¿Hubo una civilización avanzada antediluviana?

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Debo reconocer que viendo las evidencias que aún podemos encontrar de que hubo algún tipo de civilización avanzada en épocas antediluvianas, cuyos conocimientos se han ido heredando a través de sociedades secretas desde la más remota antigüedad posdiluviana, ha crecido mi interés por intentar investigarlo. De hecho todo indica que hubo un gran cataclismo que prácticamente destruyo casi todos los vestigios de civilizaciones anteriores. Nos referimos al conocido como Diluvio Universal. Pero a pesar de la destrucción generalizada aún tenemos ciertas pistas sobre este mundo antediluviano. La idea de civilizaciones antediluvianas se refiere a la creencia de que existieron civilizaciones avanzadas antes del Diluvio Universal descrito en la Biblia, las tablillas sumerias y en otras tradiciones antiguas. Esta idea ha sido promovida por algunos investigadores y escritores, y ha sido objeto de debate y controversia entre los expertos en historia y arqueología. Algunos defensores de la teoría de las civilizaciones antediluvianas, como es mi caso, sostienen que estas culturas eran muy avanzadas tecnológica y culturalmente, y que pudieron haber construido monumentos y estructuras impresionantes que aún hoy en día desafían toda explicación racional. Algunos incluso sugieren que estas civilizaciones tuvieron contacto con seres extraterrestres muy avanzados tecnológicamente. Sin embargo, la mayoría de los expertos en historia y arqueología no creen en la existencia de civilizaciones antediluvianas avanzadas, y argumentan que no hay pruebas sólidas que respalden esta teoría, ya que opinan que las pruebas arqueológicas y los registros históricos no indican la existencia de civilizaciones avanzadas antes del Diluvio. En este artículo intentaré argumentar a favor de que sí existieron avanzadas civilizaciones antediluvianas.

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Los llamados patriarcas antediluvianos corresponden a los personajes principales del libro del Génesis, desde Adán, el considerado primer hombre, posiblemente el primer Homo Sapiens, hasta su descendiente Noé, uno de los sobrevivientes del Diluvio Universal. Según las escrituras, Noé fue el décimo y último de los extremamente longevos patriarcas antediluvianos, aunque en su caso también podemos considerarlo posdiluviano. Noé murió 350 años después del Diluvio, a la edad de 950 años. En proporción a su larga vida, engendró a sus tres hijos después de los 500 años. Luego de Noé la edad general de la muerte de los seres humanos se reduce drásticamente a «solo» 120 años para Moisés y aún menos para las civilizaciones actuales. Se han establecido paralelismos entre las historias bíblica y sumeria, según el Institute For Biblical and Scientific Studies (IBSS), en que Ziusudra y Noé se refieren a la misma persona, y Adán puede ser identificado con el primer patriarca Alulim. La Lista Real Sumeria es una lista de reyes de la antigua Mesopotamia escrita en lengua sumeria y grabada en escritura cuneiforme, sobreviviente en varios documentos y artefactos arqueológicos de los cuales el mejor conservado es un prisma de barro cocido encontrado en la antigua ciudad sumeria de Larsa en 1922 (Prisma de Weld-Blundell). Su datación corresponde a finales de la dinastía de Isin (alrededor del 1817 a. C.). Su ejemplar más tardío es la transcripción de la lista en la «Historia Babilónica» de Beroso (en el siglo III a. C.). La lista divide a los reyes en antediluvianos, con reinados de inverosímil longevidad, considerados míticos por los historiadores, así como los reyes posdiluvianos.

Con respecto a la longevidad o inmortalidad, tenemos a Gilgamesh, rey de Uruk, que ha alcanzado fama sobre todo como protagonista del Poema de Gilgamesh, considerado la obra literaria más antigua del mundo. En el poema se relatan sus logros, acompañado por su amigo Enkidu, y su búsqueda de la inmortalidad tras la muerte de éste. El Poema de Gilgamesh nos explica que la diosa Inanna, conocida por los babilonios como Ishtar y más tarde como Astarté, cuidaba y protegía la ciudad de Uruk. Inanna declara su amor al héroe Gilgamesh, pero este la rechaza, provocando la ira de la diosa, quien en venganza envía al Toro de las tempestades para destruir a los dos personajes y a la ciudad entera. Gilgamesh y Enkidu matan al Toro de las tempestades, pero los dioses se enfurecen por este hecho y castigan a Enkidu con la muerte. Muy apenado por la muerte de su amigo, Gilgamesh recurre a un sabio llamado Utnapishtim, equivalente al Ziusudra sumerio o el Noé bíblico, un humano, junto con su esposa, al que los dioses salvaron del Diluvio Universal y concedieron la inmortalidad. Gilgamesh recurre a él para que le otorgue la vida eterna, pero Utnapishtim le dice que solo en una ocasión se concedió ese don a un humano, y que no volverá a repetirse, lo mismo que el Diluvio. Finalmente, la esposa de Utnapishtim le pide a su esposo que, como consuelo por su viaje, le diga a Gilgamesh dónde localizar la planta que devuelve la juventud. El sabio cede y le revela que la planta está en lo más profundo del mar. Gilgamesh se decide a ir en su búsqueda y efectivamente la encuentra, pero de regreso a Uruk toma un baño, y al dejar la planta a un lado, una serpiente se la roba. El héroe retorna a la ciudad de Uruk, donde al cabo de unos años muere. Este poema parece indicar que se había logrado algún tipo de elixir de larga vida o inmortalidad, lo que tal vez justificaría las duraciones tan extraordinarias de los reinados de los reyes antediluvianos que, curiosamente, fueron disminuyendo a lo largo del tiempo, hasta normalizarse durante nuestra época posdiluviana, aunque la ciencia actual se está acercando nuevamente a estar en condiciones de alargar la vida humana. Hay diversas listas, más o menos parecidas, pero nos hemos inclinado por poner la lista de reyes sumerios antediluvianos.

La sorprendente lista de reyes antediluvianos nos da estos increíbles datos:

Rey Nº – Nombre del rey (Personaje bíblico) – Años de reinado – Desde/hasta (más o menos época del Diluvio)

1- Alulim (Adán) -28800            – 222600/193800

2 – Alalgar (Set) – 43200 – 193800/150600

3 – Enmeluanna            (Enós) – 36000 – 150600/114600

4 – Enmegalanna (Cainán) – 28800 – 114600/85800

5 -Tammuz (Malálel) – 28800 – 85800/57000

6 – Ensipazianna (Jared) – 13800 – 57000/43200

7 – Enmeduranna (Enoc) – 7200 – 43200/36000

8 – Ubara-Tutu (Matusalén) – 36000 – 36000/Diluvio

El final de la última glaciación de Würm y la entrada a un nuevo período interglaciar tuvo un punto de inflexión drástico hace unos 12.900 años, creyéndose actualmente que fue la caída de un gran meteorito conocido como cometa Clovis lo que provocó una aceleración hacia el actual interglaciar Holoceno. Los efectos de esa caída de un gran meteorito sobre nuestro planeta se tradujeron en una serie de catástrofes acumuladas de enorme magnitud, producidos en un breve período temporal, desde el punto de vista geológico. Si bien inicialmente los efectos derivaron en un retorno a las duras condiciones glaciares de milenios anteriores, la consecuencia final de tales alteraciones fue la opuesta, produciéndose algún evento que liberó las corrientes oceánicas o incluso propició fenómenos como seísmos, vulcanismo y hasta el movimiento de la corteza terrestre, haciendo que el deshielo se acelerara, modificando así la configuración de buena parte de la Tierra y de su clima. Como consecuencia de todo ello la temperatura de la Tierra se suavizó considerablemente, lo que supuso la retirada acelerada de los glaciares y un aumento considerable del nivel del mar, en más de 120 metros, lo que posibilitó la comunicación entre  los diversos mares y océanos, así como el cambio en la circulación de las corrientes marinas tras la retirada de los grandes hielos que bloqueaban su flujo, como sucedió con la corriente del Golfo. Pero también sucedió que muchas zonas terrestres, posiblemente las más pobladas, tanto insulares como continentales, quedaron desde entonces por debajo del nivel de los mares, a mayor o menor profundidad. La mayor parte del deshielo y por tanto del aumento del nivel del mar tuvo lugar entre hace unos 12.000 y 7.000 años. Todo indica que dicho aumento del nivel del mar desde el último máximo glaciar llegó a los 120 metros, aunque fue en torno a hace unos 11.800 años cuando parece se produjo una repentina gran elevación del nivel de los mares de unos 50 metros.

Como consecuencia del deshielo desaparecieron los puentes terrestres que comunicaban distintos continentes, como el de Bering, entre Siberia y Alaska, la masa terrestre de Sunda, que unía lo que son hoy las islas de Indonesia con Indochina, o la de Sahul, que unía Nueva Guinea y Australia. Otras zonas siguieron este mismo proceso de forma más progresiva, si bien se conoce otro gran incidente producido hace unos 7.000 años que afectó notablemente a determinadas áreas de la Tierra, como las tierras que entonces bordeaban un Mar Negro mucho más reducido que el actual, o al puente del canal de la Mancha, que terminó sumergido bajo las aguas, lo que supuso que las Islas Británicas quedaran desde entonces definitivamente separadas del continente europeo, Este cambio climático no tendría mayor trascendencia que cualquier otro de los observados durante el Período Cuaternario, por lo que el actual Holoceno podría quedar perfectamente incluido como una etapa interglaciar más del Pleistoceno. El último período interglaciar anterior, el del Riss-Würm, comenzó hace unos 140.000 años y finalizó completamente en torno a hace unos 100.000 años, hasta el inicio de la última glaciación conocida, la de Würm, que se prolongó por unos noventa mil años. Por lo tanto llevamos unos diez o doce mil años de período interglaciar, sin alcanzar máximos prolongados, si bien alrededor de hace 7.000 años se alcanzó un pico, hoy conocido como Óptimo Climático Holocénico, con una variación de las temperaturas medias respecto a las actuales estimada en hasta unos +3º C, llegando a cifras muy similares a los máximos de anteriores fases interglaciares. El actual interglaciar Holoceno podría tener una duración de alrededor de 20.000 años o incluso bastante menos, así que no quedaría mucho tiempo para su posible fin, tras el cual posiblemente llegaría un nuevo período glaciar. El tránsito cíclico del glaciar de Würm al interglaciar del Holoceno actual tuvo consecuencias de gran alcance para las especies vegetales y animales que poblaban la Tierra. El alcance de esta crisis de enorme magnitud sí pudo tener un efecto devastador en las poblaciones humanas, que en Europa, y desde el Magdaleniense, se concentraban principalmente en la costa.

Tal como hemos dicho, hace unos 18.000 años el clima glacial comenzó a cambiar, favoreciendo el retroceso de las masas de hielo que habían ocupado extensas zonas de continentes. Los descendientes cromañones de los solutrenses que habitaban la Europa Occidental durante el máximo glacial, fueron expandiendo gradualmente sus poblaciones por el continente, aprovechando los nuevos pasos provocados por el deshielo. Esta adaptación tuvo como consecuencia la aparición de la cultura Magdaleniense, datado entre hace 17.000 y 12.000 años, que debe su nombre al yacimiento francés de La Madeleine, y que estuvo caracterizado sobre todo por un notable aumento poblacional que llevó a algunos investigadores a considerar esta cultura como la primera civilización europea. Los yacimientos magdalenienses son especialmente abundantes en el ámbito franco-cantábrico, donde destaca Altamira. Esta cultura se extendió por el norte hasta Bélgica, y llegó a Alemania, Suiza y más allá de la República Checa, donde contactó con los pueblos de las estepas. Quizá fueran las condiciones climáticas cambiantes las que obligaran a los magdalenienses a aprovechar un mayor espectro alimenticio. En esos territorios habitaron los magdalenienses las partes más próximas a las entradas de las cuevas, aunque existen indicios de construcciones al aire libre, mientras que las zonas más profundas de las cavernas fueron destinadas al arte parietal, tal vez orientado a ritos y prácticas iniciáticas que hoy desconocemos. Gracias a los restos arqueológicos de determinados materiales, se sabe también que en esta época se produjeron intensos contactos comerciales entre grupos alejados. Con el paso de los milenios los grandes mamíferos de la época glaciar  comenzaron su retirada hacia latitudes más norteñas, que conservaban su hábitat potencial, lo que obligó en buena medida a los magdalenienses a fijarse en especies que, hasta bien entrado el Holoceno, constituirían la base de la caza a través de una especialización que se centrará en la cabra montés y el ciervo. También aumentará de forma muy significativa el consumo de recursos marinos y también de origen vegetal, y esto se verá traducido en un despliegue tecnológico que tendrá como elemento más representativo del Magdaleniense al arpón, en sus distintas modalidades. Especialmente significativo fue el auge de las manifestaciones artísticas, sobre todo los objetos ornamentales tallados en asta, hueso o marfil, así como el uso de conchas marinas en collares. Enterraron los magdaleniense a sus muertos con ajuares, y en algunas ocasiones en túmulos, lo que casi con total seguridad constituyese ya una muestra del fenómeno megalítico. Es mucho lo que desconocemos del oscuro período de nuestra prehistoria. Y es que buena parte del planeta tuvo que adaptarse, en un período temporal muy concreto, a un fenómeno natural de dimensiones catastróficas, el fin de la glaciación, que perdurará en la memoria colectiva durante miles de generaciones en la mayoría de culturas.

¿Cuándo creemos que se produjo el Diluvio Universal? En relación a la última desglaciación que dio lugar a nuestra época actual del Holoceno, queremos hacer hincapié en una de las tradiciones más universales: el llamado Diluvio Universal, y que tal vez tiene alguna relación con el período final de la última glaciación o la época de los Dryas. El fenómeno de los dos Dryas se refiere a un período de enfriamiento climático que tuvo lugar durante el final del último período glacial, que duró aproximadamente desde hace 12.900 a 11.700 años. Se le llama «dos Dryas» porque hubo dos episodios separados de enfriamiento, separados por un breve período de calentamiento. Se cree que el fenómeno de los dos Dryas fue causado por una combinación de factores climáticos, incluyendo cambios en la circulación oceánica y en la circulación atmosférica, así como por eventos astronómicos como la variabilidad solar y la precesión de la Tierra, aunque algunos investigadores, incluyéndome a mí, creen que hubo un gran cataclismo cósmico. Estos factores interactuaron para producir un enfriamiento significativo en algunas partes del mundo, particularmente en el hemisferio norte. Durante los dos episodios de los Dryas, las temperaturas cayeron en algunos lugares hasta 10 grados Celsius, y la formación de glaciares se reanudó en algunas áreas que ya habían comenzado a derretirse. El enfriamiento tuvo un impacto significativo en los ecosistemas y las comunidades humanas de la época, con algunas especies de plantas y animales adaptándose y otras desapareciendo. En resumen, el fenómeno de los dos Dryas fue un período de enfriamiento climático durante el final del último período glacial, que se cree que fue causado por una combinación de factores climáticos, astronómicos y posiblemente cataclísmicos. Este fenómeno tuvo un impacto significativo en los ecosistemas y las comunidades humanas de la época.

Debemos aclarar que la glaciación afectó básicamente al norte de América y de Europa, donde llegaron a haber gruesos de hielo de unos 4 km., pero otras áreas tuvieron climas más benignos. En el Génesis, capítulo 7, podemos leer: “El nivel de las aguas creció tanto que quedaron cubiertas todas las montañas más altas de la Tierra. Por encima de las cumbres más altas aún había siete metros de agua. Se ahogaron todos los seres vivos sobre la Tierra: pájaros, animales domésticos y feroces, bestias que se arrastran y todos los hombres“. Esta frase más bien parece tener relación con un gigantesco tsunami que con un diluvio, lo que tal vez lo relacionaría con la caída de un gran asteroide o algo equivalente. En el Génesis podemos encontrar distintos párrafos que hacen referencia directa a un posible Diluvio. Además, en tradiciones antiguas de distintas culturas en todo el mundo encontramos referencias que hablan de grandes lluvias de agua y de que la tierra quedó sumergida. Otros escritos relatan que la tierra entera fue zarandeada y que el norte se convirtió en el sur, lo que vuelve a llevarnos a algún tipo de cataclismo cósmico. También encontramos relatos que dibujaban un panorama apocalíptico en el que cielo y tierra chocaban o donde ésta se plegaba sobre ella misma. Asimismo, leemos otros escritos en que se dice que el cielo estallaba o la tierra se abría para engullir a toda la especie humana. También había diluvios de fuego o se explicaba que la temperatura aumentó tanto que los que se acercaban al agua para refrescarse morían hervidos. En el llamado Papiro Harris, encontrado en Egipto, podemos leer: “Fue un Cataclismo de fuego y agua. El sur se convirtió en el norte y la Tierra volcó“. Con el nombre de Harris hay varios papiros, todos ellos encontrados por Anthony Charles Harris y conservados en el Museo Británico. Platón, en su obra Timeo, dice: “La Tierra basculó adelante y atrás, a derecha e izquierda, moviéndose en todos sentidos“. Nos podemos preguntar qué puede haber tan poderoso que zarandee la Tierra con semejante violencia y asimismo nos podemos preguntar quién habría sobrevivido después de un cataclismo de tales proporciones para poder explicar lo sucedido.

Tal vez un diluvio sea algo dudoso, pero un tsunami causado por un gran cataclismo ya es otra cosa y el efecto puede ser tanto o más devastador. En un relato de indios de América del Sur se dice: “Un gruñido quebrantó cielo y tierra, y los ríos se desbordaron a su paso por las ciudades. Un mes más tarde, resonó de nuevo, enorme esta vez, y la Tierra se quedó a oscuras bajo una lluvia incesante y espesa“. Los indios Choctaw, de América del Norte, también hablaban de una ola tan alta como una montaña: “La Tierra se quedó a oscuras, cuando una luz viva alumbró todo el norte. Pero era una ola, alta como una montaña, que avanzaba a toda velocidad“. Un legendario poema lapón, en el norte de Finlandia, en Europa, también habla de un tsunami gigantesco: “Avanzaba la pared de agua, espumante, ensordecedora. Se elevó hasta el cielo, rompiéndolo todo. De un solo golpe, el suelo se levantó, se plegó, se dio la vuelta y cayó. La bella Tierra, el hogar de los hombres, se llenó del lamento de los moribundos“. Una tradición de indígenas del Brasil, explica que: “Los relámpagos rasgaban el cielo y el trueno producía tal estruendo que los hombres se quedaron petrificados. Entonces el cielo estalló. En su caída, los fragmentos lo aplastaron todo, matando a todo el mundo. Tierra y cielo volcaron. Nada vivo quedó sobre la Tierra“. «Entonces el cielo estalló» es una descripción adecuada para indicar que algo terrorífico se nos vino encima. En América del Norte, entre las tribus Tlingit se cuenta un relato que dice: “La mayor parte de la humanidad pereció en un diluvio. Los supervivientes fueron entonces víctimas de una ola de calor a la que siguió un frío intenso y una helada“. En esta descripción aparece una novedad, ya que habla de un diluvio seguido de una ola de calor y luego un frío intenso y una helada. Es un descripción que podría coincidir con las épocas de los Dryas, unos violentos acontecimientos climáticos que tuvieron lugar al final de la última glaciación de Würm, en que se produjo esta secuencia de eventos de desglaciación, nueva glaciación y finalmente la desglaciación que dio origen al Holoceno. Pensando en el Diluvio Universal y en Noé u otros protagonistas de otras tradiciones, podemos preguntarnos si existía alguna relación entre ambos sucesos. El Diluvio Universal abría un gran interrogante: ¿de dónde salió tanta agua? y ¿a dónde fue a parar luego? Y el agua no aparece ni desaparece por arte de magia. Hay una hipótesis que trata de un cometa denominado Clovis. Esta hipótesis se refiere a una gran explosión en el aire o un impacto astronómico de un objeto u objetos del espacio exterior que dio comienzo al período frío denominado Dryas Reciente hace entre 12.900 años y 10.900 años.

Este escenario supone que se produjo una explosión en el aire o un impacto en la Tierra, en que tal vez un enjambre raro de condritas carbonáceas o algún gran asteroide prendió fuego a vastas zonas de América del Norte, causando la extinción de la mayoría de los grandes animales en América del Norte y la desaparición de la cultura Clovis americana al final de la última glaciación. La cultura de Clovis, en el sur de los actuales Estados Unidos, fue considerada a mediados del siglo XX como la cultura indígena más antigua del continente americano. Su datación por radiocarbono calibrada indica un periodo entre el 10.600 y el 11.250 a. C. Esa época corresponde a los últimos años de la glaciación de Würm, la última era glacial. Estos supuestos cuerpos estelares habrían estallado principalmente sobre el enorme manto de hielo Laurentino, en el norte de América, provocando un gigantesco tsunami que se habría extendido por toda la Tierra. Si se cree que el asteroide que exterminó a los dinosaurios pudo generar un enorme tsunami de varios kilómetros de altura y si tenemos en cuenta que algunos científicos creen que hace 1,5 millones de años se generó en el Pacífico una ola de 600 metros de altura, a causa de la explosión de un volcán en la isla hawaiana de Molokai, podemos imaginarnos algo similar al final de la última glaciación. Tal vez esta hipótesis explique la razón por la que hubo este gran diluvio del que hablan todas las tradiciones y por la que entramos en el Holoceno. Asimismo ello explicaría que no tengamos registros históricos de las épocas anteriores al Holoceno, que existan restos de fósiles marinos en altas montañas y que la agricultura se iniciase en las zonas montañosas a inicios del Holoceno. Pero todas estas referencias, ¿se refieren a los finales de la última glaciación, a épocas aún más remotas, como el anterior interglaciar Riss-Würm hace unos 140.000 años, o a ambos? Misterio aún por resolver.

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Ahora entramos en el tema de los sorprendentes conocimientos de los antiguos, que solo se explican, en mi opinión, si fueron heredados de civilizaciones avanzadas más antiguas. Para ello nos basaremos en el magnífico libro El Tao De La Física, del físico austriaco Fritjof Capra. Doctor en Física teórica por la Universidad de Viena en 1966, Fritjof Capra ha trabajado como investigador en física subatómica en la Universidad de París, en la Universidad de California, en el Acelerador Lineal de Londres y en el Laboratorio Lawrence Berkeley. En paralelo a sus actividades de investigación y enseñanza, desde hace más de 30 años Fritjof Capra ha estudiado en profundidad las consecuencias filosóficas y sociales de la ciencia moderna. Realmente existen unos claros paralelismos entre la visión del mundo de los físicos y la de los antiguos filósofos y místicos. La terminología china del ying y el yang es muy adecuada para describir este desequilibrio cultural. La influencia que la física moderna ha tenido en casi todos los aspectos de la sociedad humana es notable. Se ha convertido en la base de las ciencias naturales, y la combinación de las ciencias naturales y las ciencias técnicas ha cambiado fundamentalmente las condiciones de la vida sobre la Tierra, tanto para bien como para mal. En nuestros días, apenas hay una industria que no utilice de algún modo los resultados de la física atómica, y la influencia que éstos han tenido en la estructura política del mundo por sus aplicaciones en el armamento atómico es de sobra conocida. Y aquí lanzamos la siguiente pregunta: ¿Hubo terribles armas en la antigüedad? y ¿por qué figuran en tantas tradiciones distintas? Ciertos informes culturales conservados en la antigua literatura histórica y religiosa, parcialmente confirmados por algunos curiosos descubrimientos arqueológicos, parecen indicar que algo parecido a bombas atómicas se empleó en guerras en este planeta miles de años antes de que empezara la actual historia escrita, pero no hemos reconocido esas detalladas referencias a la guerra nuclear en las leyendas antiguas hasta que no hemos desarrollado nosotros mismos la fuerza atómica.

La mayor parte de esas referencias proceden del Mahabharata, el Ramayana, textos puránicos y védicos, el Mahavira Charita y otros textos sánscritos, que, libres de los incendios y destrucciones sufridos por tantos libros de la antigüedad mediterránea y del Medio Oriente, nos han llegado directamente desde tiempos antiguos. Las referencias “atómicas” que contenían, a los ojos occidentales, desde la primera traducción completa del Mahabharata en 1843, que se escribió originalmente en sánscrito hacia el 1500 a.C., sobre leyendas que databan de 5.000 años antes, parecían sólo ejemplos de la férvida imaginación oriental sobre guerras de dioses y héroes antiguos. Mahabharata significa, en sánscrito, Gran Bharata, y es el más extenso poema épico de la literatura india antigua, en que el segundo es el Ramayana. Aunque ambos son básicamente obras profanas, se recitan de manera ritual y confieren supuestamente méritos religiosos a quienes los escuchan. Antes de conocerse los efectos de la bomba atómica estos poemas carecían de sentido, ahora no, al igual que el de los carros de fuego que por los aires los llevaban. En el Mahabharata leemos: «Era un solo proyectil cargado con toda la fuerza del Universo. Una columna incandescente de humo y llamas brillante como diez mil soles se elevó en todo su esplendor. Era un arma desconocida, un relámpago de hierro, un gigantesco mensajero de muerte, que redujo a cenizas a toda la raza de los Vrishnis y los Andhakas. Los cadáveres quedaron tan quemados que no se podían reconocer. Se les cayeron el pelo y las uñas, los cacharros se rompieron sin motivo, y los pájaros se volvieron blancos. Al cabo de pocas horas todos los alimentos estaban infectados. Para escapar de ese fuego los soldados se arrojaban a los ríos, para lavarse ellos y su equipo«. Las dimensiones de esa arma legendaria tienen cierta semejanza con los proyectiles tácticos nucleares de hoy día, ya que podemos leer: «Un tallo fatal como la vara de la muerte. Medía tres codos y seis pies. Dotado de la fuerza del trueno de Indra, la de mil ojos, destruía toda criatura viva«. Los poderosos efectos de la explosión y el calor producidos por esa arma se describen de una manera imaginativa y lírica, pero de una manera que se podría aplicar, salvo por los elefantes, al lanzamiento de una bomba atómica actual. ¿Fueron, tal vez, unas armas de este tipo las que produjeron el cataclismo que dio lugar al final de la última glaciación?

En el Ramayana y otros relatos podemos leer: «Entonces el dios de esa poderosa arma se llevó por delante multitudes de Samsaptakas con corceles y elefantes y carros y armas, como si fueran hojas secas de los árboles. Llevados por el viento, oh Rey, parecían hermosos allá arriba como aves en vuelo arrancando de los árboles«. Y más adelante dice: «Vientos de malos auspicios llegaron a soplar. El Sol pareció dar la vuelta, el Universo, abrasado de calor, parecía tener fiebre. Elefantes y otras criaturas de la tierra, abrasados por la energía del arma, huyeron corriendo, las mismas aguas al calentarse, las criaturas que vivían en ese elemento empezaron a arder«. Y continúa con: «Hostiles guerreros caían como árboles quemados en un fuego furioso. Enormes elefantes quemados por esa arma, caían por tierra lanzando terribles gritos. Otros abrasados por el fuego corrían de acá para allá mientras, en medio de un incendio de bosque, los corceles y los carros también quemados por la energía de esa arma parecían como copas de árboles quemados en un incendio de bosque«. En el Ramayana también se lee: «Tan poderoso que podía destruir la tierra en un momento: un gran ruido que se elevaba en humo y llamas, y sobre él está sentada la Muerte«. El Mahabharata refiere la historia de un señor feudal llamado Gurkha con estas palabras: «Venía a bordo de un vimana (nave voladora), y sació su ira enviando un sólo y único rayo en contra de la ciudad. Una enorme columna de fuego diez mil veces más luminosa que el Sol se levantó, y la ciudad quedó reducida a cenizas en el acto«. El Libro de Krisna relata: «Era capaz de moverse sobre el agua y bajo el agua. Podía volar tan alto y veloz que resultaba imposible de ver. Aunque estuviese oscuro, el piloto podía conducirlo en la oscuridad«. Por su lado, el Ramayana relata: «Los Vimanas tienen la forma de una esfera y navegaban por los aires a causa del mercurio (rasa) levantando un fuerte viento. Hombres a bordo de los Vimanas podían así cubrir grandes distancias en un espacio de tiempo sorprendentemente corto, pues el hombre que conducía lo hacía a su voluntad volando de abajo arriba, de arriba abajo, adelante o atrás«. En el Saramangana Suttradhara se lee: «Estaban hechos con planchas de hierro bien unidas y lisas y eran tan veloces que casi no se los podía ver desde el suelo. Los hombres de la tierra podían elevarse muy alto en los cielos y los hombres de los cielos podían bajar a la tierra«.

En el Ramayana se nos dice: «Debe haber cuatro depósitos de mercurio (rasa) en su interior. Cuando son calentados por medio de un fuego controlado, el vimana desarrolla un poder de trueno por medio del mercurio. Si este motor de hierro, con uniones adecuadamente soldadas, es llenado de mercurio y el fuego se dirige hacia la parte superior, desarrolla una gran potencia, con el rugido de un león e inmediatamente se convierte en una perla en el cielo«. El Mahavira Charita dice: «Un proyectil, cargado con la fuerza del universo, produjo una inmensa columna de humo y llamas deslumbrantes. Tan brillantes como 10.000 soles en todo su esplendor. Era una arma desconocida un trueno de hierro, un gigantesco mensajero de la muerte, que redujo a cenizas a la totalidad de la raza enemiga. Los cuerpos quedaron irreconocibles, sus cabellos y uñas se caían, la loza se rompía espontáneamente y las aves vieron decolorados su plumaje. Después de unas cuantas horas, todos los alimentos quedaron contaminados, para poder escapar de ese fuego, los soldados se arrojaron a los ríos para lavar su equipaje y lavarse ellos mismos. El sol pareció temblar, y el universo se cubrió de calor. Las aguas hirvieron, los animales comenzaron a perecer y los guerreros hostiles cayeron derribados como briznas. Grandes proporciones de vegetación quedaron desiertos, y hasta el metal de las carrozas se fundió ante esta arma«. Se considera en la India, por parte de los entendidos, que los primeros cronistas diferenciaron en sus relatos lo real de lo ficticio. Las historias de imaginación, o cuya veracidad no había sido comprobada, entraban dentro de la categoría «Daiva«. Los hechos reales, cuya autenticidad estaba fuera de toda duda, eran conocidos como «Manusa«. El Mahabharata, Ramayana, Mahavira, y otros textos tenidos por fantasiosos, pertenecen a la categoría «Manusa«. Solo siete años después de la primera explosión atómica en Nuevo México, el doctor Oppenheimer, que conocía bien la antigua literatura sánscrita, estaba dando una conferencia en la Universidad de Rochester. Luego, en el turno de preguntas y respuestas, un estudiante hizo una pregunta a la que el doctor Oppenheimer contestó con una extraña reserva: Estudiante: «La bomba que se hizo estallar en Alamogordo, durante el proyecto Manhattan, ¿fue la primera en hacerse explotar?» Doctor Oppenheimer: «Bueno, sí. En tiempos modernos, sí, claro«. Quizá el doctor Oppenheimer recordaba el pasaje anterior que había leído en el Mahabharata sobre una antigua guerra en que se introdujo una nueva arma aterradora.

El doctor Robert Oppenheimer, que tenía un amplio conocimiento de la literatura sánscrita y las leyendas de la India, recordó cuando la primera explosión nuclear desgarró el cielo de Nuevo México, unos versos del antiguo Mahabharata, compuestos hace miles de años en la India pero extrañamente aplicables a la era nuclear: «Si el fulgor de mil soles estallara de repente en el cielo, sería como el esplendor del Poderoso. Ha llegado a ser la Muerte, la destructora de mundos». En Pakistán, en lo que era el valle del Indo, de la India, hay ruinas de varias ciudades antiguas que tienen fama de haber albergado en sus enormes áreas, poblaciones de más de un millón de personas cada una. No se mencionan en la historia, por lo que podemos suponer que existían antes de nuestra historia escrita. A las más grandes las llamamos actualmente Mohenjo-Daro y Harappa, aunque no tenemos ni idea de cuáles eran sus nombres cuando prosperaron. Su sistema de escritura todavía no ha sido descifrado, aunque se ha encontrado en otra zona: en la isla de Pascua, en el Pacífico, en las antípodas. Una gran capa de cenizas radioactivas fue encontrada en Rajasthan, India en 1992, cubriendo un área de unos ocho kilómetros cuadrados, a 16 kilómetros al oeste de Jodhpur. La radiación es tan intensa que aún contamina la zona. La zona se caracteriza por el gran número de malformaciones congénitas que se dan en los alrededores. Los niveles de radiación son tan elevados que como medida cautelar el gobierno hindú ha acordonado la zona. Al parecer en las inmediaciones se encuentran restos de una antigua ciudad que dataría de una época entre hace 8.000 y 12.000 años, y que pudo estar habitada por cerca de medio millón de personas. Al parecer, Mohenjo-Daro y Harappa fueron destruidas repentinamente, ya que las excavaciones hasta el nivel de sus calles han revelado esqueletos dispersos, como sí el fin del mundo hubiera llegado tan rápidamente que los habitantes no hubieran tenido tiempo de irse a sus casas. Esos esqueletos, al cabo de no se sabe cuántos miles de años, están todavía entre los más radiactivos que se han encontrado nunca, al nivel de los de Hiroshima y Nagasaki.

Según explica la Biblia, cierta tarde se presentaron en la ciudad de Sodoma dos ángeles enviados por el Señor y encontraron a Lot sentado a la puerta de su casa, que los invitó a cenar y a pasar la noche en su casa. Fue entonces cuando un numeroso grupo de personas acudió al domicilio de Lot en busca de los visitantes para abusar de ellos. ¿Porqué deseaban vengarse de los forasteros? La Biblia no informa nada sobre el porqué de dicha actitud de los pobladores de Sodoma ¿Quizás los pobladores habían sido víctimas en algún momento de vejaciones por parte de éstos «ángeles«? Como haya sido, los sodomitas golpeaban la puerta con fuerza, y ya estaban a punto de derribarla cuando desde los forasteros surgió un haz de luz que hirió de ceguera a los de afuera. Sin embargo no se aclara nada sobre el tipo de aparato que produjo el ataque. ¿Un arma «angelical» para rechazar agresiones? Entonces los emisarios de Jehová se dieron prisa en advertir a Lot del motivo de su visita, diciéndoles que él, su mujer, sus hijas y sus prometidos debían escapar a toda prisa hacia las montañas porque ellos habían sido enviados a destruir ambas ciudades, Sodoma y Gomorra, por los crímenes que habían cometido. Los futuros yernos se fueron a su casa sin hacer caso alguno mientras Lot se quedó en su casa pensando que hacer. Los ángeles regresaron al alba a apurarlo a que abandonase la ciudad y no se quedara en la llanura si quería salvar su vida, así que se dirigió hacia las montañas. ¿Porqué el interés en ir hacia las montañas? ¿Qué tenía en particular para que una operación de destrucción ordenada por el Señor protegiese a Lot y a su gente? Muchas personas sólo se acercan a la Biblia para leerla cuando buscan hipótesis o para aclarar pasajes ocultos, y éste es el caso de uno de tantos estudiosos, el profesor Agrest, para quien la catástrofe de Sodoma y Gomorra fue causada por la explosión de material nuclear de una manera bastante incontrolada, y elaboró una teoría bastante interesante. No se trataba de castigar a nadie por sus maldades, lo que sucedió para el profesor Agrest fue que los señores del cielo tenían un depósito de material radioactivo en las cercanías de la ciudad de Sodoma, en donde se había producido un serio desperfecto el cual conduciría a una reacción en cadena de carácter irreversible. Se había calculado que la explosión tendría lugar en las primeras horas de la mañana. Dice que también pudo suceder que los señores del cielo iban a abandonar la localidad y les resultaba mas sencillo destruir el depósito atómico, si perecían varios miles de personas y quedaba calcinada la tierra inservible para el cultivo, eso no importaba, como tampoco les importo años antes dejar que muriese casi toda la humanidad con el diluvio. Lot, su esposa y sus 2 hijas siguieron el camino de las montañas.

En la actualidad conocemos que el estallido de una bomba atómica resulta letal para quienes se encuentran en una llanura, por lo que el refugio mas seguro es en una cueva o en una montaña, en escondrijos para que el intenso calor, las ondas sonoras, la lluvia de partículas radioactivas, el resplandor y el viento huracanado sean absorbidos por las paredes de las montañas. Por otra parte, los emisarios del Señor les advirtieron que no miraran atrás: «Entonces Yahvé hizo llover sobre Sodoma y Gomorra fuego y azufre desde los cielos y destruyó estas ciudades y todas sus llanuras, todos sus habitantes, toda su vegetación“. Este pasaje del Génesis bíblico ha despertado el interés de los que interpretan que lo que se relata aquí son algo más que mitos. Es más, si atendemos a los texto que han llegado hasta nosotros. el relato de la destrucción de Sodoma y Gomorra parece más bien la descripción de una ciudad arrasada por una devastación nuclear. La versión oficial para la desaparición de Sodoma y Gomorra se ha explicado a partir de algún posible seísmo que desencadenó posteriores explosiones de bolsas de gas y betún propios de la zona, ignorando la propia descripción bíblica que hace una muy clara referencia a que la destrucción provino desde el cielo, no desde debajo de la tierra. Sin embargo, las excavaciones arqueológicas realizadas en los alrededores de la zona donde se cree que se encontraban estas antiguas ciudades han dado niveles de radiación muy elevados, lo cual no explicaría la teoría oficial. Del mismo modo, toda la superficie de esta zona ofrece una imagen desoladora y está cubierta de una capa de cenizas blancas y restos de azufre, descripción más semejante al que nos dice el relato del Antiguo Testamento. No se sabe exactamente donde pudieron estar estas dos ciudades, pero todo parece indicar que posiblemente fueron sepultadas por las aguas del Mar Muerto después de la gran catástrofe de origen «divino«. Algunos de los manantiales que vierten sus aguas al Mar Muerto están contaminados por radioactividad al igual que el terreno. Algunos estudiosos, como los arqueólogos W.F. Albright y P. Harland, aseguran que toda esta área quedó despoblada bruscamente en el siglo XXI a. C., no siendo de nuevo repoblada hasta varios siglos después, aunque realmente se desconoce la época a la que se refiere el relato.

Si a esto le sumamos lo que describe el Antiguo Testamento sobre la mujer de Lot, que al intentar escapar de la terrible suerte que estas ciudades les esperaba, se giro y se transformo en una estatua de sal, tenemos un retrato de una posible explosión nuclear. Sabemos que ambas ciudades estaban muy cerca del Mar Muerto, en que, como es bien conocido, la concentración de sal en el agua es más que elevada. Tras la lecturas atenta de los primeros pasajes bíblicos sobre las actuaciones de Yahvé, descubrimos que más que un Dios parece ser una suerte de personaje a cuya disposición tenía unas poderosas armas. Hizo uso de ellas en mas de una ocasión, especialmente como modo de manifestación de su ira. A ojos de muchos investigadores todos esos prodigios solo son comprensibles desde una perspectiva tecnológica, que tiene que venir de alguna civilización tecnológica más antigua. A. Hardt, es un prestigioso ingeniero, que en diferentes lugares de África, especialmente en zonas desérticas, encontró unos cristales verdosos en la arena. Años después identifico ese mismo tipo de fusión en otro lugar del globo, en Estados Unidos, en una zona desértica del sur de este país, donde el ejercito experimentó con su armamento nuclear.¿ Por qué encontró el mismo tipo de cristales en África si allí se supone que nunca hubo una explosión de ese tipo? Algo similar se descubrió en el sur de Irak, en el valle del rio Eufrates. donde las excavaciones dejaron al descubierto una capa de vidrio verde, que databa de una época antiquísima. Para la formación de estos cristales se necesitaría una fusión muy parecida a la que se produce en las pruebas de la armada norteamericana, pero se supone que en la época de que datan estos cristales no existía tal armamento. ¿O quizás si?¿Serán Sodoma y Gomorra la mitificación de una explosión nuclear real? Otro dato lo vemos en el origen del Mar Muerto. ¿Qué dio pie a su formación? Una imponente explosión y una permanente radiación podrían haberlo originado. En la zona sur del Mar Muerto se han identificado altos niveles de radioactividad, que antaño según los geofísicos fue lo suficientemente alta como para afectar a varias generaciones. ¿Sería este el autentico fin de Sodoma y Gomorra? ¿Qué avanzada civilización fue la causante?

Volviendo al Tao de la Física vemos, sin embargo, que la influencia de la física moderna va mucho más allá de la tecnología. Se extiende al campo del pensamiento y de la cultura, donde ha generado una profunda revisión de nuestros conceptos sobre el universo y de nuestra relación con él. La exploración de los mundos atómico y subatómico llevada a cabo durante el siglo XX ha puesto de manifiesto la antes insospechada estrechez y limitación de las ideas clásicas y ha motivado una revisión radical de muchos de nuestros conceptos básicos. Así, el concepto de materia en la física subatómica, por ejemplo, es totalmente diferente de la idea tradicional asignada a la sustancia material en la física clásica. Lo mismo ocurre con los conceptos de tiempo, espacio, causa y efecto. Y dado que nuestra perspectiva del mundo está basada sobre tales conceptos fundamentales, al modificarse éstos, nuestra visión del mundo ha comenzado a cambiar. Estos cambios, originados por la física moderna, han sido ampliamente discutidos durante las últimas décadas tanto por físicos como por filósofos, pero en raras ocasiones se ha observado que todos ellos parecen llevar hacia una misma dirección: hacia una visión del mundo que resulta muy parecida a la que presenta el misticismo oriental. Y la pregunta que volvemos a hacernos es, ¿de dónde obtuvieron sus avanzados conocimientos estos antiguos filósofos y místicos? Los conceptos de la física moderna muestran con frecuencia sorprendentes paralelismos con las filosofías religiosas del lejano Oriente. Aunque estos paralelismos no han sido todavía explorados en profundidad, sí fueron advertidos por algunos de los grandes físicos de nuestro siglo, cuando con motivo de sus conferencias en la India, China y Japón, entraron en contacto con la cultura del lejano Oriente. Aunque las diversas escuelas de misticismo oriental difieren en muchos detalles, todas ellas resaltan la unidad básica del universo, y esto constituye el rasgo central de sus enseñanzas. Para sus seguidores, ya sean hindúes, budistas o taoístas, la meta más elevada es llegar a ser conscientes de la unidad e interrelación mutua de todas las cosas, trascendiendo la noción de ser un individuo aislado, e identificándose a sí mismos con la realidad última. La aparición de esa consciencia, conocida como «iluminación«, no es sólo un acto intelectual, sino que se trata de una experiencia que afecta a la totalidad de la persona y cuya naturaleza es definitivamente religiosa. Y ése es el motivo por el cual la mayoría de las filosofías orientales son esencialmente filosofías religiosas o espirituales.

Desde el punto de vista oriental, la división de la naturaleza en objetos separados no es algo fundamental y cualquiera de tales objetos posee un carácter fluido y siempre cambiante. Así, el concepto oriental del mundo es intrínsecamente dinámico y entre sus rasgos esenciales están el tiempo y el cambio. El cosmos es considerado como una realidad inseparable, siempre en movimiento, viva, orgánica, espiritual y material al mismo tiempo. Dado que el movimiento y el cambio constituyen las propiedades esenciales de las cosas, las fuerzas que causan el movimiento no están fuera de los objetos, como ocurría en la concepción de los clásicos griegos, sino que son una propiedad intrínseca de la materia. Del mismo modo, la imagen oriental de la divinidad no es la de un gobernante que dirige al mundo desde lo alto, sino la de un principio que controla todo desde dentro: Los elementos básicos de la concepción oriental del mundo son los mismos que se desprenden de la física moderna. El pensamiento oriental, y de un modo más general, todo el pensamiento místico, ofrece una base filosófica relevante y congruente con las teorías de la ciencia contemporánea, una concepción del mundo en la que los descubrimientos científicos pueden estar en perfecta armonía con las metas espirituales y las creencias religiosas. Los dos temas básicos de esta concepción son la unidad e interrelación de todos los fenómenos y la naturaleza intrínsecamente dinámica del universo. Cuanto más penetremos en el mundo submicroscópico más nos daremos cuenta de que el físico moderno, al igual que el místico oriental, ha llegado a ver al mundo como un sistema de componentes inseparables, interrelacionados y en constante movimiento, en el que el observador constituye una parte integral de dicho sistema. El rasgo más importante del concepto oriental del mundo, casi podría decirse que constituye su esencia, es la consciencia de la unidad e interrelación mutua existente entre todas las cosas y sucesos, la experiencia de todos los fenómenos que tienen lugar en el mundo como manifestaciones de una unidad básica. Todas las cosas son consideradas como partes inseparables de este conjunto cósmico; como diferentes manifestaciones de la misma realidad última. Las tradiciones orientales se refieren constantemente a esta realidad última, indivisible, que se manifiesta en todas las cosas, y de la que todas las cosas forman parte. En el hinduismo se le llama Brahman, en el budismo Dharauzkaya y en el taoísmo Tao. Porque trasciende todos los conceptos y categorías, los budistas también lo llaman Talhala, o eseidad: El alma de la eseidad significa la unidad de todas las cosas, el gran uno todo abarcante.

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En nuestra vida ordinaria, no somos conscientes de esta unidad de todas las cosas, sino que dividimos el mundo en objetos y sucesos separados. Esta división es útil y necesaria para enfrentarnos cada día al entorno que nos rodea, pero no constituye un rasgo fundamental de la realidad. Es una abstracción ideada por nuestro intelecto discriminador y categorizante. Creer que nuestros conceptos abstractos de «cosas» y «sucesos» separados son realidades de la naturaleza es una ilusión. Los hindúes y budistas nos dicen que esta ilusión está basada en avidya, o la ignorancia, y que es producida por la mente que se halla bajo el encanto de maya. La finalidad principal de las tradiciones místicas orientales es, por tanto, reajustar la mente, centrándola y tranquilizándola mediante la meditación. El término sánscrito que significa meditación – samadhi– quiere literalmente decir equilibrio mental. Se refiere a un estado mental tranquilo y equilibrado en el cual es experimentada la unidad del universo: “Al entrar en el samadhi de pureza se obtiene la intuición total que nos hace percibir la unidad absoluta de todo el universo”. La unidad básica del universo no sólo constituye el rasgo central de la experiencia mística, sino también ha resultado ser una de las más importantes revelaciones de la física moderna. Se hace ya aparente a nivel atómico y se manifiesta cada vez más a medida que profundizamos en la materia dentro del mundo de las partículas subatómicas. La unidad de todas las cosas y sucesos será un tema que se repetirá una vez y otra durante toda esta comparación entre la física moderna y la filosofía oriental. A medida que estudiemos los diversos modelos de la física subatómica veremos que expresan repetidamente, aunque de diferentes maneras, la misma percepción: que los componentes de la materia y los fenómenos básicos que la envuelven están todos interconectados, interrelacionados y son interdependientes, que no pueden entenderse como entidades aisladas, sino sólo como partes integrantes del todo.

Vemos que en la teoría cuántica el concepto de la interconexión de todo cuanto existe en la naturaleza, la teoría de los fenómenos atómicos, surgió gracias a un meticuloso análisis del proceso de observación. Antes de entrar en este tema, me referiré de nuevo a la diferenciación entre la estructura matemática de una teoría y su interpretación verbal. La estructura matemática de la teoría cuántica ha superado incontables pruebas y ahora es aceptada universalmente como una descripción congruente y precisa de todos los fenómenos atómicos. Su interpretación verbal, sin embargo. por ejemplo, la metafísica de la teoría cuántica, se halla en un terreno mucho menos sólido. De hecho, en más de cuarenta años los físicos no han podido proporcionar un modelo metafísico claro. La teoría cuántica nos fuerza a ver el universo no como una serie de objetos físicos, sino más bien como una complicada telaraña de relaciones entre las diversas partes de un todo unificado. Y esta es precisamente la forma en que los místicos orientales han experimentado el mundo, expresando algunos de ellos su experiencia en palabras que son casi idénticas a las usadas por los físicos atómicos. Aquí tenemos dos ejemplos: “El objeto material llega a ser algo diferente de lo que ahora vemos, no es un objeto separado sobre el fondo o en medio del resto de la naturaleza, sino una parte indivisible e incluso de un modo sutil, una expresión de la unidad de todo cuanto vemos” –  por S. Aurobindo en The Synthesis of Yoga. “Las cosas derivan su ser y su naturaleza de su interdependencia mutua y en sí mismas no son nada”.  por Nagarjuna citado en The Central Philosophy of Buddhism. Si bien estas afirmaciones podrían ser tomadas como un testimonio del modo en que la naturaleza se muestra en la física atómica, las dos siguientes, procedentes de físicos atómicos podrían, a su vez, ser consideradas como una descripción de la experiencia mística de la naturaleza: “Una partícula elemental no es una entidad independiente e inanalizable, sino un conjunto de relaciones que llegan a alcanzar también a otras cosas”. por H. P. Stapp. “El mundo aparece entonces, como un complicado tejido de acontecimientos, en el cual las relaciones de diferentes especies se alternan, o se superponen y se combinan, determinando de este modo la textura de la totalidad” –  por W. Heisenberg en Physics and Philosophy.

La imagen de una telaraña cósmica interrelacionada que nos presenta la física atómica moderna ha sido abundantemente utilizada en Oriente para transmitir la experiencia mística. Para los hindúes, Brahman es el hilo unificador en la telaraña cósmica, la base definitiva de todo ser. “Aquél en quien el cielo, la tierra y la atmósfera están tejidos. Y que el viento, junto a toda la vida que respira, reconoce como alma única”. –  Mundaka Upanishad. En el budismo, la imagen de la telaraña cósmica juega un importantísimo papel. El núcleo del Sutra Avatamsaka, uno de los principales textos del budismo Mahayana, es la descripción del mundo como una red perfecta de relaciones mutuas, donde todas las cosas y todos los sucesos se influyen mutuamente uno a otro de una manera infinitamente complicada. Los budistas Mahayana desarrollaron muchas parábolas y símiles para ilustrar esta interrelación universal, algunas de las cuales veremos al referirnos a la versión relativista de la «filosofa de la telaraña» en la física moderna. Finalmente, la telaraña cósmica, juega un papel central en el budismo tántrico, rama del Mahayana que se originó en la India aproximadamente hacia el siglo III de nuestra era y que constituye hoy en día la principal escuela de budismo tibetano. Los textos de esta escuela se llaman Tantras, palabra cuya raíz sánscrita significa «entretejer» y que se refiere al entretejido e interdependencia existente entre todas las cosas y sucesos. En el misticismo oriental, este entretejido siempre incluye al observador humano y a su consciencia, y lo mismo ocurre en la física atómica. A nivel atómico, los «objetos» solamente pueden ser comprendidos en términos de una interacción entre los procesos de preparación y de medición. El final de esta cadena de procesos será siempre la consciencia del observador humano. Los místicos no se conforman con una situación análoga a la que se da en la física moderna, donde el observador y lo observado no pueden ya separarse, pero todavía se distinguen, sino que van mucho más allá, y en la meditación profunda, llegan a un punto en el que la distinción entre observador y observado deja de existir, un punto en el que sujeto y objeto se funden en un todo indiferenciado y unificado.

A este respecto dicen los Upanishads: “Cuando existe la dualidad uno ve al otro, huele al otro y saborea al otro. Sin embargo citando todo se ha hecho uno, ¿A quién se podría ver? ¿A quién se podría oler? ¿A quién se podría saborear?” – en el Brihad-arayaka Upanishad. Esta es la percepción final de la unidad de todas las cosas. Se alcanza, así nos lo dicen los místicos, en un estado de consciencia en el cual la individualidad se ve disuelta en una unidad indiferenciada, donde el mundo de los sentidos es trascendido y nuestros conceptos de las «cosas» quedan atrás. En palabras de Chuang Tzu: “Mi conexión con el cuerpo y sus partes está disuelta. Mis órganos perceptivos están desconectados. Así, dejando mi forma material y diciendo adiós a mi conocimiento, llego a ser uno con el Gran Omnipenetrante. A esto lo llamo sentarse y olvidarse de todas las cosas”. La física moderna funciona, por supuesto, dentro de un marco muy diferente y no puede ir tan lejos en la experiencia de la unidad de todas las cosas. Pero con la teoría atómica ha dado un gran paso hacia el concepto del mundo sostenido desde siempre por los místicos orientales. La teoría cuántica ha abolido el concepto de objetos básicos y separados, ha introducido el concepto de partícipe para reemplazar el de observador, y puede que hasta incluso crea necesario incluir la consciencia humana en su descripción del mundo. Ha llegado a considerar el universo como una telaraña de relaciones físicas y mentales cuyas partes sólo se pueden definir a través de sus relaciones con el todo. Para resumir la cosmovisión surgida de la física atómica, las palabras de un budista tántrico, el Lama Anagarika Govinda, parecen perfectamente a propósito: “El budista no cree en un mundo externo que exista independiente y separadamente, y en cuyas fuerzas dinámicas pueda él insertarse. Para él el mundo externo y su mundo interior son sólo dos lados de la misma tela, en la que los hilos de todas las fuerzas y de todos los sucesos, de todas las formas de consciencia y de sus objetos, están entretejidos formando una red inseparable de relaciones sin fin, mutuamente condicionadas”. – por el Lama Anagarika Govinda en Foundations of Tibetan Mysticism. El principal descubrimiento de la teoría de la relatividad es que la geometría es una creación del intelecto. Sólo una vez aceptado esto, podrá la mente sentirse libre para manejar los consagrados conceptos de espacio y tiempo, examinar la gama de posibilidades adecuada para definirlos y seleccionar la formulación que concuerde con las observaciones efectuadas. La filosofía oriental, al contrario que la griega, siempre mantuvo que el espacio y el tiempo son creaciones de la mente. Los místicos orientales los trataron como a todos los demás conceptos intelectuales: como algo relativo, limitado e ilusorio. En un texto budista, por ejemplo, hallamos estas palabras: “El Buda enseñó, oh monjes, que el pasado, el futuro, el espacio físico y las individualidades, no son más que nombres, formas de pensamiento, palabras de uso común, realidades meramente superficiales”. – Madhyamika Karika Vrtú, citado por T. R. V, Murti en The Central Philosophy of Buddhism.

Una de las posibles evidencias de antiguas civilizaciones avanzadas lo constituyen las tradiciones sobre antiguos continentes, hoy desaparecidos. Y aquí planteamos una posible hipótesis sobre la enigmática Atlántida. El filósofo griego Platón (427 – 347 a. C.) en su obra Critias, nos dice: «Nueve mil años atrás hubo una guerra entre los pueblos que habitan más acá y más allá de las columnas de Hércules, Atenas y la federación de reyes de la Atlántida. La Atlántida, que se sumergió en el mar por causa de terremotos, tenía un tamaño más grande que la Libia y el Asia y quedó reducida a un escollo que impide la navegación en esa parte de los mares«. Sabemos que la dorsal meso-atlántica es una dorsal medio oceánica, un límite de tipo divergente entre placas tectónicas, que se extiende por su fondo a lo largo del océano Atlántico. En el Atlántico norte, separa las placas euroasiática y la norteamericana, mientras que en el Atlántico Sur separa la africana y sudamericana. La dorsal se extiende desde el noreste de Groenlandia hacia el sur en el Atlántico sur. Aunque la dorsal meso-atlántica es un rasgo mayoritariamente subacuático, parte de ella tiene una elevación suficiente como para superar el nivel del mar. El ritmo medio de expansión es de unos 2 cm por año. La mayor parte de la dorsal se extiende, no obstante, entre 3000 y 5000 metros por debajo de la superficie oceánica. Desde el lecho marino, las montañas se alzan entre unos 1000 y 3000 metros de altura dentro de las aguas del Atlántico y se extienden a lo ancho alrededor de 1500 kilómetros desde el este a oeste desde su base. La dorsal Atlántica es hendida por un profundo valle a lo largo de su cresta, con una anchura aproximada de 10 kilómetros y con paredes que alcanzan los 3 kilómetros de altura. Este valle es la divisoria de dos placas divergentes del fondo del océano en donde el lecho marino se está separando, de acuerdo a la teoría de la tectónica de placas. El valle existente en la dorsal continúa ensanchándose a razón de unos 3 centímetros anuales. En la zona donde el lecho marino se abre, el denominado magma de roca fundida, situado bajo la superficie terrestre, asciende rápidamente. Este magma se convierte en una nueva capa oceánica situada sobre y bajo el lecho marino cuando se enfría. La dorsal Media está seccionada por zonas de fractura y otra serie de discontinuidades espaciadas entre ellas más de 100 kilómetros, lo que desvía a la cordillera de su curso general norte-sur. Las principales de todas estas desviaciones, como la zona de fractura de Romanche, de sentido este-oeste, tienen una longitud próxima a los 1000 kilómetros y se distribuyen cerca del ecuador. Esto explica el encaje casi perfecto que se distingue entre el saliente de la costa nororiental de Brasil, en Sudamérica, y el entrante del golfo de Guinea, en África. Nos podemos plantear si durante los aproximadamente 100.000 años de la última glaciación una parte significativa de esta dorsal hubiese podido estar por encima del nivel del mar debido al fuerte descenso del nivel de los mares, y, por lo tanto, ser habitable. Además, probablemente debido al vulcanismo, pudiese haber sido una zona relativamente templada. Luego, hace unos 11.000 años o antes, al producirse la rápido desglaciación que dio lugar al Holoceno con una subida de hasta 120 metros en el nivel de los mares, unido al posible hundimiento parcial debido a ser una zona muy volcánica y en medio de la línea separadora de las placas tectónicas americana y europea, habría podido dar lugar al relato de Platón.

La historia del clima y la geología también podría ayudarnos a descubrir el secreto de otros legendarios continentes perdidos en el océano Pacífico, como Mu y/o Lemuria. El investigador británico James Churchward, en su libro El continente perdido de Mu, escribió: «El Jardín del Edén no estaba en Asia sino en un continente hundido en el Océano Pacífico. La historia bíblica de la creación – la epopeya de los siete días y las siete noches – no vino primero de los pueblos del Nilo o del Valle del Éufrates sino de este continente ahora sumergido, Mu, la patria del ser humano. Estas afirmaciones pueden ser probados por los registros complejos que descubrí sobre tablillas sagradas ya olvidado en la India, junto con los registros de otros países. Hablan de este extraño país de 64 millones de habitantes que hace 50.000 años habría desarrollado una civilización superior en muchos aspectos a la nuestra. Se describe, entre otras cosas, la creación del hombre en la misteriosa tierra de Mu. Al comparar este escrito con los registros de otras civilizaciones antiguas, como se revela en documentos escritos, restos prehistóricos y los fenómenos geológicos, he encontrado que todos estos centros de la civilización habían heredado su cultura de una fuente común, Mu. Podemos, por lo tanto, asegurar que la historia bíblica de la creación, tal como la conocemos hoy en día, se desarrolló según el impresionante relato obtenido de esas tablillas antiguas que relatan la historia de Mu, una historia de 500 siglos de antigüedad«. Por otro lado Hiva es el nombre de una mítica tierra o isla, de la cual habrían venido los ancestros de los nativos de la isla de Pascua, o Rapa Nui en el idioma aborigen, según la mitología pascuense Hiva correspondería a la mítica Hawaiki de la mitología maorí, o su equivalente, y a las variantes existentes en las tradiciones de muchas culturas polinésicas. Asimismo, se cree que Hiva era equivalente a Mu o Lemuria. Por esta razón, al igual como en el caso de la Atlántida, tenemos que dirigir la vista a la dorsal del Pacífico Oriental, la Gran Dorsal Pacífico-Antárctica, denominada también cordillera Albatros o cordillera Isla de Pascua, que es una dorsal oceánica o cordillera submarina que se extiende en sentido sur-norte por el fondo oriental del océano Pacífico, desde las inmediaciones de la Antártida, en el mar de Ross, hasta internarse en el golfo de California, manteniendo una continuidad geológica que culmina en el lago salado conocido como mar de Salton, en el desierto de Colorado. La longitud de la dorsal es de aproximadamente 8.000 a 9.000 km. El punto más alto, que aflora todavía sobre el nivel del mar, se ubica en Isla de Pascua. La profundidad de la base de la dorsal es de 3.500 a 4.000 metros. Su perfil transversal se caracteriza por la presencia de un eje de ancho, sobre el cual se presenta una estrecha área de cresta elevada. Como esta dorsal es un borde divergente de la corteza terrestre, constituye el límite entre varías placas tectónicas; como la placa Antártica, la placa de Nazca, la placa del Pacífico, la placa de Cocos y la placa Norteamericana. De la dorsal se desprenden varios ramales secundarios, como la Dorsal de Chile, el Cordón Nazca y la Dorsal de Galápagos además de colindar las micro placas de Juan Fernández y Pascua, la primera ubicada a partir del sitio en donde se desprende la dorsal de Chile y la segunda muy cerca de la Isla de Pascua. En esta dorsal han sido muy estudiadas las llamadas fumarolas negras, que abundan en su lecho. Esta actividad volcánica en el área de la dorsal ha dado origen a una serie de islas como Pascua, Sala y Gómez y Pitcairn. Todo parece indicar que el hundimiento de este continente perdido, si se produjo hace 50.000 años, tuvo que ser por terremotos y volcanes y no por la subida del nivel del mar. ¿Qué tipo de civilización antediluviana hubo en aquella zona del Pacífico?

Tenemos que todos los monumentos de la antigüedad, sin distinción de país ni clima, expresan idéntico pensamiento, cuya clave es necesario estudiar para comprender los misterios ocultos durante largos siglos en los templos y ruinas de Egipto, India, Sumeria, América, Camboya, etc…, todos los cuales fueron proyectados y construidos supuestamente bajo la guía de los sacerdotes respectivos. Pero no obstante la diversidad de ritos y ceremonias, todos los sacerdotes habían sido iniciados en los Misterios que se enseñaban en todo el mundo. Valiosos documentos ofrecen a la arqueología comparada las ruinas de Ellora en el Deccan, en la India, las de Chichen Itza en el Yucatán, las de Copán en Guatemala o las de Angkor–Wat en Camboya, pues son de tan semejantes características que sugieren la identidad de ideas religiosas y de nivel civilizador en artes y ciencias de los pueblos que construyeron estos monumentos. No hay, tal vez, en el mundo entero ruinas tan grandiosas y bien conservadas como las de Angkor–Wat que maravillan y confunden a los arqueólogos. No es muy apropiada la palabra “ruinas” porque en ninguna parte hay restos tan antiguos ni en tan buen estado de conservación como los edificios de Angkor–Wat y el templo de Angkorthôm, ya que en lo más apartado de la comarca de Siamrap, en Siam oriental, en medio de lujuriosa vegetación tropical, de palmeras, cocoteros y beteles se yergue el sorprendente templo de gran belleza. Aunque estamos acostumbrados a alardear de la superioridad de nuestra moderna civilización y de la rapidez de nuestros adelantos científicos, artísticos y literarios en comparación de los pueblos antiguos, no obstante nos vemos en la precisión de reconocer que nos sobrepujaron en muchos aspectos y especialmente en pintura, arquitectura y escultura. Ejemplo de la superioridad de estas dos últimas artes entre los antiguos, nos la ofrece el incomparable Angkor–Wat que en solidez, magnificencia y belleza aventaja a todas las modernas obras arquitectónicas. La vista de estas ruinas sobrecoge a quien por vez primera las contempla. Entre los arqueólogos más competentes se equiparan las ruinas de Angkor–Wat con las más grandiosas de la civilización egipcia.

En el complejo de Angkor–Wat se entra en una calzada de 221 metros de longitud cuyas  baldosas miden 1,2 metros de largo por 0,6 metros de ancho, escalonada en rellanos flanqueados por seis enormes grifos monolíticos. A uno y otro lado se ven lagos artificiales de unos 20.234 metros cuadrados de extensión, alimentados por fuentes naturales. La muralla exterior de Angkor–Wat tiene unos 3 metros de profundidad y abarca 2,59 kilómetros cuadrados y en sus portales aparecen hermosas esculturas de dioses y dragones. Todo el edificio es de sillería, pero sin mortero entre las piedras, cuyo ajuste es tan exacto que apenas se distingue. La planta es cuadrilonga y mide 245 metros de largo por 181 metros de ancho. En cada ángulo se alza una  pagoda de 46 metros de altura y en el centro otra de 77 metros de elevación. Prosiguiendo la visita, se sube a una plataforma y se entra en el recinto del templo por un atrio columnario cuyo frontis ostenta un admirable bajorrelieve de un tema mitológico. A uno y otro lado del pórtico se extiende a lo largo de la pared exterior del templo una galería de doble fila de columnas monolíticas, con techo abovedado en el que vemos relieves escultóricos continuados en la pared, representando asuntos de la mitología inda y de la epopeya del Râmâyana, entre ellos las hazañas del dios Rama, hijo del rey de Ayodhya, así como los altercados entre el rey de Ceilán y el dios–mono Hanumâ. El total de figuras en estos relieves llega a cien mil y una sola escena del Râmâyana ocupa un lienzo de pared de setenta metros de largo. La bóveda de estas galerías carece de clave, o la dovela central de un arco, o una bóveda, y el número de columnas es de mil quinientas treinta y dos que, añadidas a las de las ruinas de Angkor, suman seis mil, casi todas ellas monolíticas y artísticamente esculpidas. Pero ¿quién edificó Angkor–Wat y en qué época?  Los  arqueólogos no han acertado en el cómputo y aunque los historiadores indígenas le atribuyen 2.400 años de antigüedad, parece ser mucho más antiguo, pues habiéndole preguntado hace años a un natural del país cuánto tiempo hacía que estaba construido Angkor–Wat, respondió: “Nadie lo sabe. Debe de haber brotado de la tierra o lo construyeron los gigantes o tal vez los ángeles”.

La figura escultórica de Hanumâ mide cosa de un metro de alto y es negra como el carbón. El Râmâyana dice que Hanumâ era un poderoso caudillo muy amigo de Rama, a quién ayudó a encontrar a su esposa Sîtâ, raptada por Râvana, poderoso rey de los gigantes de Ceilán. Tras muchas vicisitudes fue Hanumâ a la capital de los gigantes, como espía de Rama, pero fue descubierto y preso por el rey Râvana, quien en castigo embadurnó de aceite la cola de Hanumâ y le prendió fuego. El dios–mono se apresuró a apagarlo, pero el humo le ennegreció de tal manera el rostro, que ya no le fue posible quitarse aquel color  que heredaron sus descendientes. Según las leyendas indas, Hanumâ es el progenitor de los europeos. Dice también la leyenda que en premio de los servicios prestados por los monos de su ejército, les dio Rama en matrimonio las hijas de los gigantes de Ceilán (llamados rakshasas) y en heredad las comarcas occidentales del mundo, en donde vivieron felices con sus gigantes mujeres y de ellas engendraron numerosa descendencia que serían los actuales europeos. En el occidente de Europa se conservan todavía algunas voces de origen dravidiano de lo que se infiere la unidad de raza é idioma de sus primitivos pobladores. No existe un consenso entre los expertos en la materia, acerca del origen de los pueblos dravídicos. La opinión más general es la de que las lenguas dravídicas (que son de tipo aglutinante) no están relacionadas con ninguna otra familia lingüística conocida. Una de las hipótesis más interesantes es la propuesta por el lingüista David McAlpin en 1975, que conecta las lenguas dravídicas con el idioma de los antiguos elamitas. Esta se denomina hipótesis de las lenguas elamo-drávidas. Los elamitas eran un pueblo que habitaba en lo que actualmente es la región de Juzestán, en el suroeste de Irán. De acuerdo a McAlpin el 20 % del vocabulario elamita y dravídico son cognados y otro 12 % son cognados probables. Además existen semejanzas gramaticales entre ambas familias. De acuerdo a esta hipótesis los habitantes de la cultura del valle del Indo también hablaban un idioma del grupo elamo-dravídico, y las lenguas dravídicas habrían entrado en la India con la expansión de la agricultura a inicios del periodo neolítico desde el Medio Oriente. ¿No podría estimarse como indicio de ello la semejanza entre las tradiciones europeas de duendes y trasgos y las que respecto a los monos subsisten todavía en el Indostán? Ruinas de los templos aparecen en toda la desnudez de su desolación; pero en la América Central una selva inmensa encubre las ruinas a la vista de los exploradores. Con  todo, muchos pormenores han escapado a la observación de los arqueólogos desconocedores de las leyendas antiguas, pues de lo contrario discurrirían de muy distinta suerte. Uno de estos detalles es la inevitable figura del mono en los templos de Egipto, Méjico y Siam. El cinocéfalo egipcio, babuino sagrado de Egipto con la cara de perro, está representado en las mismas actitudes que el Hanumâ de India y Siam, actual Reino de Tailandia.

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El explorador, escritor y diplomático estadounidense John Lloyd Stephens (1805 –1852), autor de Incidentes de viaje en América Central, Chiapas y Yucatán, preguntaba a los indios de Guatemala quien había edificado el templo de Copán, trazado sus jeroglíficos y esculpido aquellos relieves emblemáticos. A esta pregunta respondían invariablemente: «¡Quién  sabe!«. Por esto Stephens dice que todo es allí un misterio de los más impenetrable, más aún que en Egipto. Esta respuesta es muy significativo para los viajeros que han advertido y admirado la misma estructura arquitectónica en las ruinas egipcias, de lo cual se infiere que si los templos de ambos países no fueron construidos por los mismos constructores, es de suponer por lo menos que los arquitectos de una y otra área conocieran igualmente el secreto de este procedimiento constructivo. En las ruinas de Copán, John Lloyd Stephens, que participó destacadamente en la investigación de la civilización maya, encontró restos escultóricos de colosales cinocéfalos, babuino sagrado de Egipto con la cara de perro, sumamente parecidos a los cuatro monstruos que adoraban los tebanos y cuyas figuras campeaban en el obelisco de Luxor, posteriormente trasladado a París ya sin dichas figuras. En casi todos los templos budistas hay ídolos colosales en figura de mono y algunos indos tenían en sus casas un mono blanco con el objeto de “ahuyentar a los espíritus malignos”. Pero volviendo a la antigüedad del Angkor–Wat, debe atribuirse su construcción a un pueblo distinto de los antiguos siameses, aunque no se conoce alguna tradición digna de crédito, pues todas son fábulas o leyendas, de la cual pueda inferirse quienes fueron sus constructores. Los viajeros y exploradores se descorazonan al no hallar en las leyendas populares de Siam alguna clave para el estudio de estas ruinas tan imponentes pero más misteriosas todavía que las de Tebas, según opina un escritor. El explorador y naturalista francés Henri Mouhot (1826 -1861) opinaba que “Angkor–Wat fue construido por algún Miguel Ángel de la antigüedad, pues sus ruinas superan en magnificencia a cuanto nos legaron Grecia y Roma”. También creía Mouhot que pudo ser obra de alguna de las diseminadas tribus de Israel y en esta opinión le acompañaba el entonces obispo de Camboya, quien confiesa lo mucho que le sorprendieron los rasgos hebreos de no pocos salvajes del país. Añadía Mouhot que, sin  exageración, cabe computar en dos mil años la antigüedad de las primeras construcciones de Angkor.

Pero si admitiéramos este cómputo estas ruinas resultarían muy posteriores a las Pirámides de Egipto; pero no es admisible, ya que el decorado de las paredes de Angkor pertenece a la antiquísima época en que Poseidón y los kabires eran adorados. Los kabires eran un grupo de enigmáticas deidades ctónicas, dioses o espíritus del inframundo, por oposición a las deidades celestes. Fueron adorados en un culto mistérico que tuvo su centro en la isla de Samotracia (Grecia) y estuvo estrechamente relacionado con el mito de Hefesto, el dios griego de la forja y del fuego, que equivale al Vulcano romano. El culto se extendió rápidamente por todo el mundo griego durante el período helenístico, siendo finalmente adoptado por los romanos. Si, como supone Adolf Philipp Wilhelm Bastian (1826 – 1905), un erudito recordado por sus contribuciones al desarrollo de la etnografía y al de la antropología, Angkor–Wat hubiese sido construido para recibir al sabio patriarca Buddhaghosha cuando desde Ceilán trajo los sagrados libros del Trai–Pidok; o si se remontara su construcción al reinado de Phra Pathum Suriving, quien mandó traer de Ceilán los libros sagrados del budismo y estableció esta religión en el país, no fuera posible justificar la siguiente descripción de Bastian: «Vemos en este mismo templo esculturas de Buda con cuatro y aun treinta y dos brazos, y divinidades con dos y aun diez y seis cabezas. También se ve al Vishnú induísta, dioses alados, cabezas birmanas, figuras indas y personajes de la mitología ceilana. Allí  aparecen guerreros a lomos de elefantes o montados en carros, soldados de a pie con lanza y escudo, barcos, tigres, grifos, sierpes, peces, cocodrilos, novillos castrados, fornidos guerreros con yelmos y hombres barbudos, probablemente negros. Las figuras están en posición algo parecida a la de los monumentos egipcios, con el costado un poco vuelto hacia adelante, aunque también observé cinco jinetes armados de lanza y espada que cabalgaban de frente, como los que se ven en las tablillas asirías del Museo Británico«. Las paredes del templo presentan repetidas figuras de Dagón, el hombre–pez de los babilonios, y de los kabires de Samotracia con su padre Vulcano provisto de rayos y herramientas, cerca del cual aparece la figura de un rey con cetro análogo al de Queronea. que Vulcano regaló al rey Agamemnón. Otra escultura representa también a Vulcano con martillo y tenazas, pero en figura de mono, como solían representarle los egipcios.

Ahora bien, si el templo de Angkor–Wat fuese esencialmente budista ¿cómo hay en sus muros bajorrelieves de carácter asirio?; ¿cómo están representados los dioses kabires, cuyo antiquísimo culto se había perdido 200 años antes de la era cristiana con la tergiversación de los misterios de Samotracia?; ¿de dónde proviene la tradición popular en Camboya relativa al príncipe Rama, a quien los historiadores del país atribuyen la fundación del templo?; ¿no sería posible que, según opinan algunos críticos, la famosa epopeya Râmâyana hubiese servido de modelo a la Ilíada de Homero?, ya que el rapto de Helena  por Paris tiene muchísima semejanza con el de Sîtâ por Râvana. En este caso, la legendaria guerra de Troya sería una réplica de la guerra del Râmâyana. Además, asegura Heródoto que los dioses y héroes troyanos no se conocieron en Grecia hasta la época de la Ilíada. Por lo tanto, el dios–mono Hanumâ sería un equivalente del dios Vulcano, sobre todo si se tiene en cuenta que, según la tradición camboyana, el fundador de Angkor vino de Roma, sita en el extremo occidental del mundo, y que el indo Rama da el Occidente en heredad a la estirpe de Hanumâ. Por hipotética que pueda parecer esta teoría, conviene tenerla en cuenta. El abate Jaquenet, de las misiones católicas de Conchinchina, en su deseo de relacionarlo con la revelación cristiana, dice a este propósito: «Ora consideremos las relaciones comerciales de los judíos, cuando, en el apogeo de su poder, las combinadas flotas de Hiram y Salomón iban en busca de los tesoros de Ofir; ora nos transportemos a época más moderna, cuando  las diez tribus cautivas se dispersaron de las márgenes del Eufrates hasta las riberas del Océano, no es menos incontrovertible el esplendor de la luz de la revelación en el remoto Oriente«. Posiblemente de ese “remoto Oriente” brotó la luz que iluminó a los israelitas después de pasar por Caldea y Egipto.

Pero, ¿quiénes fueron los israelitas? Muchos historiadores, apoyados en sólidas razones, los asimilan a los fenicios. Pero todo indica que éstos eran de raza etíope, pues aun hoy la raza del Punjab, estado que limita con Pakistán y es el corazón de la comunidad sij de la India, está mezclada con etíopes asiáticos. Heródoto coloca en el golfo Pérsico la cuna de los hebreos, vecinos por el sur de los hymaritas (árabes), y en que más lejos moraban los caldeos y susinianos, expertos en el arte de la construcción. Esto parece demostrar su filiación etíope. El viajero, geógrafo y escritor griego Megastenes dice que los israelitas eran una secta inda llamada de los kalani, cuya teología se asemejaba a la induísta. Otros autores suponen que los judíos eran los yadus del Afganistán o la India antigua. La reina Dido fenicia, con el nombre de Astarte, guiaba en sus viajes a los fenicios, quienes  colocaban su imagen en la proa de los buques. Saúl y David son también nombres afghanos. Eusebio de Cesarea dice que “los etíopes vinieron del río Indo a establecerse cerca de Egipto”. Nuevas investigaciones podrían demostrar que los indos tamiles, a quienes los misioneros acusan de adorar al diablo, se limitaban a rendir culto al Seth o Satán de los hetheos de la Biblia. Pero si en los albores de la historia los judíos fueron fenicios, a éstos se les puede seguir la huella hasta llegar a las antiguas naciones de lengua sánscrita. Cartago  era una ciudad fenicia como lo indica su nombre, pues a Tiro se le llamaba también Kartha. Su dios tutelar era Melkarta (Baal o Mel). En sánscrito el municipio se llama cûl y su jefe o caudillo heri. Así Mel–Kartha es sinónimo de hericûl, de donde viene el adjetivo hercúleo. El arqueólogo Wilder dice sobre el particular: “Las razas etíope, cusita y camítica son a mi juicio artísticos constructores que rindieron culto a Baal o Bel (Siva), edificaron templos, grutas y pirámides y hablaron un idioma de peculiar estructura». Un oficial del ejército británico, Sir Henry Rawlinson, transcribió la inscripción de Behistún, una inscripción monumental en piedra de la época del imperio Aqueménida (siglo VI a. C.), en dos momentos, en 1835 y 1843. Rawlinson pudo traducir el texto cuneiforme en persa antiguo en 1838, y los textos elamitas y babilonios fueron traducidos por Rawlinson y otros después de 1843. Rawlinson creía que este idioma derivaba del de los turanios del Indostán.

Por otra parte, todo indica que las razas ciclópeas fueron fenicias. En la Odisea de Homero los  kuklopes (cíclopes) fueron pastores del Líbano, de quienes dice Heródoto que supieron abrir minas y levantar edificios. Según el poeta de la Antigua Grecia, Hesiodo, forjaban los rayos de Júpiter, y la Biblia les llama zamzumimes, de Anakim o país de los gigantes. De lo dicho se echa de ver fácilmente que los constructores de Ellora, Copán, Angkor–Wat y de los monumentos egipcios fueron de una misma cultura y profesaron al menos la misma religión, o sea la que de muy antiguo se enseñó en los Misterios. Aparte de esto, notamos que las figuras de Angkor son arcaicas y nada tienen que ver con las imágenes e ídolos de Buda, cuya fecha es indudablemente más moderna. Sobre este asunto de Angkor–Wat dice Bastian: «Sube de punto el interés de esta parte del monumento al considerar que el artífice representó tipos de diferentes naciones con sus rasgos característicos, desde el salvaje pnom de achatada nariz con atavío de borlas y el Iao de pelo ralo hasta el rajput de aguileña nariz armado de escudo y espada y el negro de largas barbas, en acabado conjunto de nacionalidades por el estilo del de la columna de Trajano, con la peculiar conformación física de cada raza, predominando los rasgos de la helénica en las facciones y perfiles de las figuras y en las elegantes actitudes de los jinetes, como si Jenócrates, después de terminada su labor en Bombay, hubiese hecho una excursión a oriente». Pero si admitimos que las tribus de Israel tuvieron participación en la construcción del Angkor–Wat, no hemos de tomar por tales las que cruzaron al desierto en demanda de  la tierra de Canaán, sino a sus primitivos antepasados que nada supieron de la revelación mosaica. Pero ¿dónde está la prueba documental de que las tribus de Israel hayan tenido personalidad histórica antes de la compilación del Antiguo Testamento por el sumo sacerdote Esdras el Escriba?

Algunos arqueólogos, y no les falta razón para ello, tienen por míticas a las doce tribus de Israel, pues los levitas eran casta y no tribu. Queda también pendiente de resolución el problema de si los hebreos habitaron en Palestina antes de Ciro de Persia. Todos los hijos de Jacob se casaron con cananeas excepto José, que tomó por esposa a la  hija de un sacerdote egipcio; y con arreglo a esta costumbre, estuvo consentido entre los hebreos el matrimonio con extranjeras. La influencia asiria alteró en sentido semita el idioma de Palestina, porque los fenicios habían ya perdido la independencia en tiempo de Hiram y trocado su idioma camítico por el semítico. Asiria es el país de Nemrod, equivalente a Baco, con su manchada piel de leopardo que, como accesorio ritual, se empleaba en los Misterios Según Jueces III: «Habitaron, pues, los hijos de Israel en medio del cananeo y del heteo y del amorreo y del fereceo y del heveo y del jebuseo. Y tomaron por mujeres a las hijas de ellos y dieron sus  hijas a los hijos de ellos y sirvieron a sus dioses. E hicieron lo malo delante del Señor y olvidáronse de su Dios sirviendo a Baal y a Astaroth«. Este Baal era  equivalente a Moloch, Melch–Karta o Hércules, que recibía adoración en todos los países donde los fenicios dejaban su huella. ¿Cómo podían los israelitas mantener la unidad de sus  tribus cuando por testimonio mismo de la Biblia periódicamente caían en manos de sus enemigos? En Reyes XVII leemos: “Y fue trasladado Israel de su tierra a los asirios hasta este día. Y el rey de los asirios llevó gentes de Babilonia y de Cuthah y de Ava y de Amath y de  Sepharvaim y las puso en las ciudades de Samaria en lugar de los hijos de Israel”. Los kabires eran también dioses asirios, en número indeterminado, conocidos por el vulgo con los nombres de Júpiter, Baco, Aquioquerso, Asquieros, Aquioquersa y Cadmilo; pero en el “lenguaje sagrado” tenían otros nombres tan sólo conocidos de los sacerdotes. ¿Cómo explicar, entonces, que en Angkor–Wat aparezcan en las mismas actitudes con que se les  representaba en los Misterios de Samotracia, y que en Siam, Tíbet e India se les denomine, salvo ligeras  modificaciones de pronunciación, tal come se les llamaba en la lengua sagrada? El nombre de Kabir puede derivarse indistintamente de las palabras rka (abir, grande), rkh (ebir, astrólogo) o rkc (chabir,  asociado). Las más antiguas tradiciones esotéricas enseñan asimismo que antes del Adam mítico existieron sucesivamente varias razas humanas.  ¿Eran tipos más perfectos? ¿Pertenecían a alguna de estas razas los hombres alados que menciona  Platón en su obra Fedro? A la ciencia le incumbe resolver este problema, tomando por punto de partida las cavernas de Francia y los restos de la edad de piedra. En las más antiguas tradiciones de casi todos los pueblos se descubre la misma creencia en una raza de espiritualidad superior a la actual. El manuscrito quiché Popol Vuh, publicado por Brasseur de Bourbourg, dice que el primer hombre pertenecía  a  una raza dotada de raciocinio y de habla, con vista sin límites, que conocía todas las cosas a un tiempo. Según Filo Judeo, el aire está poblado de multitud de invisibles espíritus, inmortales y libres de pecado unos; y perniciosos y mortales otros.

La misma creencia se trasluce en el pasaje del Evangelio de San Juan, escrito por un anónimo agnóstico, que dice: “Más a cuantos le recibieron les dio poder de ser hijos de Dios, a aquellos que creen en su nombre”. Es decir, que cuantos practicaran la doctrina esotérica de Jesús, se convertirían en hijos de Dios. “¿No sabéis que sois dioses?”, dice Jesús a sus discípulos. Platón describe admirablemente en Fedro el estado primario del  hombre al cual ha de volver de nuevo: “Antes de perder las alas vivía entre los dioses y él mismo era un dios en el mundo aéreo”, con lo que describía una época dorada anterior. Desde la más remota antigüedad enseñó la filosofía religiosa que el universo está poblado de divinos y espirituales seres de diversas razas. De una de éstas surgió con el tiempo ADAM, el hombre primitivo. Los kalmucos y otros pueblos de Siberia describen también en sus leyendas razas anteriores a la nuestra y dicen  que aquellos hombres poseían conocimientos casi ilimitados, de lo que se engrieron hasta la audacia de rebelarse contra el Gran Espíritu, quien, para humillar su presunción y castigar su  arrogancia, los encerró en  cuerpos que limitaron sus facultades. Únicamente pueden salir de este encierro por medio de un perseverante arrepentimiento, de la purificación y desenvolvimiento interior. Creen que sus chamanes pueden ejercer a veces las divinas facultades que un tiempo poseyeron todos los hombres. En la biblioteca Astort, de Nueva York, hay el facsímile de un tratado egipcio de medicina escrito en el año 1552 a.C., cuando, según la cronología corriente, contaba Moisés veintiún años de edad. Los caracteres están trazados sobre una corteza interna del Cyperus papyrus, y el grabador y cartógrafo alemán Peter Schenk el Viejo (1660 – 1711), de Leipzig, no sólo atestigua su autenticidad, sino que lo diputa por el más perfecto de cuantos se conocen. Es una sola hoja de excelente papiro amarillento obscuro, de tres decímetros de ancho y más de veinte metros de largo, arrollado en ciento diez páginas cuidadosamente numeradas. Lo adquirió en 1872 el egiptólogo alemán Georg Ebers de manos de un árabe de Luxor. El papiro Ebers es uno de los más antiguos tratados médicos y de farmacopea conocidos. Fue redactado en el antiguo Egipto, cerca del año 1500 antes de Cristo; está fechado en el 8º año del reinado de Amenhotep I, de la dinastía XVIII. Descubierto entre los restos de una momia en la tumba de Assasif, en Luxor, por Edwin Smith en 1862, fue comprado a continuación por Georg Ebers, al que debe su nombre y su traducción. Se conserva actualmente en la biblioteca universitaria de Leipzig. El periódico La Tribuna de Nueva York dijo a propósito de este asunto, que del examen del papiro se infiere con  toda probabilidad que es uno de los seis Libros herméticos de Medicina citados por Clemente de Alejandría.

El mismo periódico afirmaba: “El año 363, en tiempo de Jámblico, los sacerdotes egipcios enseñaban cuarenta y dos libros atribuidos a Hermes (Toth). Según Jámblico, de estos libros, treinta y seis trataban de todos los conocimientos humanos y los seis restantes se  ocupaban especialmente en anatomía, patología, oftalmología, quirúrgica y terapéutica«. El Papiro de Ebers es seguramente uno de estos tratados herméticos. Si el fortuito encuentro del arqueólogo alemán y del árabe de Luxor ha iluminado la antigua ciencia de los egipcios, no cabe duda de que sí se repitiera el caso se esclarecerían muchos puntos oscuros de la historia antigua. Los descubrimientos de la ciencia moderna no invalidan en modo alguno las remotísimas tradiciones que atribuyen increíble antigüedad a la raza humana. La geología, que hasta hace pocos años no había descubierto las huellas del  hombre más allá de la época terciaria tiene hoy pruebas incontrovertibles de que el hombre existía ya sobre la tierra mucho antes del último período glacial que se remonta desde unos 120.000 años hasta hace unos 11.700 años. En la escala temporal geológica, se llamó comúnmente período Terciario a la primera etapa de la Era Cenozoica, iniciada hace 66 millones de años y que se extiende hasta la actualidad, también conocida antiguamente como Era Terciaria. Sin embargo, ambos (tanto Era Terciaria como el período Terciario) son términos en desuso. En la actualidad se prefiere el nombre de Era Cenozoica para el lapso de tiempo total entre la extinción de los dinosaurios y el presente, la cual se divide en tres períodos llamados Paleógeno, Neógeno y Cuaternario. Lo que antes se llamaba Período Terciario hoy se llama Paleógeno y Neógeno. Los períodos Paleógeno y Neógeno constituyeron un momento de resurgimiento de la vida, con una nueva forma de vida predominante que halló el campo libre para proliferar y diversificarse: los mamíferos. El Período Cuaternario va desde hace 2,5 millones de años hasta el surgimiento de la civilización humana (e inicio de la Historia), abarcando dos épocas: El Pleistoceno, desde hace 2,5 millones de años hasta que empieza el Holoceno hace 11.700 años aproximadamente hasta la actualidad.

Por otra parte, junto con restos humanos se han encontrado utensilios, en prueba de que en aquella remota época se ejercitaba ya el hombre en la caza y sabía edificar chozas. Pero la ciencia se ha detenido en su investigación, sin dar otro paso para descubrir el origen de la raza humana. El hecho de que cuanto más profundas son las excavaciones arqueológicas, más toscos y groseros resultan los utensilios prehistóricos, parece una prueba científica de que el hombre es más salvaje a medida que nos acercamos a su origen. Pero, cuando hayan desaparecido los actuales pobladores de la Tierra y los arqueólogos futuros hallen en sus excavaciones los utensilios pertenecientes a las tribus de Nueva Guinea, ¿podrían afirmar con razón que en los siglos actuales comenzaba la humanidad a salir de la Edad de Piedra? Sin  embargo, el orientalista Max Müller, en Lectures On the Science of Language. dice: “Hay todavía muchas cosas incomprensibles para nosotros, y el lenguaje jeroglífico de los antiguos tan sólo expresa la mitad de los pensamientos. Sin embargo, la imagen del hombre se nos aparece cada vez más pura y noble en todos los países, según nos acercamos a su origen y comprendemos sus errores é interpretamos sus ensueños. Por lejanas que estén las huellas del hombre, aun en los más apartados confines de la historia, descubrimos desde un principio el divino don de la vigorosa y razonable inteligencia, de suerte que es imposible sostener que la raza humana haya surgido lentamente de las profundidades de la brutalidad animal”  A pesar de las vacilantes hipótesis de los geólogos empezamos a tener pruebas de las aserciones de aquellos filósofos, quienes dividían la existencia del hombre sobre la tierra en dilatados ciclos, durante cada  uno de los cuales alcanzaba gradualmente la humanidad el pináculo de la civilización para ir sumiéndose paulatinamente en la más abyecta barbarie. De los maravillosos monumentos de la antigüedad todavía existentes y de la descripción que hace Heródoto de otros ya desaparecidos, puede inferirse, aunque no por completo, el eminente grado de progreso a que llegó la humanidad en cada uno de sus pasados ciclos. Ya en la época del célebre  historiador griego eran montones de ruinas muchos templos famosos y pirámides  gigantescas a que el padre de la historia llama “venerables testigos de las glorias de nuestros remotos antepasados”. Herodoto describe, según referencias e llegadas a sus oídos, los maravillosos subterráneos del laberinto que sirvieron de sepulcro a los reyes iniciados cuyos restos yacen todavía en lugares ocultos.

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Sin embargo, los relatos históricos de la época de la dinastía Ptolemaica, fundada por Ptolomeo I Sóter, general de Alejandro Magno, nos proporcionan elementos bastantes para juzgar sobre las florecientes civilizaciones de la antigüedad, pues ya entonces habían decaído las ciencias y las artes con pérdida de muchos de sus secretos. En las  excavaciones efectuadas en Mariette–Bey, al pie mismo de las Pirámides, se han encontrado estatuas de madera y otros objetos artísticos cuyo examen muestra que muchísimo antes de las primeras dinastías habían llegado ya los egipcios al refinamiento de la perfección artística, hasta el punto de maravillar a los más entusiastas partidarios del arte helénico. Robert Bauval es un ingeniero y escritor, nacido el 5 de marzo de 1948 en Alejandría, Egipto, de padres de origen belga. Su familia fue expulsada de Egipto durante el gobierno de Gamal Abdel Nasser. Ha pasado la mayor parte de su tiempo viviendo y residiendo en otros países del Oriente Medio y África. Ingeniero civil, desde muy joven se interesó por la egiptología y en la década de 1980 inició una investigación sobre las Pirámides de Egipto que intentaba combinar la astronomía y la historia. Está dedicado desde 1979 al estudio del significado de las Pirámides. Interesado ya no tanto en el cómo, sino en el porqué fueron construidas, y cuál pudo haber sido el origen de la majestuosa e imponente presencia de las Pirámides en el desierto, de su compleja estructura, su tamaño y su vocación de eternidad. Con los años se unió a Adrian Gilbert y la combinación de sus esfuerzos dio como resultado la investigación publicada y documentada de las conclusiones que se plantean en un libro titulado El misterio de Orión, publicado en 1994, acerca de la correlación de las construcciones piramidales del Antiguo Egipto con respecto a la observación estelar. En este libro explica su teoría sobre la correlación de Orión con respecto a su posible influencia astronómica sobre la ubicación de las Pirámides en el desierto de Giza. Bauval es conocido especialmente por su teoría sobre la correlación de Orión. Esta teoría establece una relación entre la pirámides egipcias de la IV dinastía, en la meseta de Giza, y el alineamiento de ciertas estrellas de la constelación de Orión llamada comúnmente Cinturón de Orión. Una noche, mientras trabajaba en Arabia Saudí, fue con su familia y un amigo a las dunas arenosas del desierto de Arabia para realizar un trabajo de campo. Su amigo le señaló la Constelación de Orión y mencionó que Mintaka, la estrella más pequeña y oriental del Cinturón de Orión, estaba ligeramente desviada de las demás. Bauval estableció una conexión entre el trazado de las tres estrellas principales del Cinturón de Orión y la posición de las tres pirámides principales de la necrópolis de Giza. Esta teoría ha inspirado los libros y otras de otros autores como Javier Sierra. Sierra y Bauval trabajaron juntos en el estudio de una hipotética Edad De Oro de la Humanidad, situada en el pasado más remoto, que debió extinguirse aproximadamente el 10.500 a. C. y que fue el origen de todas las civilizaciones que conocemos.

Pero las hipótesis de Robert Bauval han sido rechazadas por arqueólogos e historiadores, considerándolas una forma de pseudociencia. Se ha discutido especialmente su afirmación sobre la supuesta existencia hace unos 12.500 años de una civilización progenitora avanzada y actualmente olvidada, que podría identificarse con la legendaria Atlántida. No obstante algunos egiptólogos han aceptado la idea general de la posible existencia de cierta correlación astronómica, que podría haber sido representada y situada sobre ciertas estructuras y orientaciones de los monumentos del Antiguo Egipto. En particular, la teoría de la correlación de Orión con las pirámides de Giza no ha sido aceptada. Sin embargo, algunas ideas de Robert Bauval han sido defendidas por algunos científicos como el Dr. I.E.S. Edwards, que en una declaración de 1992 afirmó: “En mi opinión (Bauval) ha hecho varios descubrimientos interesantes”. En una de las obras del filósofo y escritor británico Colin Wilson, El mensaje oculto de la Esfinge, el autor se inspiró al leer el libro Serpiente en el cielo, de John West, del que escribió una crítica y en el que encontró un pasaje que le impresionó. Fue el que habla de la grave erosión del cuerpo de la Gran Esfinge de Giza, que se debe a la acción del agua y no del viento y la arena. La confirmación de que la Esfinge fue erosionada por el agua bastaría para echar por tierra todas las cronologías de la historia de la civilización que se consideran válidas y obligaría, revaluar drásticamente la suposición del progreso desde civilizaciones más salvajes a las más modernas. Según el punto de vista habitual, las tres pirámides de Giza las construyeron tres faraones diferentes para utilizarlas como tumbas de faraones. Pero si representaban las estrellas del Cinturón de Orión, entonces toda su planta debía de haberse trazado mucho antes de que empezara a construirse la Gran Pirámide. Pero, ¿cuándo? Para comprender cómo abordó Bauval este problema, debemos hablar del tema de la precesión de los equinoccios, es decir, el movimiento de peonza del eje de la tierra que ocasiona el cambio de su posición en relación con las estrellas, en un grado cada 72 años y un círculo completo cada 26.000 años aproximadamente. En lo que se refería a Orión, este movimiento de peonza hace que la Constelación de Orión se desplace hacia arriba en el cielo durante 13.000 años y que luego vuelva a bajar. Pero durante el desplazamiento la constelación también se inclina un poco. Dicho de otra forma, gira siguiendo las manecillas del reloj y luego gira al revés. Bauval observó que la única vez que la pauta de las pirámides en el suelo es un reflejo perfecto de las estrellas del Cinturón de Orión, en lugar de estar inclinada hacia un lado, fue en el 10.450 a.C. Éste es también su punto más bajo en el cielo. Después   de esto, empezó a subir otra vez de nuevo, y alcanzará su punto más elevado hacia el año   2550 d.C. En el año 10450 a.C. fue como si el cielo fuese un enorme espejo en el cual el curso del Nilo se «reflejaba» como la Vía Láctea; y las pirámides de Giza, como el Cinturón de Orión.

En El misterio de Orión Bauval hace una pregunta sorprendente:«¿Era la necrópolis   de Giza, y específicamente la Gran Pirámide y sus pozos, un gran marcador de tiempo, una especie de reloj estelar que tenía la misión de señalar las épocas de Osiris y, sobre todo, su Primera Vez?». Los egipcios daban a esta «Primera Vez» de Osiris el nombre de Zep Tepi, que fue la ocasión en la que los dioses confraternizaron con los seres humanos, el equivalente del mito griego de la Edad de Oro. La fecha 10.450 a.C. no significa nada para los historiadores, ya que se considera «prehistórica», más o menos la época en que aparecieron los primeros agricultores en el Oriente Medio. Pero Bauval nos recuerda que hay una fecha mencionada en la historia que se le acerca de manera razonable. Según el Timeo de Platón, cuando el estadista griego Solón visitó Egipto hacia el año 600 a.C., los sacerdotes egipcios le contaron la historia de la destrucción de la Atlántida, acaecida unos nueve mil años antes, y de cómo se había hundido debajo de las olas. Generalmente no se   daba ningún crédito a dicha historia porque también contaba cómo los atlantes habían luchado contra los atenienses y la verdad era que, por lo que se sabe, Atenas aún no se había fundado en aquel tiempo, es decir, en el  9600 a.C. Sin embargo la historia de la Atlántida ha perseguido la imaginación de la gente desde entonces. Bauval señala que en el   Timeo Platón no sólo da cuenta de la crónica que hace Solón de la Atlántida, sino que también dice que Dios hizo «almas en número igual al de las estrellas, y las repartió, cada alma para una estrella diferente, y quien bien viviera durante el tiempo que le correspondiese volvería a la habitación de su estrella consorte». Sin duda esto hace pensar en un concepto típicamente egipcio. Después de correr el riesgo de ofender a los egiptólogos planteando el asunto de la Atlántida, Bauval va más lejos y menciona que el clarividente Edgar Cayce afirmó que los planos de la Gran Pirámide se trazaron hacia el 10.400 a.C. Curiosamente, como referencia cita al arqueólogo y egiptólogo estadounidense Mark Lehner, contrario a la tesis de West referente a la Esfinge. Parece ser que Lehner era financiado por la Cayce Foundation y que empezó su carrera como seguidor de Cayce. En su libro The Egyptian Heritage, Lehner arguyó que los «acontecimientos de la Atlántida» en el antiguo Egipto, con la supuesta llegada de los atlantes, probablemente ocurrieron en el 10.400 a.C. De todos modos, Lehner desdeñó luego estas divagaciones de sus primeros tiempos y volvió a la ortodoxia. En la actualidad se le considera el principal experto mundial en las pirámides.

En una de sus obras describe el egiptólogo británico John Taylor dichas estatuas diciendo que es verdaderamente inimitable la belleza plástica de aquellas testas con ojos de piedras preciosas y párpados de cobre. A mucha mayor profundidad de la capa de arena  en  que yacían los objetos existentes hoy en el Museo Británico y en las colecciones de Lepsius y Abbott se encontraron posteriormente las pruebas tangibles de la ya referida doctrina hermética de los ciclos. El entusiasta helenista Heinrich Schliemann halló en las excavaciones efectuadas en la antigua y legendaria Troya notorias huellas del progreso gradual de la barbarie a la civilización y del también gradual regreso de la civilización a la barbarie. Así, pues, si el hombre antediluviano era mucho más avanzado de lo que se creía en ciencias profanas y mucho más hábil en ciertas artes que ya damos por perdidas, ¿por  qué no admitir que pudiera igualmente aventajarnos en diversos conocimientos? Según la filosofía caldea, los ciclos de evolución no abarcan al mismo tiempo a toda la humanidad, y así lo corrobora Juan Guillermo Draper, en Conflictos entre la religión y la ciencia, al decir que los períodos en que a la geología le correspondió dividir los progresos del hombre, no comprenden simultáneamente a toda la humanidad, pues cabe poner por ejemplo algunas tribus de indios nómadas de América del Norte que en siglos pasados estaban trascendiendo la para ellos equivalente a la Edad de Piedra. Las obras completas del escritor Louis Jacolliot en veintiún volúmenes versan principalmente sobre las tradiciones, filosofía y religión de la India. Este infatigable escritor ha recopilado infinidad de datos entresacados de diversas fuentes. Tienen un inmenso valor sus numerosas traducciones de los libros sagrados de la India. Entre otros asuntos, trata de la sumersión de continentes en las épocas prehistóricas, y dice a este propósito: “Una de las más antiguas leyendas de la India que se conserva en los templos por tradición oral y escrita, refiere que hace cientos de miles de años se dilataba por el Océano Pacífico un vastísimo continente que destruyó un sacudimiento sísmico, y cuyos restos han de buscarse en Madagascar, Ceilán, Sumatra, Java, Borneo y las principales islas de la Polinesia. Según esta hipótesis, las elevadas mesetas del Asia hubieran sido en aquella remotísima época extensas islas adyacentes al continente central. Afirman los brahmanes que este país había llegado a un muy alto nivel de civilización, continuada después por las tradiciones de la península indostánica, que en la época del gran cataclismo quedó ensanchada por la separación de las aguas. Estas tradiciones llaman rutas a los habitantes de aquel dilatado continente equinoccial, de cuyo idioma derivó al sánscrito. La tradición indo–helénica, conservada por un pueblo más culto que emigró de las llanuras de la India, alude también a la existencia de un continente llamado Atlántida, habitado por los atlantes, cuya situación fija en la parte del actual océano Atlántico, correspondiente a la zona septentrional de los trópicos. Los griegos no se atrevieron jamás a trasponer las columnas de Hércules por el temor que les infundía el misterioso océano, y además, aparecieron demasiado tarde en la historia para suponer que la referencia de Platón no sea eco de las tradiciones indas, a pesar de que la existencia del prehistórico continente en aquellas latitudes está insinuada geográficamente por los vestigios que se encuentran en las volcánicas islas de los Azores, Canarias y Cabo Verde. Por otra parte, del examen del planisferio terrestre se infiere, al ver el gran número de islas e islotes diseminados entre el archipiélago malayo y la Polinesia, desde el estrecho de la Sonda a la isla de Pascuas, que en aquellas latitudes existió el continente más vasto de cuantos precedieron al nuestro. Una tradición religiosa común a Malaca y Polinesia, esto es, a los dos opuestos extremos de Oceanía, afirma que todas las islas de esta parte del mundo formaron en otro tiempo dos vastísimos territorios habitados respectivamente por hombres amarillos y hombres negros que estuvieron constantemente en guerra, hasta que cansados los dioses de sus contiendas, ordenaron al océano que los pusiera en paz, lo cual cumplió tragándose ambos continentes con todos sus habitantes. Tan sólo se libraron de la inundación los picachos y mesetas de las montañas gracias a la influencia de los dioses, que advirtieron demasiado tarde el error cometido. Sea cual fuere el valor de estas tradiciones, y doquiera haya evolucionado una civilización precedente a las de la India, Egipto, Grecia y Roma, no cabe duda de que existió dicha civilización, y que importa muchísimo a la ciencia seguir sus huellas, por débiles e imperceptibles que sean«.

La tradición religiosa de Malaca y Polinesia, traducida por Jacolliot del original sánscrito, corrobora aquella otra tomada de los Anales de la Doctrina Secreta, según la cual  lucharon  los “hijos de Dios”, hombres amarillos, con los “hijos de los gigantes”, hombres negros, o sean los magos atlantes. Jacolliot, que visitó personalmente todas las islas de la Polinesia, y durante años se dedicó al estudio de la religión, idioma y tradiciones de casi todos aquellos pueblos, dice en conclusión: «Las ruinas de que está sembrado el suelo americano y muchas islas adyacentes a la India occidental fueron obra de los sumergidos atlantes. Así como los hierofantes del continente antiguo podían comunicarse submarinamente con el nuevo, así también los magos atlantes dispusieron de análogas comunicaciones. A propósito de estas misteriosas catacumbas, referiremos una curiosa narración oída de labios de un peruano con quien íbamos de viaje, y que murió hace tiempo. Trata la narración de los famosos tesoros del último inca, y es como sigue: Desde el célebre  y miserable asesinato perpetrado por Pizarro en la persona del último inca, todos los indios conocían el paraje donde estaba escondido el tesoro, pero no así los mestizos, en quienes era imposible confiar. Al caer prisionero el inca, ofreció su esposa en rescate todo el oro que cupiese en una sala hasta la altura donde alcanzase el conquistador, debiendo efectuarse la entrega antes de la puesta de sol del tercer día. La esposa del inca cumplió su palabra, pero Pizarro faltó a ella, según costumbre en los aventureros españoles, porque maravillado a la vista de tan enorme riqueza, declaró que en modo alguno devolvería la libertad al prisionero, sino que le quitaría la vida, a menos que la reina revelase la procedencia del tesoro. Había oído decir Pizarro que los incas guardaban incalculables riquezas en un túnel o galería subterránea de muchas millas de largo. La infortunada reina pidió una prórroga y fuese a consultar el oráculo. Durante el sacrificio, el sacerdote mayor le mostró en el sagrado espejo negro la inevitable muerte de su esposo tanto si entregaba como sí no a Pizarro los tesoros de la corona. Entonces, la reina mandó tapiar la entrada del subterráneo que se abría en la rocosa margen de un barranco. El sacerdote mayor, acompañado de los magos, después de tapiar la abertura, llenaron el barranco de enormes piedras sobre las que extendieron una capa de tierra para disimular la obra. Los españoles asesinaron al inca y la desdichada reina se suicidó, burlando así la codicia de los conquistadores, sin que nadie, excepto unos cuantos  peruanos fieles, tuviese noticia del paraje donde el tesoro quedaba oculto. A consecuencia de algunas indiscreciones, los gobiernos de distintos países enviaron agentes en busca del tesoro bajo pretexto de exploraciones científicas, pero no tuvieron éxito alguno en su propósito. Los informes de diversos historiadores del Perú confirman esta narración, aunque hay algunos pormenores desconocidos del público antes de ahora«.

Son tan evidentes las pruebas de que la actual Polinesia fue un continente desaparecido a consecuencia de un cataclismo geológico, que ya no es posible dudar por más tiempo de su existencia. Las tres mayores evidencias de este continente, que son las islas Sandwich, Nueva Zelanda e isla de Pascua, distan una de otra de 7250 a 8700 km., y los intermedios archipiélagos de Viti, Sarnoa, Tonga, Futuna, Uvea, Marquesas, Tahití, Pumuton y Gambieres, distan a su vez de dichos extremos de 3380 a 4830 km. Todos los navegantes convienen en que, dada la actual situación geográfica, los isleños de los extremos no hubieran podido comunicarse con los del centro por la supuesta insuficiencia de medios de que disponían, pues era materialmente imposible recorrer tan dilatadas distancias en canoa, sin brújula ni provisiones bastantes para una travesía de muchos meses. Por otra parte, los aborígenes de las islas Sandwich, Viti, Nueva Zelanda, Samoa, Tahití, etc., no se habían conocido unos a otros ni habían oído hablar unos de otros antes de la llegada de los europeos. No obstante, en todas las islas subsistía la tradición de haber formado en otro tiempo parte de un vasto continente, que se extendía hacia Occidente por el lado de Asia. Además, todos los isleños polinesios hablan el mismo idioma, tienen las mismas costumbres, profesan la misma religión, y cuando se les pregunta dónde está la cuna de su raza, señalan con la mano hacia poniente. Los misteriosos “espejos mágicos”, generalmente negros, son otra prueba de la universalidad de unas mismas creencias, pues se fabricaban en la provincia inda de Agra, en el Tíbet, en la China y también en Egipto, de donde, según el arqueólogo francés Brasseur de Bourboutg los introdujeron en Méjico los antecesores de los quichés. Según explica Brasseur de Bourboutg, basándose en un relato de un historiador: «Varios años después volvimos al Perú, y en un viaje por mar desde Lima a las costas meridionales, llegamos cuando ya se ponía el sol a un punto cercano a Arica, donde nos llamó la atención una enorme y solitaria roca cortada casi a pico y sin visible enlace con la cordillera de los Andes. Era la tumba de los incas. Con el auxilio de unos gemelos de teatro, distinguimos a los reflejos del sol poniente algunos curiosos jeroglíficos grabados en la superficie de la volcánica roca. En Cuzco, capital del Perú, se alzaba el templo del Sol, famoso en todo el país por su magnificencia. Techo, paredes y cornisas estaban revestidos de planchas de oro, y en el muro occidental habían practicado los arquitectos una abertura dispuesta de tal modo, que enfocaba los rayos solares hacia el interior del edificio, en donde se difundían como dorada cadena alrededor de las paredes e iluminaban los torvos ídolos y descubrían ciertos signos místicos, de ordinario invisibles, en que se cifraba el secreto de las entradas a la galería subterránea. Una de estas entradas se abre en las inmediaciones del Cuzco y que actualmente es imposible de descubrir, y da acceso a un largo subterráneo que conduce a Lima, y de esta ciudad tuerce hacia el Sur hasta Bolivia. En cierto punto del túnel hay un sepulcro regio a cuya cámara dan acceso dos puertas ingeniosamente dispuestas, o mejor dicho, dos enormes losas, que al girar sobre sus goznes cierran con tan perfecto ajuste, que sólo por medio de ciertas señales secretas pueden descubrir la juntura los fieles guardianes. Una de estas losas intercepta la galería por la parte de Lima, y la otra por la de Bolivia. Esta última rama se dirige hacia el Sur y pasa por Trapaca y Cobijo, porque Arica no está muy lejos del riachuelo Payquina que separa Perú de Bolivia. Asimismo los empleaban los peruanos heliólatras. Al desembarcar los españoles ordenó el rey de los quichés a sus sacerdotes que consultaran el espejo para inquirir el destino del país, y que el demonio reflejó en él lo presente y lo futuro«.

Y el relato continúa: «No lejos de allí se yerguen tres picachos andinos, distanciados en forma de triángulo. Según tradición, en uno de estos picos se abre la única entrada expedita de la galería que va al Norte; pero sin conocer los puntos de referencia que a la entrada encaminan, fuera en vano que un ejército de titanes apartara las rocas con intento de descubrirla. Y aun suponiendo que alguien diese con ella y llegara por la galería hasta la losa que cierra la cámara sepulcral, resuelto a derribarla, nada conseguiría, porque las rocas de la bóveda están asentadas de modo que, en tal caso, cegarían la tumba con todos sus tesoros. La cámara de Arica no tiene otra entrada que la abierta en la montaña inmediata al río Payquina. A lo largo de la galería que desde el Cuzco pasa por Lima hasta  llegar a Bolivia, hay pequeños escondrijos, donde durante muchas generaciones acumularon los incas incalculables riquezas en oro y piedras preciosas. De todas las muestras y restos que sobrevivieron de esa misteriosa edad en que convivieron el hombre y gigantes-que es mencionado por el Códice Vaticano y con registros del mismo Calendario Azteca, el más impactante es el de la misteriosa civilización de Tiahuanaco, situada en otra altiplanicie fabulosa a 4.000 metros, en América del Sur«. Cada versión de cada leyenda de los Andes apunta al lago Titicaca cuando habla del Comienzo, o el lugar donde el gran dios Viracocha realizó sus hazañas creadoras, donde la humanidad reapareció después del Diluvio, y donde a los antepasados de los incas se les concedió la varita mágica de oro con la que fundarían la civilización andina. Si esto fuera ficción, no vendría apoyado por los hechos; pues a orillas del lago Titicaca se encuentra la primera y más grande de las ciudades que en todas las Américas se hubieran levantado. En Tiahuanaco volvemos a encontrar el recuerdo del hombre blanco. Cuando los incas conquistaron esta región del lago Titicaca, Tiahuanaco era ya un campo de ruinas gigantescas e inexplicables. Cuando llega allí Pizarro, en 1532, los indios dan a los conquistadores el nombre de Viracochas: señores blancos. Su tradición, más o menos perdida, habla de una raza de señores desaparecida, de hombres gigantescos y blancos, venidos de lejos, surgidos de los espacios, de una raza de Hijos del Sol, que reinaba y enseñaba allí hace milenios. Desapareció de golpe, pero volverá. En todos los lugares de la América del Sur, los europeos que iban en busca de oro conocieron esta tradición del hombre blanco y se aprovecharon de ella. Sus deseos de conquista fueron auxiliados por aquel grande y misterioso recuerdo.

El escritor de temas de arqueología Hans Schindler Bellamy, que investigó las obras del cosmólogo nazi Hans Hoerbiger, descubrió en los Andes, a cuatro mil metros de altura, restos de sedimentos marinos que se extienden unos setecientos kilómetros. Las aguas de fines del Terciario subían hasta allí. Se llamaba Terciario a la primera etapa de la Era Cenozoica, iniciada hace 66 millones de años y que se extiende hasta la actualidad. Y Tiahuanaco, cerca del lago Titicaca, sería uno de los centros de civilización de aquel período. Las ruinas de Tiahuanaco dan testimonio de una civilización cientos de veces milenaria y que no se asemeja en nada a las civilizaciones posteriores. Según los partidarios de Horbiger, son visibles las huellas de gigantes, así como sus inexplicables monumentos. Se encuentra allí, por ejemplo, una piedra de nueve toneladas, con seis hendiduras de tres metros de altura que es incomprensible para los arquitectos, como si su papel hubiese sido olvidado desde entonces por todos los constructores de la Historia. Hay pórticos de tres metros de altura por cuatro de anchura, que aparecen tallados en una sola piedra, con puertas, falsas ventanas y esculturas esculpidas con cincel, pesando todo el conjunto diez toneladas. Hay lienzos de pared de sesenta toneladas, sostenidos por bloques de piedra arenisca de cien toneladas, hundidos como cuñas en el suelo. Entre estas ruinas fabulosas, se elevan estatuas gigantescas, una sola de las cuales ha sido bajada de allí y colocada en el jardín del museo de La Paz. Tiene ocho metros de altura y pesa veinte toneladas. Todo invita a los horbigerianos a ver en estas estatuas retratos de gigantes realizados por ellos mismos. Hay una plegaria Inca dirigida a Viracocha, que fue traducida por Alonso de Molina, hombre de Pizarro, y que dice: «¡ Oh, Creador! ¡Omnipresente Viracocha! Tú que diste vida y coraje a los hombres, diciendo,<<sea esto un hombre>>.Y a la mujer, diciendo, <<sea esto una mujer>> ¡Tú que los hiciste y les diste el ser! Vela por ellos, que puedan vivir con salud y en paz. ¡Otórgales larga vida, oh Creador!». La cordillera andina reúne gran cantidad de misteriosas construcciones, entre ellas Machu-Pichu, Marcahuasi, Nazca, etc. En este caso vamos a tratar de los misterios de una enigmática ciudad, la ciudad de Tiahuanaco, cuya historia va inevitablemente unida a un lago, el lago Titicaca. Comencemos pues por este lago que se encuentra a unos 3750 metros sobre el nivel del mar, atravesado por la frontera entre Perú y Bolivia, ocupa un área de 8256 Km2 y mide 220 Km de longitud y unos 112 Km de ancho. Su profundidad alcanza en algunos puntos los 300 metros. Esta región, situada actualmente a una elevada altura, está sembrada de millones de conchas marinas fosilizadas lo que hace suponer que en un pasado remoto la región fue elevada desde el nivel del mar. Según los expertos, este fenómeno se produjo hace unos 100 millones de años. Pese a esto, el lago Titicaca ha conservado, hasta el presente, muchos tipos de peces y crustáceos oceánicos, lo que confirma que este lago se formo al quedar estancada el agua marina tras la elevación de los Andes.

Desde que este lago se formó, parece haber sufrido diversos cambios y hoy en día se pueden observar distintas líneas de costa. En algunos puntos esa línea de costa antigua esta 90 metros mas arriba que la actual mientras que en otros puntos, esa misma línea está 82 metros mas abajo, lo que quiere decir que dicha línea de costa no está nivelada, es decir, que el lago ha cambiado su forma quien sabe cuántas veces a lo largo de millones de años. Los geólogos han determinado que el Altiplano se sigue elevando pero no de forma regular, sino desequilibrada. Los cambios experimentados en el lago Titicaca tendrían más que ver con los cambios geológicos propios del lugar que con las variaciones del volumen de agua. Es por ello que es mas difícil de explicar la evidencia irrefutable de que la ciudad de Tiahuanaco fue antiguamente un puerto que estaba provisto de grandes diques y situado en las orillas del lago Titicaca. Las ruinas de esta ciudad se hallan actualmente a unos 20 km. al sur del lago y a una altura de mas de 30 metros de la presente línea costera, por lo que se deduce que en el periodo a partir del cual fue construida la ciudad debió de ocurrir uno de estos dos fenómenos: o bien el nivel del agua descendió de forma muy notable o bien el terreno se elevo igualmente de forma muy notable. El arqueólogo Arthur Posnansky, de la Universidad de la Paz, nos ofrece una respetable teoría con respecto al origen de Tiahuanaco que mas tarde desarrollaremos. La ciudad de Tiahuanaco se encuentra en Bolivia, a unos 4.000 metros sobre el nivel del mar. El propio nombre de Tiahuanaco, en lengua quechua, es ya de por si enigmático. Luis E. Valcárcel, en Etnohistoria del Perú (1959) nos aclara que Ti significa “reunión o conjunto”; hua es “la tierra”; na significa ”donde se hace” y co quiere decir “agua”. Por tanto, reuniendo todo ello, el sentido del nombre será que Tiahuanaco viene a querer decir algo así como <<el lugar donde se forma la tierra y el agua>>. Sin embargo, no todos los investigadores coinciden con este autor y otros significados que se le dan a este nombre son: “Ciudad eterna”; “Hijos del Tiki o del Jaguar”; “Ciudad del agua” o “Pueblo de los Hijos del Sol”. A Tiahuanaco también se le denomina Chuquiyutu. Según otros autores, Tiahuanaco podría derivar de “tiwanaka”, que significa “esto es de Dios”. En esta ciudad en ruinas podemos encontrar gigantescos monolitos, gruesas piedras labradas y grandes figuras de arenisca rojiza y de andesita. Tiahuanaco es un paraje de leyendas, de felinos y cóndores, de hombres-pájaro, de llamas sagradas, de templos solares, etc…

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Todo el conjunto arqueológico de Tiahuanaco cubre una zona de unos 450.000 metros cuadrados. Se encuentra en la meseta alta de Collao y se trata de un paraje ondulado, de tierra rojiza y helada. Apenas existe vegetación. Este árido paraje no es el más adecuado para el florecimiento de grandes culturas del pasado, pero todo hace suponer que no siempre fue así, ni que la cordillera tuvo siempre la altura de ahora. Y ahí puede radicar parte del enigma de Tiahuanaco, que debió surgir en tiempos en que la climatología fuese más benigna. Las ruinas que pueblan el paraje, por supuesto, nada dicen. Son los arqueólogos los que interpretan los signos de acuerdo con lo que pretenden ver allí. Sabemos que en Tiahuanaco existieron templos piramidales. La arquitectura piramidal era abundante. Había cuatro pirámides junto al Palacio de los Sarcófagos, pero de ellas apenas si queda nada y su recuerdo permanece gracias a los cronistas de la conquista, como el caso la pirámide de Akapana. Hay quien supone que Tiahuanaco debió de ser una gran ciudad religiosa, semejante al Teotihuacan que floreció en México, e incluso podríamos relacionarlas por sus nombres, aunque los filólogos han descartado esta posibilidad. Se sabe que Tiahuanaco fue concebido por individuos que sabían mucho de astronomía y que conocían perfectamente el eje geográfico de la Tierra, como lo demuestran los ejes que parten de la pirámide de Akapana, cuyas dimensiones debieron ser de mas de doscientos metros de lado por solo veinticinco de altura. Por lo que sabemos Tiahuanaco también fue la sede de un colegio de cirujanos que llevaban a cabo operaciones en el cerebro con cuchillos de bronce. También hubo astrónomos que estudiaban las estrellas con el equivalente de modernos telescopios: reflectores y lentes. En el Templo de Kalasasaya los primeros conquistadores españoles que llegaron quedaron atónitos y no falto quien dijese que tal obra era una de las maravillas del mundo. El templo se alza al noreste de la pirámide de Akapana. El nombre en aymará significa «piedras erguidas» y en uno de sus ángulos se alza todavía la famosa Puerta del Sol, que se ha desplomado varias veces, debido a los corrimientos de tierra, pero que ha vuelto a ser levantada. Las «piedras erguidas» no son menhires, sino los restos de pilares que solo reflejan pálidamente lo que debió ser el templo.

Volvamos ahora al pasado y al momento en que el propio pueblo Inca llega a la región. Louis Pauwels y Jacques Bergier se refirieron a este lugar en su libro El retorno de los brujos, en el que se decía: <<Cuando los incas conquistaron esta región del lago Titicaca, Tiahuanaco era ya el campo de ruinas gigantescas, inexplicables, que nosotros conocemos>>. <<Pregunte a los nativos si esos edificios se habían construido en la época de los incas – escribió el cronista Pedro Cieza de León -. Se echaron a reír ante mi pregunta, afirmando que habían sido construidos mucho antes del reinado inca y que, según los relatos transmitidos por sus antepasados, todo cuanto se veía allí había aparecido súbitamente de la noche a la mañana>>. Los libros de Historia nos dicen que cuando los españoles, al mando de Diego Almagro, llegaron al lago Titicaca en 1535, quedaron maravillados al ver las ruinas de Tiahuanaco y los restos de las estructuras megalíticas, algunos de cuyos bloques pétreos pesaban mas de cien toneladas. Estos primeros viajeros quedaron impresionados ante el gigantesco tamaño de los edificios y la atmósfera de misterio que los rodeaba. Fue en aquel momento cuando nació la historia arqueológica de Tiahuanaco. Diego Almagro y sus tropas buscaban oro y les importaban poco las piedras labradas. Como ya sabemos, los conquistadores españoles fueron recibidos como Viracochas, señores blancos, en recuerdo de antiguas tradiciones incas sobre una raza desaparecida de Hijos del Sol, surgidos del cielo y que, tras su repentina marcha prometieron volver. El cronista de los conquistadores españoles, Pedro Cieza de León (1518-1560), en su obra Crónicas del Perú afirma lo que le contaron sus guías aymaras de que “Tiahuanaco se edifico antes del diluvio, en una sola noche, por gigantes desconocidosLos gigantes vivieron aquí en soberbios palacios. Pero por no hacer caso a una profecía de los adoradores del Sol, fueron devorados por sus rayos y sus palacios se vieron reducidos a ruinas”. También existe la leyenda inca en la que se cuenta que Tiahuanaco fue construida en una sola noche por el Noé de la región, un pastor que sobrevivió al diluvio. Otra leyenda asegura que Tiahuanaco fue construida por gigantes, titanes o por “criaturas llegadas del cielo”. Otro visitante español del mismo periodo narro una tradición según la cual las piedras habían sido alzadas de forma misteriosa del suelo: << fueron transportadas por el aire a los sonidos de una trompeta.>>. También Garcilaso de la Vega escribió una detallada descripción del lugar maravillándose y preguntándose cómo y quienes pudieron llevar a cabo aquella colosal empresa.

Hoy en día no es posible encontrar ninguna de las estatuas de figuras humanas que existían en el siglo XVI. Sólo tenemos fragmentos y piezas y las palabras de viejos misioneros que visitaron la ciudad de los muertos en compañía de los nativos. “Había muchas delicadas estatuas de hombres y mujeres, tan reales que parecían vivientes. Algunas sostenían copas y parecían estar en posición de beber. En mil posturas naturales, las estatuas aparecían de pie o reclinadas.” Un viejo misionero manifestó una gran curiosidad porque muchas de las figuras aparecían representadas con barba, mientras que los indígenas son imberbes. Esto plantea posibles relaciones con los dioses sumerios. Tras el saqueo llevado a cabo sobre las ruinas de Tiahuanaco podemos observar hoy en día y en colecciones particulares objetos maravillosos, como estatuas de oro macizo, que pesan de dos a tres kilos, tazas, platos, vasos y cucharas de oro. Ello nos da a entender que los antiquísimos habitantes de la “ciudad de Viracocha” conocían los objetos que hoy utilizamos en nuestras mesas y que aparecieron por primera vez en Europa hacia finales del siglo XVI, cuando en América los vemos entre los aztecas, incas y otros pueblos más antiguos. Si debemos la escasa información de Tiahuanaco a alguna persona, es sin duda al arqueólogo austriaco Arthur Posnansky (1873-1946). Este arqueólogo ha dedicado gran parte de su vida al estudio de esta ciudad, y la pregunta que él se hizo y que nos hacemos nosotros es: ¿cuándo fue construida Tiahuanaco?. Las tesis oficiales históricas nos dicen que las ruinas no son mucho más antiguas que el año 500 d. C. Pero, basándonos en los cálculos matemáticos y astronómicos del profesor Arthur Posnansky, de la Universidad de la Paz, y el profesor Rolf Muller, llegamos a unas fechas que si que podrían explicar mejor los cambios producidos en la región. Estos investigadores sitúan la fase principal de la construcción de Tiahuanaco en el año 15.000 a.C. Tras la construcción de esta ciudad sobrevinieron una serie de cambios geológicos, con fechas marcadas en torno al 11.000 a.C., que comenzaron a separar cada vez más la ciudad de la costa del lago. Arthur Posnansky, en Tiahuanaco, la cuna del hombre americano, cree que la ultima civilización de Tiahuanaco apareció aproximadamente en el 14.000 a. C. y que en algún lejano momento se produjo un fenómeno geológico de proporciones dantescas que fraccionó la cordillera de los Andes. Posteriormente se produjo una elevación de la región del lago Titicaca hace más de diez mil años, tras un hundimiento de amplias regiones de tierra, como Mu y la Atlántida, aunque la de Mu parece más lejana en el tiempo.

Según Posnansky, el terrible cataclismo que ocurrió en aquella región durante el undécimo milenio a.C. fue causado por unos movimientos sísmicos que hicieron que se desbordaran las aguas del lago Titicaca y provocaron erupciones volcánicas. Asimismo es posible que ocurriera un aumento temporal del nivel del lago debido al desborde de otros lagos que se hallaban más al norte y a una mayor altitud. Entre las pruebas presentadas por Posnansky de que el agente destructor de Tiahuanaco había sido una inundación, cabe citar el hallazgo de flora lacustre mezclada en el aluvión con los esqueletos de seres humanos que habían perecido en el cataclismo y el hallazgo de varios esqueletos de unos peces también hallados en el mismo aluvión. Además se habían hallado unos fragmentos humanos y esqueletos de animales que yacían en caótico desorden entre piedras, utensilios, herramientas e infinidad de objetos. Fue realmente una terrible catástrofe la que asolo Tiahuanaco y, si Posnansky está en lo cierto, se produjo hace mas de 12.000 años, lo que es una curiosa coincidencia con los datos que aporta Platón sobre el hundimiento de la Atlántida y con el final de la última glaciación. A partir de entonces, aunque la inundación remitió, “la cultura del Altiplano no volvió a alcanzar un elevado nivel de desarrollo, sino que cayó en una absoluta y definitiva decadencia”. Los terremotos que habían hecho que el lago Titicaca inundara Tiahuanaco fueron solo los primeros de una serie de desastres que acaecieron en esa zona. Aunque en un principio estos hicieron que las aguas del lago se desbordaran, al cabo de cierto tiempo provocaron el efecto contrario, reduciendo de forma progresiva la profundidad y el área de superficie del Titicaca. A medida que pasaban los años, el nivel del lago continuó descendiendo aislando así a la gran ciudad, alejándola de las aguas que antaño habían desempeñado un papel decisivo en su vida económica. Al mismo tiempo existen pruebas que el clima de la zona de Tiahuanaco se volvió mas frío y desfavorable para el cultivo de unas cosechas que con anterioridad se habían desarrollado sin problema. Podemos decir que un periodo de calma siguió al momento crítico de los disturbios sísmicos pero luego, el clima empeoró y se hizo inclemente. Como consecuencia de ello, se produjeron unas emigraciones masivas de gentes de los Andes hacia emplazamientos más favorables.

Los habitantes de Tiahuanaco, integrantes de una civilización muy avanzada y recordados en las tradiciones locales como “los viracochas”, tuvieron que luchar para sobrevivir. En todo el Altiplano se hallaron curiosas pruebas que indican que habían llevado a cabo experimentos agrícolas de carácter científico, con gran ingenio y dedicación, para tratar de compensar el deterioro climático. Así, por ejemplo, lograron eliminar la toxicidad de determinadas especies vegetales para que fueran comestibles. También diseñaron unos campos de cultivo con determinadas características equivalentes a las técnicas agrícolas modernas. Durante los últimos años, agrónomos y arqueólogos han reconstruido estos campos elevados y los sembrados experimentales en ellos han proporcionado unas cosechas muy superiores a los sembrados normalmente. Asimismo, los cultivos de las zonas experimentales soportaron casi sin perdidas las bajas temperaturas y la extrema sequía que se dio en el lugar. Estas técnicas ancestrales llamaron la atención de las autoridades bolivianas y de otros organismos internacionales que las han aplicado en otros lugares del mundo. Todo esto se asemeja significativamente con lo que hicieron los dioses de Sumer. Según hemos visto, el profesor Posnansky nos dice que Tiahuanaco fue una ciudad portuaria muy activa en el 15.000 a.C., y que continuó siéndolo durante otros 5.000 años. Durante esa época, el muelle principal de la ciudad se hallaba situado en un lugar llamado actualmente Puma Punku, “la puerta del puma”. Cuando Posnansky llevó a cabo sus excavaciones observó que uno de los bloques de piedra que fueron empleados en la construcción del muelle se encontraba todavía en el yacimiento y pesaba aproximadamente 440 toneladas y había muchos otros bloques, los cuales pesaban entre 100 y 150 toneladas. Otro dato curioso es que en estos bloques aparecen representaciones de la cruz profundamente gravada en la dura piedra gris. Incluso según la cronología histórica ortodoxa esas cruces tenían una antigüedad de no menos de 1500 años. Dicho de otro modo, habían sido esculpidas en este lugar por unas personas que desconocían el cristianismo, un milenio antes de la llegada de los primeros misioneros españoles al Altiplano. Pero, ¿de dónde habían obtenido sus cruces? Seguramente, no de la cruz de Cristo, sino de alguna fuente mucho más antigua. De hecho los antiguos egipcios habían utilizado un jeroglífico semejante a una cruz para simbolizar la vida. Nos encontramos con que en Tiahuanaco se empleaba como elemento decorativo la esvástica, grabada sobre la piedra de construcción, al igual que en el valle del Indo. También se empleaba en la cerámica de Tiahuanaco. Y esto nos vuelve a relacionar con los antiguos dioses sumerios.

El Centro de Investigaciones Arqueológicas de Tiahuanaco ha determinado, tras las excavaciones efectuadas en la región, que como mínimo se encuentran superpuestas unas cinco civilizaciones diferentes cuya antigüedad no ha podido ser determinada. La arqueóloga Simone Waisbard escribe en su libro de 1975, Tiahuanaco, diez mil años de enigmas incas, las siguientes palabras: “Cinco ciudades yacen enterradas, superpuestas o mezcladas con esqueletos de toxodontes, de mamíferos ungulados de una edad al parecer antediluviana”. Más adelante comentaremos estos interesantes descubrimientos de animales prehistóricos representados en cerámica o en bajorrelieves. En 1956, el submarinista norteamericano William Mardoff efectuó inmersiones en el lago Titicaca, cerca de la desembocadura del río Escoña, y encontró los restos de una supuesta ciudad sumergida que podría tratarse de la legendaria Chiopata, o ciudad de los dioses de la que hablan las crónicas antiguas. Otros investigadores, como Ramón Avellaneda, también se sumergieron en la región obteniendo filmaciones de esas ruinas submarinas de una antigua ciudad. Ante estos descubrimientos el propio Jacques I. Cousteau se trasladó a la región, en 1968 para efectuar una serie de inmersiones, pero su informe no reveló nada nuevo a lo dicho anteriormente. Más recientemente, la denominada Expedición Atahualpa 2000 descubrió también diversas formaciones arquitectónicas bajo las aguas del lago Titicaca. En concreto se trataba de un templete de unos 250 metros de largo por 50 metros de ancho y que se encuentra a 20 metros de profundidad, un muro de contención, una figura y una especie de terraza. Todo  parece indicar que la cultura Tiahuanaco permaneció en el lugar durante mucho tiempo y que no fue construida como relatan las leyendas en una sola noche por los titanes. Cinco civilizaciones se superponen en la zona, como ya hemos visto, y puede que hubiese alguna más. Los miles de años que éstas representan no son fáciles de calcular y más difícil aún resulta precisar las gentes que vivieron allí, como, cuando o de dónde procedían. Quienes construyeron los monolitos de Tiahuanaco, aunque suponemos que fueron en distintas épocas, tenían un conocimiento geométrico y astronómico que en nada tenía que envidiar a los nuestros actuales, ya que resolvían problemas que a nosotros nos han costado siglos de esfuerzos.

Sabemos que con las piedras de Tiahuanaco se ha construido parte del tendido férreo de La Paz. Bloques magníficamente labrados han servido de cimientos a numerosas construcciones y de ornamentación de las viviendas de los ricos propietarios. El tendido de  la vía férrea de Guaqui sirvió para causar más destrozos en las ruinas de Tiahuanaco. Los barrenos volaron en fragmentos el palacio de Putuni, el complejo de Kalasasaya y las estatuas, todo lo cual, convertido en cascajos, sirvió para extender calzadas, puentes o campamentos. Según diversos autores, cuando la cordillera andina todavía no existía, los primeros pobladores de Tiahuanaco debieron ser los habitantes de la Madre Tierra o el país de Mu, cuyos exploradores, los naacales, extendieron la religión del Sol por todo el mundo, llegando incluso al valle del Indo, al Daccan, Birmania, Mesopotamia y Egipto, y cuyas huellas aun pueden ser encontradas en el Tíbet. Tras el hundimiento de Mu, en un cataclismo apocalíptico, ocurrieron toda clase de catástrofes sísmicas y volcánicas que fueron configurando la cordillera andina, casi como la conocemos en la actualidad. Los escasos supervivientes vivieron refugiados en grutas, cuevas o valles hasta que alguien, Viracocha, hizo aparecer de nuevo el Sol y esto lo podríamos entender como el final de un periodo glaciar. Simone Waisbard, en Tiahuanaco, diez mil años de enigmas incas, nos dice así: “Es casi cierto que el subsuelo de Tiahuanaco por una parte y el de Cuzco por otra, están perforados por misteriosos túneles empedrados. Los indios de Tiahuanaco dicen que los túneles están a un metro bajo la tierra y a veces incluso a cuatro por lo menos”. También se cuentan historias de un cura que se extravió y cayó en uno de estos túneles, recorrió su interior y finalmente salió a la playa del lago Titicaca. Fernando Montesinos, en su libro de 1638 Memorias antiguas, historiales, políticas de Perú escribió: “Tiahuanaco y Cuzco están unidas por un gigantesco camino subterráneo. Los incas desconocen quien lo construyó. Tampoco saben nada sobre los habitantes de Tiahuanaco. En su opinión, fue construida por un pueblo muy antiguo que posteriormente se retiró hacia el interior de la selva amazónica”. Una de las versiones de la famosa tradición sobre Viracocha nos habla de Thunupa. Esta versión proviene de la zona que rodea al lago Titicaca que se llama el Collao. En ella se nos narra que Thunupa apareció en el Altiplano en tiempos remotos, procedente del norte y que vino acompañado por cinco discípulos de ojos azules y barba. Después de instruir a la población en diversos campos y recorrer grandes distancias a través de los Andes fue atacado y herido gravemente por un grupo de conspiradores envidiosos.

Esta historia, en su desarrollo más detallado, nos ofrece grandes paralelismos con la historia de Osiris y su muerte. De hecho, Osiris en Egipto y Thunupa-Viracocha en Sudamérica presentan los siguientes puntos en común: ambos eran grandes civilizadores, ambos fueron víctimas de una conspiración, ambos resultaron malheridos, los cuerpos de ambos fueron depositados en un receptáculo, ambos fueron arrojados al agua, ambos se deslizaron por un río y ambos alcanzaron el mar. Los paralelismos entre esta región y el antiguo Egipto están aun presentes. En la isla de Suriqui, en el lago Titicaca, se siguen construyendo actualmente unos botes de juncos de totora que son casi idénticos, tanto en el método de construcción como en el aspecto que ofrecen una vez terminados, a los barcas de los faraones hechas con cañas de papiro. Los lugareños afirman que quienes les transmitió la forma de hacer esos barcos fue el “pueblo de Viracocha”. Entre los monumentos que podemos admirar en Tiahuanaco destacan los restos de la pirámide de Akapana, la Puerta del Sol, dentro del gran complejo del Templo de Kalasasaya, el templete del Gran Idolo, y los palacios de Putuni, Laka-Kollu y Kheri-Kala. Observamos piedras de arenisca y basalto cuyos yacimientos no se encuentran en las inmediaciones, y que sugieren un difícil y sobrehumano transporte, tal vez desde kilómetros de distancia. En la zona central de lo que constituyen las ruinas de Tiahuanaco encontramos dos conjuntos arquitectónicas, uno es el Templo enterrado y el otro es el complejo denominado Kalasasaya, dentro del cual se encuentra la Puerta del Sol. El Templo enterrado consiste en un hoyo de grandes dimensiones, rectangular, excavado a unos 2 metros de la superficie. El fondo mide unos 12 metros de largo por 10 metros de ancho y está formado por grava dura y lisa. Sus sólidos muros están tallados y ensamblados sin el uso de morteros. Las técnicas de construcción y de unión de bloques de piedra mediante junturas metálicas son similares a las técnicas empleadas en Mesopotamia en la arquitectura de los palacios asirios, que se relacionan con la antigua Sumer. Sobre los muros de este recinto también se pueden observar decenas de cabezas de animales esculpidas en piedra. El Kalasasaya se encuentra al oeste del Templo subterráneo y tiene las dimensiones de un estadio de fútbol. Consta de una plaza y a un lado de esa plaza se extiende una sala cubierta. Plaza y sala son de una sola pieza tallada en roca. Kalasasaya significa “lugar de las piedras verticales”.  La mayoría de estudiosos defienden que este recinto era una especie de observatorio celestial y su objetivo habría sido el de fijar los equinoccios y solsticios, y establecer, con precisión matemática, las diversas estaciones del año. Según el estudio de diversas alineaciones astronómicas se había podido determinar que el periodo de construcción del recinto Kalasasaya se remontaba a unos 17.000 años, es decir, hacia el 15.000 a.C., cuando gran parte del hemisferio Norte estaba aún bajo el hielo.

Arthur Posnansky detalla en su libro Tiahuanacu: the Cradle of American Man los cálculos arqueológicos y astronómicos que lo condujeron a esa increíble datación de las ruinas. Según Posnansky, esa cifra es el resultado de la diferencia en la oblicuidad de la eclíptica en el periodo en que fue construido el Kalasasaya y la época actual. No vamos a entrar en la explicación detallada de lo que se entiende por oblicuidad de la eclíptica, tan solo vamos a decir que Posnansky consiguió datar el Kalasasaya al establecer las alineaciones solares de ciertas estructuras clave que ahora aparecían desalineadas. El profesor demostró de forma convincente que la oblicuidad de la eclíptica en la época en que se construyo el Kalasasaya era 23º 8`48«. Cuando ese ángulo se calculó sobre el gráfico que elaboro la Conferencia Internacional de Efemérides, se comprobó que correspondía a la fecha del 15.000 a. C. Recordemos que los científicos ortodoxos situaban dicha construcción en torno al año 500 de nuestra era. Tras el posterior estudio que llevaron a cabo importantes científicos sobre los datos suministrados por Posnansky, llegaron a la conclusión de que Posnansky tenía básicamente la razón. De esta manera se admitía que el Kalasasaya había sido construido de forma que concordaba con las observaciones celestes realizadas hacía mucho tiempo, en una época mucho más antigua que el 500 d.C. Según declararon los científicos, la fecha del 15.000 a.C. propuesta por Posnansky se hallaba dentro de los límites de lo posible. En un elevado pilar de roca roja, dentro del Templo enterrado, se halla tallado un enigmático rostro que muchos investigadores han dicho que se trata de Viracocha. Tiene la frente despejada y los ojos grandes y redondos, nariz recta, una larga e impresionante barba y sus ropas consisten en una túnica larga y vaporosa. A ambos lados de la túnica se aprecia la sinuosa forma de una serpiente que se alzaba del suelo hasta alcanzar el nivel del hombro. Esta figura tallada mide aproximadamente dos metros de altura y estaba orientada hacia el sur, de espaldas a la antigua línea de costa del lago Titicaca.

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Dentro del Kalasasaya existen dos gigantescas estatuas, una de ellas denominada El Fraile que mide unos 2 metros de altura y que representa a un ser dotado de unos ojos y labios grandes que sostiene en la mano derecha algo semejante a un cuchillo y en la mano izquierda algo parecido a un libro. De cintura para abajo la figura parece ir vestida con una prenda confeccionada con escamas de pez. Todo parece indicar que El Fraile es la representación de un hombre pez imaginario o simbólico. Cierto es que una tradición local antigua se refería a los “dioses del lago, que estaban provistos de colas de pez, llamados Chullua y Umantua. Esta tradición y esta figura nos recuerdan mucho a los mitos mesopotámicos sobre seres anfibios “dotados de razón” que habían visitado la tierra de Sumer en la remota prehistoria. El jefe de estos seres se llamaba Oannes, el dios pez. Y era, por encima de todo, un civilizador según nos explica detalladamente el escriba caldeo Beroso. El otro gran ídolo del Kalasasaya consistía en un importante monolito de andesita gris, de considerable grosor y unos dos metros y medio de altura. Su amplia cabeza se erigía sobre sus inmensos hombros, y su rostro, plano como una losa, mostraba una expresión ausente. Al igual que El Fraile, de cintura para abajo llevaba una vestimenta compuesta por escamas y símbolos de pez y también sostenía dos objetos no identificables en las manos. En Tiahuanaco existen dibujos de seres de pies palmípedos, con cuatro dedos y rodeados de discos refulgentes. De hecho cuenta una leyenda que un barco espacial descendió de los cielos en aquella región. En el barco viajaba una reina de nombre Oryana. Su tarea en la Tierra consistía en convertirse en la madre de la Humanidad. Dio a luz a setenta niños terrestres antes de volverse al cielo. Oryana se distinguía de su prole porque poseía manos con cuatro dedos y sus pies eran como los de los palmípedos. En el ángulo noroeste del Kalasasaya se encuentra la famosa Puerta del Sol, que consiste en un monolito de roca de traquito duro de color gris-verdoso formado por un solo bloque de 3,73 metros de alto, 3,84 metros de ancho, 0,5 metros de espesor y pesa 12 toneladas. Parece representar una puerta entre ninguna parte y la nada. La obra de sillería representada en la roca es de extraordinaria calidad y las autoridades en la materia coinciden en que “es uno de los prodigios arqueológicos de las Américas”.

Su rasgo mas enigmático es el llamado Friso del Calendario que aparece esculpido en su fachada oriental. En el centro, el friso está presidido por lo que los expertos consideran otra representación de Viracocha, o también lo denominan el “dios-jaguar” que en este caso representa su terrible faz de rey-dios capaz de invocar el fuego divino y lleva entre las manos un símbolo del trueno y el rayo. Según Posnansky se trataría de un misterioso instrumento astronómico y, al mismo tiempo, de un calendario del año astronómico venusino. La adopción de tal calendario parece cuando menos misteriosa ya que el computo del tiempo basado en este planeta presupone cálculos harto complicados y mucho mas sencillo y racional hubiera sido adoptar el calendario lunar, usado, además, por casi todos los pueblos. La verdadera razón para la adopción de este calendario venusino aun no es conocida pero no es descartable que fuera introducido por seres ajenos a la Tierra y cuyo origen tal vez fuera Venus en una época en que fuese habitable. En la tercera columna de la parte derecha se observa la cabeza de un elefante y esto es sorprendente pues no existen elefantes en América, aunque si habían existido en tiempos prehistóricos. Los miembros de una especie llamada Cuvieronius, un proboscidio parecido a un elefante que estaba dotado de colmillos y trompa, de aspecto extraordinariamente similar a los “elefantes” de la Puerta del Sol, había abundado en la zona meridional de los Andes, hasta su repentina extinción hacia el 10.000 a.C., cuando supuestamente hubo un gran cataclismo que finalizó con la glaciación. Entre la  multitud de figuras de animales esculpidas en la Puerta del Sol había también varias especies extintas. Una de ellas había sido identificada por los expertos como perteneciente al género Toxodón, un mamífero anfibio bajo y grueso, dotado de tres dedos, que media casi tres metros de largo y uno y medio de altura, parecido a un cruce entre rinoceronte e hipopótamo. Al igual que el Cuvieronius, estos mamíferos habían prosperado en Sudamérica en el plioceno tardío (hace unos 1,6 millones de años) y se habían extinguido a fines del Pleistoceno, hace unos 12.000 años. Estos importante hallazgos vienen a corroborar las pruebas astro-arqueológicas que datan Tiahuanaco hacia finales del Pleistoceno, dejando obsoletos la cronología histórica ortodoxa y es que, el mamífero del genero Toxodon solo pudo ser copiado de un ejemplar vivo. Por consiguiente, el hecho de que en el friso de la Puerta del Sol aparezcan esculpidas nada menos que cuarenta y seis cabezas de toxodontes viene a demostrar, por lo menos, que la cronología oficial tiene que ser de nuevo revisada.

La caricatura de este animal no solo se encuentra en la Puerta del Sol sino que aparece representada en numerosos fragmentos de cerámica de Tiahuanaco. Como dijimos, además del Toxodon, se determinaron otras especies extintas, en concreto, la Chelidoterium, un cuadrúpedo, y la Macrauchenia, animal similar al caballo moderno dotado de unas características patas con tres dedos. En la costa peruana se encuentran algunas localidades que indudablemente tuvieron la influencia directa de Tiahuanaco. Y en ellas, en 1920, el profesor Julio Tello descubrió jarrones en los que había llamas pintadas, pero estas no tenían la pezuña partida en dos como se conocen en la actualidad sino que tenían cinco dedos y la ciencia sabe que realmente esas llamas de cinco dedos existieron en aquella región, así como caballos y bovinos de igual característica, pero ello en una remota prehistoria. Julio Tello, para más demostración, también descubrió enterrados esqueletos de estas llamas de cinco dedos. Pero algo súbito ocurrió en aquella región y todo quedo detenido en un segundo eterno. De hecho, la Puerta del Sol no se había completado. Ciertos aspectos inacabados del friso indican la posibilidad de que hubiera sucedido algo trágico e inesperado que habría obligado al escultor, según Posnansky, a “soltar su cincel para siempre en el momento que se disponía a dar los últimos toques a su obra”. En dos paredes que indican el camino hacia la Puerta del Sol sobresalen de las mismas una serie de caras esculpidas. Según cuentan las leyendas, Viracocha, habría esculpido y dibujado en una gran piedra todas las naciones que se proponía crear. Las caras esculpidas en estas paredes no eran realmente indias, ni eran todas iguales, como habría sido normal en una hilera de esculturas ornamentales. En realidad, no habían dos que se pareciesen. Allan y Sally Landsburg en su libro En busca de antiguos misterios opinan que: “las caras que se hallaban próximas a la Puerta del Sol parecían copiadas del natural. Había frentes altas y bajas, anchas y estrechas. Ojos saltones, ojos rasgados, ojos hundidos, ojos oblicuos. Pómulos salientes y pómulos hundidos, etc…”. Muy bien este conjunto de esculturas pudieron ser, tal y como nos cuenta las antiguas fábulas incas: “todas las naciones que Viracocha se proponía crear”. Podemos entender también que estas esculturas representaran los tipos humanos existentes en el mundo en aquellos momentos. En todo caso, esta idea nos da a entender que el escultor tenia conocimientos amplios sobre esos tipos humanos y ello presupone unas comunicaciones a nivel mundial.

En Tiahuanaco hay una colina artificial de unos 15 metros de alto que es conocida como la pirámide Akapana y que está perfectamente orientada hacia los puntos cardinales y mide unos 210 metros en cada lado. Esta pirámide fue utilizada a modo de cantera por los constructores de La Paz y ahora tan solo quedan un 10 % de sus bloques originales. En sus entrañas, los arqueólogos han descubierto una compleja red de canales de piedra zigzagueantes, que estaban revestidos de hermosos sillares. Es evidente que la función de este complejo hidráulico era eminentemente práctica. Otro posible legado de “los viracochas” reside en la lengua que hablaban los indios aymaras locales, una lengua que algunos especialistas consideran la mas antigua del mundo. En la década de 1980, Ivan Guzman de Rojas, un científico boliviano especializado en informática, demostró de modo casual que la lengua aymara no solo era muy antigua, sino que se trataba de un “invento”, que había sido creada de forma intencionada y muy hábil. Uno de sus rasgos más interesantes es el carácter artificial de su sintaxis, rígidamente estructurada y poco ambigua, hasta el extremo de resultar inconcebible en una lengua “orgánica” normal. Esta estructura sintética significa que el aymara podía transformarse sin dificultad en un algoritmo informático destinado a ser utilizado para traducir de un idioma a otro. Cuando el etnólogo estadounidense L. Taylor-Hansen visito una tribu de pieles rojas apaches asentados en Arizona descubrió unos datos muy interesantes. El etnólogo mostró a sus huéspedes una fotografías de pinturas egipcias y en una de ellas, los apaches reconocieron a una de sus divinidades y a la que dedicaban sus bailes folklóricos, era el “Señor de la Llama y de la Luz”, y lo más sorprendente es que, aquel dios vivía en el recuerdo de estos indios con su mismo nombre mediterráneo, Ammón Ra. Aquello no era más que el principio de una serie de revelaciones a las que hicieron de puente dos números sagrados, el 8 y el 13, los que constituyen precisamente la base del calendario venusino, ya que expresan la relación que indica las revoluciones efectuadas durante el mismo periodo por la Tierra y Venus en torno al Sol, que se expresa como 8:13, es decir, que la Tierra lleva a cabo 8 revoluciones, mientras que Venus cumple 13. Cuando Taylor Hansen, en su conversación con los indios, hizo referencia a Tiahuanaco, los apaches identificaron con aquella localidad un centro de su legendario imperio del pasado, describiendo, sin haberla visto nuca, la estatua del “blanco barbudo”. <<El dios empuña dos espadas en posición vertical, lo que significa “amistad hasta cierto límite”. Las espadas forman ángulo recto con los antebrazos, y con la cabeza un tridente, que es nuestra señal secreta de reconocimiento. Allá donde se alza la estatua, es el lugar de nuestro origen>>.

Según el profesor Homet:  “Los atlantes eran de raza blanca. Todavía hoy sus escasos descendientes puros son blancos: son los uros del Titicaca, que viven allá donde floreciera la civilización de Tiahuanaco». El doctor Vernau, que ha estudiado a los patagones del Río Negro argentino, llega a siguiente conclusión: “Son blancos los indios del Brasil central, del Estado de Minas Gerais, los famosos hombres de Lagoa Santa”. Muchas preguntas podrían surgir de esta región y pocas son aun las respuestas. Por ello se hace necesario continuar las investigaciones sobre el pasado, pero no con visiones cerradas y dogmáticas sino con mentes abiertas que tengan en cuenta todos los hechos aportados por la arqueología, astronomía o cualquier otra ciencia, porque bien es cierto que no son solo los científicos los encargados de hacer ciencia y no sólo es válido el método científico para obtener conocimientos. Se hace necesaria una nueva generación de científicos que vuelvan a reescribir la historia. Comenzándola desde mucho, muchísimo mas atrás en el tiempo, que prescindan de los dogmas impuestos y que sean guiados siempre por la razón y por los hechos, por la investigación moderna y por los relatos antiguos. Para ello nada mejor que la siguiente reflexión de Sir Frederic Sodd, premio Nobel de Física en 1921: <<No hay nada que pueda impedirnos creer que alguna razas hoy desaparecidas hubieran alcanzado, no solo nuestros conocimientos, sino también poderes que no poseemos todavía>>. Los tesoros descubiertos en las excavaciones de Micenas por Schliemann despertaron la codicia de los aventureros, que desde entonces ponen la mira en las ruinas donde sospechan ha de haber criptas o cuevas subterráneas con tesoros escondidos. Pero no hay paraje alguno, ni siquiera el Perú, del que se refieran tantas tradiciones como el desierto de Gobi, en la antigua Tartaria independiente. Esta desolada extensión de movediza arena fue, si la voz popular no miente, uno de los más poderosos imperios del mundo. Se dice que el subsuelo esconde oro, joyas, estatuas, armas, utensilios y cuanto supone civilización, lujo y arte en cantidad y calidad superior a lo que pueda hoy hallarse en cualquier capital. Las arenas del desierto de Gobi se mueven regularmente de Este a Oeste, impelidas por el huracanado viento que sopla de continuo. De cuando en cuando, dejan las arenas al  descubierto parte de los tesoros ocultos, pero ningún indígena se atreve a echarles mano porque le herirían de muerte los bahti, espantosos gnomos a cuya fidelidad está confiada la custodia de aquellas riquezas, en espera de que la sucesión de los períodos cíclicos permita revelar la existencia de aquel pueblo prehistórico para enseñanza de la humanidad. Según tradición local, en las cercanías del lago Tabasun Nor está todavía la tumba de Ghengiz khan, donde el líder mogol duerme para despertar dentro de tres siglos y conducir a su pueblo a nuevas victorias y más verdes laureles. El desierto de Gobi, así como toda lo que fue la Tartaria independiente y el Tíbet, se dice que están celosamente guardados contra la intrusión de los extranjeros. Quienes obtenían licencia para atravesar  dichos territorios quedaban sujetos a la vigilancia de los agentes de la suprema autoridad del país, con la restricción de no divulgar nada de lo referente a lugares y personas. Marco Polo, el audaz viajero del siglo XIII, dice que “las gentes de Pashai, el país natal de Pâdma Sambhava, uno de los principales apóstoles del lamaísmo, están muy versadas en brujerías y diabólicas artes”. Hiuen–Thsang dice de los habitantes de dichos países que “los hombres son aficionados al estudio, aunque no se entregan a él con mucho ardor, y la ciencia mágica es entre ellos una profesión ordinariamente mercantil”. Aparte del concepto que pueda sugerir esta profética tradición, cabe afirmar que la tumba existe, y que no es exagerado cuanto se dice acerca de las maravillosas riquezas escondidas bajo el desierto de Gobi.

La historia de la humanidad es solo una mota de polvo en medio de toda la vasta creación del mundo que hoy habitamos. Por él han pasado un sinfín de civilizaciones humanas. Las conocidas como ‘civilizaciones madre’, es decir, aquellas que se caracterizan por tener un origen supuestamente autónomo, como son Mesopotamia, Egipto, Perú, India, China y Centroamérica se llaman así porque las posteriores civilizaciones recibieron préstamos culturales de ellas para constituirse como tal. Pero ¿cuáles son los rasgos que definen a una civilización? En primer lugar, que sea histórica, es decir, que sus ciudadanos utilicen la escritura para el registro de su legislación, su religión y su poder político, así como la perpetuación de la memoria de su pasado a partir de calendarios o hechos relatados en base a unas fechas determinadas en el tiempo. El primer documento oficial escrito descubierto data del 1750 antes de Cristo y es el famoso Código de Hammurabi o Ley del Talión, de procedencia mesopotámica. Pero no hay civilización sin un efecto inmediato y observable en el sistema ecológico, así como sin extracción de energía. Pero aquí surge una pregunta de alto calado entre la comunidad científica: ¿cómo sabemos que somos la única civilización que ha habido en nuestro planeta? Quizá los humanos no fuéramos los primeros. Esta es la pregunta sobre la que llevan años investigando Gavan Schmidt, director del Instituto Goddard de Estudios Espaciales (GISS) de la NASA, y Adam Frank, profesor de astrofísica en la Universidad de Rochester. Todo comenzó cuando este último empezó a estudiar el actual calentamiento global desde una “perspectiva astrobiológica”. Esto le llevó a analizar los resultados de la industrialización de cualquier civilización anterior a la nuestra observables en el impacto sobre el clima. Al igual que la época en la que estamos ahora, la superpoblación y la industria dejan una huella clara y evidente en la geología y la biología de nuestro planeta. Partiendo de esta premisa, Schmidt y Frank han investigado las posibles consecuencias en el clima y la naturaleza que pudo tener una hipotética sociedad industrializada precedente a la que hoy vivimos. “La construcción de una civilización implica recolectar energía del planeta para hacer un trabajo”, afirma Adam Frank en un artículo publicado en The Atlantic. Es decir, no hay progreso humano sin un efecto inmediato y observable en el sistema ecológico. Para erigir y conservar una civilización, se precisa de la extracción de energía para que aquella se mantenga en pie. De ahí que las primeras comunidades humanas de la Tierra encontraran en la explotación natural del campo todo lo necesario para vivir y que su economía se basara en el sector primario con la agricultura y la ganadería. Más tarde, introducirían el comercio, aunque esa ya es otra historia. A pesar de su mínimo desarrollo tecnológico, las primeras civilizaciones de la Tierra llevaron a cabo una serie de tareas indispensables para sobrevivir en el entorno, que tuvieron un impacto mayor o menor sobre el planeta.

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Estamos acostumbrados a imaginar civilizaciones extintas con estatuas hundidas y ruinas subterráneas”, explica Adam Frank. “Este tipo de artefactos de sociedades anteriores solo sirven si estás interesado en escalas de tiempo pequeñas, pero una vez retrocedes el reloj a decenas o centenas de millones de años, las cosas se vuelven más complicadas”. Esto vuelve a poner de relieve el corto periodo de tiempo que llevamos en la Tierra en comparación con la larga historia de nuestro planeta y de todas sus especies. La civilización actual está dejando pruebas que podrán ser detectadas por los científicos hasta en los próximos 100 millones de años “Cuando se trata de hallar una prueba directa de una civilización industrial anterior a la nuestra, como ciudades, fábricas y caminos, el registro geológico no ofrece registros más allá del periodo Cuaternario, hace 2,6 millones de años”, analiza el profesor. El Cuaternario es la etapa geológica en la que apareció el Homo Sapiens en la Tierra y comenzó hace aproximadamente 2,6 millones de años. “Retrocede mucho más allá del Cuaternario y no queda nada, todo ha sido convertido en polvo”. Esto quiere decir que científicamente no hay huellas visibles de civilizaciones anteriores a que nosotros llegásemos a la Tierra. Pero aquí viene el quid de la cuestión: “Dado que toda la evidencia directa de nuestro paso por el planeta se borraría después de muchos millones de años, ¿qué tipo de pruebas podrían existir todavía de comunidades anteriores? La mejor manera de responder a esta pregunta es averiguar qué señales dejaríamos nosotros si nuestra civilización colapsara en su etapa actual de desarrollo”, es decir, ahora mismo. El material que nos sobrevivirá a todos será el plástico, que persistirá en el fondo de los océanos durante escalas de tiempo geológicas. Los dos investigadores publicaron los resultados de todas estas preguntas en un nuevo estudio del International Journal of Astrobiology, en el que descubrieron que la actividad colectiva de la humanidad actual está dejando rastros que podrán ser detectados por científicos hasta en los próximos 100 millones de años. “El uso extensivo de fertilizantes, por ejemplo, mantiene alimentados a 7.000 millones de personas, pero también redirige los flujos de nitrógeno hacia la producción de alimentos”, razona Frank. “Los científicos del futuro encontrarían estas huellas del nitrógeno en los sedimentos”. Al igual que sucede con minerales como el coltán, extraídos de países exóticos y utilizados en dispositivos electrónicos: “Muchos de estos átomos están ahora deambulando por la superficie del planeta debido a la acción humana. También aparecerán en los sedimentos, al igual que los esteroides sintéticos, los cuales serán detectables en estratos geológicos dentro de 10 millones de años.

Como vemos, la mano productiva del hombre quedará perfectamente reflejada como semblante o radiografía de nuestro paso por el planeta Tierra muchísimos años después de que nosotros nos hayamos ido. El material que nos sobreviva a todos quizá sea el plástico, alojado en enormes cantidades en el fondo de los océanos: “El viento, el sol y las olas desgastan los elementos plásticos a gran escala, dejando los mares llenos de partículas microscópicas que acaban sumergidas en el fondo del océano, creando una capa que podrá persistir durante escalas de tiempo geológicas”, avisa Frank. Al final, Adam Frank y Gavin Schmidt reconocen la imposibilidad práctica de hallar una solución a la pregunta de si ha habido sociedades industrializadas anteriores a la nuestra. “Una vez te das cuenta de la necesidad de encontrar fuentes de energía de bajo impacto para ralentizar el cambio climático, menos huellas dejarás. Entonces, cuanto más sostenible se vuelva tu civilización, menor será la señal que dejes para las generaciones futuras”, certifica Frank. La última idea que defienden presume de ser toda una relación dialéctica creación-destrucción sobre la naturaleza de las civilizaciones. “Nuestro trabajo también especula con la posibilidad de que algunos planetas puedan tener ciclos de destrucción y construcción impulsados por combustibles fósiles. El cambio climático provocado por el uso de fósiles conduce a una reducción de los niveles de oxígeno en el océano. Estos bajos niveles ayudan a desencadenar las condiciones necesarias para fabricar nuevos combustibles fósiles, como el petróleo y el carbón”, explica Frank. “De esta manera, la desaparición de una civilización podría sembrar la semilla de una nueva en el futuro”. Pero tal vez un gran cataclismo haya eliminado gran parte de las huellas de civilizaciones antediluvianas, que es lo que creemos sucedió.

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Hubo una avanzada civilización antediluviana

Fuentes:

Fritjof Capra – El Tao De La Física.

José Luis Comellas – Historia de los Cambios Climáticos

Antón Uriarte Cantolla – Historia del Clima de la Tierra

José Fernando Isaza Delgado, Diógenes Campos Romero – Cambio Climático. Glaciaciones y calentamiento global

Blavatsky H.P. – Isis sin Velo

James Churchward – El continente perdido de Mu

John Lloyd Stephens – Incidentes de viaje en América Central, Chiapas y Yucatán

Max Müller – Lectures On the Science of Language.

Robert Bauval – El misterio de Orión

Javier Sierra – En busca de la Edad de Oro

Albert Salvadó – El informe Phaeton (el diario secreto de Noe)

Juan Guillermo Draper – Conflictos entre la religión y la ciencia

Louis Jacolliot – La Biblia en la India, o la vida de Iezeus Christna

Brasseur de Bourboutg – Popol Vuh, le Livre sacré des Quichés

Arthur Posnansky – Tiahuanaco, la cuna del hombre americano

Hans Schindler Bellamy – Built before the Flood. The problem of the Tiahuanaco ruins

Biblia – Génesis

Libro de Enoc

Poema de Gilgamesh

Zecharia Sitchin – El 12º Planeta

Mahabharata

Ramayana

¿Hubo una avanzada civilización antediluviana?

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