Las relaciones sociales son como un baile en el que debemos responder a los movimientos de los demás. Si alguien extiende la mano, debemos estar atentos para estrechársela y si niega con la cabeza debemos reestructurar nuestro discurso. Mantenernos atentos a las señales que envía el otro es crucial para que la comunicación llegue a buen puerto.
Al menos esa es la teoría. En la práctica, muchas veces prestamos más atención a lo que estamos pensando que a las palabras de nuestro interlocutor. Muchas veces nos enfocamos más en nuestras expectativas que en lo que en realidad está ocurriendo. De esta manera cada persona termina aislada en su burbuja. El puente del diálogo se corta. La empatía desaparece y surgen los conflictos. Y todo parece indicar que gran parte de la “culpa” la tiene nuestro cerebro predictivo.
Espejismo cerebral: ver a través de nuestras expectativas
Durante mucho tiempo se pensó que nuestro cerebro funcionaba como una máquina dedicada a procesar la información que nos llega a través de los sentidos. Los estudios clásicos de las Neurociencias indican que cuando vemos a alguien realizar una acción, como untar mantequilla en el pan, en nuestro cerebro se activan las áreas motoras destinadas a cumplir la misma acción debido a las neuronas espejo. Eso hizo que los neurocientíficos plantearan una ruta bastante simple del flujo de información: desde nuestros ojos hasta el cerebro. Sin embargo, ahora un grupo de neurocientíficos del Instituto Holandés de Neurociencia ha descubierto que no siempre es así.
En el mundo real, las acciones no se producen de manera aislada, sino que forman parte de secuencias predecibles para lograr un objetivo final. Por ejemplo, si untamos mantequilla en el pan, es probable que después lo comamos. Por consiguiente, nuestra percepción de lo que hacen los demás no depende exclusivamente de lo que vemos, sino también de lo que esperamos que suceda a continuación. O sea, entran en juego nuestras expectativas.
El cerebro predictivo: cuando nuestra perspectiva nos “ciega”
Este equipo de neurocientíficos analizó la actividad cerebral de un grupo de personas mientras veían unos vídeos. Lo interesante de su estudio es que se trataba de pacientes con epilepsia, lo cual les permitió tener resultados más fiables ya que tenían electrodos implantados debajo del cráneo.
Durante el experimento, los participantes vieron un vídeo donde alguien realizaba diferentes acciones cotidianas, como preparar el desayuno y doblar una camisa. La clave consistió en que algunos vieron un vídeo de una rutina matutina normal mientras que otros vieron esas mismas acciones en un orden aleatorio.
Todos vieron exactamente las mismas acciones en las mismas condiciones, pero su orden natural era diferente. Como resultado, la respuesta de su cerebro también lo fue.
Cuando la secuencia era impredecible y desorganizada, se producía un flujo de información “tradicional” que iba desde las regiones visuales – para decodificar lo que el ojo ve – a las regiones parietales y premotoras, que también controlan nuestras acciones.
Sin embargo, cuando observamos las secuencias naturales de los demás, nuestro cerebro ignora en gran medida la información visual y se apoya más en nuestras predicciones sobre lo que debería ocurrir a continuación, basándonos en nuestras experiencias y expectativas.
En este caso, la información fluía desde las regiones premotoras, que saben cómo preparamos el desayuno, hasta la corteza parietal, y se suprimía la actividad en la corteza visual. “Es como si dejaran de ver con sus ojos y empezaran a ver lo que ellos mismos habrían hecho”, explicaron estos investigadores. Simplemente suprime la información sensorial; o sea, los estímulos visuales externos.
En práctica, nuestro cerebro predictivo no “ve” lo que hace el otro, sino lo que hará a continuación. Se adelanta a los acontecimientos y usa nuestro conocimiento para predecir la acción que se producirá a continuación. Esto nos indica que el cerebro no se limita a reaccionar a la información que llega a través de los sentidos, sino que funciona de manera predictiva, pronosticando lo que ocurrirá después.
Por tanto, es como si viésemos el mundo desde adentro hacia afuera, en lugar de desde afuera hacia adentro, como solemos pensar. Obviamente, si lo que vemos a continuación entra en contradicción con lo que esperamos, el cerebro reestructura su predicción y nos volvemos más conscientes de lo que está ocurriendo.
¿Cómo usar bien esa arma de doble filo?
La capacidad de anticiparnos a lo que ocurrirá es importante. De hecho, es lo que nos permite planificar con vistas al futuro, trazar proyectos y adelantarnos a los problemas. La posibilidad de que nuestro cerebro vaya un paso por delante de la realidad nos permite detectar posibles amenazas y evitar peligros. También nos ayuda a anticiparnos a las necesidades de los demás para, por ejemplo, ayudar a una anciana a cruzar la calle.
Sin embargo, esa capacidad anticipatoria puede convertirse en un arma de doble filo si no sabemos usarla adecuadamente. Prestar demasiada atención a nuestras expectativas, tener ideas preconcebidas y ensimismarnos demasiado en nuestros pensamientos puede hacer que perdamos el contacto con la realidad. Al dejar de tomar nota de lo que ocurre a nuestro alrededor, perdemos el vínculo con los demás y comenzamos a actuar de manera desadaptativa, lo cual se convertirá inevitablemente en una fuente de problemas y conflictos.
Por tanto, es importante que seamos conscientes de esa tendencia de nuestro cerebro predictivo, sobre todo en las relaciones interpersonales. Debemos preguntarnos si estamos dando por sentadas demasiadas cosas o si reaccionamos más a lo que esperamos que ocurra, que a lo que realmente está ocurriendo. Estar plenamente presentes implica recalibrar continuamente nuestras expectativas de la situación para poder conectar desde un nivel más profundo que realmente nos permita ver al otro, a través de sus ojos, no de los nuestros.
Referencia Bibliográfica:
Qin, C. et. Al. (2023) Predictability alters information flow during action observation in human electrocorticographic activity. Cell Reports; 42 (11): 113432.
Nuestro cerebro no ve lo que ocurre, sino lo que esperamos que ocurra, según los neurocientíficos