Todo es conciencia

Por Manuel López Casquete
Todo es consciencia

Todo es consciencia; consciencia es todo lo que hay (1). Así se expresaba Ramesh Balsekar, discípulo de Nisargadatta. Pero de todo el Universo conocido, hay algo que diferencia al ser humano y lo convierte en singular: su capacidad de autoconsciencia. A pesar de que somos consciencia, nos identificamos en tal medida con nuestra individualidad concreta, con nuestro cuerpo-mente, que hacemos opaca nuestra comprensión de lo que somos.

En cambio, cuando nuestro cuerpo-mente entra en reposo y nos vamos adiestrando en el arte de permanecer conscientes, esto es, en el arte de permanecer silenciosos, recibiéndonos de nuestra propia alma, de lo más íntimo y profundo de nuestro ser, esto nos conecta con nuestra esencia, con nuestra condición de Consciencia que se expresa. Porque cuando todo entra en reposo, lo que queda es pura consciencia. En otros términos, lo que queda es la presencia de Dios que nos habita y de la cual somos vehículo, cauce y expresión.

Por ese motivo, el cultivo de la espiritualidad es básicamente volvernos más y más conscientes, más y más atención, más y más silencio, más y más transparencia de esa Presencia. Tal vez esto sea la expresión por antonomasia de la espiritualidad y de la actitud orante en el ser humano. Con toda razón decía Simone Weil:

En su grado más alto, la atención es lo mismo que la oración. Presupone la fe y el amor. La atención absolutamente pura y sin mezcla es oración. (2)

Atención, silencio y consciencia son términos diferentes pero muy cercanos. Estamos dispersos y distraídos cuando nos identificamos con nuestros pensamientos. En cambio, cuando nos situamos en la profundidad de la consciencia, podemos observar los pensamientos, que se suceden como olas del mar, pero no nos vemos atrapados en ellos ni arrastrados por su caudal incesante. Ser más conscientes es ser más libres, en la medida en que no nos dejamos dominar por el contenido de nuestros pensamientos y emociones. Más allá de todos ellos está la consciencia, imperturbable, inquebrantable, pura presencia infinita de sacralidad manifestada en nuestra existencia, igual que se manifiesta en toda realidad del cosmos con la que nos hermana el mismo manantial.

Por eso podríamos decir que toda la vida espiritual se contiene en devenir pura atención, pura consciencia. Cuando estamos en presencia, cuando estamos atentos, cuando la consciencia es nuestra morada, toda la realidad se nos ofrece como un gigantesco don que puede ser acogido en un corazón que se ensancha y se engrandece hasta contener el Universo entero, hasta devenir él mismo Universo. Solo atención, solo silencio, solo consciencia hasta volverse acogida, copa vacía en la que la inmensidad de Dios se vierte a cada instante, experiencia pura y limpia de la vida que fluye, que se manifiesta y se nos regala continuamente, que renueva nuestra existencia, la purifica y la transforma en plenitud al paso majestuoso de las galaxias y las estrellas.

Todo es manifestación de gracia, de don que sobreabunda y se derrama por todos los rincones del cosmos, que se ofrece como manifestación diversa y singular de una misma Consciencia que nos abraza en un gesto de acogida, de reconocimiento en la eternidad infinita de su ser. Que se vuelve plenitud en la aventura humana, que se vuelve abrazo hacia la dicha de sabernos vivos, de sabernos seres dotados con el don incomparable de devenir consciencia de eternidad. Esto solo ya justifica la vida humana. Hacia esos horizontes de desarrollo y plenitud podemos caminar.

Por eso podemos decir que en el corazón humano se da la paradoja de que un ser pequeño y frágil acoja el verterse de la Totalidad, sin distinción ni división. El mismo verterse que se recibe en todo el Universo se recibe también en nosotros, en las entrañas mismas de nuestra propia humanidad. Despertar a la Consciencia es abrazar nuestra inmarchitable condición de hijos de lo Eterno, de manifestación sublime, única, irrepetible y muy amada del propio Dios que se vierte a cada instante, que se dice a cada instante en el vértigo cotidiano de la vida, en la interminable danza de los astros y del universo, en las criaturas, en el viento y en el cielo estrellado:

Tú, misterio divino, que mi gente llama Padre, tú eres en verdad el origen directo, aquel que genera lo que yo soy, Tú eres la fuente de la que desciendo. Yo siento que la Vida (tuya) pasa a través de mí, que mi vida no viene de mí mismo, sino de una fuente que no solo me da la vida en general, sino también las palabras, las ideas, la inspiración y todo lo que soy. (3)

Notas:

  1. Balsekar R. citado en Martínez, A. (2019). La aventura de la consciencia. Murcia: Cauac. Tomo Il, pág. 111.
  2. Weil, S. (2001). La gravedad y la gracia. Madrid: Trotta, pág. 153.
  3. Ibíd., pág. 154.

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