se presentó el libro La cueva de las mil momias en el Archivo Municipal de Arrecife. Su editor, Juan Francisco Delgado nos despertó un gran interés por iniciar su lectura con la didáctica exposición que realizó acompañado de David Galloway, escritor y guionista. La portada corresponde a la versión del grabado de Charles Nicholas Cochin sobre el mayor yacimiento funerario de Canarias. La historia arranca una calurosa tarde del 28 de mayo de 1797 en la Alameda del Marqués de Branciforte, próxima al Puerto de Santa Cruz de Tenerife. Su protagonista, el joven artillero Ymovard, descendiente directo de los guanches, es depositario del ancestral secreto de la localización de la cueva de enterramiento. La aparición de un desconocido vestido de negro en un corcel y un pergamino relacionado con la cueva de las mil momias es el detonante de un giro de 180º en el destino de Ymovard.
El libro está estructurado en dos partes bien diferenciadas: la primera, con rigor histórico-arqueológico, ha contado con la colaboración del investigador Daniel García Pulido y el catedrático de Arqueología de la Universidad de la Laguna, Antonio Tejera Gaspar. Los investigadores nos acercan al misterio subyacente desde hace más de 250 años del Barranco de Herques, entre los municipios de Fasnia y Güímar, en la isla de Tenerife.
El historiador realejero Viera y Clavijo fija la fecha del descubrimiento de la cueva en 1763-64 en un cerro escarpado. Un hallazgo motivado por causas como la explotación de la orchilla, un liquen cuyo hábitat era común en riscos, acantilados, con orientación al mar y en cotas de 300 a 400 metros; los viajes de exploración de élites francesas e inglesas ilustradas con la intención de poseer una momia para que ésta formara parte de sus colecciones de objetos ornamentales y el afán de los saqueadores por obtener beneficio.
La momificación era un signo diferenciador de la categoría social. Las técnicas del proceso de embalsamamiento requerían un alto grado de especialización y se transmitieron de generación en generación. ¿Fue la cueva de Herques el sepulcro funerario de los menceyes de Güímar? De lo que no hay duda es del sentimiento de veneración que los guanches manifestaban a la memoria de sus difuntos y del ferviente deseo de preservar los cuerpos de los agentes externos conservándolos de la forma más parecida a como fueron en vida.
Existen diversas interpretaciones sobre el origen del nombre de Herques. Un topónimo que recuerda al verbo tuareg “erkes”, a la voz similar del macizo de Ahaggar en Argelia “erkah” o “erg” y la que figura en la obra Las Pirámides de Canarias y el valle sagrado de Güímar con la voz amazigh “erku”. La aparición de una pequeña figura de barro cocido “idolillo de Guatimac” en 1885, asociada al mundo de los espíritus de los muertos, vinculaba aún más al Barranco de Herques con un espacio sagrado.
Un estudio exhaustivo que nos facilita datos precisos, citas, imágenes y 7 entrevistas a personas que han estado implicadas en su búsqueda. Juan Carlos Díaz Castro confesaba el temor que sentía por desvelar su enclave evitando así un importante deterioro del patrimonio histórico y Octavio Rodríguez Delgado, actual cronista oficial de Güímar y Candelaria, confía en que se siga investigando para aclarar conjeturas con respecto al posible traslado de momias a otra cueva o el cerramiento de la original por descendientes de guanches.
Un mes antes de que el libro entrase en imprenta, aconteció un hecho singular. Daniel García Pulido advirtió una extraña coincidencia de la constelación Can Mayor regida por la estrella Sirio con las cazoletas y canalillos realizados por los guanches. ¿Será un testimonio del saber ancestral que la casta sacerdotal guanche, heredera de valiosos conocimientos astronómicos y simbólicos, custodiaba?
La cueva de las 1000 momias nos servirá de fidedigna guía para saber que existe una momia guanche que se encuentra en el Museo Nacional de Antropología de Madrid y del debate político planteado en el Congreso con respecto a su custodia además de ayudar a familiarizarnos con vocablos como almogarén, Imobad y mirlado.
La segunda parte del libro es una novela de 209 páginas que consta de 13 capítulos en los que su autor, David Galloway, nos envuelve con maestría en una narración ágil que ya desde el principio capta nuestra curiosidad con las extrañas palabras COBS. AFINS. ILIGS. Personajes como la dilecta Fausta, don Fructuoso, el capitán Atilano, el sargento segundo Bartolomé, Candela, el caballero extranjero y la inteligente mascota del protagonista, el gato Tigre, van tejiendo un ingenioso argumento dentro de un marco histórico que David Galloway nos describe con sutileza. Así viajaremos con los buscadores de gloria y riquezas como Pieter Van der Does en las postrimerías del siglo XVI, estaremos presentes en cruentas batallas de corsarios y piratas cegados por la codicia, nos sentiremos felices ante el próspero negocio de la barrilla en Lanzarote o sufriremos con la despiadada hambruna ante las sequías de la década comprendida entre 1770 y 1780. Y todo ello con un estilo imaginativo y pletórico de humor en el que David Galloway crea un ambiente con aroma a malvasía.
Es de alabar la idea de incluir un anexo final de 5 páginas con información sobre cada una de las islas del archipiélago canario en las que se señala una página web de interés. Una verdadera promoción del turismo que ya está mostrando sus frutos. Alberto Vázquez-Figueroa se plantea en el prólogo del libro preguntas como “¿Qué vínculos nos unían con los egipcios o los incas, que son los únicos pueblos que compartieron con el nuestro esa extraordinaria habilidad de evitar que el polvo vuelva al polvo?”. Si les atrae este fascinante enigma les sugiero su lectura