Cuando me casé, alguien, en vez de darme la enhorabuena, me dijo que ya me felicitaría a los 7 años. Entonces no conocía la “crisis del séptimo año”, pero aquella especie de fecha de caducidad se quedó dando vueltas en mi mente. Hoy, casi 15 años después, puedo afirmar que hemos superado ese “escollo”. Sin embargo, muchas parejas no lo logran.
La comezón del séptimo año, como también se le conoce, hace referencia a un fenómeno que se comenzó a observar en las décadas de 1980 y 1990 en diferentes países, de Estados Unidos a China, pasando por Finlandia. A pesar de las diferencias sociales y culturales, muchos divorcios se producían entre los 5 y 8 primeros años después del matrimonio. ¿Por qué? ¿Existe algún factor psicológico que pueda explicarlo?
De las etapas de estabilidad a las fases de cambio en la vida
La explicación, al menos en parte, hay que buscarla en la manera en que evolucionamos. A finales de la década de 1969, el psicólogo Daniel J. Levinson hace medio siglo inició un estudio que duró años para comprender las fases de la vida que atravesamos. Descubrió que existe una especie de progresión universal en la adultez que se manifiesta con bastante fidelidad en muchas personas.
Constató que existen periodos transicionales o de cambio, que suelen durar entre 4 o 5 años y que sirven para conectar los elementos de la vida pasada con la estructura de la vida futura. Son puentes o zonas de superposición hacia periodos de mayor estabilidad.
También comprobó que los periodos de estabilidad duran entre 6 y 8 años. En esta fase nos comprometemos, echamos raíces y perseguimos los objetivos que nos hemos planteado durante la fase de cambio. Curiosamente, ese periodo de estabilidad coincide con la duración media de muchos matrimonios, marcando el inicio de la crisis del séptimo año.
De la “luna de miel” a la rutina de la convivencia
Las relaciones de pareja también pasan por diferentes etapas. Al principio, todos pasamos por la fase del enamoramiento en la que vemos todo color de rosa. Durante esa “luna de miel” estamos convencidos de que el otro es nuestra media mitad y no notamos sus defectos ya que el amor es ciego, literalmente.
Durante esa etapa la relación se caracteriza por un elevado nivel de satisfacción. Sin embargo, muy pronto deben comenzar a poner los pies en la tierra y negociar el día a día. La pareja debe establecer, de manera explícita y/o implícita, una serie de reglas y rutinas que le brindan cierta estabilidad y seguridad. Así no tendrán que negociar continuamente todos los detalles, como quién saca la basura, con qué frecuencia se cena con los padres o con quién se pasa la Navidad.
Cabe aclarar que algunas parejas nunca superan esta etapa. Discuten porque no logran hacer coincidir sus expectativas ni engranar sus estilos de vida. De hecho, los estudios sugieren que la satisfacción marital disminuye bastante luego del primer año, lo cual se debe fundamentalmente a los roces y conflictos por la convivencia.
Una investigación realizada en la Universidad de Liverpool comprobó que la mayoría de los modelos coinciden en que a partir de los 5 años y hasta los 7 existe un mayor riesgo de divorcio, que va disminuyendo conforme pasa el tiempo, como se puede apreciar en la imagen que aparece a continuación.
Otras, obviamente, logran establecer una rutina relativamente satisfactoria para ambos que mantiene a flote la relación. Sin embargo, una vez establecidos esos hábitos, al cabo de cinco, seis o normalmente siete años, la rutina se hace insoportable para una de las personas o ambas.
Los signos de la comezón del séptimo año en la pareja
Cada pareja y cada persona son diferentes, pero por lo general llega un momento en el que alguien comienza a cuestionarse las reglas, hábitos y rutinas que se han establecido en la relación. Llega un momento en el que las cosas que funcionaban, ya no parecen encajar.
La comezón del séptimo año se refiere precisamente a esa sensación de sentirse atrapado en la vida que hemos creado. Podemos sentir que lo que antes nos gustaba de nuestra pareja o que al menos no le prestábamos atención, ahora nos vuelve locos.
La persona que antes percibíamos como fiable, comprometida y firme ahora nos puede parecer rígida e inflexible. En cambio, a quien percibíamos como espontánea, divertida y auténtica nos puede parecer irreflexiva o incluso dramática.
Esas insatisfacciones y frustraciones comienzan a expresarse a través de discusiones más acaloradas o un distanciamiento emocional. Algunas personas experimentan una especie de alienación ya que no se reconocen en esa relación ni se identifican con el estilo de vida que están siguiendo. Es probable que uno de los dos incluso tenga una aventura extramatrimonial. La pregunta que más acude a nuestra mente en medio de la crisis del séptimo año es: “¿qué estoy haciendo aquí?”.
¿Romper o distanciarse? Esa es la cuestión
En cierto punto, la sensación de que la relación de pareja no funciona se vuelve muy intensa. La relación ya no satisface nuestras expectativas o necesidades, de manera que podemos comenzar a valorar la posibilidad de empezar de nuevo. Si la insatisfacción es muy intensa y la relación de pareja no cambia, lo más habitual es emprender el camino del divorcio.
Sin embargo, no todas las parejas toman esa senda.
En otros casos, en lugar de discutir o replantearse el rumbo que ha tomado la relación, las personas simplemente se distancian. Hacen todo lo posible para eludir las emociones desagradables que experimentan y aquietar las dudas que las consumen intentando mantener el statu quo.
Esta estrategia es más habitual cuando, a pesar de que las necesidades emocionales están insatisfechas, las personas se sienten relativamente cómodas con el estilo de vida que han instaurado. Entonces algunas parejas recurren a diferentes distracciones que les evitan hablar de sus problemas, como el cuidado de los hijos, progresar en el trabajo o los partidos de fútbol o las clases de zumba y yoga.
Al estar ocupados, evitan abordar el elefante en la habitación. Sin embargo, de esta manera terminan convirtiéndose en dos extraños que habitan bajo el mismo techo. Aunque el matrimonio siga siendo oficial, realmente ha terminado.
¿Cómo evitar o superar la crisis del séptimo año en la pareja?
En realidad, la comezón del séptimo año no es una condena. Esa crisis, que se puede producir en cualquier momento, se debe a que todos cambiamos, de manera que, si la relación de pareja permanece estática, dejará de satisfacer nuestras necesidades.
El desafío consiste en prestar atención a la relación y a la otra persona, asegurándonos de ir cambiando juntos, de manera que podamos seguir mirando en la misma dirección que cuando comenzamos. La relación de pareja se debe cuidar todos los días. No hay que dar nada por sentado.
Y si ya has comenzado a experimentar la crisis del séptimo año, es conveniente que antes de plantearte el divorcio para volver a empezar y, probablemente, cometer los mismos errores, hables con tu pareja sobre lo que estás sintiendo. Quizá descubras que siente lo mismo o podáis reestructurar vuestras metas, forma de relacionaros o estilo de vida para que se amolde a la nueva etapa vital por la que estáis transitando.
Referencias Bibliográficas:
Taibbi, R. (2023) Why So Many Marriages End After 8 Years. En: Psychology Today.
Xu, Q. et. Al. (2016) Is the «seven-year itch» real? – a study on the changing divorce pattern in Chinese marriages. The Journal of Chinese Sociology; 3(17): 10.1186.
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Lavner, J. A., & Bradbury, T. N. (2010). Patterns of change in marital satisfaction over the newlywed years. Journal of Marriage and Family; 72: 1171-1187.
Levinson, D. J. (1986). A conception of adult development. American Psychologist; 41(1): 3–13.
La crisis del séptimo año: ¿por qué tantos matrimonios se rompen a los 7 años?