Cosmología cuántica y conciencia: ¿vivimos en un universo que se autoobserva?

La intersección entre la cosmología cuántica y la naturaleza de la conciencia es uno de los temas más fascinantes. Uno de los físicos que se ha atrevido a explorar cómo nuestra comprensión del universo -y sus fundamentos más básicos- están intrínsecamente ligados a nuestra percepción y conciencia es Andréi Linde. Linde es profesor en la Universidad de Stanford, reconocido mundialmente por sus significativas contribuciones a la teoría cosmológica, especialmente en el campo de la inflación cósmica.

En un artículo para el sitio Science and Non Duality, Linde enfatiza que todos conocimiento, y toda descripción del universo debe empezar con la conciencia pues es lo que hace posible todo lo demás:

Recordemos que nuestro conocimiento del mundo no comienza con la materia, sino con las percepciones. Sé con certeza que mi dolor existe, mi ‘verde’ existe, y mi ‘dulce’ existe. No necesito ninguna prueba de su existencia, porque estos eventos son parte de mí; todo lo demás es teoría. Más tarde descubrimos que nuestras percepciones obedecen a algunas leyes, que pueden formularse más convenientemente si asumimos que hay una realidad subyacente más allá de nuestras percepciones.

Este pasaje subraya el punto de partida de Linde: la realidad, tal como la conocemos, está filtrada a través de nuestra experiencia sensorial directa y nuestra interpretación de esta.

Linde explica cómo la mecánica cuántica, aplicada al cosmos, nos obliga a reconsiderar la noción tradicional de tiempo y evolución. Según la ecuación de Wheeler-DeWitt, la función de onda del universo, en esencia, no depende del tiempo. Esto plantea un desafío al intentar describir la evolución del universo a través de su función de onda, ya que, bajo este marco, el universo es tanto inmortal como estático.

La resolución a este dilema, según Linde, radica en el papel del observador. En sus palabras, «la noción de evolución no es aplicable al universo en su conjunto ya que no existe un observador externo con respecto al universo, y tampoco existe un reloj externo que no pertenezca al universo». Este enfoque destaca la importancia crítica del observador en la cosmología cuántica, donde sin un observador, nos enfrentamos a un universo «muerto», que no evoluciona en el tiempo. La sangre de la vida del universo es la observación, en otra palabras la conciencia.

Linde profundiza aún más en la complejidad de la situación al introducir la idea de un «universo autoobservante», sugiriendo que la conciencia puede tener grados de libertad intrínsecos, esenciales para una descripción completa del cosmos. Plantea preguntas provocativas sobre si es posible entender plenamente el universo sin primero comprender qué es la vida.

Linde no solo desafía nuestras nociones preconcebidas sobre el universo y la realidad material, sino que también sugiere que la exploración de la conciencia podría ser fundamental para el avance de la cosmología. La interdependencia entre el observador y el cosmos subraya una visión del mundo en la que la materia, el espacio-tiempo y la conciencia están profundamente entrelazados, abriendo nuevos caminos para la reflexión filosófica y científica sobre la naturaleza de nuestra existencia.

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