Un estudio de la Universidad de Bradford apunta a que anomalías en el campo magnético terrestre podrían ser clave para estudiar antiguas civilizaciones sumergidas sin la necesidad de excavaciones y exploraciones submarinas.
Los arqueólogos han estado investigando una antigua masa de tierra que alguna vez conectó lo que ahora es la isla de Gran Bretaña con el continente europeo. Conocida como Doggerland, albergó uno de los asentamientos prehistóricos más grandes del área.
Ahora, con una expansión sin precedentes de la energía eólica marina para combatir el cambio climático —encabezada por el compromiso del Reino Unido con las emisiones netas cero para 2050—, los desarrollos pueden eventualmente resultar en que partes del paisaje marino se vuelvan cada vez más inaccesibles. Es por eso que recopilar la mayor información arqueológica posible se ha vuelto una prioridad.
Con esto último en mente, el estudiante de doctorado Ben Urmston piensa que buscar anomalías en los campos magnéticos mediante el análisis de datos de magnetometría, podría indicar la presencia de características arqueológicas submarinas sin necesidad de excavación.
«Pequeños cambios en el campo magnético pueden indicar cambios en el paisaje, como áreas de formación de turba y sedimentos, o donde se ha producido erosión, por ejemplo, en los canales de los ríos», explicó el investigador. «Como el área que estamos estudiando solía estar sobre el nivel del mar, existe una pequeña posibilidad de que este análisis incluso pueda revelar evidencia de actividad de cazadores-recolectores. Ese sería el pináculo».
«También podríamos descubrir la presencia de yacimientos que consisten en huesos de animales, conchas de moluscos y otros materiales biológicos, que pueden decirnos mucho sobre cómo vivía la gente», agregó.
Doggerland
Doggerland (o Dogerlandia en español) estuvo entre las áreas más ricas en recursos y ecológicamente dinámicas durante los últimos períodos Paleolítico y Mesolítico (c. 20000-4000 a.C.), pero fue devorada por el mar debido al calentamiento global al final de la última Edad de Hielo.
No se han encontrado restos in situ y los únicos artefactos del sitio de 185.000 km² se recuperaron en gran parte por casualidad, lo que significa que nuestro conocimiento de los habitantes y sus estilos de vida es extremadamente limitado.
«Si detectamos características que podrían indicar un yacimiento, por ejemplo, podemos apuntar a esa área y tomar una muestra del lecho marino. Luego enviar la materia orgánica para la datación por carbono generalmente puede decirnos dentro de una década o dos cuando se estableció», dijo Urmston.
El proyecto es posible gracias a una generosa donación de la Fundación David y Claudia Harding y los conjuntos de datos de campos magnéticos han sido proporcionados por la consultora de ingeniería Royal Haskoning, que ha estado estudiando el mar del Norte como parte de una evaluación de impacto ambiental.
«Esta financiación permitirá la evaluación arqueológica de datos de magnetómetros de alta resolución recopilados como parte del proceso de construcción de futuros activos de energía renovable en alta mar, que brindan una oportunidad emocionante y única para contribuir tanto a la protección del patrimonio cultural como a los resultados de sostenibilidad ambiental», concluyó Urmston.