En los montes Pirineos, a más de 1.900 metros de altitud, se encuentra el lago de Sant Maurici, un precioso lugar que forma parte del Parque Natural de Aigüestortes. Todos estos sitios formaban parte del condado de Urgell, durante la Edad Media.
En estas tierras nacen, durante el siglo XII y XIII, las historias de las Espadas de Virtud que fueron estudiadas por el medievalista Martín de Riquer. Dice la tradición que, sus poseedores no podían ser muertos ni vencidos en la lucha. Hoy sólo perdura una de ellas. Se trata de la espada de Sant Martí, equivalente a la famosa espada Excalibur de la leyenda del Rey Arturo, que se conserva actualmente en el museo de la Armada en París.
Sin duda, el tipo de forja que se practicaba en estas montañas en el siglo XI, fue realmente revolucionario para su época. Esto contribuyó a que estas armas aparecieran citadas en varios documentos históricos tales como «el testamento de Pedro IV de Aragón», conocido como «el ceremonioso».
En estas montañas, las herrerías se conocen como fargas. Para hacer funcionar estas forjas, se utilizaba el carbón natural, lo que aportaba carbono puro al metal, indispensable para el acero.
Otra de las características, realmente adelantada a su tiempo, era el uso de las corrientes de agua en el proceso de fundición. Por un sistema muy ingenioso, se inyectaba aire a presión al fuego usando el agua de los ríos. También la fuerza de las torrenteras se canalizaba para mover el pesado «martinete» que se usaba como un gigantesco martillo para ir moldeando el metal.
Con todo esto se conseguía trabajar el hierro a temperaturas superiores a 3.000 grados, lo que unido a las moléculas de carbono del combustible, conseguía una mezcla alquímica. Así se creaba un acero, de altísima calidad para la época.
Así pues, tenemos un lago, unas espadas mágicas y nos falta una dama. Sin duda la mujer más extraordinaria que habitó estas tierras fue Doña Sancha de Aragón. Su biografía ha dado para inspirar muchas novelas.
Hermana del rey Sancho I de Aragón vivió entre el 1045 y el 1097. Se casó joven con el conde Armengol III de Urgell. Fue la única mujer, de la que se tenga constancia histórica, que fue nombrada obispo, en concreto, fue la encargada de dirigir la diócesis de Pamplona, entre los años 1082 y 1083.
Al final de sus días también fue abadesa del monasterio de Santa Cruz de la Serós. Este convento se encuentra a los pies de San Juan de la Peña y es aquí donde historia y leyenda empiezan a entrelazarse.
Los trovadores mencionaban a una dama, una espada rota y un lago en sus gestas sobre el Grial
La literatura Artúrica nos habla de la presencia de un Grial en un lugar escondido entre montañas, durante el siglo XII. Muchos creemos que la estancia del Santo Cáliz de Valencia allí dio origen a esta leyenda. Si leemos los versos que los trovadores franceses dedican al cuento del Grial, podemos encontrarnos con la primera mención literaria a una dama, una espada rota y un lago.
Tal vez el origen de esas espadas mágicas no esté en el nebuloso «mundo celta» de las islas Británicas, sino que lo tengamos mucho más cerca. La relación del agua con las espadas en los textos artúricos de los siglos XII y XIII es constante.
En la leyenda, una vez que presencia la ceremonia del Grial, el caballero desciende del castillo y se encuentra con una dama llorando la muerte de su caballero. Ella reconoce al caballero y le dice que es su tía.
Pues bien, doña Sancha de Aragón era prima de un conde normando llamado Rotreu de Perche. Así Perceval se antoja algo más que un mito. También le dice que conoce esa espada que le han dado en el castillo. Le indica que si algún día se la rompe sólo se la podrán volver a unir en una montaña, que el autor cita como «Coloatre». A los pies de la montaña -le asegura- hay un lago y junto a este hay un herrero que ella conoce.
Pues hagamos el viaje y vayamos al lago de Sant Maurici. Resulta que una de las cimas que lo rodean se llama Colomeras, curioso parecido con el Colatre. Pero más contundente es que, aguas abajo, nos encontramos con una de aquellas fargas que hoy es un lujoso palacete de montaña.
Aquel fragmento del romance, escrito hacia 1180, fue cobrando vida propia y, se fue alejando de su conexión histórica. Aquella dama que parece llorando a su caballero, pasó a ser en las versiones románticas posteriores, un hada a la que dieron el nombre de Nimué. Pero, pese a todo, una tumba nos recuerda esta poderosa dama de los lagos. En un convento de Jaca se conserva su suntuoso sarcófago. El único problema es, que ahora su historia, está escondida tras las nieblas de la fantasía.
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