¿Alguna vez te has preguntado por qué algunas personas sienten aversión al riesgo mientras otras se lanzan a lo desconocido con entusiasmo? ¿Qué genera nuestro rechazo hacia ciertos alimentos, situaciones o incluso personas?
La aversión es una emoción compleja que todos hemos experimentado, ya sea como un nudo en el estómago, una intensa repulsión que proviene de lo más profundo o incluso un deseo abrumador de huir del sitio. ¿Por qué nos sentimos tan incómodos con ciertos estímulos o situaciones? ¿Qué impulsa esta poderosa respuesta emocional? Y, sobre todo: cómo podemos gestionarla para que no se convierta en un obstáculo y no adquiera tintes patológicos.
¿Qué es la aversión exactamente?
La aversión es una intensa sensación de disgusto, repugnancia o rechazo hacia algo o alguien. Se trata de una respuesta emocional y física profundamente arraigada en la experiencia humana que puede manifestarse en diferentes contextos, ya sea en respuesta a objetos físicos, en ciertas situaciones sociales, con algunas personas o incluso ante determinados pensamientos o emociones.
Los mecanismos biológicos que subyacen a la aversión
La aversión no es una mera respuesta psicológica, también se origina en nuestros procesos biológicos. Un estudio realizado a inicios de los años 1970, por ejemplo, reveló que las experiencias de aprendizaje temprano pueden dar forma a nuestras preferencias y repulsiones alimenticias. Aquellos científicos descubrieron que solemos mostrar aversión hacia los alimentos que asociamos con un malestar físico durante la infancia, lo que sugiere que los vínculos aprendidos se quedan grabados en nuestro cerebro y pueden desatar la respuesta aversiva más adelante en la vida.
De hecho, la aversión está estrechamente relacionada con la supervivencia. En términos evolutivos, nuestra capacidad para notar y evitar estímulos potencialmente peligrosos ha sido crucial para nuestra supervivencia como especie. Por ese motivo, la aversión puede considerarse como un mecanismo de protección que nos alerta sobre posibles amenazas para salvaguardar nuestra seguridad o bienestar.
Cuando algo nos da asco o desagrada mucho, se produce una activación del sistema nervioso autónomo, que controla nuestras respuestas automáticas ante el estrés y el peligro. Durante esa experiencia, nuestro cuerpo experimenta cambios fisiológicos importantes que forman parte de la respuesta de lucha o huida, como aumento del ritmo cardíaco, la sudoración y la tensión muscular.
De hecho, un estudio realizado en la Universidad de Nueva York comprobó que presentar estímulos previamente asociados con experiencias aversivas activa regiones del cerebro vinculadas al procesamiento emocional, como la amígdala y la corteza prefrontal ventromedial. ¿Qué significa eso? Que en esas condiciones se puede producir un secuestro emocional que nos impide pensar con claridad.
La aversión también es un fenómeno social y cultural
A nivel psicológico, la aversión también puede verse influenciada por experiencias pasadas, creencias, valores y normas sociales. Por ejemplo, podemos desarrollar aversión hacia ciertos alimentos solo porque en nuestra cultura no son habituales.
Un estudio desarrollado en la Universidad de Duke constató que los prejuicios y estereotipos sociales pueden contribuir a desarrollar una aversión hacia grupos específicos de personas. Estos investigadores descubrieron que las personas tienden a experimentar mayor aversión hacia quienes perciben como diferentes o amenazantes para su identidad grupal, lo que puede conducir a deshumanizarlos.
Sin duda, los procesos de categorización social y prejuicios intergrupales contribuyen a la dinámica social que facilita la aversión hacia lo que no se conoce o se percibe como demasiado distinto. ¿Por qué? Simplemente porque esas otras personas, grupos o costumbres se perciben como una amenaza para la cohesión social o la identidad grupal. En tales casos, la aversión actúa como una especie de “mecanismo de defensa”.
Obviamente, en la base de esas aversiones se encuentra la socialización. Nos exponemos desde pequeños a una serie normas y valores cultuales a través de la familia, la educación, los medios de comunicación y otras instituciones sociales. Durante ese proceso internalizamos ciertas actitudes y comportamientos que consideramos apropiados y aprendemos a identificar aquellos que son inadecuados.
Esas normas culturales y sociales terminan influyendo en nuestra percepción de lo que es aceptable o inaceptable, lo que a la larga puede generar una aversión hacia ciertos comportamientos o grupos sociales.
La aversión que nos salva, puede convertirse en patológica
La aversión es un mecanismo biopsicosocial que puede ser muy beneficiosa en ciertos casos:
1. Protección y supervivencia. Uno de los principales beneficios de la aversión es su capacidad para proteger y salvaguardar nuestra seguridad y bienestar. Nos alerta sobre posibles amenazas, ayudándonos a evitar situaciones peligrosas o potencialmente dañinas. Por ejemplo, la aversión hacia ciertos alimentos puede protegernos de ingerir sustancias tóxicas o en mal estado, mientras que la aversión hacia ciertos animales o entornos peligrosos puede prevenir lesiones o accidentes.
2. Orientación y toma de decisiones. La aversión también puede servir como una brújula a la hora de tomar decisiones, ayudándonos a priorizar nuestras acciones y recursos en función de nuestras necesidades y objetivos. Por ejemplo, la aversión al riesgo, puede motivarnos a evitar situaciones que nos causen un malestar significativo o que puedan convertirse en fuente de conflictos, facilitando la búsqueda de alternativas más seguras o gratificantes.
3. Regulación emocional. La aversión desempeña un papel importante en la regulación emocional, permitiéndonos procesar y gestionar experiencias difíciles o perturbadoras. Al identificar y evitar los estímulos que desencadenan emociones negativas, podemos protegernos del estrés, la ansiedad y la angustia emocional, por lo que a la larga puede promover nuestro bienestar psicológico y emocional.
No obstante, la aversión también crea problemas, hasta el punto de convertirse en un estado patológico:
1. Excesiva sensibilidad y evitación. Aunque la aversión puede ser beneficiosa en ciertos contextos, una sensibilidad exagerada o una tendencia extrema a la evitación pueden generar problemas significativos en la vida cotidiana. La aversión excesiva a situaciones sociales, por ejemplo, puede llevar al aislamiento y la soledad, limitando las oportunidades de interacción y el desarrollo de relaciones significativas y satisfactorias.
2. Perpetuación de prejuicios y estereotipos. La aversión también puede contribuir a perpetuar los prejuicios y estereotipos hacia ciertos grupos sociales. Cuando se basa en creencias irracionales o percepciones erróneas, puede dar lugar a la discriminación o hacer que tratemos injustamente a personas o comunidades marginadas. Esa forma de aversión termina socavando la cohesión social y contribuye a las divisiones y los conflictos culturales.
3. Limitación de experiencias y oportunidades. La aversión también puede limitar considerablemente nuestras experiencias y oportunidades de crecimiento personal y profesional ya que restringe nuestra disposición a explorar y afrontar nuevos desafíos. La aversión al riesgo, por ejemplo, nos impide enfrentar situaciones desconocidas o inciertas, por lo que podemos terminar perdiendo ocasiones valiosas.
5 claves para gestionar mejor la aversión
Cuando la aversión no se gestiona adecuadamente, puede convertirse en un problema que limita nuestras experiencias y relaciones interpersonales, por lo que es importante mantener esa respuesta natural dentro de unos límites saludables.
1. Reconocer la aversión
Cuando un alimento nos da asco, es fácil darnos cuenta de ello, pero la aversión social es una sensación más sutil que puede pasar por debajo del radar de nuestra conciencia. Sin embargo, reconocer las reacciones y emociones que genera es clave si queremos aprender a gestionarla.
Cuando tomamos nota de lo que estamos sintiendo, en vez de rechazarlo o huir de ello, podemos comenzar a explorar esa aversión de manera más constructiva. También podremos analizar nuestras respuestas emocionales de manera más equilibrada y objetiva, preguntándonos si realmente son proporcionadas o las estamos sacando de quicio.
2. Identificar las causas subyacentes
La aversión no surge de la nada, por lo que es fundamental explorar sus causas subyacentes. Así podremos entender por qué reaccionamos de cierta manera ante algunos estímulos, situaciones o personas. A menudo eso implica un viaje interior para explorar los factores y experiencias que están contribuyendo a nuestra respuesta emocional, desde nuestras creencias y valores hasta las experiencias pasadas y expectativas que influyen en nuestra percepción y reacción hacia lo que sucede.
Cuando comprendemos lo que nos empuja a sentir aversión, podemos abordar el problema desde su raíz y desarrollar estrategias de afrontamiento más efectivas. Por ejemplo, si descubrimos que nuestra aversión está relacionada con una experiencia pasada negativa, podemos trabajar en la angustia y la ansiedad que genera para desactivar esos desencadenantes psicológicos.
3. Practicar la exposición gradual
La desensibilización sistemática es una técnica psicológica que consiste en exponerse gradualmente a los estímulos que nos generan aversión para reducir la respuesta emocional que generan. En lugar de evitar por completo las situaciones que nos causan malestar, podemos enfrentarlas de manera controlada para ir aprendiendo a tolerar la incomodidad mediante la habituación.
Además, la exposición gradual nos brinda la oportunidad de aprender nuevas estrategias de afrontamiento y gestionar mejor nuestras reacciones emocionales. A medida que nos enfrentamos a nuestras aversiones, podemos sentirnos empoderados y expandir nuestro mundo, ganando autoconfianza.
4. Desafiar los pensamientos irracionales
Muchas veces la aversión se acompaña de pensamientos negativos y distorsionados que influyen en nuestra percepción de lo que ocurre. Es importante cuestionar su validez pues cambiar muchas de esas creencias irracionales nos permitirá modificar nuestra respuesta emocional y reducir la intensidad del rechazo.
Por ejemplo, si experimentamos aversión hacia las situaciones sociales debido al miedo al rechazo, podríamos desafiar el pensamiento irracional de que los demás nos juzgarán negativamente. Así también podremos reemplazar esos pensamientos irracionales por ideas más realistas y adaptativas, lo que nos ayudará a gestionar mejor la aversión y ampliar nuestra perspectiva.
5. Cultivar la autoaceptación y autocompasión
La autoaceptación y autocompasión son fundamentales para gestionar la aversión de manera saludable. En lugar de juzgarnos duramente por sentir aversión, podemos cultivar una actitud de amabilidad y compasión hacia nosotros mismos. Reconocer nuestras limitaciones y errores nos permite manejar la aversión con mayor calma y equilibrio emocional.
La autocompasión implica desarrollar una actitud amable hacia nosotros mismos, sobre todo en momentos de malestar emocional. En vez de juzgarnos duramente por nuestras reacciones emocionales, deberíamos aceptarlas y tratarnos con cordialidad. Ese cambio en la manera de relacionarnos con nosotros mismos generará una onda expansiva de serenidad que nos ayudará a contrarrestar emociones como la ansiedad, la angustia o la ira que a menudo genera la aversión.
Referencias Bibliográficas:
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Rozin, P., & Kalat, J. W. (1971) Specific hungers and poison avoidance as adaptive specializations of learning. Psychological Review; 78(6): 459–486.
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