Una melodía que acumula los registros de sus repeticiones, la línea de una canción o una frase con una solvencia única. No es necesario decir que esto es gratificante. Sencillamente lo es, pero no queda claro si “evoca” o “provoca”. En un caso así, el orden de los factores sí alteraría si hay un producto, o si nos retrotraernos hacia un sitio incierto, incapaz de cambiar si ya existía antes de que cambiáramos. La música provoca respuestas cualitativamente diferentes, pero no nuevas; cualitativamente novedosas, pero no diferentes. La tristeza y la alegría son reconocidas por desconcertar. La meditación no puede ser evocada o producida.
Hay una frase probablemente de muchos autores desaparecidos y repetida ligeramente diferente por cualquier persona al menos una vez en su vida: la música tiene el poder de tocar las fibras del corazón. ¿Por qué? Esto es una respuesta y no una pregunta. Toca a quien podría preguntar, pero siempre han estado fuera de toda duda los efectos y las causas de la música. Incluso en los cerebros y en el mundo de los animales puede que esto sea así. El orden y el lugar son lo que sería difícil de plantear, aunque todo músico es musicalizado y hace música.
¿ La música tiene poder ?
Las lágrimas que caen de los ojos o sobre la mirada del oyente muchas veces coinciden con descripciones clínicas del tipo: tengo “escalofríos” u “hormigueos”. ¿Tengo o más bien “siento” un terror? Me espanta desaparecer. No puedo apropiarme de la música que confundo con mis reacciones. Necesito decir que son “mías”, porque sentir aterra y, más que mostrarme que todo es indiviso, hace imposible cualquier representación o “la muestra” de que hay música en mí mismo. Pero resulta extraño que el terror de la música, “todo va a pasar”, implique una amenaza por venir y un pasado presente donde “todo ya ha pasado”. Todo “me” va a pasar y todo “pasará”, todo recibió y da alivio. La calma adquiere el privilegio de ser la calidad de las situaciones y reconvierte a un sujeto profundamente extenuado en energía.
Esto tiene una respuesta fisiológica: escuchar música activa el sistema nervioso parasimpático y las regiones del cerebro identificadas con lo que llamamos “recompensa”. Pero también puede provocar trastornos psicosomáticos. Por ejemplo, El “síndrome de Stendhal” o “síndrome de Florencia” causa taquicardia, mareos, sudoración, desorientación, desmayos, confusión o lágrimas cuando alguien se adentra o sale de una belleza poco común o escucha una pieza musical con la que conecta desde emociones de nivel de intensidad advertido confusamente. Este síndrome se denomina, o con el alias del escritor realista Henri Beyle, o con el nombre de la ciudad donde recibió o abandonó una experiencia de calma aterradora. Autor de algunas de las mejores novelas de la literatura francesa como Rojo y negro y La cartuja de Parma, Stendhal anotó estas reacciones durante su viaje florentino:
Estaba en una especie de éxtasis, ante la idea de estar en Florencia, cerca de los grandes hombres cuyas tumbas había visto. Absorto en la contemplación de la belleza sublime… llegué al punto en que uno encuentra sensaciones celestiales… todo hablaba tan vívidamente a mi alma…
Al salir del pórtico de Santa Croce, me asaltó una feroz palpitación del corazón (el mismo síntoma que, en Berlín, se denomina ataque de nervios). El manantial de la vida se secó dentro de mí, y caminaba con el temor constante de caer al suelo.
Esta es la descripción de una respuesta fisiológica, pero también de toda una fisonomía a la que responde lo que nos emociona. Si los seres vivos se adaptan a su ambiente, es posible que esto sea también que el ambiente se adapta para ser esos seres vivientes. ¿Pero cómo algo puede evolucionar para ser como algo que todavía no existe? La pura recepción necesita de la música para musicalizarse. Las lágrimas necesitan de la tristeza para ser lágrimas por una pena. Algo musical como un ambiente también necesita ser musicalizado. ¿Quién da a quién? La respuesta solo tiene el sentido de lo prometido. O como dijo Stendhal:
La belleza no es otra cosa que la promesa de felicidad.
Buscamos la recompensa, esto es orgánico, pero, ¿cuál es ese organismo? Para saberlo, preguntamos con la música también: ¿qué recompensa es esa en nuestra búsqueda? O como dije antes, más que preguntar, respondemos con la música, donde no tenemos ninguna premeditación tal y como la música no la tiene. En palabras de Nietzsche:
Primero hay que aprender a oír una figura y una melodía, a detectarlas y distinguirlas, a aislarlas y delimitarlas como una vida separada. Luego se requiere cierto esfuerzo y buena voluntad para tolerarlo a pesar de su extrañeza, para ser pacientes con su apariencia y expresión, y bondadosos con su rareza: finalmente llega un momento en que nos acostumbramos a ello, en que lo esperamos. Cuando sentimos que deberíamos extrañarlo si faltara: ahora continúa obligándonos y encantándonos implacablemente hasta que nos convertimos en sus amantes humildes y embelesados que no desean nada mejor del mundo que él y sólo él, lo que nos pasa no sólo en la música: así hemos aprendido a amar todas las cosas que ahora amamos. Al final, siempre somos recompensados por nuestra buena voluntad, nuestra paciencia, imparcialidad y gentileza con lo extraño. Poco a poco se va quitando el velo y se revela como una belleza nueva e indescriptible: es su agradecimiento por nuestra hospitalidad. Incluso aquellos que se aman a sí mismos lo habrán aprendido de esta manera: porque no hay otra manera.
Las lágrimas fluyen espontáneamente en respuesta a una liberación de tensión. Ciertas piezas musicales regresan eventos, nos trasportan hacia experiencias o trasladan personas pasadas a una forma perdida en el oyente psíquico. Las emociones y los recuerdos desencadenados buscan responder sin comprensión a una necesidad de que algo como “la pureza” quede claro, lo que es grande, bello, sagrado o incluso malo. Dan una oportunidad finita a lo infinito para que sea puro, visible, oído, viviente e imposible. Pero nada es puro, se confunde con reacciones que parecen divisas y divisoras. Una liberación de tensión fluye en respuesta a las lágrimas, tal vez al oírse una interpretación particularmente fascinante. Nunca la mejor ni la peor, por más que nos esforcemos en resumir lo definitivo. Si esto es real, nunca lo sabremos. Sufrimos por la recompensa. Algo como el síndrome de Stendhal refiere a un afecto y a causas profundas, aunque clínicamente sigue abierto el debate sobre su existencia. Este trastorno también es el de la “hipercultura”, es decir, el de lo hecho que nos domina de tal modo para ser lo no hecho, para que no quede nada más por crear como artistas.
Comparto a mis lectores tres de las piezas musicales que más que fascinan y también unas palabras de Kaworo Nagisa del anime Neon Genesis Evangelion:
Las canciones son buenas. Cantar nos trae alegría. Es el punto más alto de la cultura que los Lilims (los seres humanos que se sienten solos en este mundo) han creado.