso cuando la escribí y cada vez que la releo me sucede. Y me pareció que sentirme emocionada era la mejor manera de empezar a hablar de unidad.
Recuerdo que, en una ocasión, estaba a la mesa de un bar compartiendo algunos de estos temas, y una de las chicas allí sentadas me dijo: «Pero ¿qué quieres decir con todo esto?», y le contesté: «Muy fácil. O sientes que tú eres tú y yo soy yo, o sientes que yo soy tú». Ya puedes imaginar su cara. Lo que le planteé era de suma simplicidad, pero al mismo tiempo era amorosamente radical. Se quedó pensativa y, mirándome a los ojos, dijo: «Yo me veo distinta a ti». Su respuesta fue honesta y totalmente lógica. Era su experiencia, como también la mía. Ella tan solo reflejaba las dudas que aún esperaban a ser disueltas en mí.
Lo que podemos deducir de esta afirmación es que las dos cosas no son posibles. O sientes que yo soy algo ajeno a ti o sientes que soy parte de ti. Lo primero inevitablemente configura el estado de alerta, miedo y culpabilidad; lo segundo, el estado de felicidad. Las dos opciones están disponibles en tu mente y tú eres libre de elegir cuál quieres vivir o, lo que es lo mismo, crear.
Y puedes decir: «Pues yo deseo verte como parte de mí pero no lo logro, incluso me cuesta creer en ello, pero si lo viera podría aceptarlo». Claro, lógico, pero las cosas no funcionan precisamente así. Tú solo puedes ver aquello que quieres ver. Dicho de otra manera: de todo lo que podrías ver, tan solo experimentas lo que de verdad deseas y no lo que crees que deseas. Si no me ves como parte de ti, es porque esa experiencia aún te produce miedo y no la quieres vivir. Y es que, a través del miedo, esa visión asusta un poco.
Para poder ver que formamos una unidad tienes que abrirte a ello de corazón. Tienes que quererlo de verdad, y no como un truco para autoconvencerte de que deseas la paz. Todo cambio de conciencia, porque así lo deseamos, implica cierto entrenamiento. Podrías verlo con solo desearlo ahora mismo, pero normalmente lo vivimos como «un proceso» al que nos vamos abriendo paulatinamente, hasta que topamos con la voluntad presente de ver la unidad.
La vida es algo indisoluble. Es como los dedos de tu mano. Puedes nombrarlos, uno a uno; también puedes moverlos de forma separada y utilizarlos para cosas distintas; puedes adornar cada uno a su manera e incluso puedes hacerte daño en alguno de ellos y no en los demás. Aunque es posible hacer todo eso y más, no existe un dedo que no forme parte de tu mano; por más que intentases lo contrario, llegaría un momento en el que solo te quedaría asumir que esto es así. Bien, aunque parece un ejemplo absurdo, es un símil perfecto de la vida misma.
Las personas, los animales, los minerales y todo cuanto puedas experimentar son parte de la vida. Por eso mismo los experimentas. No hay nada que exista por sí solo como algo separado y ajeno a lo demás. Como vemos espacio y tiempo entre unas cosas y otras, pensamos, con la lógica, que existe una separación entre ellas. Pero que sea un razonamiento lógico para los humanos no significa que sea la verdad.
Quizás te ha pasado que mirando a los ojos de tu perro o gato has sentido una unión más allá de las apariencias. O la has sentido con tu hijo, o en una reunión familiar, o viendo una puesta de sol o mirando los ojos de un desconocido. En ese preciso instante sientes que tus bordes se desvanecen y te embriaga una sensación de totalidad. No hay muchas cosas distintas ahí, sino una sola: el amor que eres. Todos hemos vivido momentos así, que podemos catalogar de felices o incluso de perfectos. Y no eran perfectos por lo que ahí sucedía, sino más bien por la mentalidad desde la que sucedían.
Nos abrimos a ver la imperfección desde la perfección.
Es como si en esos instantes te permitieras ser tú en toda su magnitud, haciendo que la experiencia de unidad configure todo tu momento. Eso te demuestra que hay instantes en los que sí has experimentado la unidad. Ahí no hay pensamientos de separación ni miedo. Lo que ocurre luego es que volvemos a pensar de forma programada y aparece algún reproche hacia lo que sucede.
Cuando aceptas, eres uno. Cuando enjuicias, empiezas a separar.
Puede parecer que hablar de unidad sea algo abstracto, demasiado profundo e incluso descabellado. Pero enfoquémonos: hablar de unidad es hablar de algo cotidiano. Está presente en todos tus días. No nos referimos a ángeles y demonios, a ranas que se convierten en príncipes ni a inframundos. Estamos, simple y llanamente, hablando de tu corazón. Y eso, estarás de acuerdo, está siempre contigo.
Para tu corazón es algo obvio, tanto que cuando le permites regir tu vida te da esos espacios de los que acabamos de hablar. Él únicamente tiene la mirada del reconocimiento. Se reconoce en cada cosa que mira y tiende a unificar. Por el contrario, nuestra programación mental no hace otra cosa que ver diferencias, más que nada porque esa es la base de su funcionamiento.
Ya hemos comentado que el ego se rige por la separación. Por eso no ve ese trasfondo común; solo se percata de diferencias que hacen la gran diferencia. Todo es motivo ahora para resaltar lo distinto, lo único, lo especial, pues comúnmente se cree en ello. Un grano de sal en la inmensidad del mar; como si el grano no fuera el mar. Ahora es un punto distinto al que se puede mirar y diferenciar, por bueno y por malo. Desde ahí ya tenemos el mapa del olvido. En esos instantes no te permites ser tú en toda tu magnitud, e impides que la experiencia de unidad configure tu momento.
¿Vives una experiencia unificada o separada?
Te invito a que hagas de la unidad tu verdad. A que la vivas como algo presente y cotidiano. Y que no lo conviertas en algo intangible, exótico o rocambolesco; hazlo algo palpable, tanto como el reflejo de tu mirada en los ojos de tu amor.
Matriz divina
Todo lo está haciendo el Todo. Para su goce y disfrute. Todo unido a todo, a cada instante. Esto se está escribiendo a la vez que Júpiter orbita o un niño muere en África o inventan la penicilina. Cada escena está en relación con toda la trama universal, todo está sucediendo a la vez y nada por separado. No existe ni un solo átomo que vaya por su cuenta. Lo que vivimos nunca fue nada tuyo o mío. No existe la propiedad ni esto solo me pasa a mí. Nunca fuiste nada aparte, algo a lo que poder señalar y separar del resto. Siempre estuviste en todo, con todos. Ningún acontecimiento es personal, ningún acto tiene un solo dueño. No hay pensamientos privados, emociones personales ni tan siquiera situaciones especiales. Eso es solo la mirada del olvido que intenta separar. Todo sucede dentro del mismo tren y, por tanto, es compartido. Cada pensamiento tuyo también es mío. Solo hay una causa que juega al juego de los mil efectos propios, que se esconde en este mar que parece separar, pero solo hay unidad, pues esta causa nos nace a todos. Toda ola es mar. Todo mar es experiencia de vida, viviéndose.
Vive sabiendo que eres todo y te encontrarás en cada paso que des.
Tu mirada solo te verá a ti. ¿Imaginas? No imagines, vívelo.
Tú eres yo, y yo soy tú. Somos el mismo. Vemos diferentes cuerpos, diferentes costumbres, diferentes personalidades, pero más allá de todas estas palabras, somos lo mismo. Y en ese mismo es donde nos entendemos. Una multiplicidad que brota de la unidad. Una unidad de la que brota todo sentido. Volvemos al principio, como todo buen final.
Una idea simple, a la que siempre puedes regresar, desde la que siempre puedes funcionar. Puedes nombrarla como quieras, es tu casa, eres tú.
Eternidad
Universo
Amor
Vida
Tú
Yo
Sí