En la vida, a veces hay que cerrar puertas. Hay que cerrar esas puertas que ya no conducen a ninguna parte o que nos llevan a caminos que no estamos dispuestos a recorrer. Cierre la puerta a las cosas que ya no son útiles, aquellas con las que no nos identificamos o los hábitos que nos dañan.
A veces, cerrar puertas también significa dejar atrás una relación que ha perdido su razón de ser. Otras veces implica dejar atrás un trabajo o una ciudad donde ya no nos sentimos a gusto, por mucho que nos haya aportado. En todos esos casos, es comprensible que pongamos ese punto final con cierta nostalgia, pero debemos recordar que hay que cerrar puertas para abrir que nos conduzcan al camino que queremos recorrer.
No podemos vivir el presente añorando el pasado
En el imaginario colectivo, abrir una puerta se asocia a nuevas oportunidades. Esta acción encierra un significado positivo. Es deseable e incluso se incentiva. En cambio, cerrar puertas tiene una connotación negativa, generalmente asociada a la rigidez, la negación y la falta de oportunidades.
Alfred Hitchcock decía que “ no hay nada más aterrador que una puerta cerrada ”, por lo que es comprensible que esa alegoría se haya arraigado profundamente en nuestra conciencia colectiva, llevándonos a mantener puertas abiertas que debemos haber cerrado hace mucho tiempo. También nos empuja a sentirnos culpables cuando cerramos una puerta o cuestionamos la pertinencia de esa decisión, hasta el punto de arrepentirnos por una acción que realmente solo nos hace bien.
De hecho, uno de los signos de madurez psicológica consiste en saber cuándo termina una etapa de la vida. Lo conocido es reconfortante y nos genera cierta seguridad, pero cuando llega a su fin tenemos que asumirlo y enfocarnos en construir un futuro mejor.
Si nos empeñamos en permanecer en un sitio o una relación más allá del tiempo necesario, podemos perder la alegría y el sentido del resto. Cuando nos empeñamos en mantener una puerta abierta, corremos el riesgo de enredarnos en una maraña de “porqués”, intentando encontrarle un sentido a lo que ha pasado.
Sin embargo, de esa forma sufriremos un desgaste infinito. Las cosas suceden, llegan a su máximo esplendor y luego declinan. No es bueno ni malo, es el movimiento natural de la vida. Y hay que dejarlas ir cuando llega el momento. Podemos llamarlo cerrar puertas, círculos o capítulos, lo verdaderamente importante es soltar el último para abrirnos a las nuevas cosas que la vida nos depara. No podemos estar en el presente añorando el pasado.
No te sientes culpable por cerrar puertas que no llevan a ninguna parte
No tienes que sentirte culpable cada vez que cierras una puerta a algo que quieres dejar en tu pasado. Tampoco tienes que sentirte culpable si cambias de opinión y quieres cerrar una puerta que en su momento abriste. O si quieres alejarte de personas, hábitos o entornos tóxicos.
No tienes que sentirte culpable por cerrar la puerta a las personas que te hacen dudar, te hieren o te critican sin fundamento. Aquellas que te hacen pensar que vales menos o que no eres digno de ser amado o tratado con confianza. Tampoco tienes que sentirte culpable por cerrar la puerta a lo que no te aporta nada, lo que te hace infeliz y lo que te arrebata tu paz interior .
Tampoco tienes que disculparte por salir de los límites en los que antes te movías. Tienes derecho a salir de la zona de confort para crecer. No tienes que disculparte por irte de un sitio donde ya no te sientes a gusto o poner punto final a una relación que te drena cada día.
Y no tienes que disculparte porque tienes derecho a priorizarte. A decidir teniendo en cuenta no solo tus necesidades sino también tus sueños y aspiraciones. Porque tienes derecho a cerrar puertas para abrir otras que te conduzcan por el sendero vital que quieres recorrer o te ayuden a convertirte en la persona que deseas ser.
Puedes decirte a ti mismo que tienes el derecho a cerrar puertas. Pero no por orgullo, soberbia o rencor, sino porque ya no perteneces a ese lugar, no estás atado a esa relación o no compartes esa forma de ver el mundo. Ya no eres el mismo. Ya no tienes razones para dejar esa puerta abierta.
No todos podrán entenderlo. Y no pasa nada. Aun así puedes cerrar la puerta para soltar el lastre y desprenderte de lo que te pesa. Lo importante es que te sientas satisfecho de las decisiones que estás tomando y confies en tus próximos pasos. Lo importante es cerrar esa puerta, pero sin dar portazos .
Entonces es momento de oxigenarte. Llenarte los pulmones con la nueva brisa. Quizá no abras la próxima puerta mañana ni pasado. Pero el momento de avanzar también llegará. Porque asi es la vida. Y te esta esperando.
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