“Si vas a un velatorio, nunca comas la comida que ahí te sirvan.” En México es común escuchar esta frase sin saber a ciencia cierta porqué. Para muchos, la respuesta se oculta en una leyenda urbana ligada a las comunidades indígenas.
La historia que una o más personas acuden por casualidad a un típico funeral de pueblo en la zona maya. El muerto en el centro, las letanías rezadas, la gente llorando, nada fuera de lo normal. Eventualmente se ofrece una comida a los asistentes, pero solo los extraños deciden degustar los platillos. Al final salen del evento entre los agradecimientos de la familia. Curiosos por las efusivas gracias, deciden preguntar más adelante a un oriundo del pueblo, quien decide revelar la tradición: al muerto se le baña en agua tibia antes del velatorio y con ese agua se prepara la comida del funeral…
El lavado de pecados consiste el limpiar al difunto y preparar con el con el p’o’-k’eban los alimentos del velatorio
Es el “lavado de pecados”; una tradición legendaria que consiste en lavar al muerto para luego preparar los alimentos con lo enjuagado. La aparente creencia consiste en que en ese agua van los lamentos, amarguras y pecados del difunto, que una vez purificado, asciende al cielo. Las familias deben participar del festín para “repartirse” los males entre todos.
El primero en detallar la anécdota/tradición fue Felipe Pérez Alcalá en su libro “Cosas de antaño”, de 1914. Según Alcalá la historia le ocurrió en agosto de 1876 quien fatigado por el hambre terminó comiendo en una casa donde se hacía el velatorio de un muerto por viruela. Alcalá escribe que los platillos llevaban el agua del bó-Kebán, aunque la supuesta escritura correcta de la macabra tradición es p’o’-k’eban.
Los rumores aseguran que la estrella del sombrío festín suele ser el recado negro, un famoso platillo yucateco para día de muertos, cuya salsa es de color negro. Por su parte María Luisa Ocampo en su libro de viaje de 1941, asegura haber escuchado sobre la tradición, pero por más que buscó información en los libros o con los cronistas no logró nada.
Sin embargo en 2014, el cronista Jorge Álvarez Rendón, reveló que la historia le ocurrió en mayo de 1961 cuando siendo adolescente, comió junto con un amigo las penas de un muerto. Los detalles que Rendón brinda, son suculentos: “Le quitan el sudor de varios días y los restos de la diarrea, le raspan las callosidades de los pies, con la tierra de las uñas, le limpian los hongos del xil’ (axilas) y el sebo del bajo vientre, le arrancan los granos peludos del bobos (espalda baja) y le sacan de la nariz toda la grasa verde. Si tiene piojos se los retiran uno por uno con una pinza remojada en alcanfor.”
Algunos sospechan que la macabra ceremonia es un invento para tachar a los indígenas de supersticiosos
El problema de esta misteriosa tradición es que nadie la ha visto en práctica ni ha logrado documentarla más allá del tercero que revela el rito. Por eso algunos investigadores afirman que dicha tradición nunca existió y más bien es un invento del siglo XIX para tachar a los indígenas de incivilizados y supersticiosos. Aun así en 2010 el libro “Historia breve de Campeche” aseguraba que el P’o’keban se practicó hasta mediados del siglo XX, cuando la Secretaria de Salud presionó al estado para prohibirla por sus riesgos sanitarios. Apenas unas líneas dan cuenta de ello.
Y mientras eso pasa al sur de México, al centro la versión es otra. La leyenda queretana asegura que cuando un enfermo muere en manos del curandero de la región, este los lava y entrega el agua a la familia para preparar tamales. Una porción del muerto se quema e integran las cenizas a la masa. La receta es conocida y se llama “tamal de muerto”. Su peculiaridad consiste en que debe prepararse con maíz negro para adquirir su color espectral.
El misterio rodea esta tradición jamás documentada. Pero mientras los antropólogos averiguan la veracidad de la costumbre, los mexicanos bien lo saben. En un velatorio no debe aceptarse, ni siquiera una taza de café.
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