Obsérvate cuando te estás duchando o cuando estás cepillándote los dientes: ¿estás ahí, presente con todas las sensaciones y acciones corporales, o se te va la cabeza con cualquier cosa? Es fácil que suceda lo segundo. Y como no eres capaz de ducharte ni cepillarte los dientes manteniéndote en el aquí-ahora, con más razón, en el día a día, no tienes consciencia del momento presente.
En un momento dado estás en un lugar, pero tu cabeza ¿dónde está? Vete a saber… A lo mejor estás con alguien; estáis sentados frente a frente tomando un té. De pronto, algo que dice esa persona te lleva a pensar en algo más, y ese algo más en algo más… Te has salido del momento presente. La realidad que está aconteciendo se hace invisible para ti diluida entre tus pensamientos, que están ahora llenos de ficciones temporales. Ya no ves a la persona que tienes delante. Estos pensamientos son ilusiones generadas por tu mente, que está operando sin tu mando consciente. ¿Recuerdas los pensamientos-pestañeos, que vienen a constituir el 95% de todos los pensamientos que tienes? Aquí están. Recreas el pasado y haces conjeturas sobre el futuro, y, para colmo, ni te das cuenta de que te estás comportando tan estúpidamente.
Podemos ver con claridad el fenómeno cuando vamos por la calle: ¿cuánta gente está realmente ahí? Sí, parece que estén andando físicamente, pero si los miramos a los ojos nos damos cuenta de que casi nadie está presente… Habitualmente, las personas no están viendo u oyendo lo que hay en su entorno, sino que vete a saber dónde están: en el trabajo, en su casa, de vacaciones… Un paseo puede ser una meditación en movimiento en que estar atentos a todo lo que acontece durante el paseo, pero no es así como se enfoca habitualmente. Cuando la mente «se va» a pensar en cualquier cosa, se produce una desarmonía, una falta de alineación, entre lo que se está viviendo y lo que se está pensando. Porque el pensamiento no está puesto en el aquí-ahora, en lo que uno está viviendo, sino en lo que uno ha vivido o supuestamente va a vivir.
Así pues, tenemos dos posicionamientos posibles: por una parte, el del ser humano que está en el aquí-ahora, viviendo el momento presente y organizando cosas que corresponde organizar en dicho momento presente, y por otra parte, la manía de dar vueltas en la cabeza al pasado y el futuro sin que eso tenga que ver con el aquí-ahora. Y la línea que separa ambos posicionamientos es muy fina, por lo que es fácil cruzarla y dejar de percibir el aquí-ahora. Y la consciencia del aquí-ahora es clave para percibir el Conductor* que somos. ¿Por qué? Porque este posicionamiento se corresponde con el sistema operativo del Conductor, la consciencia. En cambio, cuando nos hemos «ido» hemos activado el piloto automático propio del coche: el ego. Y en este caso nuestras acciones no son «nuestras»; no son acciones sino reacciones que parten de los sistemas de creencias que nos han instalado.
* El Conductor pertenece a la metáfora que el autor suele usar en sus charlas. La consciencia (energía, espíritu) sería el Conductor, mientras que el yo físico, mental y emocional (ego) en que encarna sería el coche.
Podemos afirmar sin tapujos que la vida es el aquí-ahora, lo real; o que el aquí-ahora es la vida, lo real. Pues bien, si percibes algo (lo que sea) fuera del aquí-ahora o de lo que en conexión con él corresponde, es solo la mente generando una fantasía. Porque si no estás en el aquí-ahora, estás en el pasado o en el futuro, y ambos son fruto de la imaginación. No existen.
El pasado solo existió cuando fue aquí-ahora. Y atención: las experiencias que entonces viviste se incorporaron a tu consciencia. Han coadyuvado a conformar lo que ahora eres y siguen estando en ti. Esto significa que no tienes que rememorarlas por medio de la mente. Ya lo ves, ¡puedes dejar de darle vueltas a tu pasado! Ocurre, además, que si la mente regresa al pasado no lo evoca bien: lo hace de modo selectivo (se acuerda solo de determinados aspectos, en función de distintos factores) e interpretativo (aquello que recuerda, lo recuerda de una determinada manera, que puede ser muy distinta de como lo recuerda otra persona). Así pues, ¿para qué te sirve deambular por el pasado? Para nada. Hay gente que deambula por él para arrepentirse de lo que hizo, pero, como veíamos en otro capítulo, todo lo que ha acontecido en tu vida ha contribuido a tu evolución en consciencia. En lugar de seguirle dando vueltas al pasado, aplica por favor la consciencia que has adquirido a raíz de esos sucesos en el aquí-ahora.
Aún es más absurdo, si cabe, recrear el futuro. Porque al menos el pasado existió cuando fue aquí-ahora, pero el futuro ni siquiera ha llegado a existir en ningún momento. Y así como la evocación del pasado es selectiva y sujeta a error, la recreación del futuro también lo es, y en mayor grado: como tú mismo puedes saber a partir de tu experiencia, los hechos jamás serán exactamente tal como los imagines ahora. En el caso del futuro, el miedo a lo que pueda acontecer es lo que más lanza a nuestra mente hacia él. Muchas veces nos refugiamos en el «mañana» al no ser capaces de afrontar, aquí-ahora, nuestros miedos. Obviamente, el pasado y el futuro no son fidedignos… porque no existen. ¡Y ojo!, tampoco existe el llamado presente, que es igualmente, otro concepto mental. Si pienso «presente», ya estoy en la mente, ya me estoy perdiendo la vida. Estoy concibiendo, por implicación, que también existen un pasado y un futuro, a los que el presente se opone. ¿Recuerdas que decía que la mente no sirve para vivir la vida? Lo único real es el aquí-ahora, y este no puede ser pensado; solo admite de instante en instante, en el Vivir Viviendo. Date cuenta de ello: el aquí-ahora no puede ser intelectualizado, pues en cuanto lo haces ya te has situado en el tiempo. El aquí-ahora solo puede ser… ¡vivido!
LA MEDICIÓN IMPOSIBLE
Lo que denominas tiempo es una interpretación tridimensional, parcial y ficticia de la vida y la existencia. Observas los ciclos de la vida y pretendes medirlos en términos de tiempo (segundos, minutos y horas; días, semanas, meses y años…). Pero no te das cuenta de que con ello caes en una ilusión: el ritmo que impulsa y subyace en cada ciclo siempre es el mismo, idéntico, y no puede medirse. Solo puede vivirse en el aquí-ahora. Y si pretendes medirlo, ocurren dos cosas: primero, ya no lo vives, pues te sales del aquí-ahora; y segundo, la medición, por más que parezca certera según el reloj o el calendario, jamás será objetiva y verdadera, sino que dependerá del observador que hace la medición. Como veíamos, el «tiempo» se nos puede hacer muy corto o muy largo en función de nuestras vivencias.
Incluso la ciencia actual pone de manifiesto la falsedad de la medición del tiempo. La física cuántica habla con claridad de lo inaceptable e inapropiado de la creencia en el tiempo que nos han insertado en la cabeza. Como afirmó Albert Einstein, la distinción entre el pasado, el presente y el futuro es solamente una ilusión, pues los sucesos no se desarrollan; simplemente son.