Lo afirmaba Viktor Frankl, creador de la logoterapia: «El hombre está destinado a buscar el sentido de la vida». Y es que, incluso ahora, en medio de la hiperconectividad, el FOMO (fear of missing out) y la gratificación instantánea, pocas cosas hay tan humanas como la búsqueda de sentido. Si bien es cierto que en los tiempos que corren nos damos poco espacio para cuestionamientos profundos, siempre llega algún momento en la vida de una persona en la que esta se pregunta por el sentido, especialmente cuando se ve enfrentada a algún límite de la existencia, como la enfermedad, la pérdida o la muerte.
El dolor es una señal de alerta. El dolor físico es un aviso del sistema nervioso de que hay algo que no está funcionando del todo bien en nuestro cuerpo. Si comimos algo que irritó el colon, si nos golpeamos la cabeza o si nos torcemos el tobillo, nuestro cuerpo lanza un aviso y nos advierte de que algo no está bien y de que probablemente tengamos que hacer algo al respecto.
Históricamente, diversas prácticas religiosas han considerado que el dolor físico es una forma de acercarse a la divinidad, de mostrarle devoción. La penitencia, la autoflagelación, el uso de látigos y cilicios u otros tipos de mortificación han sido utilizados a lo largo de los siglos para la búsqueda de la purificación espiritual y del significado de la existencia terrenal para los devotos.
Pero ¿y qué hay del dolor psíquico? A pesar de que se trata de una experiencia subjetiva –basada en la propia percepción de los sentimientos negativos–, este es tan real como cualquier otro tipo de dolor. Experimentarlo hace parte de la condición humana. Sin embargo, vivirlo y atravesarlo para hacerles frente a las adversidades puede servir para encontrarles sentido a las experiencias que nos afligen.
Vivir y atravesar el dolor para hacer frente a la adversidad puede servir para encontrar sentido a las experiencias que nos afligen
Con el pasar de los siglos, la filosofía y la psicología han analizado profundamente cómo el dolor puede dotar la vida de sentido. En el estoicismo, por ejemplo, este se erige como un desafío ante el cual se puede ejercer la virtud a través de la aceptación: para los estoicos, el dolor depende más de la representación que nos hacemos de él que de una realidad objetiva. Y es que gran parte de las corrientes filosóficas y psicológicas ha resaltado la importancia de la interpretación de las circunstancias dolorosas y la necesidad de «ver más allá de la miseria» para descubrir el significado que hay detrás.
Justamente, ese es el planteamiento de Frankl, también superviviente del holocausto. La logoterapia se caracteriza, precisamente, por ser una psicoterapia que se centra en el sentido. Para el psicólogo austriaco, el ser humano es libre y tiene la capacidad de adueñarse de su destino y superar los infortunios para encontrar el sentido profundo de la existencia. La propia vida de Frankl es una muestra: no solo pasó por cuatro campos de concentración en la Segunda Guerra Mundial, sino que, además, cuando al fin fue liberado del yugo nazi, se enteró de que sus padres y su mujer no habían sobrevivido.
A través de la «voluntad de sentido» podemos llegar a comprender que las situaciones dolorosas pueden ser convertidas en oportunidades para crecer si las llenamos de significado. En otras palabras, si encontramos una razón para seguir viviendo a pesar del dolor sufrido podremos superar la frustración y, por consecuente, el vacío existencial.
De acuerdo con las investigaciones de los psicólogos Richard Tedeschi y Lawrence Calhoun, no solo el individuo que se enfrenta a una situación traumática consigue sobrevivir a ella, sino que además puede vivir un cambio psicológico positivo. Los expertos lo llaman «crecimiento postraumático», que puede resultar también en un cambio espiritual, el incremento de la fortaleza personal, el fortalecimiento de las relaciones interpersonales y una mayor apreciación del valor de la vida. En otras palabras, a través de la resiliencia, una persona puede dotar de sentido su dolor, en lugar de caer en el nihilismo.
En El hombre en busca de sentido (Herder), Frankl plantea el cuestionamiento sobre si existe en realidad un mundo donde la pregunta sobre el sentido del sufrimiento obtenga una respuesta. Y afirma que «este sentido último excede, lógicamente, la capacidad intelectual del hombre; en logoterapia se denomina ‘suprasentido‘».
Y es que, cuando las cosas nos van bien en los grandes pilares de la vida –la salud, la familia, la pareja, las amistades, el trabajo–, tendemos a vivir en automático. Por el contrario, cuando las circunstancias se complican, solemos poner una pausa y observar cómo nos estamos sintiendo y qué está pasando en nuestra vida, ponemos en juego toda nuestra capacidad intelectual para construir significado.
Porque si algo está claro es que el dolor hace parte de la vida. Es cómo lo enfrentamos lo que lleva a encontrar sentido y, ojalá, transformación. En el fondo, como dice Frankl, «el hombre no debería cuestionarse sobre el sentido de la vida, sino comprender que es a él a quien la vida interroga».