La conciencia es el superpoder que la evolución nos concedió para convertirnos en humanos. Es el escalón intelectual por encima del resto de animales, la potestad autootorgada para querer dominarlos a todos, incluso a los de nuestra propia especie, por paradójico que parezca. Pero conciencia no es «solamente» el estado mental de la experiencia subjetiva, sino la posibilidad de reflexionar sobre ella mediante pensamiento y emoción. O sea, no es el «soy», sino el “«¿soy?». A partir de aquí, el poder de la conciencia es imparable, pues consigue construir todo lo que percibimos a nuestro alrededor, que egocéntricamente se etiqueta como realidad.
La idea de conciencia es la que permitió a los dualistas clásicos fantasear con una sustancia distinta al cuerpo físico, es decir, la mente, una dimensión abstracta donde reside la percepción de la «realidad». Dicho de otro modo, la forma en que el humano piensa, siente, toma decisiones, se comunica, se relaciona… Todo ello es un reflejo de cómo la mente interpreta las señales del exterior y del propio cuerpo. Y no solo construye la realidad individual, sino también la colectiva: la cultura, los valores, las lenguas… Nada de eso existe sin que haya mentes humanas modificando un mundo físico y simbólico bajo las directrices del cerebro. La mente significa todo para nosotros, y no significa nada para lo que no es nosotros.
Si la mente lo es todo, ¿no es lógico querer cultivarla? No por sentirse en deuda con ella, sino porque su comprensión amplía la perspectiva racional y fomenta el crecimiento personal, entendiendo «crecimiento» como el saber qué le conviene a uno y qué no para sentirse en paz. Así pues, el autoconocimiento permite aceptar las fortalezas y debilidades de uno, algo imprescindible para construir un «yo» del que sentirse orgulloso. Ahora bien, el término autoconocimiento no alude a la realización de pseudoterapias espirituales como apuntan algunos panfletos en la red, sino a la apreciación científica de la mente como sistema biológico (a cargo del cerebro) y cognitivo (a cargo de la abstracción de los pensamientos): ¿por qué olvido fácilmente aquello que en principio me importa? ¿Por qué me cuesta tanto superar los desengaños amorosos? ¿Por qué comparo tanto mis logros con los de los demás?
La aceptación de uno mismo es clave para construir una autoimagen positiva y llegar a la madurez sin patologías psicológicas
Al final, la aceptación de uno mismo es clave para construir una autoimagen positiva y llegar a la madurez sin patologías psicológicas. Por otro lado, el análisis de nuestras reacciones emocionales frente, por ejemplo, al estrés, es crucial para gestionarlo de manera efectiva. De este modo, la identificación de sus desencadenantes capacita al ser humano para implementar estrategias adecuadas en el momento adecuado.
Entender la mente también es entender nuestras motivaciones, valores y metas vitales, algo que facilita en gran medida la toma de decisiones alineadas con la propia identidad. En consecuencia, se consigue evitar decisiones basadas en expectativas externas. ¿Hay algo más satisfactorio que ser coherente con uno mismo? La autoconciencia, además, contribuye al desarrollo de empatía (hacia los demás y hacia nosotros mismos), mejorando la calidad de las relaciones interpersonales. Al mismo tiempo, facilita la comunicación efectiva y la resolución de conflictos, –de nuevo– con nosotros mismos y con nuestros cercanos.
Dicho lo cual, ¿es posible entender la mente mediante algo más allá del estudio teórico de psicología y neurociencia? Naturalmente. Por ejemplo, la reflexión individual mediante la escritura puede ayudar a identificar patrones de pensamiento y comportamiento. Preguntas introspectivas, como «¿qué me motiva?» o «¿cuáles son mis principios inquebrantables?», pueden guiar este proceso. Cuando se escribe, el pensamiento se convierte en una historia que no se puede abandonar o cambiar por otra rápidamente, como pasa en nuestra cabeza, y forzar una historia supone profundizar un pensamiento.
Entender la mente facilita en gran medida la toma de decisiones alineadas con la propia identidad
Otra forma de aprendizaje reside en la retroalimentación de personas de confianza, o sea, hablar largo y tendido con amigos, ya que ofrece perspectivas externas muy valiosas sobre cómo funciona la percepción de nuestra realidad, y cómo se diferencia a la percepción del resto. Esta práctica está relacionada con la inteligencia emocional, y es que la sencilla –aunque más complicada de lo que parece– práctica de verbalizar nuestras emociones y saber con quién compartirlas contribuye a la construcción de no solo relaciones más sólidas, sino de un «yo» cognitivamente más ordenado.
En conclusión, el viaje al centro de uno mismo es fundamental para fomentar el crecimiento personal a través del estudio empírico del «yo». Entender nuestra mente conlleva tanto satisfacción de curiosidad como desarrollo de conciencia, algo que debería mantenernos en ese escalón intelectual superior y, por tanto, tener una percepción más matizada de una presunta realidad.