¿Alguna vez has conocido a alguien que se considera mejor que los demás? Hablamos de esas personas que, ante un fracaso laboral o personal, siempre encuentran la manera de darle la vuelta a la tortilla y colocarse como mártires, fijando el objetivo en la persona que les ha «arrebatado» su logro para tratar de humillarle o hacerle de menos.
La culpa nunca es suya, sino de la persona que ha conseguido lo que ellos querían. A veces dicen que es porque alguien ha favorecido a la otra persona, otras que es puro azar, otras que hay una confabulación que perpetra esa clase de injusticias de las que ellos siempre son víctimas. La simple concatenación de circunstancias o la admisión de que, simplemente, la otra persona tiene mejores cualidades objetivas para conseguir su meta, es una opción que nunca se les pasa por la cabeza. Además, la obsesión con que son mejores que los demás acaba llevándolos al aislamiento social, ya que se les acaba percibiendo como arrogantes y malas personas. Si esta descripción se ajusta a alguien en particular, lo más seguro es que esa persona padezca de complejo de superioridad.
Pero, ¿qué es el complejo de superioridad? El primero en acuñar el término fue el psicoterapeuta y médico austriaco Alfred Adler. Discípulo de Sigmund Freud, al cabo del tiempo se distanció de él al inclinarse por un análisis psicológico basado en las circunstancias individuales, creando una corriente de los estudios de la mente conocida como «psicología individual». Para Adler, la personalidad del individuo se define a partir de una serie de condicionantes que, al ser desarrollados de una u otra manera, acaban desembocando en diferentes pautas de comportamiento. Uno de esos condicionantes es el desarrollo de un sentimiento de inferioridad durante la infancia que no desaparece con la adultez. Situaciones como la eterna comparación entre hermanos o el bullying escolar son algunos de los causantes de este sentimiento que, si bien puede ser normal durante la infancia, se convierte en un problema durante la madurez, dando lugar a problemas psicológicos como la depresión, la neurosis, el complejo de Napoleón o el complejo de superioridad.
Este complejo se caracteriza por el victimismo, la comparación y la sobrecompensación
El complejo de superioridad es una suerte de reverso tenebroso del de inferioridad: el individuo comienza a autopercibirse como superior al resto en un intento por compensar sus inseguridades. Esta autopercepción se traduce en patrones de comportamiento que acaban por condicionar todas sus relaciones sociales: al tenerse a sí mismos y a sus cualidades en una estima exageradamente alta, formula unas expectativas inalcanzables que acaban por generar frustración, además de odio irracional hacia quienes sí consiguen sus metas.
El victimismo es una de las principales características de esta patología, y a menudo nos encontraremos con que las personas con complejo de superioridad buscarán excusas rocambolescas antes que admitir que han cometido un error. Los cambios de humor cuando alguien les lleva la contraria son habituales, así como la negativa a escuchar una opinión que no concuerde con la suya. La necesidad extrema de llamar la atención es también frecuente en esta clase de personas, cuyo ego les ha sobrepasado hasta el punto de que siempre tienen que demostrar ser más que el resto. Adler afirmaba que, en el intento de compensar sus inseguridades, estas personas acaban por perder el contacto con la realidad y por tanto la empatía: el comentario más inocente puede ser interpretado como hiriente, por lo que cualquiera es su enemigo hasta que se demuestre lo contrario.
Paradójicamente, todas estas conductas no hacen sino empeorar la que es una de las principales causas del sentimiento de inferioridad: la falta de integración y de sensación de comunidad. Adler, al formular el complejo de inferioridad, consideró que la ausencia de una red de cuidados alrededor del individuo resultaba clave en el desarrollo de estas inseguridades patológicas, lo que conduce a tendencias de exageración y sobrecompensación como las que corresponden al complejo de superioridad.
En una sociedad en la que cada vez se fomenta más la individualización y la competitividad y donde los beneficios de la colectividad cada vez están más en detrimento, es fundamental que la percepción que tenemos de nosotros mismos con respecto a los demás no caiga en la vorágine de victimización que se relaciona con el complejo de superioridad. Aunque hay motivaciones para esta clase de patologías que van mucho más allá de la autopercepción, es importante ser conscientes de nuestros errores y reconocer conductas que pueden hacer daño a los demás y, sobre todo, a nosotros mismos.