Vivimos en una era de ansiedad sin precedentes. El futuro encierra demasiadas preguntas y pocas respuestas, por lo que a menudo podemos sentirnos como si estuviéramos en una montaña rusa que, al llegar a una cima peligrosamente alta, se divide en demasiadas posibilidades inciertas.
Durante solo una década, los trastornos de ansiedad se duplicaron entre los jóvenes de Estados Unidos, afectando a un 14,66% en 2018. Tras la pandemia, los datos sobre la ansiedad no han hecho sino empeorar en todo el mundo. Un estudio publicado en The Lancet estimó que se produjeron 76,2 millones de casos adicionales, lo que supone un aumento del 25,6%.
¿Qué nos está pasando?
La fuerza gravitacional de las preocupaciones
¿Sobreviviremos al cambio climático? ¿Qué vamos a hacer cuando los robots nos «roben» nuestros trabajos? ¿Se desencadenará la III Guerra Mundial? ¿Adonde irá a parar la economía? ¿Y nuestra salud? ¿Qué haremos cuando seamos mayores? ¿Qué futuro aguarda a nuestros hijos?
Muchas preguntas irrumpen desde la incertidumbre del futuro proyectando su larga sombra sobre el presente. Y esa es precisamente la raíz de la ansiedad moderna.
El filósofo Alan Watts escribió en “La sabiduría de la inseguridad” que el origen de la frustración actual y la ansiedad diaria es nuestra tendencia a vivir para el futuro. “Si para disfrutar de un presente agradable, debemos tener la seguridad de un futuro feliz, estamos ‘pidiendo la luna’. Carecemos de esa seguridad. Las mejores predicciones se basan más en una probabilidad que en una certeza, y hasta donde sabemos, cada uno de nosotros vamos a sufrir y morir”.
Nuestra insistencia en la seguridad en un mundo imprevisible e incierto que está cambiando constantemente nos genera una ansiedad existencial. Seguimos buscando un futuro mejor, un futuro en el que podamos sentirnos más seguros. Pero ese futuro es solo una abstracción. No existe. Y cuanto más rápido gire el mundo, menos certezas traerá y más ansiedad nos provocará.
¿Cómo nos deshacemos de esa obsesión por el futuro?
Watts dice que debemos vivir plenamente el presente. Pero claro, es más fácil decirlo que hacerlo. Por mucho que intentemos forzar a nuestra mente a estar en el aquí y ahora, las preocupaciones del futuro ejercen una poderosa influencia, haciendo que gravitemos a su alrededor.
La clave consiste en comprender – intelectual y emocionalmente – la contradicción que encierra el deseo de querer estar perfectamente seguros en un universo cuya naturaleza misma es cambiante y fluida. “Si quiero estar seguro, es decir, protegido del flujo de la vida, quiero estar separado de la vida. Sin embargo, es esta misma sensación de separación la que me hace sentir inseguro”, escribió Watts.
En realidad, el deseo de seguridad significa aislarnos de la propia vida, amurallarnos detrás de un castillo en el que vemos el mundo pasar, pero no formamos parte de él. Y es precisamente ese aislamiento, una característica distintiva de las sociedades modernas, lo que más nos asusta porque no contamos con las redes de protección necesarias, de manera que sentimos que nos lanzamos al aire sin paracaídas.
De esa manera, la búsqueda de seguridad se convierte en una pescadilla que se muerde la cola. Cuanta más seguridad logremos conseguir, más seguridad necesitaremos para sentirnos tranquilos porque más solos nos sentiremos.
Lo que nos genera inseguridad no es tanto el cambio en sí mismo, sino la ausencia de esa red de apoyo que nos sostenga y la falta de confianza en nuestros recursos para gestionar lo que venga. El aislamiento del mundo nos desconecta del flujo de los acontecimientos, que percibimos como ajenos, lo cual hace que parezcan aún más amenazantes.
“El ‘Yo’ aislado se siente angustiosamente inseguro y es presa del pánico pues el mundo real le parece una flagrante contradicción con su ser”, explicaba Watts.
Curiosamente, el secreto para eliminar la ansiedad de raíz consiste precisamente en sintonizarse con ese universo que tantos miedos y preocupaciones nos genera. Watts estaba convencido de que “la única manera de hacer que el cambio tenga sentido consiste en sumergirse en él, moverse con él, participar en el baile”.
Cuando uno se zambulle en la vida, comienza a fluir con ella. Se vuelve más sensible a los pequeños cambios en el entorno y aprende a anticiparse a ellos o actuar en consecuencia. Watts nos recuerda que “la vida es enteramente momentánea, no hay permanencia ni seguridad, y no existe un ‘yo’ que pueda ser protegido”.
La serenidad y la plenitud residen precisamente en bajar las barreras y abrirnos al cambio para fundirnos con la experiencia presente, con la confianza de que pase lo que pase, seremos capaces de lidiar con ello. Quizá eso no cambie el mundo, pero al menos cambiará nuestra manera de estar en él y de responder a lo que sucede. Quizá no cambie el mundo, pero sin duda nos dará la serenidad y seguridad necesaria para lidiar con lo que ocurra. Y eso es suficiente.
Goodwin, R. D. et. Al. (2020) Trends in anxiety among adults in the United States, 2008–2018: Rapid increases among young adults. J Psychiatr Res; 130: 441–446.
Watts, A. (1994) La sabiduría de la inseguridad. Barcelona: Kairós.