¿Qué tiene que ver el amor con esto?

«¿Crees que la tierra también te ama?»

Fue la pregunta que lanzó Robin Wall Kimmerer a sus alumnos. Ella es botánica norteamericana, de la nación potawatomi, y escribe en su libro «Una trenza de hierba sagrada» que se le ocurrió hacer esa pregunta cuando en un taller de escritura, todos manifestaban y profesaban su amor por la Tierra.

¡Ah, sí! La Tierra Madre, la Madre Tierra…

¿Y la tierra? ¿Te ama a ti?

A simple vista, no parece una pregunta propia de una persona seria versada en la ciencia, como lo es esta bióloga. Pero la pregunta no deja de ser esta:

“¿La Tierra te cuida y te nutre? ¿Te mantiene saludable y fomenta tu crecimiento?

Porque si hay una manera de definir el amor, no el amor romántico ni cursi, sino del que emana vulnerabilidad, es eso: nutrir, hacerte cargo de algo o alguien y fomentar su autonomía. Cuidar la tierra es saber que ella también te cuida a ti. Que la tierra no es unicamente el objeto del amor, la «cautiva» de un amor, no es una madre abnegada. Tiene poder.

No se trata de domar a la tierra «salvaje», ni dominarla ni clasificarla, sino de cuidar y persuadir a la tierra «cultivada» para aumentar las probabilidades de obtener un resultado favorable, como si de ella dependiera nuestra vida.

Y de hecho, así es.

Pero hemos pasado ya a expoliar combustibles fósiles de sus entrañas, y lo llamamos producción.

Y los periódicos dicen que hemos perdido la «biofilia», el amor innato a la
Naturaleza. Que sufrimos de «ecoansiedad» porque sufrimos la «soledad de especie» o esa desconexión respecto de otras especies, tanto animal como vegetal. La desconexión, una palabra que ahora tiene más que ver con lo digital que con el vínculo con otros humanos o con otras especies.

Dicen que el lenguaje es la espuma del pensamiento. «Aroha» es una antigua palabra maorí. Según el diccionario, significa amor, bondad, respeto, empatía. Pero si la desgranamos, veremos que «aro» significa pensamiento, principio de vida, poner atención, encarar. «Oha» es generosidad, prosperidad, abundancia, riqueza.
Y así, damos con la que creo que es la clave para encarar esta desconexión: poner atención. «Diquela y dicarás» te dice la comunidad gitana: presta atención y verás.

La novelista nigeriana Chimamanda Ngozi Adichie explicó en un potente discurso en un evento humanitario que en su idioma Igbo, la palabra amor es «ifunanya» y su traducción literal es ver («ifu», ver; «na», en; «anya», «ojos»). En igbo, para decir «te amo», dicen «afurum gi n’anya», que se traduce como «te tengo en mis ojos».

Albert Einstein aseguraba que el universo de cada uno se resume en el tamaño de su saber.

Solo se ama lo que se conoce. Y para conocer, hay que tener capacidad de observar y analizar y no legitimar y dar como válido aquello que sentimos como algo positivo por sí mismo. Los sentimientos también tienen que ser analizados y criticados. No podría haber razón sin afectividad, y lo contrario tampoco es cierto.
Se debe construir una relación más fuerte o salvar la distancia entre nuestro mundo y nosotros, y una mayor nivel de conciencia de nuestro mundo mediante
atenta observación y experimentación.

En el pueblo originario norteamericano lakota, hay una palabra que significa conocimiento y conciencia: wíyukčaŋ. Esta palabra tiene dentro las palabras sol, «wí», y árbol, «čaŋ».

«Nuestros ancianos dicen que las ceremonias sirven para que nos acordemos de recordar», escribe también Robin Wall Kimmerer. Y gracias al escritor uruguayo Eduardo Galeno, se que la palabra «recordar» viene del latín «re-cordis» que significaba algo así como volver a pasar por el corazón. Pero en estas ceremonias de los pueblos originarios, no solo recuerdan, también dan las gracias. Y gratitud no deja de ser reconocer el poder de la tierra, y la suficiencia. «Gracias» es la palabra mágica que nos apresuramos a inculcar a los niños. «Ya tengo todo lo que necesito, gracias.»

«Ciertos idiomas nativos tienen un término para referirse a las plantas en general que puede traducirse como: aquellas que cuidan de nosotros», escribe Wall Kimmerer.

Siguiendo la espuma del pensamiento, que es el lenguaje, viajamos al continente africano. Porque allí, muchas son las lenguas que recuerdan el poder medicinal de las plantas. En el idioma de los Luo, «yath» significa tanto árbol, planta, y medicina. Los Luo abarcan Sudán del Sur, Etiopía (Anuak), el norte de Uganda, la zona este del Congo (RDC), el oeste de Kenia y el extremo norte de Tanzania.

En el idioma khwedam del Noreste de Namibia, «yii» significa árbol, madera y planta medicinal.

En bemba, del norte de Zambia, «imiti» significa árboles en plural, y también medicinas.

La naturaleza se sustenta en un delicado equilibrio. Un ecosistema usa la energía
para crecer, pero se detiene e incrementa la complejidad y estabilidad. El mejor ejemplo es un árbol. En árboles de ritmo lento, como en los tejos, secuoyas o enebros, con el paso de los años, el centro de la madera se oscurece. El interior de la madera y de las ramas pasa a crear una especie de hormigón, para dar estabilidad y resistencia. Como si de una viga en construcción se tratase. Con esta regresión, aguantan centenares de años y decenas de metros de altura, seres grandes y longevos.
Así funciona cualquier ecosistema, incluido tu cuerpo. Crecimiento, y luego equilibrio y complejidad, resistencia. En nuestro sistema económico socio-cultural (las lógicas del capital) no se deja de crecer.

«El ser humano es la naturaleza que toma conciencia de sí mismo» escribió el
geógrafo Élisée Reclus. ¿Qué fue antes, el huevo o la gallina? El huevo fue, y la gallina, dinosaurio aviar. Los dinosaurios, aquellos que tuvieron tanto éxito en nuestro planeta: 135 millones de años.

Pero la pregunta sustancial era: ¿Olvidamos que la Tierra nos ama, u olvidamos que nosotros nos amamos como naturaleza que somos? Kimmerer tiene razón: no hay nada más transformador que el recuerdo de este amor recíproco, sin dominación, sin romanticismo. Pero si vamos a entendernos a nosotras mismas para ser indivisibles de la naturaleza, entonces enamorarnos de ella de nuevo requerirá que nos amemos de nuevo. El verdadero amor no es una calle de un solo sentido, es un espejo que contiene nuestro reflejo, un recordatorio de lo que somos.

https://unaantropologaenlaluna.blogspot.com/2024/01/que-tiene-que-ver-el-amor-con-esto.html

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