El ateísmo es un término común en nuestra interacción diaria como personas que ocupamos espacios de convivencia laicos. Dos de los tres polos geopolíticos del siglo pasado, la URSS con sus satélites y la China Popular de Mao, promovieron el desapego cívico de la metafísica y la piedad de las religiones. Incluso la Albania de Enver Hoxha intentó prohibir a Dios no solo en la vida social, sino privada. En los países del primer mundo en la órbita protestante, personajes como Doctor House, naturalistas como Richard Dawkins, filósofos como Daniel Dennett o periodistas como Cristopher Hitchens han promovido un activismo neoateísta que busca desaparecer toda verosimilitud religiosa del discurso público y la mercadotecnia individualistas, a diferencia de sus antecesores en la academia, para quienes había que tener compasión por las emociones que mueven las creencias, seguros de que, llegado al siglo XXI, los nuevos paradigmas científicos y tecnológicos terminarían no por destruir, sino por difuminar a todos los dioses, ángeles, duendes, sirenas y demonios como excedentes del pasado.
El éxito de todo esto ha sido moderado y resulta complejo para el análisis. No son muchas las personas que se adhieren al ateísmo de manera puntualmente ideológica, más o menos coherente e identitaria. Para empezar, el término solo implica la ausencia de un tipo de pensamientos sobre el origen y el propósito del universo, vigentes desde que el ser humano empezó a caminar en dos pies. El humanismo y la secularización no son patrimonio del ateísmo, sino de un universalismo beligerante que hizo abstractas nociones de verdad, antes solo localistas y culturales, como el valor de la vida y la moralidad de las acciones. Sin embargo, sí es mucho más común un desinterés doctrinas religiosas explicativas, redentoristas y correctivas de la conducta, una no vinculación a las religiones organizadas o a creencias sobrenaturales colectivamente vinculantes. Esto es lo que se conoce como “irreligión”, el abandono incidental, el rechazo activo o haber crecido y madurado sin la presencia de eso también muy difícil de definir que es la religión, ya que puede incluir cualquier escrúpulo que distinga acciones con o sin significado intrínseco, cualquier pensamiento mágico o sentido de misterio último, cualquier esperanza de continuidad después de la muerte, o cualquier confianza en otro poder transindividual y no humano.
La irreligión es ambigua porque no hay nadie que no descarte alguna idea o sentido de la experiencia de la religión de su familia, grupo social o mayoritaria en un país. Puede implicar filosofías casuales e inconscientes hasta filosofías desarrolladas, cientificistas, espiritualistas, liberales o reaccionarias. Algunos científicos sociales definen la irreligión como una visión de la realidad puramente naturalista, pero también puede incluir una suerte de anarquismo o no conformismo religioso, creencias sobrenaturales a la carta o una exploración libre de las preguntas a las que los sistemas de creencias organizados han intentado dar respuesta. La irreligión puede ser ateísmo fuerte o un pensamiento débil agnóstico, así como “posteísmo”, el solo reconocimiento de un escenario donde la necesidad de Dios ha dejado de ser vigente, o “transteísmo”, una concepción no literalista, personalista o psicologista de ese Dios, aún vigente como el misterio del ser. A pesar de que muchos de estos puntos de vista pueden ser ilegales en países o atacados por grupos de choque fundamentalistas, desde el artículo 18 del Pacto Internacional de Derechos Civiles y Políticos, el comité de derechos humanos de la ONU protege “las creencias teístas, no teístas y ateas, así como el derecho a no profesar ninguna religión o creencia”.
De acuerdo al estudio demográfico The Global Religious Landscape, llevado a cabo por la organización sin fines de lucro Pew Research Center, un análisis de más de 2.500 censos, encuestas y registros de población, 2.200 millones de personas se reconocen como cristianos, 1.600 millones como musulmanes, 1.000 millones como hindúes, casi 500 millones como budistas y 14 millones como judíos, es decir, el 32, 23, 15, 7 y 0.2 por ciento de la población mundial respectivamente. Más de 400 millones de seres humanos o un 6 por ciento practican diversas religiones populares o tradicionales africanas, chinas, nativas americanas y aborígenes australianas, y 58 millones o un 1 por ciento pertenecen a otras religiones como la fe bahá’í, el jainismo, el sijismo, el sintoísmo, el taoísmo, el tenrikyo, la wicca y el zoroastrismo, por mencionar algunas de las miles que existen. La irreligiosidad o no afiliación religiosa abarca a 1.100 millones de mujeres, hombres y niños o un 16 por ciento, por lo que estamos hablando del tercer grupo poblacional más amplio, solo por detrás de las denominaciones cristianas e islámicas.
El problema de estas mediciones es que, de acuerdo a uno u otro punto de vista, personas no afiliadas a una religión pueden caen bajo medidas religiosas y viceversa. Las sociedades más irreligiosas del mundo son los países nórdicos, Finlandia, Noruega, Suecia, Dinamarca e Islandia, algunos antes comunistas como República Checa o la parte oriental de Alemania, el sureste de Asia y, aunque suena extraño, Israel. El país con mayor irreligiosidad de América Latina es Uruguay, siendo un fenómeno creciente en gran parte del mundo, pero sobretodo en Estados Unidos, Canadá, Oceanía, Francia, España e incluso Chile. No hay sin embargo un patrón claro en todo esto, aunque se menciona el liberalismo social, el acceso a la educación, una pobre instrucción religiosa, la crisis de legitimidad de las Iglesias o un cambio valores sobre la sexualidad que incluye la legitimación del divorcio, el aborto, la homosexualidad, la pornografía o la anticoncepción. Hay países del desmantelado bloque socialista altamente religiosos, como Polonia, Rumanía o Armenia. Si bien la región nórdica es de la más irreligiosas de Europa, incluso el 47 por ciento de su población abiertamente atea hace parte de Iglesias nacionales luteranas, las cuales conservan un profundo arraigo emotivo en esta zona del mundo.
La irreligiosidad en el sureste de Asia es en extremo engañosa. Tres cuartas partes de las personas que no declaración alguna afiliación religiosa en el mundo o el 76 por ciento vive en la región de Asia Pacífico, solo China suman 700 millones, más del doble de la población total de Estados Unidos. Los conceptos cristianos occidentales «religioso» y «secular» no han exactamente parte de su perspectiva social. Vivir “sin religión”, “wú zōngjiào” en chino, “mu shūkyō” en japonés o “mu jong-gyo” en coreano se relaciona más para los asiático orientales con no hacer parte de una secta, iglesia o escuela doctrinal budista o cristiana con tintes exclusivos. La mentalidad religiosa en esta zona del mundo es sincrética, advenediza y práctica, por lo que Japón podría considerarse un país, o casi completamente irreligioso, o casi enteramente religioso, es decir, mayoritariamente practicante del sintoísmo y el budismo de manera inconstante o inconsistente. De por sí distintas religiones orientales no se basan en creer en una idea correcta sobre Dios o la realidad, sino en prácticas rituales, estéticas, meditativas que pueden seguirse con distinta intensidad. Esto puede ocultar la cifra real de participación de sistemas religiosos como el budismo, pudiendo ser mayoritaria o minoritaria en China, o menor al 1 por ciento o mayor al 10 en Francia, esto según el criterio sobre qué es exactamente ser un budista.
Algo semejante pasa en Israel, donde ser “secular” significa principalmente una no observancia del judaísmo ortodoxo. Ser judío en todo el mundo puede ser una identidad compartida por personas muy, poco o nada religiosas. Si bien en muchos países de Europa y América hay una alta tasa de irreligiosidad, esta es escasamente atea. Muchas personas rechazan identificarse con el catolicismo o el protestantismo, pero se consideran “espirituales”, sea lo que sea que esto quiera decir. Las dudas sobre la existencia de Dios, la vida más allá de la vida, la veracidad de libros sagrados o de la efectividad de distintos rituales no están necesariamente conectadas y pueden ser parte de una diversidad de maneras de vivir el mundo desde algún sentido sutil, inefable, superior, inteligente, armónico o bueno. Esto también es lo irreligioso como fenómeno social y mucho más presente de lo que podría pensarse en nuestro día a día.
Imagen de portada: El pensador de Auguste Rodin, Pensamiento Pentecostal Arminiano.
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