Cada herida infligida durante su flagelación y crucifixión quedaron impresas en el lienzo que envolvió el cuerpo de Jesús
Magdalena del Amo.- Este trabajo publicado en 2014 vuelve a la vida en esta Semana Santa de 2024, enmarcada en un mundo distópico, donde la corrupción de Estado, la manipulación y la mentira política y científica están aún más presentes que cuando Jesús de Nazaret fue calumniado, condenado y crucificado por el Poder corrupto de Roma y la Palestina del siglo I.
Aquel 13 de octubre de 1988 fue triste para la cristiandad, y eso hay que reconocerlo. El cardenal Anastasio Ballestrero, en rueda de prensa, daba a conocer al mundo que los resultados científicos determinaban que el Lienzo de Turín había que situarlo varios siglos después del siglo I, en concreto, entre el XIII y el XIV. Esto demostraba que no era el sudario que había envuelto el cuerpo de Jesús. La Iglesia aceptó el dictamen basándose en el “estado actual de nuestros conocimientos científicos y técnicos”. Declaró que no era una falsificación, pues en el caso de que hubiese un autor, este no habría pretendido el engaño, sino la veneración de Cristo.
Sin embargo, la posibilidad de que alguien, con una técnica sofisticada desconocida, fuese capaz de impresionar la imagen tridimensional de la Sábana Santa está totalmente descartada. Vayamos por partes y hagamos un breve histórico sobre la gestación de este estudio:
En 1960, el norteamericano William Frank Libby recibe el premio Nobel de Química por el descubrimiento de un método de medición de la antigüedad del radiocarbono-14, mediante el cálculo de la velocidad de desintegración dentro del llamado “periodo de desintegración del isótopo”, que es el tiempo que tarda en quedar reducida su cantidad a la mitad de la inicial. El carbono 14 tiene un periodo de 5.700 años, por lo cual se puede medir la velocidad de su desintegración y la cantidad que queda del mismo en el momento del análisis. Es un método aceptado por la ciencia de hoy, aunque hay que contar con un margen de error en más menos, aparte de otros aleatorios.
Dicho esto, veamos qué ocurrió con la Síndone: La Iglesia accede a que se examine, y de los siete laboratorios que se presentan, se eligen tres, Oxford, Zúrich y Tucson, por su prestigio reconocido internacionalmente en función del número de pruebas que realizan anualmente.
Se cortaron tres fragmentos de la tela, de dos centímetros por uno, que fueron sellados en sendas cajitas metálicas, con un sello de control y un número. La operación se llevó a cabo en presencia de los representantes de la Iglesia y los laboratorios. Las muestras fueron enviadas al director del Instituto Británico que hacía de mediador. Se enviaron además otras tres muestras de control: tres fragmentos de lino, uno procedente de una tumba de Nubia, fechado entre los siglos XII y XIII d. C., un lienzo egipcio del tiempo de Cleopatra, y un trozo de la capa de San Luis de Anjou de Francia, de hacia el 1300.
Para realizar el estudio se empleó la espectrometría de masa atómica. No se utilizó el método de contadores de electrones emitidos por el carbono 14 radiactivo –cuyo número indica la velocidad de desintegración y así la fase en que esta se encuentra— para calcular la fecha, porque se requerían trozos más grandes de tela, lo cual era inviable sin destrozar la Síndone. El método empleado, en cambio, sí permite utilizar fragmentos pequeños como los de la muestra, y consiste en bombardear los retazos con iones de cesio para ionizar el carbono. Con un acelerador de partículas se hace incidir el haz de iones sobre el espectro y se miden los isótopos y su proporción y densidad.
Para muchos, la prueba del radiocarbono es concluyente y definitiva, pero no es así. Existe un proyecto científico de investigación que consta de 25 secciones, y la prueba citada es solo una del conjunto. Acerca de este estudio se ha argumentado que el humo de los cirios y de los diversos incendios, las ostensiones o el contacto orgánico debió contaminar la Sábana y, por tanto, alterar los resultados. El propio descubridor del método, William Frank Libby, manifestó su desconfianza hacia la metodología empleada en el estudio de la Síndone. Expresó que habría que ver cómo se había eliminado la contaminación por sustancias orgánicas, contacto de manos y sudor. “Según los laboratorios, la descontaminación ha sido realizada con lavados químicos. […] Habrá que ver cuáles y cómo, para determinar si esas sustancias químicas empleadas, en vez de descontaminar no han penetrado hasta las microfibras del tejido y la masa protoplasmática de la celulosa, produciendo un tipo de contaminación imposible de eliminar”, concluyó.
¿Qué deducimos de todo esto? Primeramente, que la incredulidad de la sociedad hacia los temas de fe se manifiesta en credulidad irracional en todo lo científico, llegando a creer como leyes inexorables lo que solo son hipótesis y teorías. Segundo, que en el supuesto de que no haya habido contaminación o intenciones aviesas en los métodos de trabajo, tienen un gran valor las palabras de Riggi di Numana cuando dice que esto es así según lo que se deduce con nuestros métodos científicos y técnicos actuales. Esto quiere decir que estudios posteriores, a buen seguro, le quitarán la razón a los de 1988, como ha ocurrido en tantas ocasiones y que la propia ciencia reconoce.
A nosotros –medianamente conocedores de los tejemanejes en las cocinas de las altas esferas—, siempre nos ha olido a tufillo, y mucho más cuando nos introdujimos a fondo en la sindonología, uno de los temas más gratificantes, ya no del periodismo o la historia, sino de la vida. ¡Solo les faltaba a los laicistas que la ciencia les quitase la razón! Si en cuestiones mucho menos trascendentes y de mucho menor alcance, nos cuentan lo que el sistema quiere, ¡cómo van a decirnos que el hombre de la Sábana Santa es el que murió hace 2023 años o 2029 si queremos ser más rigurosos!
En cuanto a los estudios, los palinólogos han rastreado el recorrido de la Síndone a través del polen, y los forenses han encontrado en el Sudario de Turín cada herida narrada en los Evangelios, e incluso nos han ayudado a corregir algunos errores, como el de la corona de espinas, que no era como nos presenta la iconografía, sino en forma de casquete. Hablaremos de esto enseguida.
Vayamos atrás en el tiempo: En 1898, un abogado de Turín, llamado Secondo Pía, se llevó la sorpresa de su vida. Hizo una fotografía de la Sábana Santa para destinarla a la veneración de los fieles. Cuando fue a revelarla vio que tenía ante sus ojos un positivo perfecto en lugar de un negativo lógico. Lo que ocurrió a continuación era previsible porque siempre ocurre lo mismo; es la dinámica del Poder ante cualquier descubrimiento de importancia; el primer paso es encubrirlo y, en la mayoría de los casos, desprestigiar al autor o inventor: A Secondo Pía se le acusó de fraude y, con gran disgusto ante la injusticia, la cosa quedó ahí. Tendrían que pasar 33 años para que Pía se pudiese desprender del sambenito de mentiroso. En 1931, Giuseppe Enrié volvió a fotografiar el Sudario con idénticos resultados. Se trataba de una imagen tridimensional.
Los avances en informática han permitido desvelar algunos extremos y corroborar otros que conocíamos por los textos sagrados. No vamos a pormenorizar el desarrollo de los diferentes análisis a lo largo de las últimas cuatro décadas, pero tras las pinceladas de los párrafos precedentes sobre el dictamen del carbono-14, vamos a recordar los datos que nos ofrece el estudio palinológico del profesor Max Frei y, en concreto, los puntos que más nos impactaron cuando tuvimos acceso a ellos.
La palinología, es decir, el examen del polen de plantas adherido a la tela a lo largo del tiempo, es uno de los métodos empleados en la investigación de la Sábana Santa. El investigador máximo de este tema fue un criminólogo de prestigio internacional, colaborador de la Interpol en casos de terrorismo y seguimiento de armas por el método de la palinología.
El polen diseminado por el viento tiene un radio determinado de propagación. Puede haber plantas comunes en diferentes territorios, y eso se tiene en cuenta en la investigación. También puede darse el caso de plantas que son propias exclusivamente de un lugar, o bien proliferaron en un territorio durante una época y, por alguna circunstancia, se extinguieron.
Max Frei realizó la toma de muestras del Lienzo en 1973, siguiendo estrictos protocolos, ante el cardenal Pellegrino de Turín y otros testigos cualificados. Llevó las muestras a su Instituto de Criminología de Zúrich y realizó una lista de pólenes. Luego viajó a los lugares relacionados con el polen donde, según la tradición, había estado la Síndone: Francia, Italia (Turín, Lirey y Chamberí), Chipre, Turquía y Palestina, para tomar muestras in situ. En todos esos lugares, Max Frei encontró restos de polen, excepto en Chipre. Había incluido este lugar porque existe una tradición que señala a los Templarios como custodios de la Síndone durante un siglo: Cuando el papa Clemente V, engañado por el rey de Francia, Felipe el Hermoso, decretó su disolución y condena en la hoguera de sus principales dirigentes, se dice que muchos caballeros de la Orden, se encontraban en Chipre preparándose para luchar contra los musulmanes. Sin embargo, como acabamos de expresar, no existen trazas de polen de ese lugar, con lo cual, para algunos investigadores pierde fuerza la hipótesis templaria, aunque sigue siendo defendida por otros estudiosos, entre ellos, la experta en templarios italiana y trabajadora del archivo del Vaticano, Bárbara Frale. Esta publicó, hace algunos años, un documento secreto que vio la luz cuando se desclasificaron las actas del “Proceso contra los templarios”. Este texto probaría que la Orden del Temple sí habría tenido en su poder la Sábana Santa, aunque el Lienzo nunca pasara por Chipre.
Continuando con el estudio palinológico, Max Frei mostró un total de 57 muestras microscópicas de polen, que presentó en los Congresos sobre la Síndone, en Turín (1978) y en Bolonia (1981). Las conclusiones son muy interesantes. Aparte de los pólenes procedentes de países europeos, existen 29 plantas del cercano Oriente, de las cuales 21 crecen en estepas y desiertos. Algunas son características –e incluso exclusivas— del Neguev, en el desierto de Palestina, y de la zona del Mar Muerto. Es decir, que, a la luz de la palinología, la Sábana estuvo en algún momento en Palestina. Pero si, como dice el estudio del carbono-14, es de la Edad Media –cuando aparece en Europa—, tenemos que preguntarnos cómo viajó a Palestina y con qué motivo. Y si es obra de un falsificador medieval, habría que preguntarse si la contaminó a propósito con polen de esos lugares con algún fin oculto, lo cual es más que improbable. Faltaban varios siglos para que un fabricante de alfombras holandés, llamado A. van Leeuwenhoek, se fijase en los microorganismos de una de sus telas, origen de lo que en el siglo XX sería un método científico.
Profundizando en la variedad de pólenes, veinte de las especies son abundantes en Turquía, en concreto, en la región de Urfa, la antigua Edesa. (Para Frei este dato es muy importante porque vendría casi a corroborar que la Síndone de Turín y el famoso Mandylion de Edesa serían la misma pieza). Cuatro de las muestras de polen son propias de los alrededores de Constantinopla. Max Frei concluyó que los conocimientos de palinología no permiten establecer la fecha del Lienzo, ya que las plantas existían en tiempo de Jesucristo, antes de esa época y también en la actualidad. Pero los pólenes sí corroboran el itinerario geográfico de la Sábana Santa, según los historiadores, desde Jerusalén a Italia, pasando por Edesa, Constantinopla y Francia.
Max Frei murió en 1983 sin haber concluido el estudio, pero dejó en el archivo muchos datos. Hay que decir que los adversarios científicos surgieron por doquier y llegaron incluso a desprestigiarle. El padre Maldamé, Schafersman, Rogers, Ciccone, M. Bryan y Litt son los nombres de algunos de estos adversarios que o mucho me equivoco o nunca reconocerán lo que muestra la Sábana Santa. Estos acusaron a Frei de haber hecho una chapuza premeditada, lo cual le granjeó incluso la enemistad de algunos sindonólogos, que se dejaron intoxicar por los, supuestamente, desinformadores.
¿Trabaja el Mal, como nos tiene acostumbrados, en este caso tan interesante y trascendente? ¿Por qué será que cuantos más enemigos aparezcan contra los estudios de Max Frei, más nos parece que está en lo cierto?
La información que manejamos en este momento sobre la Síndone de Turín es vastísima. Sobre ella se han escrito docenas de libros en varias lenguas, centenares de artículos, y se han celebrado varios congresos internacionales con la participación de los máximos expertos mundiales. Sin embargo, cuando publiqué este trabajo cometí el error de dar por hecho que mis lectores conocían –aunque someramente— la historia de la Sábana, y por eso omití datos sobre su origen y recorrido, que los habría puesto más en situación, y fui directamente a la polémica suscitada por su antigüedad y las investigaciones que sustentan su auténtica datación en el siglo I. Lo aclaro ahora y con esto corrijo la falta de una entradilla.
Los judíos tenían la costumbre de envolver el cadáver en una sábana. Asimismo, la norma judía prescribía el empleo de perfumes y ungüentos para neutralizar el hedor de la corrupción. Se utilizó mirra y áloe, pero no ungüentos líquidos, gracias a lo cual permanecieron las señales en la tela. El protocolo judío mandaba lavar el cadáver y vestirlo decentemente, excepto en el caso de los ajusticiados, que tampoco podían ser envueltos en lienzos. Sin embargo, José de Arimatea lo envolvió en la Sábana y lo enterró en el panteón familiar. Sobre el apresuramiento del entierro se ha argumentado que estaba prohibido enterrar a los muertos en sábado.
El Sudario pasó de Jerusalén a la antigua Edesa (hoy Urfa, en Turquía oriental), después a Constantinopla, y más tarde a Francia, en concreto, a la Casa de Saboya, que la donó a la Santa Sede. El Lienzo siempre estuvo inmerso en guerras y refriegas y era un objeto codiciado.
Los análisis revelan que el cuerpo “impregnado” en la Síndone corresponde a un judío, puesto que un romano nunca era condenado a flagelación y crucifixión. Tenía una altura de 1,83 centímetros y, según la usanza judía, llevaba barba, bigote y melena peinada con raya al medio. La parte posterior de la Sábana muestra el cabello atado en una coleta.
El dictamen sobre la datación del Lienzo en la Edad Media fue un mazazo para la Iglesia y el catolicismo en general, aunque no haya habido lamentaciones públicas y sí, en cambio, manifestaciones de respeto por la ciencia. Galileo, símbolo máximo de una jerarquía intolerante, sigue pesando mucho después de muerto, y hay que compensar los errores por exceso de otros tiempos, con la humildad –cuando no sumisión— y excesiva tolerancia de hoy. (A ningún obispo le gusta pronunciarse en público sobre el Sudario de Jesús –lo sé por experiencia—, y mucho menos meterse en honduras).
La Medicina Legal tiene mucho que decir con respecto al Sudario, y lo ha hecho. A continuación, pretendo, de manera sencilla y comprensible, acercar al lector a los puntos más relevantes que se desprenden de los análisis de los expertos sobre las heridas, la sangre y otros líquidos presentes en el Sudario. En primer lugar, me sacudió la conclusión sobre la “acentuada rigidez, característica de las muertes excepcionalmente fatigosas y dolorosas”.
Pero antes de la muerte, el cuerpo de la Sábana tiene señales de haber sufrido tormentos: golpes y deformaciones en cara y cuerpo, azotes o flagelación, y heridas producidas por objetos punzantes en la cabeza y otras zonas. Cada una de estas señales, que solo conocíamos por los Evangelios, dejaron su impronta en la Síndone. Más de 120 golpes infligidos con el flagrum, especie de látigo con varias correas con unas bolas en el extremo de cada una, que golpean y laceran la carne. Los condenados a morir crucificados, en general, no eran flagelados antes. Lo de Jesús fue un castigo excepcional.
Los forenses han descubierto que los reos no eran clavados por las palmas de las manos, sino por el punto Destot situado entre los huesos de la muñeca. Lo mismo ocurre con la corona de espinas, que no fue tal como aparece en todas las representaciones artísticas, sino en forma de casquete que, a manera de burla, le fue colocado sobre la cabeza, presionando y hundiendo las espinas en la carne. En la imagen resalta de manera especial la señal producida por la espina de la frente, en forma de letra griega “épsilon”, que al invertirse de lado y de forma, aparece como un número “3”. Antes de entrar en escena la ciencia forense, este reguero de sangre en forma de tres, se consideró que era un rizo. De hecho, así figura en los iconos bizantinos. A este respecto, en cuanto a especulaciones sobre una imagen creada artificialmente por un artista falsificador –hipótesis absolutamente descartada—, el doctor Pierre Barbet dice: “Yo desafío a cualquier pintor moderno –a menos que sea un cirujano que conozca a fondo la fisiología de la coagulación— a que se imagine y reproduzca este coágulo frontal. Aun en estas condiciones, es más que probable que aquí o allá alguna equivocación denunciase al falsario y a su obra fingida”.
Veamos otras lesiones que se han podido analizar: En la imagen de la Síndone, el cartílago nasal está fracturado, posiblemente por un golpe producido por un palo o bastón. Los arcos superciliares aparecen con heridas contusas, especialmente el izquierdo que aparece más levantado. La mejilla y el mentón de la parte derecha aparecen inflamados, y también la parte izquierda del labio inferior. Se advierte una tumefacción del pómulo derecho que provoca el cierre parcial del ojo. Hay sangre bajo la boca, como saliendo de ella.
Sobre la herida del costado, producida por la lanza de Longinos, de la que salió “sangre y agua” –según nos dice el Evangelio—, los forenses dictaminan que se trata de una herida clara, de forma ovalada, cuya medida se corresponde con la de la lanza romana (4,4 x 1,4 centímetros), que destaca sobre el chorro de sangre coagulada que brotó de ella. El análisis forense constata que la herida se produjo cuando el cuerpo estaba muerto. (Las heridas de un cuerpo vivo presentan una inmediata turgencia, porque la naturaleza tiende al cierre de la herida y a su cicatrización. Sin embargo, los labios de la herida del costado no manifiestan esta particularidad, y por eso ha quedado abierta, con los labios distendidos). La sangre de la herida del costado es sangre venosa y no arterial como el resto de las lesiones. De la herida salió agua porque al ser sangre postmortem estaba separada en dos niveles: corpuscular y seroso. Y así aparece en la imagen, de un color miel claro. Es importante recordar que la circulación de la sangre no se descubrió hasta el año 1593.
Todos estos datos que nos proporciona la ciencia forense los conocíamos a través de los Evangelios, textos que han sido considerados de escaso rigor. Pero hay más: nos hablan los evangelistas de las caídas que Jesús sufrió camino del Calvario. Analizando la imagen de la Sábana, los forenses han descubierto que, sobre los hombros, hacia la espalda, existe una gran marca –que formó una carnicería sobre las llagas de los azotes—, producida por un objeto alargado. Sin duda, debe tratarse del madero o patibulum que solían llevar los condenados hasta el lugar de la ejecución. Y para completar el relato evangélico, ¡y esto sí es minuciosidad!, la microfotografía saca a la luz que, en las rodillas del cuerpo del hombre del Lienzo, se advierten señales de rozaduras y de polvo del camino. No cabe duda que se debe a las caídas del Nazareno en la subida al Gólgota.
Otro de los detalles que me impresionaron de la investigación es el de las monedas. Era una costumbre judía colocar algún peso sobre los párpados del fallecido, para mantenerlos cerrados. En un principio, los investigadores descubrieron que sobre los ojos de la imagen aparece un relieve redondeado semejante a botones o monedas. Jumper y Jackson dedujeron que se trataba de dos monedas del tipo leptón. Investigaciones posteriores corroboraron que, en efecto, se trataba de leptones, y el jesuita y profesor universitario, P. Filas precisó que eran leptones del tiempo de Poncio Pilato. (Recientemente se han descubierto monedas de esta época idénticas a las que aparecen en el Sudario, y se han podido estudiar las inscripciones del anverso. Existen estudios exhaustivos sobre la materia).
El caso del hombre de la Síndone es único en la historia. Los egipcios y otras civilizaciones antiguas momificaban a sus muertos. El arqueólogo y egiptólogo, Albert Gayet, a finales del siglo XIX investigó uno por uno los lienzos de las momias egipcias del Museo Británico y el Louvre, y no encontró ninguna con el rostro “impreso”. Aparecen manchas que corresponden a las zonas prominentes, pero nada parecido a la Síndone. Así reza el testimonio de Giovanni Judica-Cordiglia, citado por J. L. Carreño en su libro Huellas: “… no se ha encontrado en ningún lugar ni en ninguna otra tumba, un lienzo fúnebre que presente imágenes análogas a las del Lienzo de Turín”.
Kenneth E. Stevenson y Gary R. Habermas en su libro Dictamen sobre la Sábana Santa concluyen: “Por encima de todo, el hombre que la Sabana Santa envolvió es un hombre real, un judío del siglo I, crucificado por los romanos de un modo rigurosamente paralelo al descrito por los Evangelios en el caso de Jesucristo”.
A principios del siglo XX, el profesor agnóstico, Ives Délage, declaró estar convencido de que la Sábana había envuelto el cuerpo de Jesús. Sin embargo, la Academia de Ciencias de París rechazó su informe por considerarlo sectario. El profesor dijo a este respecto que “si en vez de tratarse de Cristo se tratase de otra persona histórica, como Sargón, Aquiles o alguno de los faraones, a nadie se le habría ocurrido poner objeciones. Yo por mi parte he sido fiel al espíritu de la ciencia al tratar este asunto, manteniéndome solo atento a la verdad. […] Yo reconozco a Cristo como a un personaje histórico, y no veo razón alguna para que alguien se escandalice de que existan todavía huellas tangibles de su vida terrestre”.
Quiero finalizar con las palabras de Robert Buckling: “Los datos médicos derivados de la Síndone favorecen la resurrección. Y cuando esta información médica se combina con los hechos químicos, físicos e históricos, tenemos un fuerte peso de pruebas atestiguando la resurrección”.
A pesar de todo, para la Iglesia, la Síndone de Turín no es materia de fe. Ni siquiera tiene la categoría de reliquia. Es solo una pieza arqueológica. Sin embargo, los datos científicos son más rigurosos y superan a los que existen sobre el hombre de Java o el de Pekín, las investigaciones de Olduvai o de Atapuerca, el bosón de Higgs o los cuásares y el Big Bang.
No quiero terminar este trabajo sin tener un recuerdo muy especial para el jesuita padre Loring, que tanto contribuyó al conocimiento de la verdad sobre la Síndone. ¡Os deseo una santa Semana Santa!
BIBLIOGRAFÍA CONSULTADA:
–A. Carreño, José Luis, El retrato de Cristo, Madrid, 1969.
–Barbet, Pierre, La Pasión de Nuestro Señor Jesucristo vista por un cirujano, Ed. Promesa, 1983, México.
–Carnac, Pierre, El sudario de Turín, Ed. Lidium, Buenos Aires.
–Carreira, Manuel M., La Sábana Santa desde el punto de vista de la física, Ed. Biblia y Fe.
–Igartua, Juan Manuel, El enigma de la Sábana Santa, Ed. Mensajero, Bilbao, 1990.
–Loring, Jorge, Varios escritos y conferencias.
–Valdés Ruiz, El milagro de la Sábana Santa, Valencia. 1989.
–Varios autores, La Síndone de Turín, C.E.S, Valencia 1998.
–Varios autores, El Sudario de Oviedo, C.E.S, Valencia 1998.
Magdalena del Amo
Psicóloga, periodista de investigación y escritora
Cada herida infligida durante su flagelación y crucifixión quedaron impresas en el lienzo que envolvió el cuerpo de Jesús
Otro ejemplo de la confusión entre la búsqueda de la verdad y la búsqueda de confirmar TÚ verdad.
Si la ciencia, tan criticada y menospreciada aquí, y los análisis de la sábana hubiesen dado como resultado que sí, que se trata de un sudario de aquella época y del tipo descrito; todo el mundo habría usado éste argumento como máxima probatoria. Pero al concluir que no, todo el mundo se lanza a la crítica y la sospecha.
Es infantil.
Pd : A Jesús no lo condenó Roma, lo condenaron los judíos del sanedrín.