El crecimiento exponencial: la fábula del caracol, el ajedrez y el estanque.

Vyacheslav Mishchenko

«El caracol construye la delicada arquitectura de su concha añadiendo una tras otra las espiras cada vez más amplias; después cesa bruscamente y comienza a enroscarse esta vez en decrecimiento, ya que una sola espira más daría a la concha una dimensión 16 veces más grande, lo que en lugar de contribuir al bienestar del animal, lo sobrecargaría».

Ivan Illich. Filósofo, pedagogo y ambientalista.

«Pedimos ayuda a los dioses, a los diablos y a las estrellas del cielo. A los caracoles, nadie pide.
Pero gracias a los caracoles no mueren ahogados los indios shipibos, cada vez que el río Ucayali se pone de mal humor y sus aguas alborotadas invaden la tierra y atropellan cuanta cosa encuentran.
Los caracoles avisan. Antes de cada calamidad, dejan sus huevos pegados a los troncos de los árboles, bastante arriba de la altura adonde llegará la creciente. Y jamás se equivocan en el cálculo.»

Eduardo Galeano. Bocas del tiempo.

El antropólogo Jason Hickel nos cuenta una antigua fábula que refleja bien la naturaleza surrealista del crecimiento en nuestro sistema económico:

«[Es] un cuento sobre un matemático en la antigua India. Para premiar los logros de este matemático, el rey le mandó acudir a su palacio y le ofreció un regalo: «Di lo que quieres y será tuyo, sea lo que sea», le dijo.

El hombre respondió humildemente: «Mi rey, yo soy un hombre sencillo; lo único
que pido es que me dé un poco de arroz. Sacando un tablero de ajedrez, continuó: «Coloque un grano en la primera casilla, dos en la segunda, cuatro en la tercera, y siga duplicando el número de granos en cada casilla hasta llegar al final del tablero. Me conformaré con eso».
Al rey le pareció una petición curiosa, pero accedió, contento de que el hombre no le hubiera pedido algo más lujoso. Al llegar al final de la primera fila, en el tablero había menos de doscientos granos, ni siquiera eran suficientes para una comida. Pero entonces las cosas empezaron a volverse muy extrañas. En la casilla treinta y dos, cuando aún iba por la mitad del tablero, el rey tuvo que poner dos mil millones de granos, lo que llevó a su reino a la bancarrota. Si hubiera podido continuar, en la casilla sesenta y cuatro habría tenido que poner dieciocho trillones de granos, suficientes para cubrir toda la India con una capa de arroz de un metro de grosor.
Ese mismo mecanismo tan inquietante tiene lugar con la expansión económica.»

«El crecimiento compuesto, que es la estructura básica de la reinversión capitalista, puede ser difícil de entender. De hecho, tiene una inquietante forma de proceder sigilosamente y pillarnos por sorpresa.»

«Esta tendencia fue advertida en 1772 por el matemático Richard Price. El crecimiento compuesto, señaló, «aumenta lentamente al principio […], pero, como el ritmo de crecimiento se acelera continuamente, al cabo de un tiempo se vuelve tan rápido que no podemos ni concebirlo con nuestra imaginación».

«Solo un 3%. Es lo que los economistas dicen que hace falta para garantizar que la mayoría de los capitalistas obtengan una rentabilidad positiva.
Un 3% no parece mucho. Pero si tomamos la economía mundial en el año 2000 y la sometemos a la tasa habitual de crecimiento del 3% anual, se habrá cuadruplicado antes de mediados de siglo, en menos de la mitad de una vida humana.»

Y luego, está la deuda: «un sistema monetario basado en el interés compuesto (en el que la deuda crece exponencialmente) es incompatible con la preservación de la vida en un planeta en un equilibrio precario.» Y asegura: Nuestro sistema monetario es deuda en sí mismo. Los bancos prestan unas diez veces más dinero del que tienen realmente. Crean el dinero de la nada al prestarlo. ¡Y después requieren que la gente salga al mundo real a extraer y producir valor real para pagarlo! Además, esta deuda se paga con intereses, intereses que crecen exponencialmente, pero los bancos tampoco crean el dinero necesario para pagarlos. Siempre hay déficit o escasez y, por lo tanto, una fuerte competencia para buscar ese dinero con el que pagar esas deudas. Hickel lo compara con un violento juego de las sillas.

Además, advierte Hickel, cada vez que el capital se topa con un obstáculo a la acumulación (por ejemplo, un mercado saturado, una ley del salario mínimo o algún mecanismo de protección del medio ambiente), recurre a una solución: cercamiento, colonización, tráfico de esclavos, guerras, expansión

Enric Sala, biólogo y ecólogo, explica también sobre este rocambolesco y peligroso sistema económico en su libro «La naturaleza de la naturaleza»:

«Nuestra manera de dirigir el planeta es una estafa piramidal, un esquema de Ponzi, como dijo mi amigo Daniel Pauly, de la Universidad de la Columbia Británica: utilizamos el capital que aporta un inversor para pagar a otro, fingimos que estamos repartiendo beneficios, pero enseguida necesitamos otro inversor para pagar al anterior. Lo malo es que el esquema de Ponzi solo funciona mientras haya nuevos inversores a los que podamos engañar. Cuando la pirámide crece demasiado y nos quedamos sin nuevos inversores, todo se derrumba. Lo mismo se puede decir de la tierra y el océano. Nos estamos quedando sin bosques que destruir, sin caladeros de pesca que vaciar. Pero no hace falta que lleguemos al final para entender que este sistema basado en el crecimiento es insostenible.»

Sala cuenta en este libro que, durante un día de trabajo, se preguntó cómo el ser humano había llegado a ser un depredador tan poderoso. Para esclarecer sus dudas, fue a ver a su entonces profesor. Él respondió, tajante:

«La necrosfera».

«La palabra necrosfera viene del griego nekrós, que significa «muerte». La biosfera es la capa viviente del planeta. La necrosfera es la capa muerta. Se compone de todo aquello que estuvo vivo y ya no lo está: las hojas que caen en otoño y cubren el suelo del bosque, o la ballena que muere y se hunde en las profundidades del mar. La necrosfera reciente es un limbo constante: los carroñeros, los hongos y los animales que se alimentan de desechos reciclan enseguida la materia.

Hay una parte de la necrosfera que no se descompone y, por tanto, no vuelve a ser parte de los organismos vivos. Es lo que podríamos llamar la necrosfera antigua. Su característica más llamativa es que se compone de organismos que quedaron enterrados muy en el fondo del océano o en turberas casi nada más morir (…). Con el tiempo, los sedimentos se han seguido acumulando, con lo que la materia muerta queda a una profundidad cada vez mayor. El altísimo calor y la presión sobre estos organismos muertos acaba por transformarlos en carbón, gas natural o petróleo, lo que hoy conocemos como combustibles fósiles».

Y aquí viene la trampa: Solo el ser humano ha aprendido a explotar esta necrofera antigua.

Ya no dependemos únicamente de la energía solar diaria como fuente principal, ni de la biomasa vegetal ni de las redes alimentarias naturales.
La necrosfera antigua nos ha permitido salirnos del ciclo de depredadores y presas. Así sobreexplotamos el presente utilizando la energía del pasado. 

«Podemos construir ecosistemas artificiales (ciudades) que consumen más energía de la que producen, incluyendo los alimentos. No hay otra especie que haga eso.»

«Los seres humanos prefieren la cantidad a la calidad, el crecimiento al desarrollo, la producción a la protección, y, por lo general, de la manera menos eficiente.» La grandeza a lo grandote y al crecimiento con el desarrollo, añadiría el escritor Eduardo Galeano.
Los ecosistemas naturales, sin embargo, siguen su propia economía circular, reciclado de la materia orgánica, riqueza de las especies, biodiversidad… Cada átomo de carbono, fósforo o nitrógeno que obtiene el planeta a través del vulcanismo, lo recicla entre un 99,5 y un 99,8% antes de que vuelva a incorporarse de nuevo al magma terrestre. También tú, como ecosistema. ¿Sabes cuántas veces pasan las moléculas de agua por los riñones antes de desaparecer del sistema? Unas 200 veces. Todo esto lo cuenta el físico Carlos de Castro Carranza.

Hay otro ejemplo de este patrón de crecimiento exponencial, pero esta vez proviene de un fenómeno de la naturaleza. Y lo explica otro matemático, Kit Yates en su libro Los números de la vida:

Cierto día se observa que se ha formado una colonia de algas extremadamente reducida en la superficie de un lago local. En los días siguientes se descubre que la extensión de la superficie del lago que cubre la colonia se duplica diariamente. Seguirá creciendo hasta cubrir el lago entero a menos que se haga algo. Si no se le pone freno, tardará 60 días en cubrir toda la superficie del lago. «¿Cuánto tardarán las algas en cubrir la mitad del lago?».

Una respuesta habitual es 30 días. Pero no es la respuesta correcta. Dado que su tamaño se duplica cada día, en realidad, la respuesta es que las algas tardarán 59 días en cubrir la mitad de la superficie del lago, y en un solo, lo cubrirán del todo.

La pregunta es: «si el 55.º día, cuando las algas cubren solo el 3% de la superficie, alguien te dijera que el lago estará completamente cubierto en cuestión de cinco días más, ¿le creerías? Probablemente no.»

La bióloga potawatomi Robin Wall Kimmerer, tampoco. Ella intento limpiar un estanque cercano a su casa de las algas que lo invadían. Y lo que fue una promesa para que sus hijas pudieran nadar, resultó ser también una manera de volver a su pasado:
«Como les ocurre a tantos estanques en antiguas granjas, el mío era víctima de la eutrofización, el proceso natural de aumento excesivo de nutrientes. El único causante de ello es el paso de los años. Generaciones de algas y nenúfares y hojas secas y manzanas que caen al estanque en otoño forman sedimentos y se amontonan y lo que una vez fue una capa de piedra limpia en el fondo, se convierte en una alfombra de mugre. Todos esos nutrientes dan pie a que crezcan nuevas plantas, y estas provocan el nacimiento de otras, en un ciclo que no deja de acelerarse. Sucede con muchos estanques y lagunas: el fondo se va llenando y el estanque se convierte en un humedal colmatado, que un día podrá convertirse, a su vez, en una pradera, en un bosque.»

«Continué limpiando algas, dejando que el limo se asentara, y el estanque mejoró. Cuando regresé, una semana después, volvía a estar cubierto de una masa verde y espumosa.»

«Pienso ahora que lo que buscaba era cierto equilibrio, y el equilibrio, por definición, nunca se está quieto.»

Tras 12 años, por fin pudo limpiarlo. «Serán mis nietos los que nadarán en el estanque», y otros niños también. El estanque le mostró, uniendo sus lágrimas saladas con las aguas dulces de sus aguas, que no importaba si sus hijas marchaban. Que una buena madre era eutrófrica y rebosaba de nutrientes, tanto que podía ser capaz de nutrir a otros niños, a hasta las siguientes generaciones.

Son las señales de la vida, añadía. «La vida es acumulación. La vida es eutrófica.» Y los seres humanos deberíamos ser vastos en riqueza eutrófica.

http://unaantropologaenlaluna.blogspot.com/2023/09/el-crecimiento-exponencial-la-fabula.html

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