Vivimos en la era del pensamiento positivo. Durante mucho tiempo, los libros de autoayuda y los gurús del Crecimiento Personal lo han publicitado como la clave para la felicidad, la buena salud y la longevidad. Sin embargo, cada vez más estudios científicos apuntan que el pensamiento positivo también tiene un lado más “oscuro”, sobre todo cuando se banaliza.
Un grupo de psicólogos de la Universidad de Bath ha demostrado que una actitud excesivamente optimista puede empujarnos a tomar malas decisiones, cuyas implicaciones pueden ser particularmente nefastas para nuestras finanzas personales y, por ende, para nuestra vida a largo plazo.
Cuanto más crezca el pensamiento positivo, más disminuyen las habilidades cognitivas
El estudio en cuestión analizó los datos de una encuesta realizada en el Reino Unido a más de 36.000 hogares y examinó las expectativas de las personas sobre su bienestar financiero, comparándolas con sus posibilidades reales y los resultados económicos que estaban obteniendo.
Este psicólogo descubrió que las personas con mayor capacidad cognitiva eran un 22% más propensas a tener un pensamiento realista; o sea, eran más objetivas y pragmáticas. En cambio, las personas con una capacidad cognitiva menor tenían un 35% de probabilidades de abrazar un optimismo extremo.
Las habilidades cognitivas menos desarrolladas en las personas excesivamente optimistas eran: la memoria, la fluidez verbal, el razonamiento numérico y la inteligencia fluida. Esta última es la capacidad para resolver problemas nuevos sin utilizar los conocimientos previos y experiencias personales. O sea, es lo que nos permite analizar los elementos de un problema nuevo y comprender las relaciones entre cosas aparentemente no relacionadas para encontrar soluciones originales.
Este investigador también constató que las personas con mayor capacidad cognitiva suelen albergar expectativas de futuro más realistas, aderezadas incluso con una pizca de pesimismo. En práctica, estas personas aplicaban uno de los principios básicos de la filosofía estoica: “debemos prever todas las posibilidades y fortalecer el espíritu para lidiar con las cosas que podrían ocurrir”, en palabras de Séneca. O lo que es lo mismo, usan un negativismo estratégico que les permite prepararse para lo peor de la mejor manera.
La inteligencia nos ayuda a compensar los efectos del sesgo optimista
Pronosticar el futuro con precisión es difícil – y a veces francamente imposible – pero podemos proyectarnos en el tiempo e imaginar cómo será. En base a esas expectativas nos planteamos objetivos y trazamos un plan de vida.
En sentido general, solemos tener un sesgo optimista que nos ayuda a seguir adelante cuando todo a nuestro alrededor parece derrumbarse. También conocido como Principio de Pollyanna, descubierto por Margaret Matlin y David Stang en 1978, indica que solemos ser más optimistas que pesimistas.
Como norma, damos mayor importancia a lo positivo y, a menudo, esperamos lo mejor aunque no contemos con datos que respalden esa previsión. También solemos recordar más eventos positivos que negativos y, a menudo, cuando miramos atrás, lo hacemos con unos lentes color rosa.
Según estos psicólogos, “los procesos cognitivos favorecen selectivamente el procesamiento de información agradable sobre la desagradable”. Esta tendencia nos ayuda a alimentar la esperanza y tener una visión más positiva del futuro, lo cual nos permite funcionar mejor en nuestro día a día e incluso «suaviza» nuestras interacciones con otras personas.
Sin embargo, aferrarse a una visión positiva a ultranza puede hacernos caer en un optimismo tóxico. Todo parece indicar que las personas con capacidades cognitivas más desarrolladas son capaces de anular esa respuesta automática a la hora de tomar decisiones importantes.
En cambio, las personas con menor capacidad cognitiva, que no han desarrollado lo suficiente su inteligencia fluida, se aferran más a sesgos positivos que, hasta cierto punto, las llevan a autoengañarse. Ese exceso de optimismo hace que cometan más errores en sus juicios y alimenten expectativas más irreales.
El exceso de optimismo nos empuja a tomar malas decisiones
Los proyectos vitales deben ayudarnos a conseguir nuestros sueños, pero debemos asegurarnos de construir un plan sólido para alcanzarlos. Las creencias demasiado optimistas que no tienen en cuenta la realidad ni nuestras capacidades, pueden conducirnos a tomar malas decisiones y, según dicho estudio, generarán peores resultados de los que obtendríamos alimentando expectativas más realistas.
Las decisiones sobre aspectos económicos que tienen una repercusión importante en nuestra vida, como la elección del empleo, el ahorro o las inversiones, siempre entrañan cierto nivel de riesgo e incertidumbre, por lo que es importante tomarlas analizando la mayor cantidad de variables posible y de manera objetiva.
Si alimentamos expectativas económicas excesivamente optimistas, por ejemplo, podemos aumentar nuestro nivel de consumo a niveles insostenibles, endeudarnos demasiado y/o no ahorrar lo suficiente. También podríamos emprender malos negocios con altas probabilidades de fracasar dejándonos llevar por un optimismo desmesurado e infundado.
En resumen, subestimar lo negativo y acentuar lo positivo no siempre es la mejor estrategia para lograr nuestros objetivos. El concepto de pensamiento positivo está muy arraigado en nuestra cultura, pero sería saludable – y conveniente – revisar cómo lo aplicamos a la hora de tomar decisiones relevantes porque, en algunos casos, podría hacer más daño que bien. Como escribiera Ayn Rand, “podemos evitar la realidad, pero no podemos escapar de las consecuencias de evitar la realidad”.
Referencias Bibliográficas:
Dawson, C. (2023) Looking on the (B)right Side of Life: Cognitive Ability and Miscalibrated Financial Expectations. Personality and Social Psychology Bulletin; 10.1177.
Matlin, M. W. & Stang, D. J. (1978) The Pollyanna Principle: Selectivity in language, memory, and thought. Cambridge, MA, US: Schenkman.
La “sobredosis” de pensamiento positivo afecta tu inteligencia